Francisco Bilbao, Discursos masónicos, Segundo (original) (raw)
Discursos masónicos
Segundo (inédito)
Nada nuevo, hermanos. –Dogmas o principios, tradiciones o esperanzas que se os enseñen, todo eso puede seros en parte conocido y tiene su origen en las ideas necesarias que nacen, con el hombre, y que la ciencia desarrolla.
Acordaos del proceder Socrático. –La enseñanza de Sócrates se reducía a descubrir, a ayudar, a revelar en el alma misma del discípulo, los gérmenes que el verbo eterno allí depositara, –y es así, como después esa enseñanza ha venido a ser corroborada por el texto magnífico con que San Juan abre las puertas del Evangelio: –Era la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Esa luz, él mismo lo dice, era la participación de la eterna inteligencia.
Esa luz, pues, es la misma que quizás ya conocíais, pero con la cual os iniciamos y os damos el bautismo luminoso de miembros de una sociedad, cuyo objeto es la arquitectura moral de la humanidad indivisible.
El vapor ha existido en todo tiempo en la elaboración de la naturaleza. Lo mismo la electricidad, y todos los fluidos y fuerzas conocidas, cuya aplicación a los progresos humanos nos asombra. –Pero comparad la existencia del vapor, a la conciencia de su fuerza y lo que es más, a la organización de esa fuerza por medio de la mecánica industrial, –y veréis la distancia que media entre la organización y la conciencia de una fuerza o de una facultad, y el hecho sólo de su existencia.
Ese vapor, esa fuerza que se perdía, concentrada, organizada, surca los mares, devora las llanuras, atraviesa las montañas, transportando los productos de los climas, los hombres de todas las razas, los pensamientos de todas las escuelas, cruzando y mezclando los elementos materiales, morales, e intelectuales de la humanidad, en un foro tan vasto como el mundo, para realizar la harmonía predestinada, y la omnipresencia de todo lo bello, de todo lo útil, de todo lo justo. [16]
Del mismo modo la masonería, h.·. La luz existe, existía. –Todos reconocen la necesidad de un vínculo común, pero casi todas las religiones y sectas, han pretendido imponer sus formas y ritos peculiares y exclusivos, a la forma universal, que desconoce las fronteras y que ignora los límites, y que es la que nosotros proponemos. La masonería en medio de todas las disidencias, divisiones, odios, y persecuciones, ha elevado su bandera en la que brilla el triángulo inmortal de la Trinidad divina, cuya encarnación humana se llama libertad – igualdad – fraternidad.
No discutimos sobre dogmas, ni sobre principios. Exigimos tan sólo el reconocimiento del Arquitecto supremo de los mundos, sin cuya existencia, y reconocimiento, sociedad, leyes, civilización y progresos sacudidos por el Sansón de la duda, rodarían desquiciados al abismo. Exigimos el reconocimiento de la inmortalidad del alma, sin cuya verdad, «esta vida, sería, como lo dijo Hugo, indigna del Dios que la da y del hombre que la recibe». Exigimos el reconocimiento de un vínculo supremo entre ese Dios el eterno, y entre este ser el inmortal, para continuar el desarrollo de la crisálida celeste que la humanidad contiene, y que no puede terminar porque tiene a la eternidad por tiempo, a la inmensidad por campo y al infinito por término y deseo de sus aspiraciones sin fin. –He ahí los cimientos indestructibles del templo moral tan vasto como el mundo, que los masones, aprendices, compañeros y maestros, levantan con sus manos bajo el amparo de la luz del cielo y de las luces que nos guían.
La masonería quiere pues fortificar todo lo que es universal. –La universalidad es su carácter. Su bandera de enganche no establece clasificaciones de riqueza, de color, de patria, de religión, de profesión. Su ley de ciudadanía impone como única condición a la virtud, para ser inscrito en el registro cívico de esa Jerusalén porque sueñan los mortales, de esa ciudad que de Oriente a Occidente y de Septentrión a Mediodía, realizará las palabras del Apocalipsis de San Juan, «que no ha menester Sol, ni Luna, que alumbren en ella; porque la claridad de Dios la alumbró y la lámpara de ella es el cordero.» «No entrará en ella ninguna cosa contaminada, ni ninguno, que cometa abominación y mentira.»
