Un necesario cambio de perspectiva para actualizar el manual de convivencia (original) (raw)

Esta época del año, en la que la mayor parte de los colegios en Colombia inicia su calendario académico, es el momento preciso para poner la atención en una herramienta institucional que debe ser actualizada anualmente: el manual de convivencia. Este proceso de actualización, cuando es realizado de manera participativa, ofrece una oportunidad de aprendizaje significativo para todos los actores de la comunidad educativa, respecto a lo que significa ser un ciudadano activo. En un colegio confluye diariamente la diversidad: de culturas, razas, géneros, ideologías, creencias, edades, identidades sexuales, entre otras, inherentes a las personas. Y en un lugar en donde se establecen múltiples relaciones entre actores diversos, que buscan un mismo fin educativo, pero que en el trayecto de alcanzarlo divergen en multitud de aspectos, es imperativo que exista una serie de acuerdos mínimos, que contribuyan a crear climas escolares en donde se saque el mejor provecho del ejercicio pedagógico. La definición de dichos acuerdos de manera participativa debería ser el eje principal de los manuales de convivencia. Sin embargo, en la práctica, en muchos colegios son documentos que contienen una lista de prohibiciones para los estudiantes, con sus respectivas sanciones, definidas de manera unilateral; al que deben acogerse los alumnos por temor al castigo, más que por una apropiación crítica y reflexiva de lo que contiene. En este sentido, es frecuente que frente a una falta o a una situación que afecta la convivencia, los colegios se limitan a aplicar la sanción que corresponde según dicha falta sea leve, grave o muy grave, y poco atienden al desarrollo de acciones pedagógicas o estrategias que permitan restablecer las relaciones entre los actores involucrados.