New Historical Novel Research Papers (original) (raw)
Lo dice Todorov: es un equívoco pensar que el olvido se opone a la memoria y, sobre esa base, acusar —tal vez con ingenuidad— a los regímenes totalitarios de promoverlo masivamente. ¿Acaso las fotos trucadas de la Unión Soviética, la... more
Lo dice Todorov: es un equívoco pensar que el olvido se opone a la memoria y, sobre esa base, acusar —tal vez con ingenuidad— a los regímenes totalitarios de promoverlo masivamente. ¿Acaso las fotos trucadas de la Unión Soviética, la participación de Goebbels en el Tercer Reich o las noticias publicadas por el Ministerio de la Verdad en 1984 no dan cuenta de una evidente preocupación por la memoria?
La memoria, continúa Todorov, no es total, sino selectiva. Recuperar y suprimir, conservar y olvidar, son, por tanto, operaciones siempre necesarias que el totalitarismo reserva para sí (y que aprovecha para tergiversar, manipular y, desde luego, acallar las voces disidentes). En condiciones democráticas, en cambio, no puede existir un monopolio sobre la memoria; cualquiera debe gozar de ese derecho (Todorov, 2008: 23).
La literatura lo ejerce. Por ejemplo, en la nueva narrativa histórica latinoamericana puede observarse la recuperación de “una realidad que existía, pero que estaba oculta por el discurso reductor y simplificador de la historia oficial” (Aínsa, 2003: 27). No obstante, también palpita con fuerza el deseo de suprimir certidumbres y de denunciar la falsedad de los discursos que sustentan y normalizan simbólicamente el orden hegemónico actual. La desacralización de mitos es una de las maneras en que este deseo se materializa.
Tal desacralización sucede, explica Fernando Aínsa, “a través de procedimientos como la ironía o la parodia, el deliberado ‘pastiche’, la utilización de la hipérbole y el grotesco” (Aínsa, 2003: 29). Hasta tal punto esta actitud es fuerte en la literatura latinoamericana contemporánea, que incluso en dos novelas no consideradas históricas se pueden encontrar episodios que la reflejan: Santo remedio (2006), del uruguayo Rafael Courtoisie, y Nocturno de Chile (1999), del chileno Roberto Bolaño.
En Santo remedio, se cuenta que un grupo de anarquistas decapita doblemente una estatua ecuestre para unir la cabeza del caballo al cuerpo del prócer y viceversa. Al narrador le satisface el resultado: “El Prócer luce mucho más inteligente, más lúcido, intrépido” (Courtoisie, 2006: 56). Y la humillación marca el destino de la estatua grotesca: “Una paloma blanca se posa en el cuello del caballo de bronce. / El ave defeca. / Unos escolares, conducidos por su maestra, ríen. Se burlan” (Courtoisie, 2006: 62).
En el caso de Nocturno de Chile, el personaje Farewell relata la historia de un zapatero que le propone al emperador austrohúngaro erigir un monumento dedicado “no sólo a los héroes del pasado y a los héroes del presente, sino también a los héroes del futuro” (Bolaño, 2011: 56). El monumento sería un camposanto ubicado en una colina que alojaría los restos de todos los héroes y también sería un museo, porque a cada héroe le correspondería una estatua de tamaño natural. El emperador accede y, tras repartir responsabilidades, el zapatero trabaja con tenacidad y se entrega por completo para cumplir con su parte en el ambicioso cometido. Las ayudas prometidas, sin embargo, no llegan nunca. El tiempo pasa, el emperador muere, el imperio cae y todos olvidan al zapatero y su Colina de los Héroes. Años más tarde, una tropa del ejército soviético explora el lugar. No hay héroes ni tumbas. Solo una cripta que contiene el cadáver del zapatero.
En los episodios señalados de ambas novelas, se encuentra una relación con monumentos históricos, siempre atados a la memoria y nunca exentos de una carga ideológica. En Santo remedio, se ejecuta y se celebra el pastiche. De esta manera, se desfiguran y se ridiculizan los discursos que comportan conceptos como el de prócer y el de nación. En Nocturno de Chile, en cambio, la Colina de los Héroes acaba por alojar únicamente los restos de un zapatero anónimo. Así, los héroes impuestos por el discurso oficial desaparecen y su lugar es ocupado por un mártir desconocido. Acaso esto permita comprender que el relato nacional puede edificarse sobre otras bases, otros valores y otras gentes.
En la narrativa histórica contemporánea podemos encontrar obras que se fundan sobre principios análogos. Una de ellas es Adiós a los próceres (2010), del colombiano Pablo Montoya, la cual ofrece veintitrés biografías apócrifas de los héroes de la Independencia colombiana, inclinadas a “la demolición a través de la burla sin miramientos, al comentario escéptico y descreído de las glorias sempiternas nacionales, las estatuas y los monumentos, los mausoleos sagrados y los altares inaccesibles” (Restrepo, 2010: 295). Hay, no obstante, mayor belleza y menor demolición en las biografías de dos mujeres: Antonia Santos y Manuela Sáenz. Quizá esto manifieste la intención de recuperar el discurso femenino, casi inexistente en la versión oficial del proceso independentista.
Esto último nos permite encontrar una pista de por qué estas burlas y estas demoliciones son relevantes en la literatura de hoy. Si pensamos, como Aínsa, que la utopía es una subversión de dos caras, “crítica de lo existente y propuesta de lo que debería existir” (Aínsa, 1999: 51), la supresión de los héroes deja de ser un ejercicio puramente lúdico para convertirse no solo en la manifestación del descontento con el estado actual de las cosas, sino también en la expresión de la búsqueda de un mejor mundo posible.