Adriana Rodríguez Pérsico, Relatos de época. Una cartografía de América Latina [1880-1920]. Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2008, 528 páginas (original) (raw)

Relatos de época se quiere cartografía. Aprendimos, con Lacan, que la carta puede estar a la vista, aunque bien podemos no verla. Además, aprendimos con Deleuze que una carta no es un mapa y que la cartografía descree de la mímesis, aunque eche mano de lo mimético. Una cartografía como la de Relatos de época quiere pues contar una época, el medio siglo liberal, mediante un principio económico distante tanto del tacaño patrimonialismo de menudeo, como del descriptivismo de antropólogos biomédicos. La idea no es sacar provecho de lo nimio, ni vivir de la renta de la tradición para crear, a partir de deshechos, las sobras del prorrogado festín. Al contrario, se trata de sacar lo máximo de lo máximo, gastar con prodigalidad, guiándonos por Apolo, el conductor de las musas, suerte de Dionisos transfigurado, cuya divisa bien podría ser la del dispendio: A piacere. El resultado es un Libro extraño, como el de Sicardi, un libro-síntesis. Emparentado pues con la creación de fuerzas, el rapsodismo de Relatos de época nos instala en el tiempo del comienzo, de un origen anoriginal, de un salto al vacío, Ursprung, diría Benjamin. Y eso provoca que la misma escritura del libro no se detenga en la convención de una forma, de un género, sino que salte, atraviese campos, tienda puentes. Relatos de época es un Decameron Belle-Époque. Por los mismos años evocados por Adriana Rodríguez Pérsico, el sociólogo francés Gabriel Tarde publicó un texto utópico, Fragmento de historia futura (1896), en el que nos presenta una prospección de la modernidad occidental, augurándole un tiempo cavernícola de hibernación. En esa sociedad confinada en grutas, creía su autor que, a partir de la decadencia de astros y meteoros, habiendo sido convertidas faunas y floras en pura paleontología, caerían tales saberes positivos del pasado en el más completo olvido. Pero, al contrario, ese abandono del factum, provocó un original interés por la signatura rerum, o sea, una tendencia a apoyarse en la autoridad de la biblioteca, en detrimento de la autoridad de la biblia, como nos lo muestran los casos de Lima Barreto o Ramos Mejía aquí analizados. La riqueza de la biblioteca, nos dice Tarde, jamás deja corto a un ingenioso teórico, y basta con juntar copiosamente, en un mismo banquete fraternal, las opiniones más contradictorias para constatar que las cuestiones inútiles y hasta molestas, tienen la virtud de arrebatar, siempre y cuando sean insolubles. En esa sociedad futura, los enigmas científicos apasionarían a las masas, del mismo modo que las querellas religiosas, porque la ciencia se habrá convertido en religión y los científicos, habiendo descendido a fabulosas profundidades, habrán conseguido resolver problemas aparentemente insolubles, haciendo de lo anestésico un requisito de la estesía diseminada y provocando además que el Arte no sea sino un trato con lo Real. "La muerte se nos presenta como un destronamiento liberador, que devuelve a sí mismo el Yo destituido o dimitido, descendido de nuevo a su horno interior donde encuentra en las profundidades algo más que el equivalente del imperio exterior perdido" (Tarde 96). De ese magma de Tarde derivarían, mucho después, las arqueologías de Foucault, los diagramas de Deleuze y esta cartografía de Pérsico. Esos modos de componer, que son modos de pensar, nos ilustran que lo moderno, entonces, no sería el tiempo sinfónico de las multitudes homogeneizadas por la batuta del conductor, bajo la formasonata aprendida en el Conservatorio, sino el tiempo rapsódico de los públicos cambiantes, cuando la diversificación más radical impone una heterogeneidad radical en que uno bien puede pertenecer a muchos públicos y a muchos tiempos, aunque sólo a una multitud o a una época. Pero para que se imponga lo rapsódico es imprescindible modelar, de nuevo, los materiales. Rubén Darío pedía labrar el verso y Eduardo Holmberg hace algo de ello con los nombres de sus personajes, prefigurando el nominalismo corrosivo e irrisorio de Arturo Cancela con su profesor Landormy. Acompañamos así, con desbordado interés, las aventuras de Cachimbo Pérez, Pascasio Grifritz, el profesor Meter Yampol Barañù Burbullus, o incluso de Horacio Kalibang, el paradigma de los autómatas, donde resuenan el Calibán shakesperiano, pero no menos el caníbal caribeño, aun cuando filtrado por los kaingangue, esos nativos que el yerno de Holmberg, Ambrosetti, supo describir en la frontera argentino-brasileña. O sea, el doble humano es un retorno de lo primitivo, resume Adriana, al analizar textos como "Yzur" de Lugones o "El mono ahorcado" de Quiroga. Esos ejercicios de lectura, como diría el mismo Holmberg, son auténticas filigranas de cera.