Estallido Social chileno Research Papers (original) (raw)

En Chile, con el Estallido Social2 de octubre de 2019 explotó el descontento contra casi todo lo establecido. Aunque se suele decir que con este acontecimiento el país “despertó”, lo cierto es que hemos asistido a un ciclo de... more

En Chile, con el Estallido Social2 de octubre de 2019 explotó el descontento contra casi todo lo establecido. Aunque se suele decir que con este acontecimiento el país “despertó”, lo cierto es que hemos asistido a un ciclo de movilizaciones que no han cesado desde el 2006 en adelante (Donoso, 2017) y en el que los feminismos han adquirido un protagonismo extraordinario durante los últimos tres años.
Ya desde el 2011, en el contexto de las protestas del movimiento estudiantil, junto a las proclamas que demandaban una educación “gratuita y de calidad”, empezamos a ver carteles que también reclamaban una “educación no sexista”. En los años siguientes observamos cada vez más cómo las calles se iban llenando de manifestaciones enlazadas a lo que ocurría globalmente, con movimientos como Me too, que denunciaban la violencia sexual, o, como en el caso de América Latina, con las movilizaciones por “Ni una menos” contra los femicidios y la “marea verde” en favor del derecho al aborto.
En mayo del 2018 se produjo el “Tsunami Feminista” (Hiner, 2021), cuando debido a la indignación que provocaron escandalosas denuncias de acoso sexual en las universidades, las estudiantes feministas mantuvieron en “toma” a más de 30 facultades, 15 universidades y algunos emblemáticos liceos en las principales ciudades del país. A la par, rebasaron las calles con innumerables movilizaciones bajo un nuevo repertorio de protesta, reconfigurando otro tipo de liderazgos, feministas y disidentes. Con ello, las estudiantes lograron también alterar las clásicas formas de politización estudiantil de la izquierda masculina universitaria y disputar los imaginarios sociales sobre la violencia de género que la reducían al espacio doméstico o a un problema de varones desadaptados. En paralelo, esta movilización tensionó la propia trayectoria del movimiento feminista chileno, uno que ya venía complejizándose con nuevas interrogantes acerca del movimiento, o los desafíos que implica reconocer la interseccionalidad de las diferentes formas de dominación en las que participa el género, entre otras (Gálvez, 2021).
Poco más de un año después, para el Estallido de octubre del 2019, los feminismos fueron parte esencial de la movilización y del proceso constituyente que se abrió a partir de este acontecimiento (Grau et al, 2020). Por supuesto esto no surge de la nada. Sabemos que, tanto en Chile como en Latinoamérica, el movimiento feminista es de larga data, ha tenido diferentes maneras de ser nombrado e historizado y se ha sostenido por años de activismo y trabajo en múltiples espacios y desde disímiles formas. Lo nuevo es la masividad en las movilizaciones y la radicalidad de la interpelación feminista que atraviesa prácticamente todos los ámbitos del orden social (Gago, 2019). Sin embargo, en Chile hay poca investigación empírica sobre el modo en que estos activismos se han ido fraguando y mucho menos sobre lo que ocurre más allá de la capital.
En este capítulo trasladamos el foco a Valparaíso, ciudad que resulta relevante en tanto se viene constituyendo “en un espacio de articulación de la acción feminista a nivel nacional” (de Armas y López, 2016, p.186). Para este texto, concretamente analizamos las conmemoraciones del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, entre los años 2017 y 2021, basándonos en un vasto trabajo etnográfico longitudinal de diferentes movilizaciones que hemos llevado a cabo en el contexto de dos proyectos de investigación que estudian las relaciones entre género y memorias sociales del pasado reciente durante los últimos cinco años. Específicamente, nos centramos en el análisis de los registros visuales de los lienzos, pancartas y carteles que portan las manifestantes durante las marchas. Para ello usamos la metáfora de la gramática, no porque creamos en una visión estructuralista del lenguaje sino porque interpretamos las movilizaciones feministas como una provocación a las reglas y normas del habla que, a partir de un “Basta”, buscan cambiar el juego. Nuestros resultados muestran cómo en esta movilización, que históricamente ha sido el escenario más importante de las demandas del movimiento feminista, se transformó en un masivo acto de denuncia de la represión política de las manifestaciones del Estallido Social. Nuestra hipótesis es que la forma en que los movimientos feministas disputan el género y amplían el reclamo contra la violencia, se relaciona estrechamente con las memorias sociales de la dictadura, especialmente con aquellas de las resistencias y las denuncias de las violaciones a los derechos humanos, así como con la presencia de diferentes formas de transmisión generacional de esas memorias dentro de los movimientos feministas. Ese vínculo no siempre ha sido reconocido.
En línea con otras investigaciones recientes, hemos estudiado el repertorio de las manifestaciones de los últimos años, considerando especialmente el uso de los cuerpos y “cuerpas” como un aspecto clave de la acción colectiva de estudiantes, mujeres y disidencias sexuales (Paredes, 2018; Cruz, 2021). Sin embargo, creemos que ello no debería dejar de lado el análisis de las palabras y sus soportes -lienzos, carteles, pancartas- como parte fundamental de la protesta. A través de esta gramática de la acción colectiva se denuncia, se demanda, se solidariza, se interpela y se abren nuevas posibilidades para “con-vivir”. Las palabras operan en una trama donde se articula la indignación que provoca la violencia de género del presente y del pasado con la creatividad de la política feminista para imaginar y proponer otras formas de vivir que interrumpan y transformen la precarización de la vida. Esta gramática es el foco de nuestra reflexión.
En lo que sigue, expondremos primero nuestro lente teórico, luego los antecedentes históricos más importantes que nos permiten contextualizar el análisis; posteriormente, para entender el material con el que trabajaremos -fundamentalmente registro fotográfico- sintetizaremos la metodología utilizada. A continuación, presentaremos los resultados de nuestro análisis que muestran los distintos niveles en que se despliegan los carteles de las marchas del 8M y sus consignas: en primer lugar, como un acto de denuncia; en segundo, como un artefacto de memoria y, por último, como espacio de transmisión del pasado para la activación política. Finalmente, compartiremos algunos desafíos y preguntas sobre los límites y las posibilidades que portan los feminismos y sus disputas en este presente en transformación.