¿Por qué caló en Arabia el mensaje de Mahoma? (original) (raw)

La sociedad en crisis en la que nació el profeta Mahoma a finales del siglo VI d. C. parecía que llevaba ya tiempo preparándose para recibir un mensajero divino propio que recogiera y reelaborara las inquietudes particulares y distintivas del carácter árabe. De hecho, en el Corán se recogen narraciones que supuestamente ya se conocían de antiguo en la península arábiga.

En dichos relatos se menciona que un monje cristiano había vaticinado la llegada de un profeta árabe llamado Ahmad, nombre que, al igual que el de Mahoma, significa “el Alabado”. Este último enviado sería el que completaría y concluiría la obra y el mensaje de Jesucristo y Moisés para bien de la humanidad. También se cree que los judíos asentados al norte de la península arábiga estaban a la espera de que el mesías bíblico surgiera en aquellas tierras.

Lee también

Ibn Battuta, ¿el Marco Polo de Oriente?

Cristina Gil Paneque

Horizontal

Se sabe la historia de un rabino muy piadoso que emigró desde la fértil y placentera Siria hasta la inhóspita Yatrib, en Arabia. Preguntado sobre el porqué de dicha decisión, el devoto judío respondió que lo que le había movido a realizar semejante desplazamiento no era sino su deseo de hallarse lo más cerca posible del profeta de los árabes cuando este llegase.

Sea como fuere, el significado profundo de este tipo de relatos míticos no es otro que el de revelar la honda inquietud y la punzante expectación espiritual que sentían en el siglo VI árabes de toda índole, fuesen estos cristianos, judíos o paganos.

Amina, la madre del Profeta, quedó en una situación sumamente precaria, con un bebé recién nacido

En este palpitante ambiente creció Mahoma el qurayshí. Mahoma pertenecía a la tribu más poderosa de La Meca, la del Quraysh, pero en su seno había clanes de desigual fortuna, y el Profeta no procedía de uno de los más fuertes, por cierto. Su bisabuelo Hashim había sido un rico comerciante, al igual que el hijo de este, ‘Abd Almuttalib, poseedor de enormes recuas de camellos que utilizaba en el comercio con Siria. ‘Abd Almuttalib, el abuelo de Mahoma, tuvo dieciséis hijos (diez niños y seis niñas), el menor de los cuales, ‘Abdalá, fue el padre de Mahoma.

El brusco declive de la familia llegó cuando ‘Abd Almuttalib era ya un anciano, y se debió a un incidente con un comerciante yemení que puso de relieve las tensiones y las luchas de poder que soterradamente se estaban desarrollando entre las dos facciones imperantes en La Meca, la de los Confederados y la de los Perfumados. Aparentemente, el detonante de los problemas fue que el mercader yemení se negó a pagar a su contacto mequí la suma convenida.

Horizontal

Mezquita sagrada en La Meca, Arabia Saudí

Getty

Dado que el mequí pertenecía a uno de los clanes asociados a la alianza de los Perfumados, el resto de sus miembros, para reforzar sus vínculos, se reunieron para conjurarse en un pacto al que llamaron la Liga de los Virtuosos. Nada consiguieron, sino debilitar aún más su posición en el equilibrio de fuerzas existente entre los comerciantes mequíes.

El abuelo de Mahoma, que pertenecía al bando de los Perfumados, se unió a este pacto, y con él, por supuesto, su propia familia, que a partir de ese momento se vio empobrecida y privada de recursos.

Familia adoptiva

La situación familiar del propio Mahoma se agravó incluso antes de su nacimiento, puesto que su padre, ‘Abdalá, murió antes de que él mismo naciera. Amina, la madre del Profeta, quedó en una situación sumamente precaria, con un bebé recién nacido y con cinco camellos y una esclava por toda herencia.

En aquellos tiempos era costumbre habitual que los niños varones nacidos en el seno de familias mequíes de buen nombre fueran dados en acogida a madres “adoptivas” beduinas, que los amamantaban y criaban junto a sus propios hijos.

Vertical

La primera azora en una copia manuscrita del Corán.

