Mediterraneo Research Papers - Academia.edu (original) (raw)

El término <<Mediterráneo>>, pese a ser de uso habitual y corriente, conlleva para muchos un significado impreciso y restringido a un espacio geográfico muy limitado. Esa reducción territorial, a la que frecuentemente se llega sin... more

El término <<Mediterráneo>>, pese a ser de uso habitual y corriente, conlleva para muchos un significado impreciso y restringido a un espacio geográfico muy limitado. Esa reducción territorial, a la que frecuentemente se llega sin distinguir siquiera la cuenca occidental y la oriental, se suma a la confusión con que se emplea el término en su forma adjetiva hablando de clima mediterráneo, vegetación mediterránea, dieta mediterránea y otras formulaciones similares, sin precisar que se está aplicando a espacios geográficos y culturales muy varios. A partir de estas premisas se plantea la inanidad de discurrir sobre el Mediterráneo y los países bañados por ese mar sin realizar una neta distinción entre sincronía y diacronía. Así, por ejemplo, ¿qué tienen que ver la Atenas de Pericles, la Alejandría helenizada del siglo II, el Nápoles de Alfonso V de Aragón o la Valencia del tiempo de las Germanías con las mismas ciudades de hoy?; ¿tenían algo en común todas esas ciudades entre sí en el año 687 o en 1330?; ¿qué queda hoy de los rasgos de la antigua Cartago, erigida al noroeste de la actual ciudad de Túnez, aplastada por Roma en la tercera guerra púnica, punto de partida de la conquista del Mediterráneo oriental, ampliamente cristianizada desde el siglo III, dominada luego por vándalos y bizantinos y tomada por los árabes el año 647? Estas reflexiones conducen a preguntarme sobre la posible existencia de una cultura mediterránea, es decir, unas marcas que revelen una tradición cultural común y que hayan permanecido vivas desde que Grecia y Roma expandieron su civilización por el Mediterráneo. La respuesta está ligada de nuevo a las precisiones sincrónica y diacrónica, ya que ni siquiera en los tiempos antiguos el Mediterráneo tuvo la misma influencia en la evolución de los pueblos que bañaba, pues, por caso, su impacto fue marginal en el desarrollo de la sociedad hebrea bíblica, mientras que en la cultura y la religión del antiguo Egipto el Nilo tuvo una importancia muy superior a la del Mediterráneo. Por otro lado, las invasiones árabes desde el siglo VII y el poderío otomano desde XV contribuyeron a una ruptura de los patrones generales, originando unas culturas mediterráneas diversas, a pesar de la unidad con que muchos han querido estudiar esa zona desde el siglo XVIII y el Romanticismo. Si difícilmente puede hablarse de una cultura mediterránea única, imposible resulta pensar en una literatura a la que calificar de <<mediterránea>>, en cuanto una literatura es, ante todo, un hecho de lenguaje y en los países mediterráneos no solo se hablan lenguas distintas sino que además remontan a troncos originarios diversos. Únicamente en la época en que los países mediterráneos estuvieron integrados en la unidad política representada por el Imperio romano se produjo, aunque con variantes locales, una unidad lingüística que es la que permite incluir en la historia de la literatura latina, en distintos momentos, a hispanos, como Marcial o Séneca; a un galo, como Ausonio; o a un originario de Alejandría, como Claudio Claudiano. Otra cosa es que en varias ocasiones se haya buscado retornar con decisión a las fuentes de la Antigüedad clásica (el humanismo italiano, el renacimiento europeo, el neoclasicismo), cuyos ecos han pervivido hasta hoy en el imaginario colectivo, en expresiones lingüísticas o en mitos, cuya recepción varía mucho según la formación de cada lector. Por último, me refiero al asentamiento en la ribera sur y oriental del Mediterráneo de buena parte de los judíos expulsados de la península ibérica en 1492, es decir, los sefardíes, que conservaron y transmitieron a sus descendientes, así como a otros judíos que se asimilaron a ellos, unos rasgos culturales hispánicos y, muy en concreto, una lengua (el ladino) que era, en esencia, el castellano con peculiaridades que dependían de la zona peninsular en que habían habitado, junto a ecos del hebreo en aspectos fónicos, sintácticos y léxicos. Esa lengua, con las variedades que menciono en el artículo, gozó durante siglos, especialmente en Marruecos y en las zonas del imperio turco, de una cierta unidad, en cuanto permitía un intelección común, propiciando una literatura que acaso sea la única a la que cabe apellidar con propiedad mediterránea, ya que utilizaba una misma lengua, a veces también llamada levantina, que era una lengua de <<koyné>>, aunque la situación comenzó a cambiar en el siglo XX tras las diásporas producidas después de las dos guerras mundiales y el posterior asentamiento de muchos sefardíes en el estado de Israel.