Antonio de Guevara / Reloj de Príncipes (1529) / libro 3 (original) (raw)

Capítulo XVIII
En el qual el auctor amonesta a los príncipes y grandes señores a que después que llegaren a viejos sean templados en el comer, sean sobrios en el bever, sean honestos en el vestir y, sobre todo, que sean muy verdaderos en el hablar.

Conforme al cónsejo de Séneca, deven los viejos ser muy templados en el comer, lo qual les conviene a ellos hazer no sólo para la reputación de sus personas, mas aun para la conservación de sus vidas; porque los viejos voraces y golosos son perseguidos con enfermedades proprias y son infamados con lenguas ajenas. Los hombres ancianos, digo los que son generosos y virtuosos, lo que han de comer ha de ser limpio, ha de ser bien adereçado y, sobre todo, que se les dé con sazón y tiempo; porque de otra manera el comer mucho y de muchas cosas a los moços házelos enfermar, mas a los viejos constríñelos a morir. Los moços, aunque coman no limpio, coman mucho, coman apressurado y coman hablando, no podemos menos hazer sino con ellos dissimular; mas los viejos que comen mucho, comen suzio, comen apressurado y comen parlando, de necessidad los emos de reprehender; porque los hombres honrados y ancianos con tanta gravedad han de estar a la mesa comiendo, como si estuviessen en un Consejo votando. No es mi intención de persuadir a los viejos flacos a que coman poco, sino de amonestarles que no coman más de lo necessario. No les quitamos comer cosas delicadas, sino que se guarden de las cosas superfluas. No les aconsejamos que dexen de comer teniendo necessidad, sino que huyan de toda curiosidad; porque a los hombres viejos, si [724] les es lícito comer hasta hartar, no les es honesto comer hasta revessar.

Vergüença he de lo escrevir, pero más vergüença deven tener muchos hombres de lo hazer, y es que la hazienda que han ganado y la que de sus antepassados han eredado toda la han comido y bevido, de manera que ni han hecho una casa, ni han comprado una viña, ni aún han casado una hija; sino que, venidos a la vejez, las tristes hijas andan por mesones y ventas, y los pobres padres por hospitales y yglesias. Quando uno viene a pobreza porque se le quemó la casa, o se le hundió una nao, o se lo sacaron por pleyto, o lo gastó en competir con su enemigo, o le acontesció otro caso desastrado; paresce que todo hombre es obligado a socorrerlo, y quebranta el coraçón en mirarlo; mas el hombre que lo gastó en sacar vestidos exquisitos, en buscar vinos muy preciados y en comer manjares muy costosos, en el tal diría yo que es muy bien empleada la pobreza que passa y aun es digno de toda palabra injuriosa; porque entre los trabajos no ay otro ygual trabajo a ver hombre que él fue ocasión de padescerlo.

Ítem, según el consejo de Séneca, deven advertir los hombres ancianos en que no sólo sean templados en el comer, mas aun que sean sobrios en el bever, y esto assí para la conservación de su salud como para la reputación de su honestidad; porque, si los médicos antiguos no nos engañan, más se azedan y estragan los cuerpos umanos con lo demasiado que bevemos, que no con lo superfluo que comemos. Si yo dixesse a los viejos que no beviessen vino, podríanme dezir que no era consejo de christiano; mas, presupuesto que lo han de bever, y por ningún parescer lo han de dexar, amonéstolos, exórtolos y ruégolos que bevan poco, y lo que bevieren que sea templado; porque el demasiado y desordenado bever no torna a los moços sino borrachos, mas a los viejos tórnalos borrachos y locos. ¡O!, quánto pierden de auctoridad y desminuyen de su gravedad los hombres honrados y ancianos que en el bever no son sobrios, lo qual parece verdad en que del hombre que está cargado de vino, aunque fuesse el más sabio del mundo, loco sería el que dél tomasse consejo. [725]

