Los Fortines Santiagueños (original) (raw)

La historia de los fortines es la historia de los pueblos ribereños del Salado, es la historia dramática de muchos siglos de dolor y de sangre, pero también es la re memorización de un sueño de grandeza: la navegación del Rio Salado cuyos mentores fueron los Taboada. El Río Salado atraviesa la provincia de NO. a SE., viendo de Salta y penetrando a Santa Fe, para desembocar en el Río Paraná. El río en partes corre por un lecho encajonado y, en otras, se abre en ancho, formando grandes lagos durante las crecidas. Es en este trayecto, de payas anchuosas donde el cauce se vuelve voluble y tornadizo, donde las aguas cambian de curso, alejándose de las poblaciones produciéndoles sequias y otras arrasándolas con sus aguas. Desde la conquista hasta el último tercio del siglo XIX, el Río Salado fue la frontera de la civilización y la barbarie. Más allá de él, existían los boques, la vasta y misteriosa región del Chaco, donde moraban los indios que con sus hordas bárbaras irrumpían de tiempo en tiempo sobre las poblaciones ribereñas asolándolas y cometiendo en ellas toda suerte de depredaciones: incendios, robos, saqueos, crímenes. En esta frontera se levantaron pues los fuertes o fortines. Estos fueron la reacción más precaria del esfuerzo humano. Dentro de estos se encontraba la población con sus ganados y frutos que cuando más seguros estaban se escuchaba el alarido salvaje del malón. Tres siglos fueron necesarios para el triunfo de la civilización y en este triunfo los fortines fueron la vigía del progreso, la atalaya (torre) que avizora el dilatado confín, los fortines fueron el núcleo que acaudilló las esperanzas y sostuvo las fuerzas del alma abatidas por la decepción y el pesimismo. Las fronteras fueron durante tres siglos la obsesión de los gobiernos. Ali iban a para los gravámenes y los impuestos, los costos de los hacendados y las tasas de la ciudad. Allí se dirigían también los contingentes de reclutas y tropas, aquellos que acudían voluntariamente o los que eran convocados en levas incesantes para el socorro de las poblaciones amenazadas. Los fortines y la larga lucha contra el indígena constituyeron la hemorragia más grave de sangre y recursos que afrontó Santiago del Estero. Y, sin embargo, muy pocos conocen esta importante contribución de la provincia a la causa de la civilización y aún los beneficiarios de este esfuerzo, Tucumán, Córdoba, Santa Fe, Salta y Catamarca, desconocen u olvidan que durante muchos años Santiago salvó sus intereses a costa de sus propios recursos, combatiendo sola, abandonada, contra el enemigo común. En el territorio de la provincia de Santiago del Estero se erigieron en el siglo XVII los siguientes fuerte: el de Inquiliguala, el de Calabalax, el fortín Chincho, el de Concepcion de Mancapa, el de Lasco y las Higuerilla. Todos ellos obedecían a un tipo común de construcción: una empalizada de palo a pique rodeando el área del fortín, un descampado en torno para otear el peligro, un rancherío para la soldadesca, los cubos o casillas para el centinela (soldado que vigila un puesto), un rancho más cómodo para la guardia y hacia una de los frentes, un mangrullo (torre), debajo del cual se encontraba el cañón, más para la alerta que como pieza de defensa. Hay una precisa y clara instrucción reglamentaria sobre la forma de actuar de los jefes y oficiales de estos fuertes. Esta instrucción la expresa un documento escrito por Joseph de Aguirre a principios del siglo XVIII para los ocupantes del Fuerte de la Concepción de Mancapa: se despacharan dos soldados y un cabo (siendo los tres los mejores, los de mayor cuidado y vigilancia y de la