La Memoria De Caprés (original) (raw)

1997, Revista Murciana De Antropologia

Cuando hace unos años presentábamos el proyecto de investigación que ha dado lugar a este trabajo, quisimos justificarlo especulando con unos conceptos preconcebidos como puntos de partida teóricos y teniendo como meta unos determinados objetivos finales. Unos y otros deben servirnos precisamente ahora para explicar las páginas que siguen a esta introducción. Y vamos a utilizar aquellas reflexiones, rebatiéndolas en su fundamento y matices, convencidos tras la experiencia de que todos los planteamientos que esbozamos previamente ni coincidieron con la "realidad" de lo encontrado ni se ajustaron en la conclusión a lo pretendido; y sin embargo, nos sentimos hoy no tanto frustrados al ver burladas nuestras expectativas como satisfechos por lo que pensamos es el principal y tal vez único mérito científico del equipo que realizó esta investigación, esto es, la capacidad de desvincularnos de nuestros propósitos y permitir, en la medida que hayamos sido capaces, que sea el mismo objeto de nuestra investigación, una vez concluida, el que determine el esquema explicativo adoptado. Creemos que para el lector puede resultar interesante conocer con más detalle los aspectos de aquella "declaración de principios" que nos vimos obligados a revisar y que ahora componen una retractatio; debiera servirle este ejercicio de contricción para conocer la evolución experimentada por los autores en el plano de las ambiciones, pero sobre todo para constatar la fuerza con la que se impone, con la que se debe imponer, el trabajo de campo al discurso teórico preestablecido. En primer lugar, erramos entonces al calificar Caprés como un "microsistema de repliegue". Debemos aceptar que esta pequeña aldea del término municipal de Fortuna constituye efectivamente un "microsistema"; en realidad cualquier comunidad donde los elementos que la conforman y que la determinan se interrelacionan configurando un conjunto ordenado es un "sistema"; cualquier comunidad, en tanto que se le admite la condición de comunidad, incluye en su definición la connotación de sistema. Sin embargo al completar esta noción con la locución "de repliegue" intrínsecamente advertimos que ese sistema 11.2. EL "MICROSISTEMA" DE CAPRÉS El visitante que se acerca a las vegas de Fortuna y Abanilla, relativamente fértiles en sus huertas, y con aguas abundantes en sus baños termales y en el río Chícamo, no puede sospechar que, apenas unos kilómetros hacia el norte, se halla una serie de aldeas ocultas en los repliegues de la sierra de la Pila, constituyendo un mundo sólo muy recientemente recordado por la Administración. agrícolas, piezas labradas y talladas en roca ..., vestigios del pasado y de una mente primorosa, demasiado soñadora en la proyección. Si el viajero reposa, contemplativo, y observa el paisaje que se divisa hacia el Sur, no alcanzará a ver la alfombra verde tejida por los cultivos arbóreos de la huerta de Fortuna. Sólo apreciará una llanura mediana, parda ahora, levemente inclinada hacia el mediodía, donde se yerguen algunos olivos y florecen en primavera racimos de almendros. No quedan ya frutales, salvo algún esqueleto leñoso, triste testigo de una riqueza, somera y sobria pero suficiente, del Caprés de otro tiempo. Los bancales de esa llanada están totalmente erosionados, hendidos por las torrenteras. Sus taludes, derribados. Sus mojones, confundidos con los canchales. Sus lindes, ocultas por la maleza. El polvo ha sustituido a la tierra; los ramajes secos, al arado; los perros cimarrones, al ganado. Unos cañaverales sedientos recuerdan el viejo trazado de alguna acequia inservible. Si el espectador mira de soslayo hacia su izquierda, hacia Levante, observará una curiosa colina amesetada, la Mesa. Se trata de un antiquísimo poblado, del Bronce Medio, no muy próspero, que en su día fue utilizado por los habitantes de Caprés para celebrar la fiesta de la Mona de Pascua, y, de paso, recordar intuitivamente a sus antepasados más ancestrales, uniéndose por medio de la comida en un banquete conmemorativo de extrañas raíces ... Algo más allá, siguiendo la cuerda rocosa, se pueden alcanzar las losas pétreas donde, según la tradición, una Encantada, o tal vez fueron "los moros", grabó unos extraños signos, que aún pueden verse, que no entenderse. Precisamente, el cingle que contiene tan misteriosos y crípticos garabatos se asoma al peligroso "Barranco del Infierno", desfiladero estrecho y corto, de paredes casi verticales, por donde desaguaban las torrenteras procedentes de la sierra del Corque, hacia la Vega de Fortuna, con un estruendo, dicen, de mil demonios. Rara vez se aventuraban por aquel paraje los habitantes de Caprés. Poco antes del barranco, se acababan los últimos campos de cultivo, y era inútil pretender colonizar tan raquítico cañón, plagado de aulagas, retamas, adelfas, acebuches, coscojas y otros matorrales espinosos, amén de algún demonio o bruja que habitaba en sus escondrijos. Sólo los niños más traviesos de