Plutharco, en un libro que hizo De fortuna romanorum, dize que en el Senado de Roma dio grandes bozes un hombre anciano, diziendo que un mancebo le avía de tal manera deshonrado, que merescía por las injurias que le avía dicho ser muerto. Como fuesse llamado el moço para que diesse razón de lo que avía dicho, dixo:

«Padres Conscriptos, aunque os parezco moço, no soy tan moço que no conozco al padre deste viejo, el qual fue romano valeroso y algo pariente mío. Y, como vi que su padre ganó mucha hazienda y no poca honra, y esto en la guerra peleando; y vi que este pobre viejo la gastava toda comiendo y beviendo, díxele un día: 'Mucho me pesa, señor tío, de lo que oygo de tu honra en la plaça, y mucho más me pesa de lo que veo hazerse en tu casa, es a saber: que en la sala do se armavan cincuenta hombres en una hora, se estén agora emborrachando cien chocarreros cada día, y (lo que es peor) que, assí como tu padre a los que entravan en su casa les mostrava las vanderas que en la guerra avía ganado, assí agora tú a los que entran en tu casa les muestras cien tinajas de vino.' Mi tío se ha quexado de mí, en el qual caso a él, que es el quexoso, hago juez contra mí, que soy el acusado; mas plega a los immortales dioses que no mereciesse él más pena por sus obras que yo merezco por mis palabras; porque, si él fuera discreto, aceptara la correción que yo le hize en secreto y no viniera a pregonar sus defectos en este Senado.»

Oýda por el Senado la querella del viejo y la escusa del moço, dieron por sentencia que al viejo quitassen la hazienda, y proveyéronle de un tutor para que governasse a él y a su casa; y, allende desto, mandaron al tutor que no le diesse a bever gota de vino, pues de borracho estava notado. Por cierto la sentencia que dio el Senado fue muy justa; porque el hombre viejo y que se toma de vino tanta necessidad tiene de un ayo como la tiene el niño, y tanta necessidad tiene de un tutor como la tiene un loco.

Laercio compuso un libro De conviviis philosophorum y cuenta algunos antiguos combites do se juntaron en uno a comer [726] algunos grandes philósophos. Y, dado caso que los manjares eran muy simples, los combidados eran muy sabios, y la causa por que se juntavan no era a fin de comer, sino para averiguar algunas graves doctrinas, sobre que tenían los philósophos entre sí algunas diferencias; porque en aquellos tiempos, como eran muchos los estoycos y muchos los peripatéticos, estavan entre sí los philósophos muy divisos. Quando los philósophos estavan assí juntos comiendo, no por cierto se desmesuravan en el comer, ni se desmandavan en el bever, sino que se levantava entre los maestros y los discípulos, y entre los moços y los viejos, una muy dulce porfía, es a saber: sobre quál dellos diría algún secreto de philosophía o alguna profunda y grave sentencia. ¡O!, felices aquellos combites, y no menos felices los que allí eran combidados; mas ¡ay, dolor! que los que agora combidan y los que agora son combidados no son por cierto tales quales eran los antiguos; porque ya no se hazen combites de philósophos, sino de golosos; no para disputar, sino para murmurar; no para averiguar cosas dudosas, sino para tratar de vidas agenas; no para confirmar amistades antiguas, sino para començar dissensiones nuevas; no para deprender alguna dotrina, sino para provar alguna golosina; y (lo que es peor de todo) que los viejos, si debaten sobre mesa con los moços, no es sobre quién dize más graves sentencias, sino sobre quién ha bevido más y más llenas las taças.

