Antonio de Guevara / Reloj de Príncipes (1529) / libro 1 (original) (raw)

Capítulo XXIX
Que no ay cosa que más destruya a la república que consentir los príncipes cada día novedades en ella.

En el Libro de los Reyes, capítulo viii, dize la Sagrada Escritura que, siendo ya muy viejo el sancto propheta Samuel, puso en su lugar para regir el pueblo a dos hijos suyos llamados Joel y Abia; porque naturalmente los padres han gana de dexar en honra a los hijos. Residían y tenían la judicatura los hijos de Samuel en la ciudad de Bersabee, que era el último lugar de Judea, y el viejo fuesse a morar a la ciudad de Ramatha, y juntos todos los hombres honrados y ancianos del pueblo de Israel ordenaron para embiar a Samuel una embaxada y que la llevassen los más ancianos de la sinagoga; porque los antiguos fueron en esto muy avisados, de jamás negociar cosas públicas por manos de moços. Llegados los viejos a Ramatha, dixeron a Samuel estas palabras: «Tú, Samuel, eres viejo, y ya por tu vejez no puedes regir al pueblo. Como padre piadoso encomendaste a tus hijos la governación del pueblo. Hazémoste saber en este caso que tus hijos son muy avaros lo uno; resciben presentes de los pleyteantes lo segundo; hazen muchas injusticias a los pobres lo tercero. Por esso, danos un rey que nos rija, y este rey ha de yr delante nosotros a la batalla; porque ya no queremos juezes que nos juzguen sino reyes que nos defiendan.» El viejo Samuel, oýda la embaxada, afrentóse mucho de lo que le dixeron los viejos de Judea, lo uno por ser sus hijos malos, lo otro porque les querían quitar los oficios. Y de verdad tenía razón Samuel sobre tal caso estar afrentado y penado; porque los vicios y travessuras de los moços cuchillos son que traspassan los [207] coraçones de los padres viejos. Visto por Samuel que todos los hebreos estavan determinados en quitar la governación del pueblo a sus hijos, no tuvo otro remedio sino quexarse a Dios deste agravio; y Dios, oýdas sus querellas, respondióle estas palabras:

«No estés triste, Samuel, que en pedir como piden rey, no menosprecian a tu persona, sino menosprecian a mi Providencia; y no te maravilles que dexen a tus hijos porque son traviessos, pues dexaron a mí su Dios y se fueron en pos de los ýdolos falsos. Pues piden rey, yo tengo determinado de darles rey; pero diles primero las condiciones del rey, y son éstas: el rey que os tengo de dar tomará a vuestros hijos con sus carretas y bestias, y embiarlos ha cargados de fardaje y ropas; y, no contento con esto, hará a vuestros hijos correos para sus caminos, tribunos y centuriones para sus batallas, y farálos labradores, ortelanos de sus huertas, segadores de sus panes, herreros de sus armas. Ternéys fijas delicadas y veréys mal gozo dellas, porque el rey que os daré harálas boticarias para curar los heridos de sus guerras, harálas cozineras en su palacio y harálas panaderas en su despensa. El rey que os diere, si tratare mal a vuestros hijos y hijas, muy peor tratará vuestras haziendas; porque los mejores prados que tenéys pacerán sus ganados, de vuestras viñas cogerán las mejores uvas, de los olivares escogerán el mejor azeyte y azeytunas. Y, si algún fruto después desto quedare en los campos, querrán que lo cojan no vosotros, sino sus escuderos. Pues más ha de hazer el rey que os tengo de dar: de diez caýzes de trigo le avéys de dar uno; de diez vacas le avéys de dar una; de diez ovejas le avéys de dar una; de manera que de todo lo que cogeredes en el campo, aunque no queráys, avéys de dar a vuestro rey diezmo. De vuestros esclavos y esclavas más se ha de servir el rey dellos que no vosotros; y tomará a todos los moços a los quales vosotros pagáys sueldo; y tomará a todos los bueyes que estén arando y trabajando en vuestras eredades; y llevarlos ha a trabajar a sus bosques y huertas, de manera que pagaréys vosotros la soldada y aprovecharse ha el rey dellos para su [208] hazienda. Todo lo sobredicho ha de tener el rey que les tengo de dar.»

La historia que aquí he contado no es patraña de Ovidio, ni es égloga de Virgilio, ni es fictión de Homero, sino sentencia y palabras de Dios vivo y verdadero, el qual ni sabe burlar, ni menos mentir. ¡O!, juyzios de Dios ascondidos, ¡o!, ignorancia de los mortales, que pedimos y no sabemos lo que pedimos, ni para qué lo pedimos, ni a quien lo pedimos, ni adónde lo pedimos, ni quándo lo pedimos; lo qual todo causa en nosotros muchos daños; porque no errar en elegir y acertar en el pedir muy pocos de los mortales lo suelen alcançar. Piden los hebreos remedios, y ofréceles Dios más daños; piden quien los rija, y dáles Dios quien los destruya; piden rey, y ofréceles tyrano; piden quien los mantenga en justicia, y amenázalos con tyranía; piden quien no los coheche, y dales quien los robe; piden quien liberte a sus hijos, y dales quien se los torne esclavos; finalmente pensando los hebreos ser libres de los juezes que tomavan presentes de grado, dióles Dios un rey que se los tomasse por fuerça. ¡O!, quántas y quántas vezes ha de ser Dios rogado que dé príncipes en la república y perlados en su Iglesia no a peso de nuestra culpa, sino a medida de su clemencia.

