Debora diosa de dioses by GiantessDebora on DeviantArt (original) (raw)

El dios miraba con orgullo el mundo que tiene frente a él. Este hombre, más grande que el planeta que observa, flotaba en el vacío del espacio. Había vivido durante millones de años, había recorrido innumerables lugares, por su mente viajaba más conocimiento en una milésima de segundo que en todos los siglos de muchas especies. Sus poderes también estaban por encima de cualquier fuerza conocida, desafiando las mismas leyes de la naturaleza y reescribiéndolas a capricho. No es una exageración cuando a este enorme ser se le llama “dios”, pues su naturaleza y sus habilidades han dado prueba de ello. Y él también está de acuerdo con que se le llame dios, porque él es el ser más poderoso que conoce. En el largo transcurso de su vida infinita, jamás ha conocido un ser superior a él. Pero eso estaba a punto de cambiar. El dios alargó su mano hacia el planeta, pero sin llegar a tocarlo, y gracias a sus poderes hizo que los habitantes de ese mundo no pudieran verlo, evitando que entrasen en pánico. Piensa para sí que, con el rozar de su dedo, podría aplastar países enteros, provocar terremotos catastróficos o subir las mareas cientos de metros. Mientras piensa en el infinito poder que posee y lo muy superior que es comparado a esos diminutos mortales, de pronto oye una voz que resuena por todo el vacío del espacio. - ¿Qué haces con mi desayuno? El dios jamás había sentido una fuerza tan poderosa. ¿En serio una simple voz había sido capaz de ponerlo en guardia? ¿A él, que se creía omnipotente e invencible? Al darse la vuelta vio flotando a lo lejos una figura femenina. Ya había visto a otros de su especie antes, por lo que pensó que se trataría de otra diosa, como él. Vio lo equivocado que estaba cuando notó que la figura se hacía mucho más grande a medida que se acercaba a él. Cuanto más se acercaba, más grande se hacía a ojos del dios. Cuando pensaba que ya la tenía en frente, no, ella se seguía acercando. Estaba mucho más lejos y era mucho más grande de los que él había imaginado. Cuando la mujer por fin se detuvo en su avance hasta él, puso los brazos en jarras y lo observó desde arriba. Era tan grande como una estrella. A su lado, el planeta y el dios eran simplemente un par de caramelos. – ¿Qué eres tú? – preguntó el dios, aterrado. – ¿No es obvio? Soy Débora – le respondió ella con obviedad. – No pregunté quién eres, sino qué eres. – Vaya una pregunta ridícula. Yo soy Débora, y Débora soy yo. Con su gran saber, el dios no tardó en entender que pasaba. Ella era única y superior a cualquier otra cosa, incluido él. Tratar de catalogarla en cualquier categoría sería un error conceptual, pues la estarían minimizando y no haciendo justicia a lo que en realidad ella es, que es un ser único e inigualable, al que sólo puedes referirte por su nombre. En otras palabras, ella era un ser superior a todo lo que existe junto, incluidos los mismos dioses. El dios entonces notó que, desde su perspectiva, parecía que Débora se estuviera haciendo más grande. ¿Estaba creciendo? ¿Se estaba acercando? Nada de eso. Era él quien se estaba acercando a ella. Débora era tan gigantes que poseía su propio campo gravitatorio. Eso lo demostró que el planeta que el dios observaba hace unos instantes estuviera ahora orbitando alrededor del enorme cuerpo de Débora, el que además emitía luz y una gran cantidad de calor, debido a su tamaño. Débora se había convertido de facto en la estrella de aquel planeta y ahora amenazaba, con su mera presencia, con convertir al dios en otro cuerpo más flotando alrededor de ella. Algo que él odiaría, pues sería la primera vez que él no se veía a sí mismo como el centro de todo y ella se lo estaba mostrando por la fuerza. El dios quiso escapar volando en dirección contraria, pero fue inútil. Intentó teletransportarse, hacer uso de sus poderes, pero también fracasó. No podía comprender cómo era posible que sus poderes, que alteran las mismas leyes del espacio-tiempo, pudiesen ser superados por un simple y sencillo campo gravitatorio, sujeto a las leyes de la física. Fue entonces que el dios comprendió que, incluso siendo tan gigantesca y superior a todo lo demás, Débora era aún más de lo que mostraba. Esta descomunal forma de Débora era en realidad una versión encogida de ella misma, tan pequeña en comparación a su verdadero tamaño que sería para ella menos que un átomo. La verdad golpeó al dios con la fuerza de un colapso mental. Débora era en realidad más grande que el universo mismo. Para ella, el cosmos no era más que un simple grano de arena a sus pies, pero se encogió a sí misma temporalmente para poder entrar dentro de éste. Antes semejante revelación, el dios simplemente se dejó llevar por la gravedad del cuerpo de Débora y aceptó su destino con nihilismo, pues comprendía que era imposible luchar contra un poder semejante. Pero pronto Débora rescató al dios de su prisión gravitatoria agarrándolo con dos de sus dedos y llevándolo hasta su rostro para verlo de cerca. – Ahora dime, ¿tú quién eres y qué eres? – dijo ella, imitando casi a modo de mofa la pregunta del, para ella, hombrecito. – Me han puesto muchos nombres a lo largo de mi vida: – dijo con miedo – Zeus, Odín, Braman, Enki, Izanagi… pero tú puedes llamarme como más te guste. Y respondiendo a qué soy: soy un dios. Los ojos de Débora se iluminaron y en ella creció una sonrisa. – ¡Qué ilusión! Hacia mucho que no probaba un dios. Y puesto que has osado acercarte a mi desayuno, ¿por qué no lo complementas? El dios estuvo confuso por un momento. ¿Desayuno? ¿Se refería al planeta? Luego se fijó en que la enorme mujer llevaba en una mano una taza con chocolate caliente y que sobre éste flotaban varios planetas, por lo visto también poblados de vida. Ahí comprendió que la respuesta era sí. Pero ya era demasiado tarde. Débora metió al diosecito en su boca y luego jugó con el planeta, sacándolo de su órbita con la mano y acercándolo a su rostro, dejando que la gravedad hiciese todo el trabajo, acercándolo lentamente hasta el interior de su boca. El dios, que contemplaba esa escena desde el interior de su boca y escuchaba los gritos de horror de los habitantes de aquel planeta, no pudo sino alargar el brazo en señal de impotencia hacia este. – Mi mundo… – dijo el con deprimente desesperación. – Mi desayuno – respondió ella entre risas. Débora llevó su taza hasta su boca y comenzó a beber, tragándose a la vez al dios, su planeta y todos los demás que estaban flotando en aquel chocolate caliente.

