Segunda Republica Española Research Papers (original) (raw)
Santiago Alba nació en el último cuarto del siglo XIX y desarrolló su carrera política en el primer tercio del siglo XX. Vivió, por lo tanto, en una época de agudos cambios políticos y hondas transformaciones económicas y sociales.... more
Santiago Alba nació en el último cuarto del siglo XIX y desarrolló su carrera política en el primer tercio del siglo XX. Vivió, por lo tanto, en una época de agudos cambios políticos y hondas transformaciones económicas y sociales. Durante estos años se fue transformando la faz del país. La economía se diversificó y empezó a adquirir rasgos modernos; las ciudades crecieron y por primera vez contaron con una clase media urbana medianamente fuerte; el régimen demográfico pasó de un modelo propio del Antiguo Régimen, con tasas de mortalidad y natalidad elevadísimas, a otro más parejo al de nuestros vecinos europeos; decreció el analfabetismo y al comenzar los años treinta la población dedicada a la agricultura bajó por vez primera de la mitad. Pero como ocurre con toda época de transición, los cambios pervivieron con las permanencias. La distribución de la propiedad siguió siendo muy desigual; la miseria, la pobreza y el analfabetismo aún predominaban en la mayoría de las zonas rurales; mientras en las ciudades surgían nuevas formas de participación política más acordes con el siglo XX, en el campo todavía imperaba un grado de desmovilización propio del siglo XIX.
A lo largo de su vida quiso acabar con esa dualidad, promover la completa modernización del país. Con este fin, importó a España el nuevo modelo de liberalismo que se iba consolidando en Europa desde las primeras décadas del siglo XX, y cuyo representante más notorio fue el liberal radical inglés David Lloyd George. Un nuevo liberalismo que, sin abjurar del individualismo, proclamaba el derecho del Estado a intervenir en la sociedad y en la economía para corregir las desigualdades, que defendía la justicia fiscal redistributiva, la restricción al derecho a la propiedad en función del interés de la sociedad y las inversiones en bienes comunes como la educación o el impulso a la cobertura social del Estado. Todos estos objetivos fueron apareciendo en diversos momentos de su carrera. Se intuyen algunos en su participación en el movimiento regeneracionista. Figuran en el programa económico que llevó al Ministerio de Hacienda en 1916 y en su gestión como ministro de Instrucción Pública en 1918. Además, siguiendo la estela del liberalismo inglés, que inició a principios del siglo XX la colaboración con el laborismo, apostó por la apertura de los liberales dinásticos hacia la Izquierda Republicana y el Partido Socialista. En el año 1930 comprendió que ésa era la única salida posible para la monarquía, pero cuando trató de articular una coalición izquierdista dentro del régimen fracasó. Aceptó entonces la república y sin variar en lo sustancial su sistema de valores, pasó de liderar la izquierda liberal de la monarquía constitucional a militar en la derecha democrática republicana.
Hijo de un entorno dual, la carrera de Santiago Alba también se impregnó de esa dualidad, pues si bien es cierto que a lo largo de su vida apostó por la modernización del país no lo es menos que para ascender en la escena nacional tuvo que luchar con las herramientas políticas propias de su tiempo. Así, mientras defendía la necesidad de renovar la política alentando la participación ciudadana en las instituciones, buena parte de su poder procedía la amplia red de caciques locales con los que mantenía estrechas relaciones. Algo parecido ocurrió con Izquierda Liberal, el partido que fundó en 1917: su programa, realmente
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innovador, pretendía traer a España las conquistas que habían aplicado en Europa los partidos liberales más radicales. Pero Izquierda Liberal nunca dejó de ser un viejo partido de notables a la vieja usanza, en que el convergieron gentes de muy distintas ideologías, unidas exclusivamente por su lealtad al jefe. Reflejo de estas contradicciones fue una escena que sorprendió a Segismundo Moret, uno de los jefes del partido liberal. Si algo caracterizó a Santiago Alba desde su juventud fue su conexión con Europa: hablaba varios idiomas, estaba al tanto de la evolución política de los países vecinos, así como de lo que se publicaba en ellos, y pronto estableció una red profesional de contactos en el exterior. Precisamente por eso Moret se quedó sorprendido cuando, en una visita Valladolid, Alba organizó en su honor una recepción en el Casino Liberal y en un alarde de dominio de la escena local fue presentándole uno a uno, por su nombre, a todos los alcaldes y secretarios de ayuntamiento de la provincia, al tiempo que les preguntaba por sus familias, el estado de sus propiedades o sus pleitos pendientes. Era lo mínimo que se esperaba de un notable local: que supiera cómo iba la vida de sus protegidos. Así fue la carrera de Santiago Alba, siempre atento a los grandes cambios que sacudían el mundo y a la vez apegado a la tierra, al distrito, a la política menuda gracias a la cual podía acceder a puestos desde los cuales tratar de transformar el mundo. Una historia común, por otra parte, a la de otros muchos políticos de su generación