Turismo e Cultura Research Papers (original) (raw)

Pampa de Achala. Un destino fascinante, no un obstáculo. Primera parte. Todos los cordobeses hemos viajado al Valle de Traslasierra. Lo hacemos por la ruta de las Altas Cumbres, que desde hace algunos meses nace cerca de Falda de Cañete,... more

Pampa de Achala. Un destino fascinante, no un obstáculo. Primera parte. Todos los cordobeses hemos viajado al Valle de Traslasierra. Lo hacemos por la ruta de las Altas Cumbres, que desde hace algunos meses nace cerca de Falda de Cañete, al lado de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. Hablaremos de la CONAE en otro momento. Es un viaje de apenas dos horas, desde la ciudad de Córdoba, hasta Mina Clavero. Eso, actualmente. Quienes tenemos ya más de cuatro o cinco décadas de edad recordamos viajes por la ruta de los Puentes Colgantes, que pasaba por Copina. Aún puede recorrerse, con cuidado, claro. En ese caso los tiempos de viaje se duplican, pero también las sensaciones. Lo cierto es que, para quienes salimos desde la llanura con la idea de llegar a Traslasierra, ascender a la Pampa de Achala, atravesarla, y luego descender hacia el soleado valle del oeste suele ser casi un solo movimiento. Lo medimos en minutos de nuestros relojes y con la impaciencia de la llegada a destino. Lo hacemos sin detenernos a contemplar, menos a explorar, la propia Pampa de Achala. Y es un error, pues se trata de un ambiente único en nuestra provincia, que cuenta con muchos atractivos propios. En el cual, por supuesto, el silencio y el aire frío suelen ser protagonistas. La excepción a esta regla no escrita del paso fugaz son quizás los caminantes que deciden llegar hasta la Quebrada del Condorito, el único Parque Nacional activo de Córdoba. Eso cambiará, es sabido, con la creación de los parques nacionales Mar Chiquita, y Estancia Pinas/Traslasierra, bien al oeste de la provincia, cerca del límite con la Rioja. La propuesta, ahora, es ésta: imaginemos que hemos llegado a la Pampa de Achala, una planicie elevada alrededor de 2.200 msnm. Montada sobre un enorme macizo de granito-el batolito de Achala-. Nos disponemos a explorarla. Manos a la obra… Quizás la mejor manera de conocer esta planicie ondulada de altura es recorrer dos de sus caminos de tierra, hacia el norte y hacia el sur, los más lejos posible de la ruta 34. Primero, el que, hacia el sur, y tras 40 km de viaje, nos lleva a la escuela Ceferino Namuncurá. Es el único establecimiento educativo de la provincia que mantiene un régimen de clases especial, similar al de algunos lugares de la Patagonia: las clases comienzan en agosto. A fin de año tienen dos semanas de vacaciones, y retoman las clases en enero. En junio y julio tienen las vacaciones más prolongadas, durante el crudísimo invierno de Achala. Esta escuela se halla en el límite sur de la pampa; colinda con el macizo montañoso cuya cumbre principal es el Champaquí, el punto más alto de la provincia. El lugar preciso se llama Los Cerros; nunca mejor elegido el nombre. El camino de acceso finaliza en la propia escuela. Una vez allí, solo cabe volver sobre los propios pasos o quedarse a disfrutar en el lugar. En el camino, generalmente solitario, es más fácil cruzarse con animales propios de la región que con otros viajeros. Con suerte, podremos ver y acercarnos bastante a algunos veloces lagartos verdes de achala (Pristidactylus achalensis), a las cazadoras águilas moras (Geranoaetus melanoleucus), así como a aves carroñeras como jotes de cabeza negra y colorada (Coragyps atratus y Cathartes aura), y claro, a los enormes cóndores (Vultur gryphus). Dicho sea de paso, una guía rápida para distinguir a jotes de cóndores indica que estos últimos, cuando son vistos desde abajo en pleno vuelo, muestran cuerpo y alas negras, mientras que los jotes tienen parte de sus alas, por debajo, de color blanco. Los cóndores macho adultos tienen, sí, un collar de plumas blancas que rodea su cuello. EL segundo de los caminos recomendados nace en La Posta. Allí hay un hotel de sólida estructura y enorme calidez, que ocupa la antigua construcción de la posta que da nombre al lugar y que data de fines del siglo XIX. El camino rumbea hacia el norte, y a los pocos kilómetros permite divisar un