Diamat en el Diccionario de filosofía contemporánea (original) (raw)
Inversión abreviada de materialismo dialéctico. Denominación que se ha consagrado en los círculos filosóficos de Europa occidental y América para englobar nominalmente la orientación peculiar experimentada por la filosofía soviética. Las raíces originarias de su problemática –así como, en parte, las de su específica orientación– se remontan a los clásicos del marxismo. Marx y Engels, en su tarea común de forjar las armas teóricas necesarias para que el proletariado alcanzase su autoemancipación, lograron una perfecta simbiosis. Empero, en su división del trabajo se reflejaron también los rasgos personales derivados de su diversidad de mentalidad y formación. Habiéndose concentrado Marx fundamentalmente en su magna obra de investigación económica e histórica, le correspondió a Engels abordar algunos temas filosóficos. Por desgracia, con premura y al nivel de divulgación que imponían su carácter polémico. De ahí que si bien asombre todavía la altura que –no obstante las limitaciones señaladas– Engels alcanzó en sus divulgaciones, no por ello cabe afirmar que los clásicos del marxismo nos legasen una filosofía plenamente elaborada. Incluso, independientemente de la potente carga filosófica que caracteriza a la obra económica de Marx y que tan decisivamente se manifiesta en los Grundrisse y El capital. Por ello, para Gramsci, la filosofía marxista no se daba todavía en una forma propiamente «filosófica», sino que surgió como aforismos y criterios prácticos debido a que su creador –Marx– se dedicó a las tareas indicadas. Según Gramsci la «filosofía de la praxis» (marxista) existía potencialmente, pero estaba por elaborar ya que incumbía a los seguidores de Marx y Engels desarrollar su germen inicial.
El problema se complicó ulteriormente, en el seno del movimiento obrero internacional, por los intentos revisionistas de fundamentar filosóficamente el marxismo en el neokantismo, el empiriocriticismo, &c. Lenin llevó a cabo la crítica de esas corrientes idealistas en una forma muy operativa. Y sin que ello implicase una actitud dogmática de tipo «monista», ya que postulaba un materialismo muy diversificado y abierto a la infinitud del micro y macrocosmos. La dialecticidad antimecanicista de Lenin, en esta etapa, debe subrayarse, pues corresponde a una fase anterior a su exhaustivo estudio de la Lógica de Hegel que le indujo a valorar su importancia hasta el punto de considerar el dominio de ésta como indispensable para una adecuada comprensión de El capital.
Con la instauración del poder soviético se agudizó en el país el debate filosófico. Inicialmente la lucha se libró entre el conjunto de las tendencias marxistas y los vestigios de la filosofía eslava tradicional. Es decir, las corrientes representadas por V. Soloviev, N. Berdiaeff, L. Shostov y otros. Complementariamente se enfrentaron también las posiciones leninistas con las teorías filosóficas del menchevismo y los discípulos soviéticos de Mach que, como Bogdanov, pretendían «complementar» filosóficamente al marxismo. En 1922 se fundó la revista Bajo la bandera del marxismo y en ella apareció el trabajo de Lenin Sobre el significado del materialismo militante que imprimió un fuerte impulso al desarrollo de la filosofía soviética. Este primer período del poder soviético (1917-1925) se caracterizó en el plano filosófico por la sustitución del profesorado reaccionario, la formación acelerada de cuadros ideológicos y la pluralidad de teorías filosóficas. Esa pluralidad, que reflejaba en el campo filosófico la intensa lucha de clases que en esa fase se libraba en la URSS, se polarizó posteriormente en el conflicto entre mecanicistas y dialécticos. «Es decir, la oposición de una tendencia "centificista" (cientificismo) y de otra filosófica más clásica; para la primera, la civilización moderna debería aparecer mecánicamente y a consecuencia del nuevo orden social, para la segunda el marxismo se insertaba en la corriente de la filosofía tradicional y, más especialmente, del pensamiento de Spinoza y Hegel»{1}.
Se entra así en el segundo período (1925-1931) del desarrollo filosófico soviético. En él culminan las pugnas de la etapa anterior. Durante la última fase de ésta se habían integrado en la corriente mecanicista los psicoanalistas sociales –que pretendían una síntesis entre freudismo y marxismo– y los adeptos del proletkult. En su conjunto intentaban, remontándose a Engels, consolidar una concepción románticamente naturalista del marxismo. Con cierto fundamento, evidentemente, pues, como indica G. Bueno, «el materialismo histórico, bajo la influencia de Engels, habría experimentado constantemente una tendencia a desplazarse hacia el materialismo dialéctico (en el sentido naturalista)...»{2}. Sin embargo, la tendencia mecanicista (mecanicismo) rebasaba considerablemente las posiciones adoptadas por Engels –a causa de sus apresuradas generalizaciones polémicas– para incurrir, como consecuencia de la insuficiente preparación filosófica de algunos científicos, en posiciones abiertamente positivistas (positivismo). De hecho, «los mecanicistas negaban la significación de la dialéctica materialista como ciencia independiente y la sustituían por una teoría del equilibrio que rebajaba las formas complejas del movimiento a las más simples y las diferencias cualitativas a las cuantitativas»{3}. Fundamentándose en la concepción marxista de la ideología, como falsa conciencia, establecían la incompatibilidad entre ésta y la ciencia. Al inducir la filosofía en el seno de la ideología resultaba automáticamente negada. Así, para S. Minin, «el marxismo es la ciencia; la filosofía resulta superflua, pues es el producto de la burguesía y la quintaesencia de su espíritu de clase»{4}. A su vez, para Bujarin, el materialismo histórico se reducía a la sociología.
