Patafísica Research Papers - Academia.edu (original) (raw)

Resumen: Clasificando el mundo para comprenderlo a su modo, Perec no cesó de trastocar las convenciones de lo sensible y las jerarquí­as establecidas. Su mirada confiere a la trivialidad, a los seres y a las cosas cotidianas una densidad... more

Resumen:
Clasificando el mundo para comprenderlo a su modo, Perec no cesó de trastocar las convenciones de lo sensible y las jerarquí­as establecidas. Su mirada confiere a la trivialidad, a los seres y a las cosas cotidianas una densidad inesperada que nos turba y nos maravilla.
Perec es uno de los escritores más interesantes e imaginativos del siglo XX que, además de haber sido el creador de los crucigramas semanales de la revista Le Point, de Parí­s, realizó guiones cinematográficos, varias novelas, poesí­as, ensayos literarios y sorprendentes piezas teatrales. Perec, continua siendo casi desconocido para el gran público, a pesar de que existen traducciones de sus obras a 15 idiomas y goza de celebridad entre autores –para quienes constituye una inspiración– como es el caso de Raúl Ruiz1, al modo como Jean Genet lo constituyo para Sartre.
La imagen que Perec dejó tras de sí­ es mitológica. Hombre de infatigable libertad, para quien las palabras eran el medio de imponer eternidad a los objetos, fue perfeccionando con minucia el retrato que iba a dejar a la posteridad.
Desde hace más de una década, Parí­s ha sido poseí­do por el culto a Perec, que se refleja en los incontables grupos teatrales, asociaciones de vecinos y clubes con su nombre. Todo autor francés de crucigramas ha desafiado alguna vez a sus lectores con los palí­ndromos, anagramas, heterogramas, homofoní­as, "bolas de nieve" y demás dramas alfabéticos en los que Perí¨c era un consumado maestro. Quienes lo conocieron dicen que era un hombre extraño, tierno, alegre, atento, curioso, con una inusual conciencia de su lugar en la historia.
Vestí­a siempre una camisa de cuello alto, se cortaba el pelo al rape y sus enormes ojos verdes, que centelleaban ante la menor respiración de la vida, le conferí­an un cierto aire seductor, disipado por los infinitos lunares y verrugas en las mejillas y las orejas apantalladas.
Dos años después parecí­a otra persona. Se habí­a dejado crecer una barba desflecada en la mandí­bula, que casi en seguida se volvió gris. El pelo enmarañado sobre la frente y los ojos, cada vez más abiertos, cada vez más asombrados, dominaban una cara radiante de tierna lucidez.
Adolfo Vásquez Rocca D.Phil