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Doctrina de las categorías

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Aristóteles, como es generalmente admitido, fue quien acuñó el término “categoría”, como término técnico. Más aún: desde el momento en que utilizamos el nombre de categoría nos parece obligado (y Kant reconoció también esta obligación) mantener constantemente la mayor fidelidad posible a los términos de la Idea aristotélica; porque si la Idea que vamos a re-construir se alejara de la Idea original más de lo debido, y no pudiera coordinarse internamente con ella, lo mejor sería escoger otro nombre para designar el objetivo de nuestra investigación.

Categoría tiene que ver con Kathegorein, que es “acusar”, acusar a un individuo (a un sujeto, a un súbdito) y, por ampliación, predicar algo de ese sujeto (o de otro cualquiera) en un juicio (por ejemplo, predicar de “Bucéfalo” que es “parte del patrimonio de Alejandro”).

La predicación se nos mostrará como una operación lógico-gramatical. Decimos “lógico-gramatical” en la medida en que se trata de un “artefacto” producido por gramáticos o lógicos, que intentan alternativamente atribuirse la responsabilidad. La predicación, sin duda, tiene mucho de artefacto gramatical, incluso la que quiere atenerse a los llamados “juicios predicativos” –distributivos– del tipo S es P (los llamados de tercio adyacente), aquellos a los que todavía Russell tenía presentes cuando utilizaba la fórmula φ!x (en donde “φ” corresponde al predicado, “!” a la cópula o afirmación de existencia, “embebida en el predicado”, y “x” al sujeto). Una fórmula que, por cierto, difícilmente puede aplicarse al ejemplo que hemos citado relativo al tesoro de Alejandro, al menos si se considera como un patrimonio indiviso, es decir, no distribuible; o también aquellos juicios que Russell representaba mediante una expresión de tercio adyacente tal como ∃xφ(x).

“Juicio predicativo” es, en realidad, nombre que cubre situaciones muy distintas, aun dentro de esa misma estructura lógico sintáctica; y ello debido a que los sujetos y los predicados son variables con valores muy distintos, y la cópula est que los vincula no es un lazo sintáctico rígido y unívoco sino que tiene diversas flexiones, seleccionadas en función de los valores de S y P. Y estas diferencias son tan notables que los criterios para establecerlas son también variables y no siempre reconocidos por todos. Para referirme a uno de los criterios de mayor trascendencia: en la cópula est Porfirio distinguió cinco figuras distintas en la predicación; los escolásticos interpretaban estas “figuras” como correspondientes a los modos de establecer la identificación entre P y S; pero estas figuras no eran las que Aristóteles llamó categorías. Se llamaron categoremas o predicables (género, especie, diferencia específica, propio y accidente). La intersección entre categoremas y categorías se da a través del género; porque Género es el primer predicable y las categorías suelen ser consideradas como géneros (supremos), aunque no falta quien llama categorías precisamente a los predicables “especies átomas” (F. Sommers, The logic of natural language, Clarendon Press, Oxford 1982). En cualquier caso, ello no autorizaría la confusión, porque las categorías son géneros según el modo de la identificación con el sujeto (similar al de otros géneros) y no según el contenido (o “primera intención”) de lo predicado. Sin embargo, no falta quien confunde (al menos en definición) las “figuras de los predicables” (categoremas) con las categorías, al decir que éstas son “figuras de la cópula”; y nada menos que Pierre Aubenque padece esta confusión (El problema del Ser en Aristóteles, trad. esp. de Vidal Peña, Madrid 1981, pág. 158).

Ahora bien, las categorías son también vistas por Aristóteles constantemente como “figuras o esquemas de la predicación” (Metafísica 1016b34, 1017a23, 1051a35); pero esto no quiere decir que sean figuras de la cópula. Son figuras de los predicados, o desde los predicados, aun cuando éstos impliquen de algún modo a la cópula, en tanto que estos predicados, más allá de la operación copulativa, aparecen identificados con los sujetos respectivos. Este es un punto esencial: la distinción entre la operación y los resultados de la operación. La operación es, desde luego, un proceso subjetivo, pragmático; pero sus resultados pueden ser objetivos, semánticos. “Unir en caliente” –aproximar– disoluciones de nitrato sódico (N03Na) y de cloruro potásico (Clk) es una operación química; pero la precipitación de sal común (ClNa) más el salitre (nitrato potásico, N03K) que resulta de la operación nos pone delante de sustancias objetivas (“materia prima” de la pólvora). Así también la operación predicación (asociada a las proposiciones) nos conduce acaso a resultados objetivos que acercan (en la interpretación en extensión) la predicación a la clasificación (asociada a objetos o relaciones entre objetos). El tratamiento conjuntista de los juicios predicativos nos permite asociar el sujeto S a la clase [S] –que puede ser la clase unitaria–; el predicado P a la clase [P], por lo que el juicio podría interpretarse, en lógica de clases, por [S]⊂[P] (esta interpretación no alcanza a los juicios predicativos no distributivos, tales como el que antes hemos considerado: “Bucéfalo es un caballo del tesoro de Alejandro”).

