Imperios depredadores / Imperios generadores: Dialéctica entre fines particulares (moleculares) / fines del Imperio (molares) (original) (raw)

Idea de Imperio

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La clasificación más profunda que cabe establecer entre los Imperios (entendidos desde la Idea filosófica de Imperio) [720-722] es la que pone a un lado los Imperios depredadores (límite inferior del Imperio en su acepción diamérica) y al otro los Imperios generadores (límite superior del Imperio diamérico). Esta distinción podría servir para reinterpretar la distinción propuesta por Ginés de Sepúlveda entre Imperios heriles e Imperios civiles, respectivamente.

Un Imperio es depredador cuando por estructura tiende a mantener con las sociedades por él coordenadas unas relaciones de explotación en el aprovechamiento de sus recursos económicos o sociales tales que impidan el desarrollo político de esas sociedades, manteniéndolas en estado de salvajismo y, en el límite, destruyéndolas como tales. Ejemplos históricos: el Imperio Persa de Darío, los Imperios inglés y holandés de los siglos XVII a XIX (teoría del gobierno indirecto), el III Reich de la Alemania nazi.

Un Imperio es generador cuando, por estructura, y sin perjuicio de las ineludibles operaciones de explotación colonialista, determina el desenvolvimiento social, económico, cultural y político de las sociedades colonizadas, haciendo posible su transformación en sociedades políticas de pleno derecho. Ejemplos históricos: el Imperio de Alejandro Magno, el Imperio Romano y el Imperio español, la Unión Soviética y los Estados Unidos de América; a través de sus actos particulares de violencia, de extorsión y aun de esclavización, por medio de los cuales estos imperios universales se desarrollaron, lo cierto es que el Imperio romano terminó concediendo la ciudadanía a prácticamente todos los núcleos urbanos de sus dominios, y el Imperio español, que consideró siempre a sus súbditos como hombres libres, propició las condiciones precisas para la transformación de sus Virreinatos o Provincias en Repúblicas constitucionales. El Imperio Soviético (en cuanto impulsor de los movimientos de liberación nacional, y esto sin perjuicio de sus prácticas depredadoras) y los Estados Unidos de América (en tanto se presentan como garantes de la defensa de los derechos humanos y de las democracias, y esto dicho con las mismas reservas aplicamos a la Unión Soviética).

Las diferencias entre los imperialismos generadores y depredadores se manifiestan a partir de las diferencias que median entre los tipos de normas políticas [580] que rigen sus relaciones con las demás sociedades políticas y sus resultados. Las diferencias, por ejemplo, entre el imperialismo (católico) español [737] (la Monarquía Hispánica, el último Imperio Universal posible, si nos atuviéramos a la doctrina del paralelismo entre la sucesión de los Imperios y el curso del Sol desde Oriente a Occidente, porque con él la circunnavegación de la Tierra habría terminado) y los imperialismos (protestantes), inglés u holandés, están a la vista. Estas diferencias no son simples diferencias de proyecto, de intención, de fines operantis, mentalistas, que, sin embargo, quedasen igualadas en sus resultados (en sus fines operis). El Imperio español, como Imperio generador (de reinos o de naciones) ocupó, al modo romano, las tierras americanas que iba descubriendo, fundando ciudades, universidades, bibliotecas, editoriales, templos, administraciones civiles (todo esto coexistiendo, y no por azar, sino por una necesidad dialéctica, con los intereses más egoístas y, desde luego, apoyándose en la rapacidad de las empresas particulares); mientras que Inglaterra u Holanda creaban factorías, colonias, “respetaban” las costumbres de los indígenas (el “gobierno indirecto”) e incluso prohibían la esclavitud antes que España o Portugal, no tanto por una “disposición moral” más avanzada (en los mismos años en los cuales Inglaterra prohibía la esclavitud y liberaba a los siervos, abría el mercado de la mano de obra industrial que era tan cruel y depredador, y desde luego mucho más hipócrita, porque hablaba en nombre de la libertad, como pudiera serlo el comercio con los esclavos), sino porque los intereses de la economía, en la época de la revolución industrial, así lo aconsejaba.

No cabe duda, desde luego, que la conquista de América se llevó en medio de innumerables tropelías, crueldades, extorsiones y actos criminales; pero todas estas acciones hay que cargarlas a cuenta de los particulares y no a cuenta de la política del Imperio. Planteado a esta escala, el proceder del Imperio hispánico no es distinto del proceder de cualquier otro imperio depredador. Sin embargo, la cuestión estaría mal planteada de este modo, porque o bien utilizamos una escala “molecular”, o bien utilizamos una escala “molar”. El Imperio hispánico, como cualquier otro Imperio, arroja “figuras históricas” (a escala molar) que, buenas o malas, solo pueden ser el resultado de las actividades o grupos de individuos particulares (moleculares) presididos por leyes psicológicas (etológicas) ligadas a la ambición, a la envidia, al miedo, al orgullo, a la dureza de corazón… Se trata de reconocer la realidad de una dialéctica en marcha entre sus figuras “molares” y las “moleculares”.