Dominio público

Estas familias adoptivas vivían recorriendo los durísimos parajes del desierto arábigo en continua búsqueda de pastos para sus rebaños de camellos y corderos. La razón última de esta acogida temporal era que los adoptantes esperaban recibir a cambio dádivas y regalos de sus señores de la ciudad. Por su parte, lo que impulsaba a los acomodados y sedentarios mequíes era el convencimiento de que la dura vida del desierto era el tránsito indispensable y natural en el desarrollo de las cualidades necesarias de un auténtico vástago árabe.

Pues bien, a pesar de la extrema escasez de recursos económicos de los que disponía, Amina consiguió encontrar una madre lactante, Halima. Con ella Mahoma mantendría el resto de su vida una cariñosa y cercana relación, en especial porque la propia Amina, su madre biológica, también falleció cuando él no contaba más que seis años. A partir de aquel momento vivió con su ya muy envejecido abuelo ‘Abd Almuttalib y los hijos menores que este había tenido en un tardío matrimonio, es decir, sus tíos ‘Abbas y Hamza, de su misma edad.

Pero la desgracia perseguía a Mahoma, que contempló con ocho años la muerte de su querido abuelo. De nuevo se tuvo que trasladar, esta vez a la casa del bondadoso y respetado Abu Talib, su tío y el nuevo jefe del clan de los Hashim. Con Abu Talib, Mahoma se inició en su juventud en la profesión de caravanero y comerciante.

Por entonces nada parecía más lejos de las intenciones de Mahoma que predicar y extender una nueva religión

Cuenta la leyenda que fue en uno de estos viajes cuando el Profeta, con 25 años, conoció a Bahira, un monje cristiano que vivía en Bosra, una ciudad al sur de Siria. Este le inspeccionó e interrogó hasta llegar a la conclusión de que Mahoma era, sin ningún género de dudas, el enviado que todos estaban esperando. El monje comunicó su deducción a Abu Talib, al que aconsejó que llevara a Mahoma de vuelta a La Meca y lo cuidara bien hasta que le llegase el momento de la predicación.

Un matrimonio avenido

Pero por aquel entonces nada parecía más lejos de las intenciones de Mahoma que predicar y extender una nueva religión. Dado que carecía de fortuna propia con que comerciar, se había especializado en trabajar como gestor y hombre de confianza de los grandes caravaneros de La Meca. De hecho, se le dio el sobrenombre de Alamin, es decir, “el responsable”, y recibía encargos de cualquier persona adinerada que quisiera movilizar su capital a través de las rutas comerciales internacionales.

Esto fue lo que ocurrió con la rica viuda Jadiya. Ya desde el primer viaje de Mahoma a cargo de las mercancías de Jadiya, allá por 595, se estableció entre ambos una estrecha relación que acabaría desembocando en matrimonio. Tradicionalmente en Occidente se ha contemplado con cierta sorna este matrimonio, aparentemente de conveniencia, entre la viuda rica y mayor y el joven y pobre huérfano sin recursos. Sin embargo, la verdad de los datos históricos parece ser muy distinta a la que nos pintan las versiones cristianas.

Horizontal

El profeta Mahoma fundó la mezquita Al-Masjid an-Nabawī, en Medina (Arabia Saudí). Es uno de los templos más sagrados del islam.

GusJuned / Wikipedia

Por multitud de fuentes se sabe que Mahoma respetaba y amaba tiernamente a su esposa Jadiya, con la que tuvo seis hijos, dos varones que murieron en su primera infancia y cuatro niñas: Zaynab, Ruqaya, Umm Kulzum y Fátima. Nunca tomó una segunda esposa mientras Jadiya vivió, y tras su muerte enfurecía a sus posteriores esposas al ponerla como supremo modelo. Ya por entonces Mahoma se caracterizaba por ser un hombre sumamente piadoso, caritativo y frugal, y su esposa Jadiya lo secundaba y apoyaba moralmente en todas sus iniciativas espirituales y sociales.

Se sabe, por ejemplo, que Mahoma era un hombre muy austero en cuya casa se vivía con moderación, a pesar de disfrutar de un holgado capital que les habría permitido hacerlo con más soltura. Sin embargo, el Profeta repartía gran parte de sus pertenencias entre los pobres de La Meca, que acudían sin cesar en busca de la ayuda y protección del magnánimo hombre de negocios.

De igual manera, sentía una especial debilidad por los huérfanos, probablemente en recuerdo de sus propias experiencias infantiles. Por ello, cuando tuvo que hacerse cargo del menor de los hijos de su tío Abu Talib, el pequeño Ali, de cinco años, no dudó en acogerlo como si de un hijo se tratara, particularmente porque sus propios retoños varones ya habían fallecido.