El dios cayó hasta el estómago. Entre los jugos gástricos, vio flotar más rocas redondas, además de los planetas que se había tragado junto con él. Eran planetas de comidas anteriores, los que además daban indicios de haber poseído vida en otro tiempo. Bosques, océanos, animales y personas, todos ya digeridos, dejando sólo las piedras de los planetas a medio digerir. Pero lo más sorprendente de todo fue encontrar a otro dios, apoyado en las paredes del estómago de Débora. – Vaya, otro dios… – dijo éste, sin ganas – bienvenido al estómago de Débora, amigo. Ponto cómodo, porque vas a pasar aquí una larga temporada hasta ser digerido. Hablaba con sarcasmo, pero cabizbajo y sin ganas. El dios notó en su igual una versión más exagerada de sí mismo con respecto a su situación frente a Débora. – ¿Yo? Ya he perdido la cuenta, pero diría que tres o cuatro millones de años. Los dioses tardamos mucho tiempo en ser digeridos. Pero tranquilo, a todos nos llega el momento de pasar a formar parte del cuerpo de Débora. Disfruta hasta ese momento y piensa que su estómago es como un spa. Sus paredes hacen masajes con su movimiento y su ácido gástrico es como una piscina de burbujas. Te acostumbrarás. Esto fue demasiado para el dios recién comido, quien entró en una espiral de pánico. – No, no puedo acostumbrarme a esto. Esto me viene demasiado grande. ¿Cómo puede ser todo tan desproporcionado? ¿Cómo puede existir algo tan grande? Y luego resulta que, en realidad, es mucho más grande de lo que nos muestra. ¿Cómo puede existir algo más grande que el universo mismo? ¿Y cómo puede ser tan longeva como para tardar millones de años en digerirnos? Si en realidad es tan grande, ¿de verdad necesita comer planetas o dioses? ¡Somos demasiado pequeños para ella! Esto debe de ser algún tipo de juego sádico para ella. El otro dios se encogió de hombros. – Bueno, ella no te va a responder, – dijo señalando hacia arriba – ya se ha olvidado de que existes. Es triste, pero para ella los dioses son simples entrantes. Punto. Ni siquiera la valemos como una comida que sacie. Y para ella, millones de años pasan en cuestión de segundos. Cuando ella me comió hace cuatro millones de años y cuando te ha comido a ti, todo eso forma parte del mismo desayuno. Para ella la eternidad dura lo mismo que una siesta. Lo que debes de comprender de Débora, amigo, es que ella es grande. Más grande que cualquier cosa o concepto. Más grande que el cosmos, más grande que el tiempo, más grande que el infinito. Cuando comprendas eso, encontrarás las respuestas a todas tus preguntas y aceptarás tu destino. El dios, recién convertido en el desayuno de Débora, se sentó y apoyó la espalda en la pared del estómago, bajando hasta que el jugo gástrico cubrió sus hombros, y simplemente se quedó ahí, observando cómo los planetas recién tragados eran lentamente digeridos. Su vida desecha, sus océanos secados, su roca desgastada. – Supongo que todo puede ser aplastado cuando eres lo suficientemente grande.

Writer: Gaspider