Jurgen Osterhammel, La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX (Barcelona, Crítica, 2015) (original) (raw)

Jürgen Osterhammel La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX

Jürgen Osterhammel La transformación del mundo. Una historia global del siglo XIX, 2015

Toda la historia tiende a ser historia universal. Las teorías sociológicas nos dicen al respecto que el mundo es el «medio de todos los medios», el último contexto posible de todo el acontecer histórico y su representación. La tendencia a ir más allá de lo local se incrementa en la longue durée de la evolución histórica. Una historia universal del neolítico todavía no podría hablar de contactos intensivos a larga distancia, mientras que una del siglo XX se encuentra desde el principio con el hecho básico de una densa red planetaria de conexiones, una «red humana», según la denominaron John R. y William H. McNeill, o mejor aún: una diversidad de tales redes. La historia universal queda especialmente legitimada para el historiador cuando logra enlazarla con la conciencia humana del pasado. Incluso hoy, en la era de la comunicación por satélite y de internet, hay miles de millones de personas que viven en contextos estrechos y locales de los que no pueden escapar ni en realidad ni virtualmente. Solo unas minorías privilegiadas piensan y actúan «globalmente». Pero al buscar las huellas tempranas de la «globalización», los historiadores actuales no son los primeros en descubrir en el siglo XIX —que a menudo, y con razón, ha sido definido como el «siglo del nacionalismo y los estados nacionales»— relaciones transfronterizas: transnacionales, transcontinentales, transculturales. En efecto, muchos contemporáneos ya entendieron que el siglo se caracterizaba en especial por la ampliación de los horizontes de pensamiento y actuación. Entre las capas medias y bajas de Europa y Asia, muchas personas dirigieron la mirada y la esperanza hacia países remotos de los que se hablaba bien; muchos millones se atrevieron a emprender viajes a lo desconocido. Estadistas y militares aprendieron a pensar en categorías de «política mundial». En ese siglo surgió el British Empire, el primer imperio verdaderamente mundial de la historia, que ahora incluía también Australia y Nueva Zelanda. Otros imperios tuvieron la ambición de medirse con el modelo británico. El comercio y las finanzas se concentraron más que en los de la Edad Moderna hasta formar un sistema-mundo integrado. Para 1910, los cambios económicos que se producían en Johannesburgo, Buenos Aires o Tokio se registraban en el acto en Hamburgo, Londres o Nueva York. Los científicos reunían datos y objetos en todo el mundo y estudiaban las lenguas, costumbres y religiones de los pueblos más distantes. Los críticos del orden mundial imperante empezaron a organizarse también en el plano internacional —a menudo, más allá de Europa—: obreros, mujeres, pacifistas, antirracistas, anticolonialistas. El siglo XIX reflejó su propia globalidad emergente.