Regressus en el Diccionario de filosofía contemporánea (original) (raw)
Término acuñado técnicamente por G. Bueno para designar un conjunto de procedimientos analíticos característicos de la conciencia crítica tanto categorial como trascendental, cuyo significado original debe rastrearse en la filosofía dialéctica de Platón (Rep. VI, 509d-511e; VII, 517a-532b). No es arbitrario ni accidental remontarse a Platón, pues antes de él «no hubo filosofía» (según la tesis que G. Bueno defiende en su último libro La metafísica presocrática). Toda verdadera filosofía, aun cuando no sea filosofía verdadera, utiliza, por tanto, necesariamente este método, consistente –como una somera inspección etimológica que su denominación indica–: 1) por una parte, en «re-tornar», «re-montar» (ανα-βαινω) desde el estado presente de la conciencia científica, política o mundana, desde las έικασια y las πιστις; en terminología de Platón), tal como nos es accesible históricaemte, hacia sus componentes trascendentales (hacia su ιπόθεσις y, en última instancia, hacia las ideas): y 2) por otra, en un «re-curso» (para una analogía poderosa acúdase al concepto matemático de «función recursiva»), es decir, un proceso incesantemente repetido y permanentemente aumentado (puesto que su punto de partida cambia según los niveles históricos dados, no sólo en virtud de los resultados «endógenamente» acumulados a partir de los circuitos precedentes a la manera de las funciones recursivas, sino, sobre todo, en virtud de factores «exógenos», materiales o sociales), que nos remite a un trámite complementario que opera en sentido inverso, el progressus, al objeto de obtener la cancelación del bucle, es decir, la retroalimentación del sistema. Ambos trámites, el regressus y el progressus, en cuanto procedimientos dialécticos, pertenecen a la misma constelación de conceptos que las ideas de totalización, contradicción y negación, entre otras, no sólo porque la noción de totalización dinámica (no totalidad estática) sea el fondo sobre el que se configuran como conceptos ad hoc (regresión hacia las partes del todo y progresión hacia su reconstitución), sino, principalmente, porque son estos conceptos dialécticos los que nutren y hacen funcionar internamente los referidos métodos. En particular, el regressus surge como respuesta automática –efecto inmediato– ante las contradicciones, aporías o paradojas filosóficas, conduciendo a un distanciamiento, a un «enfriamiento» respecto a las realidades dadas en el mundo y efectivamente vividas hasta ahora, y desde ahora negadas al operarse la destrucción de los todos o partes enfrentados por la contradicción. Esta «trituración» dialéctica, constitutiva de la regresión y, en definitiva, de toda conciencia crítica, puede llevarse a cabo –según el límite considerado en cada caso– en dos niveles que distinguiremos cuidadosamente aquí: el categorial y el trascendental.
El nivel categorial, regional o científico se caracteriza porque el proceso regresivo se detiene en ciertas «hipótesis» (en el sentido platónico de la palabra) o en una parte emergente dada de una totalización regional determinada (en términos de G. Bueno en El papel de la filosofía en el conjunto del saber, 191), expresión que debe ser interpretada, aun a riesgo de limitar su alcance, a la luz de la doctrina del «cierre categorial» elaborada posteriormente. En efecto, la contradicción categorial que desencadena el proceso regresivo o los contenidos categoriales sometidos a análisis se forjan inicialmente dentro de los límites de un «cierre categorial» específico (es decir, de una totalización regional determinada). Ahora bien, el propio «cierre» es un episodio de un proceso dialéctico más amplio, cuyo efecto regresivo –reforzado por el _progressus_– es la ampliación sucesiva de los marcos del cierre categorial hasta un punto en el que estalla la clausura del sistema categorial con la consiguiente inmersión de las partes (emergentes) o categorías consideradas en el reino de las ideas, es decir, en la filosofía. Como ilustración concreta de este regressus categorial reseñamos aquí dos casos: a) un contenido categorial como la «moneda» que se realiza en el cierre de la economía política desborda los marcos de la misma, cuando el análisis nos muestra su condición de «variable» en el sentido estricto, matemático de la palabra{1}, cuyo campo de variabilidad son los conjuntos de los bienes hasta los que llega su valor adquisitivo, y cuyo funcionamiento –siempre dentro de una armadura ecuacional– es a veces discreto (por efecto de la sigilación), otras continuo (el lingote de oro bruto, por ejemplo) e, incluso, estocástico (en cuanto la moneda es signo iconográfico); b) de modo semejante la oposición ciudad/campo, que se configura inicialmente a nivel fenomenológico (genérico) dentro del cierre de la etnología, genera relaciones uniplurívocas del campo a distintos centros urbanos que nos permiten regresar a un nivel estructural (abstracto-funcional u ontológico), en el que las ciudades aparecen como «nudos» (ganglios) de un entramado virtualmente universal, estableciéndose así un nexo efectivo entre el proceso categorial de la progresiva urbanización y el ontológico de la constitución permanente de una sociedad universal, «hipótesis» ésta que absorbe y permite explicar (progressus) los propios acontecimientos históricos y sociológicos de la urbanización{2}. En ambos casos se observa un alto grado de racionalización involucrado en el procedimiento regresivo, racionalidad que nos permite precisar los objetivos y los trámites del mismo. Se trata, en definitiva, de llegar a los últimos supuestos gnoseológicos de una ciencia determinada mediante la inspección analítica tanto de las autoconcepciones fenomenológicas exhibidas por cada ciencia, como de los propios esquemas lógicos que realmente funcionan en ella, con el propósito de determinar la estructura específica de su cierre categorial en el terreno de la gnoseología. Si este proyecto del materialismo filosófico se lleva a cabo mediante la aplicación categorial del regressus y del progressus (aspectos ambos de un movimiento único), el resultado final será una lógica de las ciencias, inserta en la línea mutatis mutandis, de la Fenomenología del espíritu de Hegel, en tanto pueda a su vez considerarse como desarrollo de la Crítica de la razón pura de Kant.
