La imagen-tiempo deleuziana como marco para el desarrollo de deseos perversos: temporalidades queer en "La Ciénaga" (Lucrecia Martel, 2001) (original) (raw)

2018, ¿Qué es el cine? IX Congreso Internacional de Análisis Textual (Coord. Mercedes Miguel Borrás)

Definida en ocasiones como "aburrida", "La ciénaga" (Lucrecia Martel, 2001) continúa la tradición del cine lento propia de directores como Jia Zhangké o Bela Tarr, caracterizada por el uso de tomas largas y elipsis constantes, por el debilitamiento de las relaciones causa-efecto, y por el – en ocasiones tedioso – retrato de los tiempos muertos y la monotonía. Se trata de un film en el que no hay un antes y un después, en el que no existen ni progreso ni linearidad, sino sensaciones, deseos y memorias – de orden más sensual que visual, – un film que obliga al espectador a sincronizarse físicamente a un ritmo pausado, creando un orden cronológico en el que no hay sino ausencias y círculos. Un cine, en otras palabras, de la durée Bergsoniana, en el que el tiempo se percibe como un todo indivisible, como un presente infinito que invita al hedonismo como método para combatir el tedio y la inacción - al fin y al cabo, tal y como explica Jameson, "cuanto no te queda nada más que tu propio presente temporal, se deduce que no te queda nada más que tu propio cuerpo." (2013: 651) A través del uso de imágenes-tiempo que trasladan el foco de la acción y el movimiento a la dimensión sensual de las imágenes, el lenguaje visual de Martel permite de este modo la aparición de lo "irracional e inaceptable"; es decir, de lo queer, de esos deseos perversos que no se centran en objetos edípicos aislados (las metas narrativas), sino que inundan toda la textura del film: en "La ciénaga", primos desean a primos, y niñas de clase alta, a sus mucamas indígenas. La suspensión del tiempo narrativo puede de este modo entenderse como una estrategia para visibilizar los deseos no-normativos existentes en toda relación humana, y es precisamente ese deseo, entendido a la manera de Deleuze, el único antídoto contra el tedio construido mediante la puesta en escena claustrofóbica y el cenagoso fluir del tiempo en la obra de Martel.