Desde el cielo y en descenso hasta el monumento (original) (raw)

Viaje y memoria en La piel del cielo

Balajú. Revista de Cultura y Comunicación de la Universidad Veracruzana., 2016

En la novela La piel del cielo (2001), Elena Poniatowska forja la imagen singular de la memoria del desarrollo de la astronomía y de la astrofísica en nuestro país, enlazada a otra memoria: la del conocimiento ancestral y empírico presente en vastas regiones de México y que, vía la oralidad y el juego, son transmitidos por una madre cuyo único anhelo es que sus hijos aprendan. Asimismo, son recreados algunos de los diversos sentidos que adquiere el viaje, entre ellos: el del tránsito hacia el conocimiento científico y el del encuentro con uno mismo; porque ¿qué otro sentido puede tener ir al encuentro de una estrella que no sea el de ir al encuentro de nosotros mismos?

Recordar el ascenso al Cielo: ars memoriae y devoción en una "Escala celeste" cuzqueña del siglo XVIII.

Patricia A. Fogelman y María Florencia Contardo (Editoras). Actas electrónicas del V SIRCP: Quinto Simposio Internacional sobre Religiosidad, Cultura y Poder. Buenos Aires: Ediciones del GERE, 2014., 2014

Este trabajo los autores indagan las probables fuentes cercanas a una "Scala Celestis" cuzqueña de fines del siglo XVII o principios del XVIII, además de proponer una interpretación de los hábitos contemplativos vinculados a la meditación religiosa a los que esta pintura apela. Además se tratan los contenidos emotivo y retórico de los elementos que la componen , que buscaban el compromiso emocional y físico del espectador de la época.

Retrospecci ón sobre "Piedra y cielo

Escribe: CARLOS LOPEZ NARV AEZ Cuando se intente hablar del episodio lírico del Piedrace-lismo-su estricto perímetro literario es ese hay que partir de una realidad que a su vez implica por sí misma una aclara-ción crítica: la de que el Piedracelismo nació pura, sencilla y editorialmente como un hecho sin preparación ni precedencia orgánica, sin propósito ni programa, o par.a hablar en el dia-lecto adecuado, sin manifiesto de escuela, de institución objeti-vamente O'rganizada. Un día se le ocurrió-y muy felizmente, por cierto-al poeta Jorge Rojas emprender la publicación de una serie de cuadérnos de poesía-y esto sí tenía antecedentes muy notables pero, como siempre, muy efímeros-para individual dedicación al grupo circunstante o contemporáneo del poe-ta de La forma de su huída, primer poemario del mecénico lí-der y editor de Piedra y cielo. Y fue así como alcanzara a ver la luz, en lindos fascículos, y én desfile alineado por edad, el grupó integrado con Tomás v ·argas

El color que cayó del cielo

Al oeste de Arkham las colinas se yerguen selváticas, y hay valles con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se inclinan fantásticamente, y donde discurren estrechos arroyuelos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol. En las laderas menos agrestes hay casas de labor, antiguas y rocosas, con edificaciones cubiertas de musgo, rumiando eternamente en los misterios de la Nueva Inglaterra; pero todas ellas están ahora vacías, con las amplias chimeneas desmoronándose y las paredes pandeándose debajo de los techos a la holandesa. Sus antiguos moradores se marcharon, y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado, y los polacos llegaron y se marcharon. Y ello no es debido a nada que pueda ser oído, o visto, o tocado, sino a causa de algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación, y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo que mantiene a los extranjeros lejos del lugar, ya que el viejo Ammi Pierce no les ha contado nunca lo que él recuerda de los extraños días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desequilibrada durante años, es el único que sigue allí, y el único que habla de los extraños días; y se atreve a hacerlo, porque su casa está muy próxima al campo abierto y a los caminos que rodean a Arkham. En otra época había un camino sobre las colinas y a través de los valles, que corría en mi recta donde ahora hay un marchito erial1; pero la gente dejó de utilizarlo y se abrió un nuevo camino que daba un rodeo hacia el sur. Entre la selvatiquez del erial pueden encontrarse aún huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha invadido todo. Luego, los oscuros bosques se aclaran y el erial muere a orillas de unas aguas azules cuya superficie refleja el cielo y reluce al sol. Y los secretos de los extraños días se funden con los secretos de las profundidades; se funden con la oculta erudición del viejo océano, y con todo el misterio de la primitiva tierra. Cuando llegué a las colinas y valles para acotar los terrenos destinados a la nueva alberca, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Esto me dijeron en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de leyendas de brujas, pensé que lo de embrujado debía ser algo que las abuelas habían susurrado a los chiquillos a través de los siglos. El nombre de "marchito erial" me pareció muy raro y teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de las tradiciones de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran rodeadas de una leyenda de misterio. Las vi por la mañana, pero a pesar de ello estaban sumidas en la sombra. Los árboles crecían demasiado juntos, y sus troncos eran demasiado grandes tratándose de árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque había demasiado