La revelación

Mahoma siempre había sentido intensas inquietudes espirituales. Pero fue a partir de 610, con cuarenta años de edad, cuando comenzó a practicar con más asiduidad retiros en los que se alejaba de todo para concentrar su atención en Alá y su mensaje de caridad, generosidad y clemencia. Fue en uno de los recogimientos que realizaba en una cueva del monte Hira, a las afueras de La Meca, donde recibió su primera revelación coránica de manos del arcángel Gabriel.

Está claro que la primera conversa al islam ya había sido Jadiya, la esposa del Profeta

Aterrorizado con la experiencia vivida, y temeroso de que lo ocurrido fuera producto de las malévolas artes de “yinns” –los genios que, según la tradición árabe, se adueñaban de poetas y adivinos–, corrió a refugiarse en brazos de Jadiya, suplicándole que lo cubriera con su manto. Esta lo abrazó y consoló, asegurándole que no se trataba de una posesión diabólica, y para reforzar sus palabras consultaron a Waraqa, el primo de Jadiya, un sacerdote cristiano conocedor de las Sagradas Escrituras.

Waraqa no vaciló un instante, y de forma inmediata se confesó creyente del nuevo enviado celestial. En cualquier caso, está claro que la primera conversa al islam ya había sido Jadiya, la esposa del Profeta, y como tal ha sido siempre considerada por los musulmanes. El Profeta continuó recibiendo mensajes y experimentando visiones de Dios, pero durante los siguientes dos años solo Mahoma, Jadiya y el anciano Waraqa supieron lo que estaba ocurriendo.

Finalmente recibió el mandato divino de extender dichas revelaciones al resto de los árabes. Pero, por encima de todo, tenía que comunicar la orden que exhortaba a los mequíes a volver a practicar la caridad y el cuidado de los más desvalidos entre los suyos, tal como los clanes y las tribus habían hecho antaño en el desierto. Porque, en definitiva, este iba a ser el fundamento del islam: la vuelta a los valores de la generosidad, el desprendimiento de lo material, el cuidado y la atención al más débil, la austeridad, la igualdad...

Hasta la llegada del islam no apareció otra iniciativa capaz de contrarrestar dicha fuerza de disgregación social

Todas aquellas virtudes que caracterizaban a los árabes nómadas que recorrían las agrestes tierras de la península arábiga. Por descontado, tales valores se habían ido arrinconando progresivamente en la nueva estructura capitalista que el comercio internacional había traído consigo a la sociedad mequí.

Y no es que Mahoma predicara la renuncia total a las posesiones y riquezas por parte de los más favorecidos, pero sí los conminaba a ser los mayores defensores de una sociedad más justa e igualitaria, puesto que Dios ya los había beneficiado proporcionándoles una situación más ventajosa que la del resto de sus congéneres. Porque el problema del Quraysh era que un feroz individualismo estaba corrompiendo la solidaridad tribal. En realidad, hasta la llegada del islam no apareció otra iniciativa capaz de contrarrestar dicha fuerza de disgregación social.

Predicar entre dificultades

Con esta prédica, pues, es natural que al principio los únicos seguidores del Profeta fueran aquellos que nada tenían que perder, es decir, esclavos, mujeres, pobres y desheredados. A menudo el Profeta era objeto de burla por parte de los poderosos miembros de su tribu, que le veían reunirse con sus incondicionales alrededor de la Kaaba. Este primer período mequí duró unos tres años, en los que Mahoma intentó no llamar demasiado la atención: era consciente del mensaje implícitamente subversivo de su prédica.

Horizontal

Un hombre musulmán con el Corán.

Ibrakovic / Getty

El mismo acto de prosternarse para rezar se realizaba en privado, pues nada podía ser más vejatorio para el espíritu indómito y orgulloso de cualquier poderoso qurayshí que el de tocar el suelo con la frente. Pero para Mahoma y los primeros musulmanes aquella inclinación no era sino el símbolo perfecto de su absoluta entrega a la voluntad divina. Al principio de estos tres años, aparte de Jadiya, sus cuatro hijas, su primo Ali y su hijo adoptivo, el liberto Zayd, ningún otro miembro de la familia quiso convertirse al islam.

