Mecanicismo en el Diccionario de filosofía contemporánea (original) (raw)
Término puesto en circulación por R. Boyle (1661) para designar su concepción de la naturaleza (Mechanismus universalis), comparable a una compleja máquina compuesta de racimos de átomos corpóreos objetivamente representables, cuyo movimiento está generado por su mutua interacción según rigurosas leyes de causalidad. No obstante, más que el «atomismo» (Gassendi), debe considerarse característico del mecanicismo clásico: 1) la identificación de lo mecánico con lo material o, más exactamente, con lo «corpóreo», tanto si con ello se pretende independizar lo «inmaterial» o espiritual (el fantasma en la máquina de Descartes), como si se considera el procedimiento más adecuado para reducir toda realidad a materia (el Dios corpóreo de Hobbes); 2) la afirmación de una rígida causalidad eficiente unida a la eliminación de todo finalismo, actitudes ambas inherentes al propio desarrollo de la mecánica (Galileo, Newton, D'Alembert, Hamilton, &c.), en cuanto ciencia modelo y fundamento histórico de la doctrina mecanicista incluso hasta mediados del siglo XIX, fecha en que todavía se reconocía como la más perfecta guía de investigación, pues proporcionaba las nociones fundamentales para explicar básicamente los fenómenos estudiados por todas las demás ciencias, y 3) la adopción sistemática de una «metáfora radical» (en el sentido de Max Black), la de la máquina, como patrón explicativo de la estructura y funcionamiento de toda otra realidad tanto humana (el «hombre-máquina» de La Mettrie) como natural (Mersenne opuso explícitamente esta actitud al naturalismo renacentista consagrado a la búsqueda de «fuerzas ocultas»). Esta metáfora, potenciada sin duda en el siglo XVII por el considerable perfeccionamiento técnico logrado en la construcción de aparatos mecánicos de relojería («el cuerpo no es más que un reloj, cuyos humores son los relojeros») y por la invención de ingenios mecánicos de simulación (por ejemplo, el pato de Vaucanson), perdurará con mayor o menor literalidad, según los distintos significados que históricamente se van atribuyendo al término máquina –el de herramienta, el de motor o máquina motriz, y finalmente el de autómata o sistema de control–, hasta nuestros días en el movimiento interdisciplinar denominado cibernética o, al menos, en algunos de sus cultivadores.
Dada la polivalencia semántica que desde el principio enturbió la claridad no sólo del término, sino también de las propias doctrinas mecanicistas, me limitaré de momento a reseñar dos significados que, además de su importancia histórica, conservan actualidad y nos pueden servir de hilo conductor para dilucidar la cuestión fundamental del mecanicismo: En tanto que opuesto al «vitalismo» (y más tarde a otros «ismos») hablaremos de «mecanicismo biológico», mientras usaremos la expresión «mecanicismo ontológico» para designar la posición antitética de toda «explicación dialéctica».
A) Un mecanicista en biología es quien afirma como Jacques Loeb que todos los procesos vitales «pueden ser explicados inequívocamente en términos fisicoquímicos» (The mechanistic conception of life, 1922), afirmación que supone una notable corrección en el programa cartesiano clásico de reducir la biología a la ciencia de la mecánica, puesto que, si con Maxwell se define la mecánica como la ciencia de la materia y del movimiento, las reacciones químicas quedan excluidas de su dominio. Pese a ello, se admite de ordinario que sigue existiendo en esta actitud un núcleo de significado común expresable mediante la noción de «explicación mecanicista» en cuando opuesta a «explicación teleológica». En todo caso, el mecanicismo así entendido contradice, en primer lugar, las doctrinas vitalistas defendidas principalmente por Hans A. Driesch (Die organischen Regulationen. Vorbereitungen zu einer Theorie des Lebens, 1901) de que ciertas características de los sistemas vivos –entre ellas las autorregulaciones organizadoras (crecimiento, regeneración y restitución) y adaptativas– deben explicarse recurriendo a factores especiales –las entelequias o fuerzas vitales– propias sólo de la materia animada. El segundo y más peligroso enemigo del «mecanicismo biológico» está representado por el «organicismo» o «biologismo», posición más cauta, que rechaza por inoperante la noción de «fuerza vital» e incluso elogia los métodos mecanicistas en tanto han permitido la constitución de la biología científica al depurar toda entidad metafísica de sus explicaciones, al tiempo que mantiene recalcitrantemente que tales métodos analíticos o «aditivos» resultan