Castros Culture in Nortwestern Iberia Research Papers (original) (raw)

La tesis doctoral de Carlos Marín Suárez se inserta en una tradición bien asentada en el Departamento de Prehistoria de la UCM en donde en los últimos años se han leído una serie de tesis doctorales centradas en el estudio de la Edad del... more

La tesis doctoral de Carlos Marín Suárez se inserta en una tradición bien asentada en el Departamento de Prehistoria de la UCM en donde en los últimos años se han leído una serie de tesis doctorales centradas en el estudio de la Edad del Hierro de diferentes zonas de la Península Ibérica, con el fin de ordenar de forma general la información disponible para cada sector y generar, a partir de ahí, una interpretación histórica general del periodo. Nos estamos refiriendo a tesis como las de Alberto Lorrio con los Celtíberos, Jesús Álvarez Sanchís con los Vettones, Mariano Torres con Tartessos, Alfredo González Ruibal con el Noroeste de la Península Ibérica o Kechu Torres con el sector cantábrico.
En concreto “De nómadas a castreños” abarca el estudio del sector centro-occidental cantábrico a lo largo del primer milenio antes de la era, aunque en la práctica se desborda el eje cronológico y espacial propuesto. La información para el Bronce Final o comienzos del primer mil. AC en el sector cantábrico es tan parca que se emprende el estudio en el Bronce Antiguo (capítulo 2), y así poder establecer las características culturales propias con respecto al área circundante. El final de la tesis tampoco termina con el cambio de era, pese al título, ya que estudiar el primer mil. AC es estudiar la Edad del Hierro, y estudiar la Edad del Hierro es estudiar sus poblados por excelencia, los castros. Al abandonarse los mismos de forma generalizada entre el s. I y II d.C. en la tesis se abarca hasta ese momento (capítulo 5). En un sentido espacial también es desbordado el marco de análisis propuesto (el centro-occidente cantábrico) ya que sólo serán comprensibles las características cantábricas si comparamos esta zona con las inmediatamente limítrofes, en concreto el extremo septentrional de la Meseta y el Noroeste. Esta comparación se desarrolla a lo largo de toda la tesis.
La tesis se estructura en 5 capítulos. El primero de ellos aborda los marcos de análisis sucintamente ya descritos: el eje temporal (con una propuesta de fases arqueológicas mediante la recalibración de la mayoría de las fechas radiocarbónicas disponibles para este sector), el eje espacial (definido por elementos geográficos arbitrarios y no por “pueblos” descritos por los autores clásicos), un análisis crítico de la relación de los investigadores y de la sociedad con el pasado prerromano en Asturias, Cantabria y León (historiografía), y una propuesta teórica de cómo se va abordar la tesis, que es fundamentalmente de Arqueología, entendida ésta como Historia Cultural, por lo que toda interpretación social partirá de una reflexión profunda sobre la materialidad. Las fuentes escritas (fundamentalmente epigráficas) serán únicamente utilizadas tras la conquista romana, estableciendo la complementariedad y/o contradicciones con la cultura material.
El resto de los capítulos tienen un sentido cronológico, y cada uno lleva sus propias conclusiones bajo el término “historia” (historia del Bronce Final, historia de la Primera Edad del Hierro, etc.). El capítulo 2 aborda desde el Bronce Antiguo hasta el abandono de la forma de vida móvil entre los grupos cantábricos, en torno al s. IX cal AC. La principal aportación del mismo es que, pese a la parquedad de datos (prácticamente sólo depósitos de tipos metálicos) permite establecer unas características culturales propias para el ámbito cantábrico en contraste con la Meseta Norte (Protocogotas - Cogotas I - Soto formativo), que en líneas generales se pueden definir como de conservadurismo cultural, marcando la pauta de lo que será la Edad del Hierro. Se analizan las relaciones de frontera a lo largo del tiempo entre los grupos cantábricos y meseteños a lo largo del tiempo y se critica el concepto de Bronce Final Atlántico, extrayendo a los grupos cantábricos de este entramado, al contrario que la Meseta Norte.
El capítulo 3 aborda la primera Edad del Hierro en el ámbito cantábrico, cuyo contenido cultural es definido por la aparición del primer poblamiento estable del sector, en la forma de aldeas fortificadas o castros. Las características del sector pasan por un rápido cambio del paisaje cultural, en unas pocas generaciones, cambiándose de aldeas temporales a estables y fortificadas en unas pocas generaciones (transición del s. IX al VIII cal AC). Se analiza, estudia y clasifica toda la ergología disponible hasta el momento, desde los paisajes hasta las cerámicas, pasando por los poblados y sus defensas. En el capítulo se analiza en profundidad lo que supone un cambio cultural de primer orden como éste, endógeno, sin recurrir a teorías difusionistas ni conquistas. Se concluye que si tanto las sociedades cantábricas de la Edad del Bronce como de la Primera Edad del Hierro pueden ser calificadas grosso modo de igualitarias, habrá que entender el cambio cultural que supuso en el primer paisaje castreño en términos de una mayor desigualdad de género.
El capítulo 4 aborda la Segunda Edad del Hierro del área cantábrica, marcada culturalmente por la continuidad de los patrones de poblamiento de la fase anterior, en claro contraste con otras zonas castreñas como el Noroeste. No obstante se trata de una etapa de desarrollo demográfico, en donde se fundan nuevos poblados y los que se mantienen ocupados crecen de tamaño notablemente. Aparecen nuevos tipos de murallas (murallas de módulos), se petrifica la arquitectura en el extremo occidental cantábrico, se desarrolla un urbanismo más complejo, a la par que se complican los motivos decorativos y formas cerámicas o aparecen nuevos productos metalúrgicos de base hierro. El periodo se define por el comienzo del fin del ethos comunal al crecer los grupos de tamaño y larvarse una competitividad entre los distintos grupos familiares que componen cada poblado. Una nueva panoplia y nuevos conjuntos de adornos masculinos indicarían el creciente pesos del ethos guerrero que comenzó con la Edad del Hierro. Se establecen una serie de grupos arqueológicos, que no culturas arqueológicas, en función de la cultura material disponible que en ningún caso corroboran los términos étnicos de las fuentes clásicas (Astures, Cántabros), pero quizás sí los populi / civitas de época romana. No obstante se apuesta por identidades colectivas fundamentadas en el poblado.
El capítulo 5 es el dedicado a la Romanización, sobre la cual se reflexiona. Novedosos datos arqueológicos sobre la conquista romana del norte peninsular permiten contrastar este nuevo corpus de información con las fuentes escritas y matizar el distinto papel de los grupos meseteños y cantábricos en la contienda. Más allá de la violencia física de la conquista se analiza la violencia simbólica de los dos primeros siglos de la era, tiempo en el que todavía estuvieron ocupados los castros, mediante el estudio de la arquitectura, de las reformas urbanísticas o de los nuevos tipos de vajillas que se importan. Se plantean dos modelos generales de romanización en el ámbito cantábrico, una que tiene que ver con la zona en donde hubo explotación estatal de los recursos auríferos, y los castros tuvieron una segunda vida, y otra al oriente de ésta en donde los castros se fueron abandonando paulatinamente y de forma algo más temprana. A partir de ese momento los castros, junto a túmulos y dólmenes, pasaran a configurar los principales monumentos culturales de la geografía sagrada de los campesinos cantábricos hasta mediados del s. XX.