El nivel trascendental universal u ontológico (ontología) se caracteriza, en cambio, porque el proceso de análisis regresivo no se detiene aquí en ninguna formación en virtud de un mecanismo cognoscitivo –la noésis platónica– que nos empuja hasta un límite en que cada realidad particular (institución, valor, categoría, persona, percepción, relación, &c.) queda «triturada», destruida. No obstante, se llama «trascendental» el proceso regresivo en este caso porque incluye, como hipótesis irrevocable, la propia actividad de la conciencia lógica creadora (kantismo) que se va configurando a sí misma en este proceso (en un sentido hegeliano). Digamos, para abreviar, que esta afirmación se halla íntimamente conectada con la tesis filosófica fundamental de G. Bueno, según la cual el materialismo filosófico, en cuanto solidario del «ejercicio mismo de la razón crítica filosófica… se mantiene en un curso ininterrumpido de pensamientos que ni recaen en la metafísica –…«monismo cósmico»…– ni tampoco en el nihilismo –indeterminismo, acausalismo– (Ensayos materialistas, 21). En efecto, si admitimos la afirmación –apoyada por un abundante material histórico– de que filosofar comporta en alguna medida analizar los objetos más heterogéneos y sus relaciones, el análisis regresivo se nos ofrecerá como constitutivo de la conciencia crítica filosófica frente a otros dos tipos alternativos de análisis: el «reductivo», que en el límite elimina el componente crítico de la filosofía al recaer en la metafísica (sustantivación del límite), y el «nihilista», destructor, en última instancia, de la propia conciencia, porque su excesiva fidelidad a la crítica conduce no ya a un límite negativo, sino a la negación de todo límite. El análisis que llamamos «reductivo» tanto en sus versiones clásicas (por ejemplo, la «duda metódica» de Descartes), como en las modernas (el análisis de la materia del atomismo lógico russeliano o el «análisis lingüístico» del positivismo lógico) conduce a una reducción de toda la realidad a un límite («_cogito_», «hechos atómicos» o «proposiciones protocolares») particular, categorial en cuanto constitutivo de la realidad efectiva del mundo y, más en concreto, de alguna ciencia (la psicología o la física), al que se le concede una función explicativa e integradora. El límite del análisis regresivo, en cambio, es la idea de materia (trascendental u ontológico-general), en cuanto se nos muestra dialécticamente como una destrucción de los propios límites de lo particular, de lo limitado, moviéndose en el sentido de pensar materialidades no dadas en la realidad efectiva del mundo, materialidades que no sean objeto únicamente de una ciencia particular, aun cuando el conocimiento que podamos alcanzar de ellas sea estrictamente negativo. No obstante, siempre queda asegurada la racionalidad de este proceso de trituración absoluta, porque siempre nos es posible retornar, es decir, realizar el proceso sintético de reconstrucción «progresiva», gracias a que el hiato que se abre entre el progressus y el regressus queda salvado de alguna manera por el trámite de la conciencia corpórea, por el ego considerado como parámetro crítico efectivamente presente en todos y cada uno de los momentos del proceso total. Así pues, la idea de materia, aunque carece de sentido atribuirle ninguna determinación, no es la pura indiferencia ni la negación de toda materia, como pretendería el análisis «nihilista», sino tan sólo el límite de la descomposición, y por tanto, la negación cualificada de las estructuras mundanas, negación que nos revela la negatividad absoluta de esta idea, pero también su carácter dialéctico «superador».