intrínsecamente insuficientes para el estudio de los organismos vivientes, ya sea porque son inadecuados a la hora de explicar el aspecto teleológico de su conducta (J. B. Haldane), al ignorar el «ciclo funcional» que, en términos del zoólogo J. von Uexküll, enlaza al organismo con su medio, ya porque no dan cuenta del carácter integrado, holístico y unificado del ser vivo y de sus actividades (E. S. Russell), integración que únicamente puede explicarse mediante una teoría general de los sistemas (y más precisamente, de los sistemas «abiertos» según L. von Bertalannfy), puesto que se produce entre partes heterogéneas, no aditiva, sino jerárquicamente organizadas –Paul Weiss asegura en este sentido que el principio de orden jerárquico es un hecho descriptivo y demostrable que contradice los paradigmas mecanicistas (El sistema viviente, determinismo estratificado, 1971). En última instancia, el «biologismo» en su defensa de la autonomía de la biología frente a las tendencias reduccionistas del mecanicismo, no duda en salirse de su propio terreno en busca de argumentos para desautorizar a su contrincante: la concepción mecanicista –dicen sus defensores– ha quedado anticuada, tras la aparición de la mecánica cuántica, en la propia física, cuanto más en biología con el desarrollo de la microbiología celular, donde la «indeterminabilidad» es aún más radical que la «indeterminación» de Heisenberg. La réplica del «mecanicismo biológico» a los argumentos de estos eminentes investigadores se mueve en dos planos diferentes:
a) el autodenominado «metodológico», defendido por ciertos filósofos analíticos, sostiene la tesis de la «reductibilidad» de la biología a la física y a la química «no como una teoría específica acerca del carácter de los procesos biológicos, sino como una máxima heurística, como un principio de investigación» (Carl Hempel, Filosofía de la ciencia actual), cuya utilidad –credencial que no pueden exhibir los vitalistas – está fuera de toda duda, siempre que en la formulación del programa reduccionista se proceda de un modo analíticamente correcto, a saber, distinguiendo cuidadosamente entre reducción de términos (definibilidad) y reducción de leyes (derivabilidad). En el mismo sentido, pero más cautamente, Ernst Nagel (La estructura de la ciencia) reconoce que los organicistas han demostrado la posibilidad de realizar estudios valiosos y fructíferos de los procesos vitales sin recurrir a los «dogmas» del mecanicismo, pero no la autonomía absoluta de la biología ni la imposibilidad intrínseca de lograr explicaciones fisicoquímicas de las funciones vitales. Afirmar lo contrario no deja de ser un «dogma» también, sólo que más peligroso para la investigación que el de la actitud mecanicista; b) en el plano de la «investigación experimental» el concepto cibernético de «retroacción negativa» (feedback) ha permitido derivar las nociones de sistema adaptativo y sistema reforzado selectivamente y, subsiguientemente, construir modelos, no sólo anatómicos, sino funcionales (mecanismos) de comportamiento biológico –desde la tortuga mecánica de Grey Walter hasta los modelos genéticos y de desarrollo de M. J. Apter, pasando por el «homeostato» de R. Ashby. Desde el punto de vista de la simulación se pretende, pues, reproducir el conjunto del comportamiento humano o animal mediante modelos que sean idénticos (químico-coloidales o protoplasmáticos) en su construcción a los seres humanos o animales (F. H. George, Cybernetics and biology, 1964). En el mismo sentido cabe interpretar al fisiólogo Jacques Monod (Azar y necesidad), cuando nos habla de las «máquinas que se reproducen», sólo que en Monod no hay discontinuidad entre el mecanicismo biológico representado por su tesis «descriptiva» de que los mecanismos que confieren su estructura macroscópica a los seres vivos son de la misma naturaleza que las interacciones microscópicas responsables de las morfologías cristalinas, y el mecanicismo ontológico expresado mediante la hipótesis de que la invariancia o reproducción invariante precede necesariamente a la teleonomía o propiedad de los objetos dotados de un proyecto que a la vez representan en sus estructuras y cumplen en sus performances. En todo caso, cuando Monod polemiza no sólo contra el vitalismo, sino contra la proyección animista disfrazada bajo las interpretaciones dialécticas (subjetivas, según él) de la naturaleza, se manifiesta de inmediato que la polémica en torno al mecanicismo desborda continuamente los límites de la biología y plantea problemas de tipo ontológico, por más precauciones metodológicas que se adopten para evitarlo.
