FABULAS LEYENDAS Y REFRANES (original) (raw)
Vivieron en una ocasión y en una mismo establo un caballo y una cabra. Al caballo siempre le sacaban a pastar y a pasear muy temprano por un camino precioso y lleno de hierba tan fresca y rica como jamás se había visto por la zona. Al contrario que al caballo, a la cabra la sacaban a pastar por un prado situado en un camino muy lejano y conformado por hierbas tristes y secas. El caballo, presuntuoso y altivo, en lugar de sentir lástima por su compañera la cabra, tendía a burlarse de ella y de su situación: • Es increíble cómo eres capaz de pastar por esos caminos aislados y tan poco agradecidos. Yo no podría pastar donde tú lo haces. ¡Se atragantaría mi brillante y suave cuello! La buena noticia es que yo no tendré que hacerlo, porque no soy una insignificante cabra. La cabra, por su parte, dejaba que el caballo se desahogara con sus maleducadas palabras con un sabio silencio por respuesta. Pero un día todo cambió para ambos. En el establo metieron de buena mañana a un caballo tan fuerte, que casi parecía un roble, y desde entonces, las mejores hierbas fueron para él. El caballo viejo y arrogante tuvo que acompañar en lo sucesivo a su compañera la cabra a la hora de comer, a la que tanto había humillado. • Así que tú no podías comer ni comerías por nada del mundo la hierba de estos caminos, ¿no? Pues no sé qué haces aquí entonces comiéndote mi preciado sustento…-Dijo la cabra irónicamente mientras contemplaba al desdichado caballo. El caballo compendió poco a poco, junto a su compañera la cabra, que en la vida es muy importante no decir nunca el de este agua no beberé. Porque…,nunca se sabe lo que puede pasar! La Liebre y El Violín Hubo una vez una liebre que vivía en un bosque y que disfrutaba enormemente con todo aquello que la rodeaba. Aquella liebre sabía disfrutar de la vida, y cosas tan sencillas como mirar los elementos de la naturaleza o al resto de animales del bosque, la colmaba de felicidad. Aquella liebre encontró, en una ocasión, un viejo violín abandonado en una de tantas excursiones que realizaba para explorar cada uno de los rincones del bosque. No dudó en toquetear sus cuerdas como podía, en busca del atractivo de aquel instrumento, y en busca también de pasar un rato divertido más. La liebre aprendía muy rápido, y tanto gusto le cogió a tocar el violín, que día y noche procuraba distraerse con su música. Pero aquella música no era miel para todos los habitantes del bosque que, cansados de escuchar sus recitales a todas horas, comenzaban a sentirse incómodos con la actitud de su amiga la liebre. • ¡Vamos liebre! Deja de tocar ya un poco ese violín, y acompáñanos a buscar provisiones para el invierno, que ya está cerca. – Dijo una vecina. Pero la liebre no hacía caso a nadie, tan entusiasmada como estaba con su violín, y continuó tocando aquellas viejas cuerdas sin parar. La liebre buscaba aprender a tocar bien el instrumento, porque le encantaba superarse a sí misma y aprender cosas nuevas, pero tanto se cegó con aquel violín que no supo darse cuenta de que el invierno ya estaba llegando. Cuando por fin llegó, la liebre se dio cuenta de que no iba a tener nada que comer porque no había recolectado nada para hacerlo, y tuvo que ir a casa de sus vecinas a pedir alimentos. Afortunadamente, la liebre seguía siendo querida por todos sus vecinos del bosque y no dudaron en darle cuanto necesitaba, pero ella comprendió con aquello que no había obrado con responsabilidad y que había sido muy egoísta. Entonces, para corresponder a todas aquellas buenas amistades, la liebre (que ya dominaba el violín como el mejor de los músicos de tanto que había practicado) no dudó en dedicarles preciosas canciones a todos en señal de gratitud. ¡Qué rápido pasó aquel invierno y qué bien lo pasaron todos!