EvangelizARTE. San Miguel Arcángel, de Peñaranda de Bracamonte - Diócesis de Salamanca (original) (raw)

La reciente restauración de la escultura de San Miguel, perteneciente a la Parroquia de Peñaranda y realizada por la directora del taller de Las Edades del Hombre, Silvia Lorenzo, ha permitido descubrir con asombro su belleza original, gracias a la inesperada recuperación de una delicada y rica policromía. Después de todo lo pasado, ya con más sosiego, ahora nos toca valorar y apreciar su historia, estilo e iconografía, pero, sobre todo, el mensaje evangélico que nos transmite.
Sabemos que se trata de una escultura de principios del siglo XVII por sus reminiscencias clásicas. Como en las estatuas del siglo anterior se usa la técnica del “contraposto” con la intención de romper la frontalidad y dar la sensación de un movimiento armónico. La pierna izquierda se presenta recta pisando enérgicamente el pecho del demonio y la derecha de dobla adelantándose; de manera opuesta los brazos hacen lo mismo, el brazo derecho se extiende hacia arriba para empuñar y clavar con fuerza la lanza en la garganta de su enemigo y el izquierdo se dobla para sostener una supuesta balanza. De este modo, también los hombros y la cadera se mueven, perdiendo su horizontalidad.
Así mismo, ese clasicismo se aprecia en el excelente trabajo de su cabeza, vuelta ligeramente hacia el adversario derrotado que tiene a sus pies, no se inclina, sino que se muestra con la mirada firme, serena y majestuosa, propia de la superioridad del vencedor. La elegante y abultada melena ensortijada que se despliega hacia atrás, con cabellos dorados, sujetos por una diadema sobre la frente, de la que queda solo su marca, y el rostro redondeado de facciones muy clásicas, de belleza juvenil, diríase adolescente, y a punto de esbozar una sonrisa, atrae nuestra mirada.
El gusto por lo clásico también se distingue en la forma de vestir de este San Miguel. Ataviado como un general romano con su capa roja, cerrada al cuello con un broche de un querubín dorado, insignia propia del jefe del ejército celestial de los ángeles, que encabeza la lucha contra el diablo, al que vence, y que es descrito de esta manera por el libro del Apocalipsis: “Y hubo un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón… Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero” (Ap. 12, 7ss.). Una coraza o lorica plateada con remates dorados protege su tronco; ceñido a la cintura está el faldín sobre el que se disponen las típicas tiras de cuero; las grebas o espinilleras se atan con lazos rojos por debajo de las rodillas; los pies calzan las caligae o sandalias militares; entre todas la armas, la lancea o lanza es la elegida contra su rival, prescindiendo de la protección del escudo y el casco. El sentido de esta indumentaria posiblemente este inspirada en lo que dice San Pablo en la Carta a los Efesios: “Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo… estad firmes: ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz” (Ef. 6, 11. 14-15; 1 Tes. 5, 8).
La iconografía de San Miguel fue una de las más extendidas en el arte occidental cristiano desde la alta Edad Media, debido a que se le identificó con el ángel que pesa en el Juicio Final las almas en una balanza, sobre la que se depositan las buenas y malas obras realizadas durante la vida. La vigencia como defensor de la Iglesia Católica frente a sus enemigos propició su permanencia en los altares, llevando a desarrollar un tema muy completo que irá cambiando conforme vayan evolucionando los estilos y las épocas. Al principio vistió con túnica y capa, portando la espada y escudo, pero en el siglo XV se introduce la armadura de los soldados medievales, y en el Renacimiento se consolida la indumentaria de un general romano. A partir de este período es cada vez menos frecuente el uso de la balanza, centrándose más en el dinamismo de la lucha contra del demonio, por eso, este San Miguel se convierte en un ejemplo de pervivencia de este atributo medieval. Entre el siglo XVI y XVIII la imagen de San Miguel estará condicionada en su representación desde los dos grandes contrincantes del catolicismo: los protestantes y el Imperio Otomano. La caracterización de la parte humana del diablo, según observamos en el San Miguel de Peñaranda, con la piel oscura y un gran bigote, responde sin duda a como eran identificados los soldados turcos, contra los que se combatió en el Mediterráneo, detrás está el hecho histórico de la gran victoria de la Batalla de Lepanto (1571), relatada posteriormente desde la ayuda divina.
La figura de San Miguel simboliza la alabanza de la Iglesia por la victoria ya iniciada por Cristo en su Pascua y la súplica en medio del mundo por su consumación final. Tanto la lanza como la balanza, sostenidas por el arcángel, aluden a esta doble victoria de la que también hacen referencia las palmas que decoran profusamente su manto rojo. Tal y como conservan otras imágenes, la lanza posiblemente estuvo rematada por la cruz gloriosa de Cristo, ya que es el instrumento por el que Jesús hirió mortalmente al príncipe de este mundo: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?… ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1 Cor. 15, 55. 57). Y la balanza, que estuvo sujeta en la otra mano, corresponde al grito esperanzado por el día final de la victoria de la misericordia y la justicia de Dios. Aquel día seremos juzgados según el peso del amor practicado: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (cf. Mt. 25, 31-46). Precisamente, por este motivo, la imagen de San Miguel debe ser contemplada como el aliento de una Iglesia peregrina y martirial, que confía en la victoria anticipada y consumada de Cristo.