B) En Razón mecánica y razón dialéctica (1969) el profesor Tierno Galván nos cuenta la historia de la oposición entre estos dos modos de entender y explicar la realidad desde Platón hasta Marx con la pretensión de llegar a resultados sistemáticos. Adopta para ello la hipótesis de identificar «inteligencia dialéctica» e «inteligencia literaria», por una parte (en cuanto es el diálogo con sus componentes estéticos y plásticos el que origina aquella) y «mentalidad mecánica» con «inteligencia científica», por otra (en cuanto mecánico significa la posesión de un modelo que explica cómo está hecho el mundo y sus partes de un modo cuantitativo en cada momento acumulativo de la razón científica). Acto seguido, acuña el término «eventualidad» que usa junto con el de «contradicción» para caracterizar a la dialéctica frente a la mecánica, que sería el reino de la «alternativa» y de la «fijeza». A partir de ahí diagnostica la disolución histórica de la dialéctica en el ámbito de lo imaginativo, de la literatura o de la fantasía metafísica englobadora frente al progresivo y prevalente desarrollo de la razón mecánica y del mecanicismo, cuyo fundador resulta ser «paradójicamente» –paradoja que el reduccionismo literario de Tierno deja sin aclarar– un escritor de diálogos: Galileo. Sea lo que fuere de la dialéctica lo que interesa subrayar aquí es que Tierno concibe –consciente o inconscientemente– el mecanicismo en términos «ontológicos», cuando lo describe utilizando la clásica dicotomía necesidad/libertad humana, identificándolo con una especie de materialismo determinista, al que concede (pese a algunas formulaciones brillantes que reservan para la dialéctica la crítica de lo construido positivamente) excesiva autonomía. En este contexto el problema de Marx (versus Engels) habría consistido en formular un «materialismo libre» (p. 205), en el cual la propia ciencia fuese un producto histórico. Por esta vía el mecanicismo de la necesidad aparecerá como un monismo en contradicción con el pluralismo dialéctico (p. 222), pero este diagnóstico también «ontológico» se mantiene a un nivel demasiado abstracto, cuya ambigüedad no permite resolver la cuestión central del mecanicismo, pues no proporciona criterios para valorar el alcance de su programa. Se diría que Tierno –traductor e introductor de Wittgenstein en España– «deja las cosas como estaban», tras su minucioso análisis.
Desde el punto de vista del materialismo filosófico G. Bueno ha visto más certeramente al mecanicismo como una especie de formalismo primario (Ensayos materialistas, 155-163), consistente en la reducción de los géneros ontológico-especiales M₂ y M₃ al género M₁ (ontología), actitud que no puede confundirse sin más con el materialismo simpliciter, pues puede combinarse sin contradicción (algebraicamente) con concepciones intensamente espiritualistas (Descartes o Mersenne). Esto se debe a que dicha actitud (en cuanto formalismo primario) se mantiene en el plano de la ontología especial, sin prejuzgar su compatibilidad con el materialismo ontológico general, si bien (como señala Tierno penetrantemente, pese a que no distingue los dos planos y carece de una noción clara de materialismo) ordinariamente se combina con una concepción cósmico-monista (no materialista sensu stricto, por tanto). Más bien podemos calificar al mecanicismo de «materialismo positivista» en cuanto se enfrenta al «dialéctico» y pretende (como vimos incluso en los mecanicistas más moderados Nagel o Hempel) representar la verdadera metodología de la ciencia natural. Más en concreto, G. Bueno objeta al mecanicismo de Monod –y su objeción puede extenderse a los demás– que, aun cuando en virtud del postulado de objetividad se instituya una crítica (cierta de facto en muchos aspectos, pero indiscriminadamente ejercida) al antropomorfismo –a la proyección animista–, tal crítica está motivada muchas veces por instancias ellas mismas «antropomórficas» (M₂), cuyos contenidos son irreductibles a categorías cósicas (M₁) en virtud ahora del _dialelo antropológico_–, y otras veces, fundada en categorías y conceptos lógicos –ideales– (M₃), no menos irreductibles a los esquemas construidos en M₁. No se trata de decir que la célula (o la conciencia) tiene más realidad que el universo galáctico, al modo biologista, sino de afirmar que no tiene menos. El principio de objetividad no puede erigirse en el criterio por antonomasia de la crítica epistemológica so pena de eliminar grandes porciones del llamado conocimiento científico (por ejemplo, las «ciencias humanas») o, alternativamente, so pena de reducir la sociología, pongamos por caso, a la realización de proyectos como el de Winiarsky (Essais sur la mécanique sociale, reed. 1967) de estudiar los comportamientos sociales con las ecuaciones diferenciales de la mecánica, o el de F. W. Taylor (Scientific management, 1911) consistente en asimilar al obrero en el trabajo con una máquina, dos ejemplos de «formalismo primario», afines a la actitud mecanicista.
Además de la bibliografía citada en el texto pueden consultarse Lenoble, Robert Mersenne ou la naissance du mécanisme, Paris 1943; D. Slipman-T. E. Drabkin, Mechanistics in sixteenth century Italy, Wisconsin 1968; A. Vartaniam, L'homme machine. A Study in the origins of an idea, ed. crítica con introducción y notas sobre la obra de La Mettrie. Sobre la polémica mecanicismo-vitalismo las obras clásicas de Buetschli, G. Wolff, Braenning de 1901-1902 y la de Tietz, en 1922. Finalmente desde un punto de vista físico A. D'Abro, The decline of mechanism in modern physics, New York 1939.