Escribano, Eva. (2015). Silencio obligado (original) (raw)

e han saludado entre ellos a las puertas del bar con esa manera algo mecánica que tienen de saludarse. Como sabiendo y no lo que tienen que hacer, lo que se espera de ellos en cada momento, con palmaditas en los hombros, como midiendo la efusividad. "No nos vemos desde hace meses", explica Christian, el Buen Alemán, mientras entramos, y a mí la explicación me vale y pienso que entonces saludarme a mí ha sido algo fácil para esta gente porque solo han tenido que extender la mano y, si acaso, medir la fuerza con la que me apretaban los nudillos. Simplificar los movimientos les sienta bien. Con Christian han tenido que elegir el ángulo de los brazos, el tiempo de palmeteo en el omoplato, la distancia entre caderas y la sonrisa de después. Conmigo ha sido simple y directo. Creo que hasta les he hecho un favor. Son gente de provincias, amigos de Christian que surgieron en racimos en las soledades de la campiña bávara, ahora estudiantes de una ciudad provincial, Ratisbona. Con éstos no puede haber problema, pienso, porque parecen gente campechana y franca. Probablemente ni siquiera hayan entablado relación con una española de esta manera en meses, o incluso años, así que les resultaré curiosa, hasta cierto punto atractiva. Naturalmente caeremos en las conversaciones sobre estereotipos nacionales que tanto salvan el pellejo durante los silencios en la mesa; pero no hay problema porque para eso estoy en Alemania, me recuerdo, para empaparme de su cultura y que ellos se empapen de la mía. En parte, claro. La realidad es que he venido a Alemania porque no me quedó otra. No porque fuera mi deseo intrínseco el compartir espacio vital con alemanes o el aprender las Wunderwerke * Capítulo de la obra ¿Te has venido a Alemania Pepe? Relatos de nuevos inmigrantes españoles en Alemania coordinada por