“Una ofrenda musical”, reseña de A Love Supreme y John Coltrane. La historia de un álbum emblemático, de Ashley Kahn (Barcelona, Alba, 2004) y John Coltrane. Jazz, racismo y resistencia, de Martin Smith (Ediciones de Intervención Cultural, Mataró, 2003). Revista de Libros, 2005, págs. 10-12. (original) (raw)

Creo que Amiri Baraka lo dijo muy bien: «Aunque era maravilloso escuchar a Coltrane, también resultaba un poco aterrador. Era como observar a un hombre maduro aprendiendo a hablar».Y Cornel West debía de apuntar en una dirección parecida cuando proclama: «Hay un no sé qué espiritual en su música [...] en su lucha hay bondad y ternura, pero esa lucha es intensa y feroz. Es posible escuchar a Coltrane y decirse: "Oh, Dios mío, en su sonido no hay más que cólera y enfado, no es capaz de imponer orden en ese caos enfurecido"» [1]. Pese a todo lo que se haya dicho y escrito, la sensación sigue ahí: ¿qué movía realmente toda aquella música, a veces serena, a veces angustiosa, por momentos piadosa, en ocasiones diabólica? ¿Qué latía dentro de aquel vacilante y hermético hijo de Hamlet que llegó a convertirse en la voz suprema del jazz? . ¿Por qué tanta confusión y tanta luz, tanta tensión y tanta liberación? ¿Qué dio lugar a semejante mezcla de instinto y forma, de violencia y belleza? ¿Por qué tanta afirmación y tanto vacío? ¿Es posible componerse y descomponerse en un solo gesto musical? ¿Por qué, en definitiva, Coltrane acabó siendo un «gigante que se destroza a sí mismo» (por aplicarle un epigrama que Whitman inventó para Emerson)? Primero, y sobre esto no creo que haya discusión, gracias a Coltrane el jazz descubre el drama en su propio interior, la lucha de una voz en busca de sí misma, el alumbramiento de una identidad, el ansia de encontrar una lengua vernácula. Con Coltrane, sin duda, el jazz se convierte en escenario de una dolorosa lucha espiritual que trastorna los esquemas musicales. Coltrane lleva la tradición al límite, fuerza el saxo tenor, bramando por encima de su registro, o hace chirriar al saxo soprano hasta extremos dolorosos. Segundo, y ésta sería la otra cara de la misma historia: gracias a Coltrane el jazz también descubre el drama social a su alrededor. Grandes figuras del jazz padecieron el racismo y, a su manera, lucharon por sueldos y contratos dignos, y no papelinas de heroína como pago por una tarde de grabación. El racismo y la lucha siempre estuvo ahí, pero con Coltrane el jazz adquiere conciencia social, o la conciencia social alcanza su expresión musical, como se prefiera. El caos de Coltrane, el bramido agudo y el trance extremo, los arpegios hipnóticos, la dicción desarticulada pero encendida, la voz ahogada pero fervorosa, todo ello se convierte en emblema de la lucha racial. La cuestión parece sencilla: ¿cómo se orquestaron las dos caras de la historia? La historia musical y la historia social no tienen el mismo tempo, cada esfera tiene una relativa autonomía, sus avances y retrocesos no son iguales y, por tanto, la verdadera cuestión es otra: ¿qué pasa en un momento dado para que forma musical y Página 1 de 7