Paulo Diácono cuenta en la Historia de los longobardos que quatro longobardos viejos hizieron un combite en el qual se bevieron los unos a los otros los años, y era desta manera: desafiávanse a bever dos a dos, y contavan los años que cada uno avía, y el que comigo competía avía de bever tantas vezes quantos años yo avía, y por semejante yo avía de bever los años que él avía. Y por lo menos el uno de los quatro combidados avía cincuenta y ocho años, y el segundo avía sessenta y tres, y el tercero avía ochenta y siete, y el quarto avía noventa y dos; de manera que no se sabe si lo que comieron en aquel combite fue mucho o poco, pero sabemos que el que menos bevió, bevió cincuenta y ocho vasos de vino. Desta tan mala costumbre vinieron los godos a hazer aquella ley que es de [727] muchos leýda y de pocos entendida, do dize: «Mandamos, so pena de la vida, que ningún viejo beva a otro los años estando a la mesa.» Y esto se hizo porque eran tan dados al vino, que más eran las vezes que bevían que no los bocados que comían. Los príncipes y grandes señores, ya que son ancianos, deven ser en el bever muy sobrios, pues quieren de los moços ser muy acatados; porque, hablando con verdad y aun con libertad, después que un viejo fuere del vino tomado, más necessidad tiene que de braço le lleve el moço a su casa, que no que le quite el bonete y le hable con reverencia.

Ítem deven tener los príncipes y grandes señores muy gran advertencia en que, después que llegaren a ser viejos, en los vestidos que truxeren no sean notados de moços; ca, dado caso que traer vestidura polida o curiosa no haga pobre ni rica a su república, no podemos negar que no haze mucho al caso para la reputación de su persona, porque la vanidad y curiosidad de los vestidos arguye gran liviandad de pensamientos. Según la variedad de las edades, assí ha de ser la diversidad de las vestiduras, lo qual parece claro en que se visten de una manera las donzellas, las casadas se visten de otra, las biudas se visten de otra; y por semejante manera diría yo que una ha de ser la vestidura de los niños, otra la de los moços y otra la de los viejos, la qual ha de ser muy más honesta que todas; porque los hombres que tienen ya canas no se han de auctorizar con preciosas vestiduras, sino con obras muy virtuosas. Andar muy limpios, andar muy bien vestidos y andar bien acompañados, esto no lo prohibimos a los viejos, mayormente a los generosos y valerosos; pero andar muy polidos, andar muy trepados, andar muy costosos, andar muy curiosos y, sobre todo, en la variedad de los vestidos ser estremados, perdónenme los viejos que esto no es oficio sino de moços locos; porque lo uno sabe a honestidad y lo otro pregona liviandad. Confusión es de dezirlo, pero mayor es hazerlo, es a saber: que muchos viejos de nuestro tiempo ponen no poca solicitud en escofiar las cabeças, en raparse las barbas, en buscar cabelleras ruvias, en traer joyeles a las gargantas, en sembrar de cabos de oro las gorras, en buscar invenciones de muchas medallas, en poblar los dedos de ricas sortijas, en [728] andar perfumados con cosas olorosas, en buscar nuevos trajes de vestiduras; finalmente digo que, teniendo la cara toda arrugada, no pueden sufrir en su ropa ni sola una arruga.

Todos los historiadores antiguos acusan a Quinto Hortensio, el romano, en que todas las vezes que se vestía tenía un espejo delante su cara, y tan de espacio y tan por orden componía los pliegues de la ropa, como la muger compone los cabellos en la cabeça. Este Quinto Hortensio siendo cónsul, yendo un día por Roma, topóse con él otro cónsul en una calleja estrecha; y, como al passar del uno y del otro se le deshiziessen los pliegues de la ropa, quexóse en el Senado del otro cónsul como de quien le avía hecho gravíssima injuria, diziendo que merescía perder la vida. Auctor es de todo esto Macrobio en el iii libro de los Saturnales.

No sé si me engaño, mas podríamos dezir que toda la curiosidad que los viejos tienen en andar polidos, curiosos, costosos, ataviados, limpios y frescos, no es por más de por desmentir a la vejez y pretender de tener derecho a la mocedad. ¡Qué lástima es de ver a muchos hombres ancianos, los quales como higos se caen de maduros, y por otra parte es maravilla verlos cómo en la edad se hazen moços!; y en este caso digo que pluguiesse a Dios que les viéssemos ahorrar de los vicios que tienen y no desmentir de los años que han. Ruego y exorto a los príncipes y grandes señores, a los quales Dios Nuestro Señor los quiso llegar a viejos, que no se afrenten ni se desprecien de ser viejos; porque (hablando la verdad) el hombre que no ha gana de parescer viejo, gana tiene de vivir en las liviandades de moço.

