Ponce de León, obispo y mártir (original) (raw)
Estas páginas tienen como única intención la de honrar la memoria de quien fuera el pastor que en la diócesis de San Nicolás llevó adelante la primera recepción del Concilio Vaticano II y uno de los pocos obispos que se enfrentó con la dictadura militar por defender a las víctimas del terrorismo de Estado: monseñor Carlos Horacio Ponce de León. Tómense estas reflexiones como un filial homenaje a su memoria en el año del 40 aniversario de su muerte. No pretendemos aquí adelantarnos al juicio de la Iglesia proclamándolo mártir, pero sí queremos hacernos seriamente la pregunta sobre la pertinencia de este título. Hoy, transcurridos más de treinta años de vida democrática, los argentinos somos conscientes de que en esa etapa triste de nuestra historia el gobierno de facto -so pretexto de “poner orden” ante el espiral de violencia fratricida que comenzó con el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955-, desplegó todo tipo de actividades de terrorismo de Estado. Acciones criminales que en algunos casos buscaban reprimir la violencia guerrillera, pero que por tratarse de crímenes perpetrados con el poder del Estado tienen una responsabilidad cualitativamente distinta que los delitos cometidos por civiles. Para el gobierno militar de aquellos años, todo era válido para sacar de en medio a quienes consideraba enemigos: secuestros clandestinos, torturas, vuelos de la muerte, desaparición de personas, apropiación y venta de bebés, y asesinatos bajo apariencia de accidente, entre otras muchas crueldades que duele recordar. Basta una ojeada al libro Nunca más para volver a estremecerse con el infierno de esos tiempos que –en palabras del poeta Juan Gelman- sigue crepitando en la memoria de quienes aún hoy esperan alguna noticia de sus desaparecidos. En esa situación de angustia infinita eran pocas las puertas a las que podían llamar confiadamente. En San Nicolás, una de esas puertas fue la del obispo: monseñor Carlos Horacio Ponce de León. En su despacho recibía permanentemente a familiares de detenidos o desaparecidos cualquiera sea su signo político e intercedía por ellos tocando cualquier resorte de poder que tuviera a su alcance. Su corazón de pastor se conmovió profundamente por el dolor de estas madres y, como el buen samaritano, hizo acción de esa compasión aún a riesgo de su prestigio y su vida. Por lógica decantación, su actitud de compromiso con estas víctimas fue derivando en un enfrentamiento con las autoridades militares. Fue en ese clima de decidida hostilidad que el entonces obispo de San Nicolás encontró la muerte en un dudoso accidente de tránsito. En la fría mañana del 11 de julio de 1977, en la vieja ruta 9, camino a Buenos Aires, a la altura de Ramallo una camioneta Ford F100 que viene en sentido inverso y se cruza repentinamente en su camino. El impacto brutal del frágil Renault 4 en la puerta derecha de la camioneta deja malherido a Ponce de León, quien -luego de ser atendido en el hospital de Ramallo- muere en una clínica en San Nicolás. La justicia todavía investiga las causas de su muerte. Al igual que con Angelelli, hubo un rápido y breve proceso judicial a poco de su muerte, en pleno auge del poder del gobierno militar. Luego de una sumaria investigación, -que no incluyó más relato de los hechos que el del presunto conductor de la camioneta, ni una autopsia al obispo, ni una investigación de la conexión entre la empresa dueña de la camioneta y el Ejército-, el chofer que hizo la “maniobra imprudente” fue inhabilitado para conducir vehículos durante cinco años. Mucho tiempo después, en 2006, la justicia abre una nueva investigación sobre la muerte del obispo. Se amplía con varias declaraciones testimoniales, estudios de peritos en accidentología, exhumación del cuerpo y documentos aportados por la Secretaría de Culto de la Cancillería y la Conferencia Episcopal Argentina, entre otras cosas. Pero luego del entusiasta impulso inicial, hoy el proceso sigue sin resolución y las investigaciones avanzan a una velocidad muy cercana al estancamiento. En este contexto, podemos hacernos estas preguntas: ¿qué sucede si la justicia nunca se pronuncia sobre las causas de su muerte?, ¿o si declara que fue realmente un accidente?, ¿podemos recordar a Ponce como mártir si no hay pruebas de que fue asesinado? A simple vista, esta cuestión puede parecer menor para muchos que ya valoramos el testimonio de entrega martirial de este obispo. Pero creemos que merece ensayarse una respuesta desde la historia y la teología para hacer justicia con la memoria de Ponce de León y su modo de encarnar el ministerio episcopal en la encrucijada del posconcilio y la etapa más difícil de nuestra historia reciente. Y para difundir su ejemplo, que como el de tantos que dieron su vida por la fe, siempre es una semilla fecunda en la vida de la Iglesia. Decimos que la respuesta debe buscarse en la historia y en la teología porque para pensar si murió como un mártir debemos preguntarnos por los hechos históricos que rodearon y precipitaron su muerte y sobre la noción teológica del martirio. Este es el camino que seguiremos en nuestra exposición. Primero presentaremos el contexto de amenazas reales que vivía el obispo y su perseverancia en una actitud de compromiso con las víctimas de las acciones criminales del gobierno, siendo plenamente consciente de que eso lo ponía en un serio peligro de muerte. Lo haremos sobre todo desde los informes secretos que enviaba el teniente coronel Saint Amant desde San Nicolás denunciando el “accionar subversivo” de este obispo que dirigía “fuerzas enroladas sustancialmente en las filas del enemigo” (sic). La sola lectura de esa correspondencia deja, a cualquiera que no niegue lo que pasaba en la dictadura, la fuerte sensación de que Ponce estaba condenado a muerte. Luego intentaremos presentar sucintamente una noción posconciliar y latinoamericana de martirio, que incluye el compromiso con la justicia y los derechos humanos contando con la posibilidad cierta de la muerte, tal como se utilizó para solicitar la canonización de monseñor Romero en El Salvador y -suponemos- se intentará en el proceso de monseñor Angelelli.