Ni siquiera su tío Abu Talib, que tanto le quería y respetaba, prestó oídos a su sobrino, aunque siempre lo defendió y protegió. De hecho, sin esta actitud por parte de su tío, jefe del clan de los hashemíes, poco habría durado Mahoma entre los conservadores medios sociales de La Meca. Abu Bakr, uno de sus más íntimos amigos –a la muerte del Profeta sería nombrado el primer califa del islam–, también se convirtió en aquellos primeros momentos.

Pero al término de estos tres años el islam, lejos de ser una nueva brisa que uniese a los qurayshíes en un orden social más justo y equitativo, se había ido tornando en torbellino. Era motivo de desunión en familias y clanes, que veían cómo algunos de sus miembros hacían profesión de fe mientras otros defendían la tradición pagana de sus ancestros.

El traslado del Profeta a Medina fue un proceso negociado entre Mahoma y los medinenses

Finalmente, en 615, Mahoma tuvo una revelación en que se le ordenaba el comienzo de su prédica general y abierta. Invitó a cuarenta miembros de su clan a una frugal comida en su casa e intentó transmitirles el nuevo mensaje de Alá. Pero no obtuvo el apoyo general de su familia.

Durante los siguientes siete años, hasta su huida a Medina en 622 (hecho que se denomina la hégira, es decir, la emigración), su situación se volverá cada vez más insostenible en La Meca.

En esta etapa intentó atraer a una de las tribus asociadas al Quraysh, la de Taqif, en la ciudad de Taif, pero la tentativa resultó vana: una ciudad cuyo comercio dependía de su relación con La Meca difícilmente iba a enfrentarse a ella. Y tal era la situación general en Arabia, donde nadie quería caer en el punto de mira del Quraysh.

Pugna con La Meca

La ayuda le llegó de forma inesperada desde Medina. Esta ciudad no participaba activamente en las alianzas comerciales que La Meca entretejía por toda la península arábiga. De hecho, parece ser que la composición de su población, con dos importantes clanes judíos, propiciaba que Medina tuviera sus propias redes comerciales con otros enclaves hebreos de la península, Siria y Palestina. Además, la situación social en Medina no era particularmente serena.

Sin duda, entre las razones que movieron a los medinenses a aceptar al rebelde qurayshí en su ciudad figuraba la del papel de árbitro en sus conflictos que le otorgaron. Porque el traslado del Profeta a Medina no fue una alocada huida en mitad de la noche, sino un proceso negociado entre Mahoma y los medinenses en el que quedaban claramente establecidos cuáles iban a ser su lugar y su función en la ciudad.

En la Explanada de las Mezquitas, donde sueñan los judíos con levantar el tercer templo, se alza la cúpula de la Roca, obra cumbre del arte musulmán, donde Abraham preparó el sacrificio de su hijo, y donde el profeta Mahoma ascendió a los cielos

En la explanada de las Mezquitas de Jerusalén se alza la cúpula de la Roca, para los musulmanes el lugar desde donde Mahoma ascendió a los cielos

Lucas Vallecillo

Desde esta nueva posición, Mahoma se dedicó abiertamente a hostigar a La Meca en el punto que más le podía doler: atacando sus caravanas comerciales. Semejante decisión no dejaba de tener sus detractores dentro de la propia Medina, puesto que incordiar así a la todopoderosa Meca podía significar la ruina para quien osara hacerlo.

Los primeros en protestar y en desafiar los planes de Mahoma fueron las tribus judías. Una de ellas abandonó la ciudad. La otra fue masacrada sin contemplaciones cuando en una escaramuza militar traicionó a Mahoma. Tal vez la masacre debía servir de castigo ejemplarizante a todo aquel que se opusiera a él en Medina.

Lee también

Las ciudades de la mítica ruta de la seda

Daniel Gomà

Horizontal

A partir de aquel momento, la fuerza social y militar de Mahoma y sus seguidores no paró de crecer, hasta que desembocó en la estrepitosa derrota del Quraysh, que atacó Medina en la famosísima batalla del Foso de 627.

Desde entonces y hasta su muerte, acaecida en 632, Mahoma pudo volver a La Meca –aunque nunca quiso vivir allí de nuevo– reconocido como el guía espiritual de la comunidad árabe y el instaurador de un nuevo orden social.

Este artículo se publicó en el número 456 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.