Ítem deven tener muy gran advertencia los hombres honrados en que, después que llegaren a viejos, no estén sus amigos sospechosos, sino que de amigos y enemigos sean tenidos por verdaderos; porque la mentira en boca de un moço no es más de mentira, pero en la boca de un viejo es una muy cruda blasphemia. Los príncipes y grandes señores, en especial después que llegaren a viejos, de una manera se han de aver en el dar y de otra en el hablar; porque los buenos príncipes las palabras han de vender por peso y las mercedes han de hazer sin medida. Muchas vezes se quexan los hombres [729] ancianos, diziendo que los mancebos no quieren conversar con ellos, y a la verdad si en esto ay culpa, la culpa está en ellos mismos, y la razón desto es en que si se juntan alguna vez a conversar y passar tiempo, si acaso un viejo parlero toma la mano en el hablar, jamás por jamás sabe acabar, por manera que algunas vezes querría más un hombre discreto andar a pie seys leguas que escuchar a un viejo plático tres horas.

Si con tanta eficacia persuadimos a los viejos a que sean honestos en el vestir, no por cierto les daremos licencia que sean dissolutos en el hablar, pues va mucha diferencia de notar a uno ser curioso en el vestir, o acusarle de ser malicioso en el hablar; porque traer vestiduras preciosas injuria a pocos, mas las palabras injuriosas lastiman a muchos. Macrobio, en el i libro sobre el Sueño de Scipión, cuenta de un philósopho llamado Chritón, el qual vivió ciento y cinco años, y hasta los cincuenta años fue muy traviesso, mas después que vino a ser viejo fue tan recatado en el comer y bever, y fue tan avisado y limitado en el hablar, que jamás le vieron hazer cosa digna de ser reprehendida, ni jamás le oyeron palabra que no fuesse digna de ser notada. Conforme a este exemplo, bien daríamos a muchos licencia para que hasta los cincuenta años fuessen moços, con tal que dende en adelante se vistiessen como viejos, anduviessen como viejos, hablassen como viejos y se preciassen de ser viejos; mas ¡ay, dolor! que toda la primavera se les passa en flores y agraz, y después primero se caen en la sepultura de podridos que estén sazonados para cogerlos.

Quéxanse también los viejos que no toman su parescer los moços, y la escusa desto es ser ellos en sus pláticas muy pesados; porque si piden a un viejo su parescer en un caso, luego se comiença a entonar, y a dezir que en vida de tales y tales reyes y señores de buena memoria se fazía esto y se proveýa esto otro, de manera que quando un moço les pide consejo de cómo se avrá con los vivos, comiença el viejo a contarle la vida de todos los muertos. La razón porque los viejos son amigos de hablar largo es que, como ya por la vejez no pueden ver, ni pueden andar, ni pueden comer, ni pueden dormir, querrían que todo el tiempo que aquellos miembros se ocupavan en hazer sus oficios, todo le ocupasse la lengua en [730] contar de los tiempos passados. Después de lo dicho, no sé más qué aya de dezir, sino que nos contentaríamos con que tuviessen los hombres viejos su carne tan castigada como tienen a su lengua de parlar martyrizada. Aunque en todo sea feo el mucho hablar y, junto con esto, sea escándalo no tratar verdad, mucho más se afea este vicio en los príncipes ancianos y en los otros señores generosos, los quales tienen por oficio no sólo de tratar verdad, mucho más aun de castigar a los enemigos della; porque de otra manera los generosos y valerosos cavalleros no poco perderían de su auctoridad en que no vean en sus cabeças sino canas, y por otra parte no fallen en sus bocas sino mentiras. [731]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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