He ahí nuestra ley de elecciones para ser ciudadano de la ciudad masónica.
Se os han abierto las puertas. Habéis pasado por las pruebas [17] que se exigen para recibir la luz. Sed pues dignos de la luz, porque la luz os seguirá en los recónditos de la conciencia para escudriñar vuestras acciones.
La iniciación es necesaria. Toda religión la impone, todo Estado la exige. El cristianismo emplea el bautismo del agua, símbolo de la purificación. –El Estado, la renta o la Escuela, símbolo de arraigo y de instrucción. –La Masonería, impone la luz como bautismo, o la aceptación de la revelación eterna, que nos hace participantes de la luz divina, de la ley en la conciencia para dirigir la libertad. –Exigimos pues todo lo fundamental que las religiones y sistemas políticos exigen. La confesión libre, la comunicación directa de la conciencia con el Juez Supremo; la purificación de nuestras faltas, al confesarlas y proponer no repetirlas, que es la realidad del simbolismo católico, y lo que es más, la afirmación de la humanidad universal, de la patria universal, de la Iglesia universal, en la aceptación de la fe masónica.
¿Se cree por ventura que hemos llegado a tal estado de perfección en libertad, igualdad – fraternidad, que ya no sea necesario sacerdotes, apóstoles, misioneros y propagadores de la santa doctrina?
Hay esclavos en el mundo. Luego la masonería es necesaria.
Hay privilegios, distinciones de raza, de clases, de naciones, odios y prevenciones separatistas, guerras permanentes. –Luego la masonería es necesaria.
Hay ignorantes que buscan la ciencia y no pueden adquirirla; hay enfermedades, miserias, desgracias irremediables, –barbarie que es necesario civilizar, luego la masonería es necesaria. –He ahí por lo que hace al exterior. –Y por lo que hace a la intimidad misma de la humanidad, –¿no vemos claramente la distancia enorme que nos separa del ideal en todos los países? –¿No vemos las instituciones imperfectas, las leyes vejatorias que aún subsisten, los dogmas rivales que combaten, las Iglesias que fluctúan en el océano de las disputas y de los intereses? –¿No vemos aún a la mayoría alejada del espíritu, sumergida en la materia, procurando encontrar en la materia y en la sensación el fin de la inmensidad del deseo? –Luego la masonería es necesaria, porque es el reinado del espíritu.
La masonería tiene pues que combatir al error, al vicio, a la [18] desgracia, al dolor físico y moral, a las tinieblas de la inteligencia. Y para ese combate que dura tanto como la historia, se ha organizado y vosotros hoy empezáis a conocer su disciplina, porque sin disciplina nada se consigue. La base de esa organización es la asociación y la obediencia del hombre libre. Tenemos una jerarquía: Respetémosla. –Aprended, pues, desde hoy a respetar nuestra organización y autoridades.
Tenemos nuestra historia, nuestros medios, nuestro fin.
Nuestra historia está encarnada en los progresos de los pueblos, en las llamas de las hogueras extinguidas, en el patíbulo que se avergüenza ya de presentarse en las plazas de los pueblos, en las penitenciarias que se levantan para la rehabilitación del delincuente, –en las garantías de la vida, de la propiedad y de la libertad del pensamiento; –en la abolición sucesiva del tráfico de esclavos, en la desaparición del tormento del código penal; en las conquistas del derecho de gentes para disminuir los males de la guerra.
¿En qué progreso no encontraréis la acción directa o la influencia masónica a despecho, o ignorándolo los mismos que lo combaten o protegen?
Nuestros medios son la organización de nuestras logias, y la acción de la razón y del amor.
Nuestro fin, la construcción de ese templo en cuyo altar las naciones vendrán un día con los trofeos de todo despotismo vencido, a extender la mano para remover la alianza definitiva de los elementos humanos, presentando al creador el más bello de los espectáculos: La libertad fraternizando, la libertad pidiendo al creador otra tierra u otro cielo para continuar sus victorias de luz, de fuerza, de amor, hasta la consumación de los siglos.
[Transcripción íntegra a partir de las Obras completas editadas por Manuel Bilbao,
Buenos Aires 1866, tomo 2, págs. 15-18; facsímil digital realizado por Google.]