Historia y utopía: la función política del mito (original) (raw)

Con excepciones significativas, los intelectuales del Primer Mundo repiten al unisono el mismo lema: vivimos en el mejor de los mundos posibles, en una época donde las deficiencias de una Historia catastrófica se han superado y donde podemos ser, al tiempo, beneficiarios, actores y espectadores privilegiados del triunfo definitivo del hombre sobre la naturaleza y de los valores "humanizadores" sobre nuestra voluntad, enferma y depredadora. La Historia, sangrante éxodo hacía la pacificación de la existencia y la libertad, ha alcanzado sus objetivos, y, por ello, se la invita a desaparecer. Las expectativas de Hegel se han cumplido, y lo racional, en la medida en que ha llegado a hacerse real, transforma la realidad en racionalidad perfecta, lo que es en lo único que pudo ser y en lo que debe ser, el hecho en norma y necesidad. La Historia queda, por su victoria, justificada. Nuestro tiempo se autoproclama medida de todas las cosas. El círculo se cierra, y así, desde su clausura se dictamina la insensatez (y la inmoralidad) de cualquier trascendencia contrafáctica. Es el fin de la utopía, el acta de defunción de una imaginación que, proyectada fuera del mundo, mostraba en sus creaciones la irracionalidad de la experiencia sobre la que se sostenía. Extirpadas las deficiencias de lo real, no hay lugar para proyecciones. Identificados el ser y la apariencia, se disuelven dualidades incómodas. La denuncia de lo perfecto pasa a ser ''blasfemia contra el espíritu santo de las cosas". La Utopía se ha cumplido y, por ello, se desvanece en su realización. Cuando disponemos de todo lo esperable, nada cabe esperar ya. Una perspectiva así podrá halagarnos, pero es difícil que llegue a convencemos. Descubrimos demasiadas grietas en la pétrea estructura de ese Ser parmenídeo con el que, supuestamente, se identifica la sociedad actual; grietas que el lenguaje del poder presenta como "accidentes subsanables",