Dize Platón, libro i De legibus, que una de las cosas que los sicionios tuvieron por excelencia en su policía fue guardar mucho sus ciudades que no uviesse mudança en la governación dellas, y a la verdad aquellos bárbaros fueron cuerdos en hazerlo y Platón fue muy sabio en loárselo; porque no ay cosa que más destruya a la república que consentir cada día novedades en ella. Parece todo esto ser verdad en los hebreos, los quales en sus goviernos fueron muy bulliciosos, ca primero se governaron por patriarchas, como fue Abraham; después se governaron por prophetas, como fue Moysén; después se governaron por capitanes, como fue Josué; después se governaron por juezes, como fue Gedeón; después se governaron por reyes, como fue David; después se governaron por pontífices, como Abdías; finalmente, descontentándose los hebreos de todos éstos, permitió Dios que cayessen en manos de [209] Antíoco, y de Tholomeo, y Herodes, que fueron tyranos. Fue esta penitencia por Dios muy bien ordenada, según que lo merecía su culpa; porque muy justo fue que los que no supieron gozar de la libertad de Judea gustassen la cruda servidumbre de Babylonia.

La condición que tuvieron los inquietos hebreos, la misma tuvieron en su govierno los superbos romanos, los quales en el principio de su imperio se governaron por reyes; después por los diez viratos; después por los cónsules; después por los dictadores; después por los censores; después por los tribunos; después por los senadores; finalmente vinieron a ser governados por emperadores tyranos. Todas estas mudanças y modos de governaciones inventó el Imperio Romano no por más de por ver si pudiera librarse del ageno señorío; porque eran tan superbos en este caso los romanos, que amavan la muerte con libertad y aborrecían la vida con captiverio. Dios que lo tenía assí ordenado y sus tristes hados se lo tenían assí prometido, quando los romanos acabaron de assolar a todos los reyes y reynos de la tierra, començaron a gustar la servidumbre tyránica de Roma.

Anden y anden todos los hijos de vanidad, por mucho que los esclavos limen los grillos, los súbditos alcen el pleyto omenaje, los vassallos levanten la obediencia, los súbditos inventen guerras, los reyes ganen reynos, los emperadores alcancen imperios, quieran o no quieran, que mayores o menores, menores o mayores, todos se han de conocer por siervos. Regla es infalible que mientra vivimos en la carne jamás por jamás podemos de nosotros sacudir el yugo de la servidumbre. Y no digáys los príncipes que por ser príncipes poderosos de la servidumbre soys esentos; porque sin comparación es más intolerable tener los coraçones cargados de cuydados, que no tener los pies y gargantas rodeadas de hierros. Un esclavo, si es bueno, aflóxanle los hierros; pero a vosotros, los príncipes, quanto más soys mayores, más os aploman los cuydados; porque el príncipe que de la república es zeloso un momento no tiene el coraçón assosegado. Un esclavo espera que le han de ahorrar en la vida, pero vosotros jamás esperáys ser libres hasta la muerte. A un esclavo échanle los grillos por peso, [210] pero a vosotros cárganos los cuydados sin medida; porque en el coraçón triste más pesa una onça de cuydado, que pesan sobre el cuerpo diez quintales de hierro. Un esclavo estando solo quebranta o lima sus hierros, pero en vosotros la soledad atormenta al coraçón con mil cuydados; porque los lugares solitarios vergeles son de los coraçones afligidos. Un esclavo no tiene que satisfazer ni con quien cumplir más de con uno, mas los príncipes tenéys de cumplir con todos; porque el buen príncipe sólo el tiempo ha de tener para sí, y a sí y a lo que tiene cabe sí ha de querer para todos. Dezía el divino Platón, y dezía bien, que el que menos parte ha de tener en el príncipe ha de ser el mismo príncipe; porque el príncipe para que sea todo suyo no ha de tener parte en sí mismo. Un esclavo, si trabaja de día, sin cuydado reposa y duerme de noche; mas a vosotros los príncipes los días se os passan en oýr importunidades y las noches en dar unos indigestos sospiros. Finalmente digo que a un esclavo, sea bueno, sea malo, acabada la vida se acaba su pena sin que dél aya más memoria; mas ¿qué hará un triste de príncipe quando muere, que si ha sido bueno de su bondad ay poca memoria, y si ha sido malo jamás se le cae la infamia? Esto he dicho, porque mayores y menores, siervos y señores, en Aquél sólo deven conoscer señorío que por sólo hazernos señores vino a ser siervo en este mundo.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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