La lucha contra el materialismo mecanicista fue dirigida por A. M. Deborin, que, por el contrario, concebía a la filosofía como una ciencia independiente. Según Deborin «la filosofía era indispensable para el desarrollo de las ciencias exactas y experimentales, al igual que éstas y las ciencias humanas son necesarias para la filosofía. No debe en consecuencia, reducirse el papel de la filosofía». La contienda se desarrolló también a través de la opuesta interpretación que del pensamiento de Spinoza y Hegel realizaron ambas corrientes. Para los mecanicistas dichos filósofos pertenecían íntegramente al pasado. No les reconocían ninguna aportación positiva. En contraposición, la tendencia dialéctica deboriana valoraba altamente su contribución al desarrollo de la filosofía marxista.
El ciclo de discusión filosófica se cerró en abril de 1929 (II conferencia de investigadores científicos y filósofos) con la derrota de los mecanicistas. La victoria de la tendencia de Deborin fue efímera. Casi inmediatamente después se inició la crítica de sus posiciones y ésta culminó en un debate en el «Instituto de profesores rojos de filosofías y ciencias naturales», en que Stalin sustituyó el concepto de «desviación formalista» –que contra ella se venía utilizando en la polémica– por la de «idealismo menchevizante»{5}. Según los críticos de Deborin «ese idealismo se reflejaba en la incomprensión del espíritu de partido en la filosofía, en el divorcio entre la teoría y la práctica de la edificación socialista y en la conciliación de la dialéctica materialista de Marx y la idealista de Hegel»{6}.
Con ello se pasa al período dogmático (1932-1956) caracterizado por el «culto a la personalidad» de Stalin. Sus raíces sociales se hunden en las duras condiciones impuestas por el cerco capitalista y el intento soviético de «construcción del socialismo en un solo país». Como expresión de ese proceso histórico, Stalin formuló en 1937 la tesis –combatida en el XX congreso del PCUS– de que la lucha de clases iría agudizándose a medida que el país se acercara al socialismo. La publicación del trabajo de Stalin Sobre el materialismo dialéctico e histórico contribuyó a empobrecer el horizonte filosófico. Se trataba de una obra muy útil desde el punto de vista divulgador, pero que al ser elevada –en las condiciones del «culto»– al rango de «obra maestra de la filosofía marxista» sometía a ésta a un reduccionismo peligroso. Stalin suprimió, de hecho, del método dialéctico la ley hegeliana de la negación y contribuyó a crear unas condiciones donde apenas era posible el debate filosófico. Como así lo evidencia la intervención de A. A. Zhdanov sobre «El frente ideológico y la filosofía» (1947) en la que el adjunto de Stalin trituró la Historia de la filosofía occidental de N. G. Alexandrov{7}. En 1943 alcanzó su culminación la teoría de las dos ciencias: la ciencia «burguesa» y la ciencia «proletaria». Este subjetivismo de clase fue ulteriormente criticado por los filósofos soviéticos. En beneficio de la objetividad es preciso señalar que, reaccionando frente a los perjuicios que ese dogmatismo ocasionó al desarrollo de la ciencia y la cultura soviética, fue Stalin quien originó el viraje corrector. Con la publicación, en 1950, de su trabajo El marxismo y la lingüística se rehabilitó la lógica formal que había sido prácticamente eclipsada por la lógica dialéctica. A juicio de Stalin se incurría en una interpretación vulgar del principio de la posición «partidista» en la ciencia, que trataba con el mismo patrón a las ciencias teóricas de la sociedad –ciencias sociales como la economía política, la sociología, &c.– que por su naturaleza están ligadas a una clase social, y las ciencias que no están conectadas a una clase determinada: como, por ejemplo, la gramática y la lógica formal.
A partir del XX congreso del PCUS (1956) se inicia la etapa actual del desarrollo filosófico soviético que, para Bernard Jeu, «se caracteriza por el antidogmatismo y la descentralización de los círculos filosóficos»{8}. La difusión de los métodos colectivos de trabajo, la publicación de obras que sintetizan las investigaciones de filósofos, sociólogos y científicos de las distintas ramas del saber están a la orden del día. Ha surgido una nueva generación de filósofos, formados después de la guerra, y se llevan a cabo regularmente debates acerca de los problemas más candentes de la filosofía ya que la abolición del dogmatismo no debe excluir la lucha ideológica.
