Karl Schlogel - En el espacio leemos el tiempo (original) (raw)
2007, Karl Schlogel - En el espacio leemos el tiempo
La historia no se desenvuelve sólo en el tiempo, también en el espacio. Ya nuestra lengua no deja duda acerca de que espacio y tiempo se corresponden indisolublemente. Los sucesos «tienen lugar» en algún sitio. La historia tiene «escenarios». Hablamos de «lugar de los hechos». Nombres de capitales pueden convertirse en rúbrica de épocas e imperios enteros. Hablamos de «campos de batalla de la historia» y de «campo de acción», de esfuerzos «del pueblo llano» o relaciones en un «plano de igualdad» y también de «altos mandos» y «alturas del poder», de «vía crucis de sufrimientos» como de «horizontes de expectativas». El espacio resuena en las metáforas del «panorama político» con su «derecha», su «centro» y su «izquierda». Aun en la abstracción de un metalenguaje nos vemos remitidos a «tópicos» o a la «posición» histórica y social de las ideas. Esos enunciados son tan elementales y parecen entenderse por sí solos hasta tal punto que rápidamente se desechan juzgándolos «lugar común» o ni siquiera se los encuentra merecedores de comentario alguno. Pero a veces lo nuevo comienza por una conversación acerca de algo que por mucho tiempo se ha venido entendiendo obvio, o aun por el mero recuerdo de algo caído en el olvido: en el presente caso, lo espacial de toda historia humana. Al escribir historia se sigue habitualmente el orden del tiempo; el patrón fundamental de la historiografía es la crónica, la secuencia temporal de acontecimientos. Ese predominio de lo temporal en la narración histórica como en el pensamiento filosófico ha adquirido poco menos que un derecho consuetudinario que se acepta tácitamente sin preguntar más, como ya señalaran Reinhart Koselleck y Otto Friedrich Bollnow. La carencia de dimensión espacial no llama ya la atención. Pero luego hay momentos históricos en que se diría que una venda cae de los ojos. De golpe se hace claro que «ser y tiempo» no abarcan la entera dimensión de la existencia humana, que Fernand Braudel tenía razón cuando titulaba al espacio «enemigo número 1»: la historia humana como lucha contra el horror vacui, esfuerzo incesantemente encaminado a domeñar el espacio, dominarlo, y finalmente apropiárselo. El presente libro pretende averiguar qué ocurre cuando se piensa y describe también en términos espaciales y locales procesos históricos. Hacerlo así es tomar en serio la unidad de acción, tiempo y lugar, y pretende llegar a hacerse una idea de aquello que los estadounidenses llaman con tino y concisión incomparables Spacing History. En lo que sigue, el mundo que nos encontremos se leerá a modo de libro de historia grande y singular en que el ser humano ha inscrito sus jeroglíficos. Pero si ya Hans Blumenberg era cauto sobremanera al utilizar la metáfora «legibilidad del mundo», y señalaba que no se trataba de leerlo a modo de libro, ello vale aún más para el presente ensayo: no es tanto leer textos cuanto salir al mundo y moverse en él en la forma paradigmática y primaria de explorar y descubrir. De ahí que esa frase de Friedrich Ratzel, «en el espacio leemos el tiempo», parezca el lema más preciso que quepa pensar para las incursiones e intentos de descifrar e interpretar la historia del mundo emprendidos en el presente libro. En calidad de historiador que por lo demás trabaja en temas de historia de la Europa oriental, rusa para ser más preciso, quizás deba su autor indicar razones por las que se ocupa así de cuestiones de historiografía más generales, teóricas y metodológicas. Es el caso que una forma expositiva que gire en torno al lugar histórico ha resultado ser la más adecuada para figurarme y hacerme presente la historia. Así fue en mis estudios sobre Moscú, la modernidad en Petersburgo o el Berlín ruso de entreguerras, así como en numerosos ensayos sobre ciudades de la Europa central y oriental. El lugar siempre se acreditó el más adecuado escenario y marco de referencia para hacerse presente una época en toda su complejidad. El lugar mismo ya parecía salir fiador de la complejidad. Tenía derecho de veto frente a esa parcelación y segmentación del objeto favorecida por la división en disciplinas y por la del trabajo de investigación. El lugar mantenía en pie al contexto, y directamente exigía reproducir en lo intelectual esa yuxtaposición y sincronía de asincrónicos. Referir al lugar conllevaba siempre el callado alegato en pro de una histoire totale, al menos a título de ideal e imagen de la meta, aunque seguramente en la realización no se lograra. De ahí se desprendían también registros y modos narrativos de exposición: responsables en conjunto de la unidad temática, o tópica precisamente, de esa «sincronía de asincrónicos», de la copresencia de los actores. Eso conllevaba grandes dificultades, había que descubrir otras fuentes y hacer accesibles desde nuevos costados algunas ya conocidas; pero también franqueaba formas expositivas totalmente nuevas. Escribir historia topográficamente centrada se deriva primariamente del objeto, no del propósito de dotar a una historia «árida» de una pizca de colorido o sabor local. Pero no se escribe un libro por evitar malentendidos, ni tampoco para entenderse uno. Se trata en primer término de probar posibilidades historiográficas, de pasar revista de medios expositivos buscando aquellos que permitan escribir historia a la altura de la época, es decir, del siglo XX con todos sus horrores, discontinuidades, rupturas y cataclismos. Este libro consta de historias, exploraciones y reflexiones, pero aun así no es una recopilación. Todas giran en torno a una idea: ¿qué pasa si se piensa conjuntamente historia y lugar? Todas responden a la cuestión que atraviesa el libro como hilo conductor: ¿qué ganamos en percepción y perspicacia histórica si nos tomamos en serio por fin (de nuevo) espacios y lugares? Si las introducciones son como itinerarios, descripciones de ruta, por tanto, ¿adónde lleva el viaje de este libro? Son unos cincuenta estudios, que se podría llamar paradas, incursiones, tentativas, ejercicios. Tienen algo de entradas de marinos que tantean salientes, islas, cabos. Aun la marcha de la exposición en lo formal tiene que ver con la clave en que interpreta el movimiento. Semeja antes tantear y rondar que caminar resuelto de A a B. Se funda en la inteligencia, ya vieja, de que a menudo se entera uno mejor dando un rodeo que yendo por lo derecho. Aunque desde luego, ni que decir tiene, hay un rumbo escondido que se expresa en los cuatro epígrafes principales, a manera casi de jomadas.