Las pautas de conducta que a los “creadores del Imperio” les venían impuestas, no solo por su condición de primates, sino también por su propia cultura católica. En general, cabría decir que la potencia de un Estado y, en particular, la de un Imperio, no se mide tanto por el grado de identificación o de “entrega” a sus planes y programas que puedan tener los ciudadanos o los grupos de los ciudadanos que lo integran; cada grupo, como cada ciudadano, se mueve en función de sus fines particulares (“moleculares”) y lo importante es que el Estado, o el Imperio, haya sido capaz de tejer una red (“molar”) capaz de canalizar los “efectos masas” resultantes de la conjunción de los grupos de particulares, y de los excedentes que así se obtienen, para aplicarlos a la realización de sus propios proyectos generales.

Es este determinismo histórico [737], que explica los planes y programas de los “creadores del Imperio”, el que explica también las diferencias que puedan existir entre unos imperialismos y otros. El Imperialismo inglés o el holandés están vinculados a una cultura protestante (calvinista), en la que se incubó la pequeña y gran burguesía, que llevaría a efecto la revolución industrial del capitalismo moderno. El Imperialismo español es hijo de una cultura católica que no desarrolló una burguesía capitalista semejante, sino otras formas de relación con la tierra y con los hombres que no tenían exactamente la forma de la explotación capitalista. La diferencia podía simbolizarse en la diferencia que existió entre Liverpool y Sevilla, como centro de referencia de las relaciones entre los imperios respectivos y sus metrópolis. Liverpool era el lugar de donde partían los barcos que emprendía la “ruta triangular” que, mediante transacciones con las tribus africanas (los esclavos negros fueron, en general, proporcionados por sus propios jefes negros), recogían la carga y la transportaban a América, trayendo los barcos cargados de materias primas o semielaboradas con destino a la industria capitalista. Sevilla, el lugar que centralizaba el movimiento de los barcos en su Casa de Contratación, controlada por la Corona, que invertía el oro, la plata, o los demás bienes, no ya tanto en la creación de una industria capitalista, cuanto en sufragar los gastos del Imperio, o en inversiones “no productivas” de los encomenderos que regresaban a España, o de los nobles o mercaderes enriquecidos. Esta diferencia de ritmo estructural, marcada ya desde los orígenes respectivos, está en el fondo del carácter depredador, a escala molar, del imperialismo inglés, por un lado, y del carácter no depredador del Imperio español, por otro. Diferencia que dará lugar también a paradojas tales como la constituida por el hecho de que Inglaterra pudo prohibir la esclavitud antes que España.

Por último: en la medida en la que el imperialismo español es un imperialismo generador, sostenemos que la forma del “ensayo filosófico” [585] es la forma de elección casi obligada para tratar de “España”, del “problema de España” (en general, globalmente, no en algún aspecto suyo especial, económico, político, demográfico, tecnológico, etc.). Un problema filosófico que no se les plantea, por ejemplo, a los Imperios depredadores (es decir, no católicos, sino calvinistas o anglicanos), inglés u holandés, porque estos imperios no necesitan justificación filosófica, más allá de la que les imponga su propia potencia depredadora. No son imperios que necesiten justificarse más allá de los límites de su nación, dado que son imperios coloniales, que actúan en beneficio de su propia realidad nacional, de su “razón maquiavélica de Estado”. Sus problemas no son filosóficos, sino militares, políticos o económicos. Esto no significa que, una vez bien establecida (mediante la piratería, la guerra, el colonialismo, el opio y el gobierno indirecto) la red planetaria de sus canales comerciales a través de todo el globo terráqueo, el Imperio Británico, por ejemplo, haya necesitado convertirse en adalid de la paz (la pax britannica). Una paz que incluye, desde luego, las guerras locales y cortas de castigo que permitan mantener eutáxicamente [563] esa red el mayor tiempo posible; una estrategia (que se aplicará, sobre todo, después de Primera Guerra Mundial, en una época en la que el Imperio Británico (como dice el mejor historiador que tenemos sobre las relaciones entre España y este Imperio): “excesivamente extenso y disperso, acrecentaba su vulnerabilidad estratégica… En consecuencia, concluyeron [las élites políticas y militares del Reino Unido] que la preservación de la paz y la limitación de los gastos militares eran los únicos medios para mantener armónicas las exigencias de su economía y las necesidades defensivas del Imperio” (E. Moradiellos, La perfidia de Albión: El gobierno británico y la guerra civil española, Siglo XXI, Madrid 1998).

{EFE 465-466, 352-355, 238 / BS24 31 / PTFPM /
EFE 171-376 / → PTFPM / → BS24 27-50 / → BS01 3-32}

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