En el plano geográfico, la descentralización es un hecho. Hasta hace diez años –declara I. D. Andreev– los libros filosóficos sólo se editaban en Moscú, mientras que ahora se editan en todas las ciudades del país. Para F. V. Konstantinov «es un signo de nuestro tiempo que los trabajos filosóficos sean escritos no sólo por grupos de trabajo, o autores, de Moscú o Leningrado, sino también por filósofos de Kiev y de Minsk, de Rostov y Krasnoiarsk, &c., incluyendo ciudades asiáticas tan alejadas como Perm, Novosibirsk, Tbilissi, Alma-Ata, &c.». Los filósofos soviéticos han roto también con el aislamiento internacional. En 1957 el Instituto de filosofía de la academia de ciencias de la URSS ingresó en la federación internacional de sociedades filosóficas y desde entonces los filósofos soviéticos participan regularmente en los congresos internacionales.
No puede pretenderse que se hayan superado totalmente las consecuencias negativas que para el desarrollo de la filosofía soviética ha tenido el período dogmático. Subsisten todavía reminiscencias que se manifiestan en un cierto escolasticismo y del cual son expresión algunos de sus manuales filosóficos. Contra los que, en su día, reaccionó Fidel Castro e indujeron al profesor M. Sacristán a calificar de «provecto teólogo» a F. V. Konstantinov. No obstante, resulta significativa la declaración del filósofo católico G. A. Wetter –tenaz adversario de la filosofía soviética– al manifestar: «Hay que reconocer que la literatura filosófica de esta especialidad ha adquirido un auge considerable en la URSS desde la muerte de Stalin. Sobre algunos problemas ha habido durante los últimos años discusiones entre los filósofos soviéticos –nos vienen al pensamiento aquí unas discusiones sobre las contradicciones dialécticas– llevadas a un plano considerablemente filosófico. Lo mismo puede decirse de ciertos dominios afines de la filosofía, como, por ejemplo, la filosofía de las matemáticas, la investigación básica, la lógica, &c.»{9}.
Por su parte, G. Bueno sitúa el problema de la filosofía soviética en su adecuada perspectiva al señalar que... «La inspiración de estos Ensayos no es otra sino la de colaborar a la constitución de una filosofía académica materialista. Esta filosofía no existe todavía, salvo en estado embrionario. La filosofía académica no es, en general, materialista, y el materialismo vive, sobre todo en forma no académica. El Diamat es, ciertamente, el esfuerzo más señalado en la dirección de una doctrina académica (escolástica) materialista, pero las condiciones en las cuales se desenvolvió –y que han marcado profundamente su estado actual– determinaron su aspecto dogmático y simplista, colindante muchas veces con el monismo metafísico (concepción de la realidad como un proceso de desarrollo dialéctico "ascendente" que culmina en la aparición del hombre) aunque en él se encuentran valiosísimos elementos». Y en una nota a pie de página al párrafo anterior matiza: «Este monismo metafísico puede constatarse, tanto en la corriente a la que pertenecen quienes (como V. P. Tugarinov) entienden la materia como sustancia, cuanto en la corriente de quienes (como I. D. Andreev) entienden la materia como devenir –pero un devenir en el que se subraya la "concatenación universal de las partes" y la "causalidad recíproca". La oposición entre estas dos corrientes de la filosofía soviética, sin perjuicio de su importancia, me parece que debe subsumirse en el marco común de lo que, en este libro se llama "mundanismo". Extraída de este marco la oposición se desfigura. No obstante, es necesario constatar que estas tendencias "monistas" están fuertemente compensadas por la tenaz presencia de la tesis de Lenin sobre la inagotabilidad de la materia en profundidad. Esta tesis suele tomar la forma casi literal de la "antítesis" de la segunda antinomia kantiana, en cuanto se presenta como oposición a la doctrina del carácter último de las partículas elementales. "Las partículas elementales no lo son, en modo alguno, en el sentido absoluto de la palabra, sino que poseen una estructura compleja que está aún por descubrirse"»{10}. Para añadir después –a título de conclusión que hacemos nuestra– «el materialismo mundano no es, por tanto, en modo alguno, sinónimo de materialismo vulgar o precientífico. Pueden entrar en su composición importantes trozos del materialismo académico. Pero la silueta del materialismo mundano, en una sociedad determinada, se configura por la efectiva conjunción de los mil estímulos que convergen en la vida real, y que corrigen un aspecto, reducen otro y distorsionan un tercero. Precisamente en estas selecciones, aclaraciones o esclarecimientos, a través de las cuales cobran un significado, muchas veces inesperado, los contenidos, consiste el proceso de la conciencia social. El materialismo como doctrina oficial del estado soviético, por ejemplo, no es, meramente, una interpretación más o menos ortodoxa, de un sistema, sino una mundanización de un conjunto muy fértil de ideas abstractas en el contexto político, económico e ideológico de la Unión Soviética»{11}.
{2} Del prólogo a J. M. Laso, Introducción al pensamiento de Gramsci, Madrid 1973, 11.
{3} Instituto de filosofía de la academia de ciencias de la URSS, Historia de la filosofía VI, México 1966, 143.