Estética analítica (original) (raw)

La filosofía académicamente respetable puede que sea algo más que analítica, pero, por lo menos, es analítica. Si la entendemos en un sentido amplio, como una estrategia de clarificación conceptual que incluye, en primer lugar, atender a los resultados de la investigación científica, no es un exceso sostener que, desde la inmediata posguerra, la filosofía analítica señorea la filosofía de la ciencia y la filosofía moral. Cualquier curso informado de esas disciplinas transita la mayor parte de sus horas por las sendas abiertas por Russell, Wigenstein y compañía. Vamos, que la filosofía analítica es la que cuenta. Salvo en un caso: cuando la cosa va de arte. Entonces el curso se da más que cumplido con esa tradición con un par de sesiones. Es cierto que esa no es toda la realidad, que hay filósofos analíticos entretenidos en los asuntos estéticos. Hay unas cuantas revistas, no muchas; hay, también, un conjunto de problemas que acotan el campo y las energías (la definición de arte, la ontología, las ideas de belleza, de experiencia estética o de representación) e incluso una serie de paradojas, de casos difíciles, que permiten precisar los conceptos y cribar las teorías, entre los que destacan los que atañen a la compleja relación entre arte y experiencias estéticas, a la calificación (o no) como arte de ciertas cosas bellas (o no): un paisaje, una belleza sin artista, capaz de desencadenar placer estético; una falsificación perfecta indistinguible del original, despreciada como arte; objetos comunes (ladrillos, urinarios, almacenes) considerados obras de arte porque a unos cuantos en condiciones de hacerlo les da por ahí. Entre unas cosas y otras, con esos mimbres, por decantación, se han acabado por expedir una veintena de trabajos de estética analítica que casi todo el mundo reconoce como canónicos[1]. Todo eso es verdad, sí, pero no rectifica lo fundamental: que los afanes de los analíticos pintan bastante poco en la facturación editorial de los estetas. Entre las diversas explicaciones de esa circunstancia, de por qué la filosofía analítica ha llegado tarde, y acaso mal, al tercer gran dominio clásico de la reflexión filosófica –junto con el conocimiento y la moral–, hay una que es mi favorita y que no recuerdo haber visto por ninguna parte: que en el campo del arte los analíticos no han podido ejercer aquello que saben hacer mejor, esto es, diseccionar las reglas que rigen el funcionamiento del domino a examinar. La razón es inmediata: malamente pueden diseccionar los criterios de tasación cuando desde un tiempo para acá el programa que ha regido el mundo del arte –si a eso puede llamársele programa– es que no hay criterios y que, si los hay, lo que debe hacerse es acabar con ellos, en especial en la plástica, el género que casi monopoliza las discusiones estéticas.