la aldea se atrevían a descender por sus cascadas para bañar sus juegos y sus cuerpos en los calderones que el barranco ofrecía, abiertos por el agua en su discurrir milenario. Si el espectador, por el contrario, mira hacia el Poniente, verá el cabezo Redondo, un promontorio piramidal, de encaramadas vertientes, donde se instaló otro reducto prehistórico. Entre el cabezo de la Mesa y el Redondo, al fondo de la antigua y fecunda vega meridional de Caprés, corre una comisa de montes. Es la sierra del Baño, cuyo nombre evoca las aguas termales instaladas justo al otro lado de la vertiente, en la solana. Por allá levantaron sus casa también los iberos y, cómo no, los romanos. Hacia el oeste, un camino que serpea y desciende hacia la lejana rambla del Cantalar, en la dirección de Cieza, nos abre la ruta hacia la sierra de Lúgar y el Cortado de las Peñas. Este camino se ve facilitado por pasos relativamente anchos y ondulados, mas con frecuencia invadidos por laderas que se desploman hacia una barranca blanca, profunda, reseca. En aquella dirección, algunos caseríos de escasa entidad se encaramaron, en su tiempo, a las faldas medias de la sierra, buscando carbón de leña, esparto, y caza. Por aquellos rin-cones también depredaba y se refugiaba el célebre Jaime el Barbudo, bandolero nada romántico, ávido de intrusos desprevenidos. Las leyendas locales no lo favorecen demasiado y lo presentan como hombre de mal carácter. El mencionado Cortado de las Peñas es un espléndido paraje que reúne las condiciones requeridas por los lugares hierofánicos. Restos hispanomusulmanes e ibéricos, enormes construcciones, que recuerdan las obras de ingeniería romanas, y otros detalles mágicos, como la presencia de fuentes y rocas de formas originales, confieren al lugar una sacralidad justificada, romántica, sugestiva, insólita. Para comprobar esto es aconsejable visitar el sitio en las noches de luna llena, cuando desde las alturas se divisa la extensa vega de Fortuna y Abanilla y una luz, argéntea y azulada, baña los relieves y los roquedos, cuando el silencio y las luces del llano, diminutas y temblorosas, se adentran, impregnándola, en el alma del contemplativo. Los antiguos ya debieron sentir semejantes sensaciones, pues muy cerca se halla la Cueva Negra, oráculo de los romanos y santuario o ninfeo en la época clásica (y, seguramente, durante toda la Prehistoria). En sus paredes se pintaron decenas, tal vez centenares, de inscripciones en color rojo. En ellas se rememoran versos de raigambre virgiliana, evocadores de Júpiter, Esculapio y otras divinidades relacionadas con la fecundidad o la medicina. Los naturales de Caprés (y, en general, de la región) no desaprovecharon semejantes cualidades, emanadas y brotadas de la fuente y de la piedra de la Cueva Negra. A ésta acudían, dicen, las jóvenes embarazadas, pocos días antes de alumbrar a sus criaturas. Consideraban, acaso, que era el lugar idóneo para someterse a ese primer rito de tránsito que es el parto, trágico, sangriento, esperanzador. Eran, sin duda, conscientes del carácter mágico y sacra1 de aquel abrigo rocoso, abierto y dotado por la geología en los remotos tiempos en que el hombre ni siquiera existía. Regresando, por fin, de nuestro corto periplo, al Norte de la aldea se yergue la formidable mole de la sierra del Corque y la del cerro Agudico o de las Cuevas. Caprés es como una hija diminuta entre las faldas de esas dos titánicas rocas. La protegen de los fríos y vientos invernales que azotan la comarca desde el Septentrión. En su tiempo, algunos adarves fueron reducto donde se cultivaba el trigo y crecía el esparto. Eran épocas de mucha pobreza, mucha miseria, mucho trabajo. Si el visitante tiene ánimo suficiente para trepar hasta las cimas del Corque, verá otra de las maravillas del paisaje: la sierra de la Pila se despliega en toda su majestuosidad y rebasa con relativa calma los mil metros de altitud respecto al nivel del mar. Bajo ella se levantaron otras aldeas, hermanas de Caprés: La Garapacha, Hoya Hermosa, Fuente Blanca, Peña de la Zafra, Las Casicas ... Hoy están casi todas tan amenazadas por el agotamiento demográfico como la que hemos descrito. Y se le parecen, en cierto modo, mucho. Pero Caprés tiene un encanto peculiar para quienes han trabajado durante casi dos años entre sus habitantes, amables, sencillos, sabios, estoicos ... Quedan aquí las impresiones que el espacio físico de Caprés deja en la retina y el alma del visitante. Nos hemos permitido una descripción que combina lo puramente científico Pero las explicaciones más llamativas para los topónimos son las que pretenden encontrar en la historia el fundamento de su etimología. Veamos algunos ejemplos concretos: María Cano Gomariz, en el estudio preliminar a la transcripción de la Carta puebla de la Villa de Fortuna advierte como el topónimo de esta localidad se remonta, al menos, a los primeros momentos de la dominación castellana, a partir de la segunda mitad del s. XIIIS. Sin embargo Paca nos ofrece esta curiosa versión: "Cuando...