A través de la clasificación implícita en las predicaciones logramos asociar las categorías a objetos, no sólo a predicados. Las categorías aparecen en la predicación, pero (y esto es lo que la llamada “filosofía analítica” parece incapaz de ver: P. Strawson, Subject and Predicate in Logic and Grammar, Metehuen, Londres 1974) no tienen por qué estar restringidas al aspecto subjetivo de la predicación, ni como sujetos ni como predicados, porque éstos son, a lo sumo, “categorías gramaticales” y sólo en el supuesto de que incluso las entidades nos sean dadas desde el lenguaje, podríamos conferir a las categorías gramaticales el privilegio soberano en la teoría de las categorías. ¿Qué profundidad filosófica puede tener el afrontar la investigación sobre las categorías al modo como lo hace F. Sommers (Types and Ontology, 1963; The Logic of Natural Languaje, 1982), más preocupado por problemas tales como los de la estructura de la expresión “ira redonda” (y otros “errores categoriales” semejantes), pero de espaldas a los problemas de la Mecánica Cuántica, de la Biología Molecular o de la Economía Política de nuestros días?

Aristóteles pone explícitamente en conexión las categorías con la verdad y con la falsedad. Pues las expresiones que enumera, acompañadas de ejemplos (sustancia, cantidad, cualidad… pasión) no son por sí afirmaciones o negaciones; pero la afirmación surge de su symploké [54], como él mismo dice (Aristóteles supone que esa composición tiene lugar en el juicio y en el silogismo, implicados en la transitividad de las categorías). En suma, las categorías dicen realidad y la cuestión es cómo asumir lo real (según nuestra propuesta, a la realidad llegaremos desde la perspectiva de la clasificación, y por tanto, de la totalización).

Cuando nos atenemos a los resultados de la predicación, las clasificaciones objetivas, nos aproximaremos a aquellos predicados que Aristóteles llamó categorías. Y es absolutamente necesario tener en cuenta que la teoría de la predicación de Aristóteles se mantuvo circunscrita (a la manera como Pitágoras se circunscribió, en su teorema famoso, a los triángulos isósceles) a los predicados uniádicos (P(x)) –lo que favorecía, y aun condicionaba, la concepción sustancialista del mundo–. Por tanto, las clases a las que el planteamiento aristotélico nos remite son clases uniádicas distributivas (proposiciones proporcionadas a la teoría del silogismo categórico). Los predicados diádicos (principalmente en la forma de función, a partir del siglo XVII) también darán lugar a clases distributivas (por ejemplo, las “parejas dioscúricas” que cabalgan tanto en la batalla del lago Regilo como en la batalla de Clavijo y en la de Simancas); sin embargo, cada uno de los elementos de esa clase ya constituye una clase atributiva, y esto se ve con más claridad a medida que aumenta el rango del predicado (triádico, n-ádico).

Ahora bien, a su vez, la clasificación (como obtención de clases o de géneros –que a su vez subsumiremos en la idea de totalización–) nos abre ya el camino hacia las ciencias positivas. Y esto desde el momento en que la clasificación –totalización– es uno de los modi sciendi y, según algunos, en la tradición platónica de Espeusipo, la ciencia es sobre todo clasificación. De hecho, ya Aristóteles puso en estrecha conexión los géneros con el silogismo categórico demostrativo (el συλλογισμός έπιστημονικός) que es el que, según él, “produce la ciencia”: la demostración no puede salir del género, dice, ni siquiera remontándose a los principios que se encuentren más allá de los principia media, pues entonces se perdería la ciencia propter quid, es decir, el medio propio a través del cual se establece la conexión del predicado con el sujeto en la conclusión silogística (si quiero conocer “científicamente” la razón por la cual se da la relación pitagórica en el triángulo rectángulo isósceles, tendré que regresar desde la especie “isósceles” hasta el género “triángulo rectángulo”, pero no al triángulo rectángulo en general, ni menos aún al polígono, puesto que entonces no habría demostración). Aristóteles dice también que las categorías son géneros (aunque no todos los géneros son categorías: Metafísica, 1016b33, 1058a10-14).

{TCC 429-435}

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