José Ignacio Bartolache / Verdadera idea de la buena Física, y de su grande utilidad (original) (raw)

José Ignacio Bartolache

Ergo corpoream ad naturam pauca videmus Esse opus omnino.
Lucret., De Rer. Nat., II, 20-21

«Poco al físico le basta,
Para formar justa idea
De natura, cuyos entes
Tanta variedad afectan.»

Su excelencia ha sido servido de atender favorablemente mi súplica y permitirme que estampe su respetable nombre a la frente de mis papeles: aceptación de que debo lisonjearme sobremanera, procediendo bajo de tan felices auspicios a exponer al público mis cortas producciones. La sombra y protección del excelentísimo señor mi Mecenas les conciliará sin duda tanta estima y atención, cuanta ni el mérito intrínseco de la obrita, ni los débiles conatos del autor pudieran conciliarles jamás. Tengo por cierto y me atrevo a predecirlo con la más alta satisfacción, que el reinado de Carlos el sabio, y el gobierno de un Bucareli, amante de las buenas letras y de todo lo bueno, darán motivo de fijar algún día en este orbe, por parte de las ciencias útiles y sus apasionados, una época memorable y celebrada con un aplauso de la más avanzada posterioridad.

1. El asunto de hoy era dar una justa idea de la física y ponderar cuán útil ella es. Protesto ante todas las cosas (y entiéndase de una vez para siempre) que no trato de erigirme en catedrático de los hombres instruidos, ni de dar lecciones a aquellos mismos de quienes yo he tomado muchas en calidad de discípulo; solamente miro a quienes no lo saben, y a lo que llamamos vulgo, gente que pasa en todo el mundo por ignorante y ruda de profesión, aunque no todo por su culpa. Porque un paisano vulgar, sea de la última plebe, hallándose a la mano algunos documentos en que pueda instruirse con facilidad en asuntos que le interesan o atañen de alguna manera, indefectiblemente se aplica y lo consigue; siendo certísimo que el deseo de saber es con igualdad inspirado a todo hombre. Pero no siempre, ni en todas partes hay quienes se tomen el trabajo de hacer este importante servicio a la humanidad, escribiendo de intento para estas gentes a quienes sin razón alguna se les quiere dejar sepultados en su ignorancia y aun tácitamente se les supone incapaces. Nada diré en particular (porque ya otros lo han dicho) de las mujeres, sexo inicuamente abandonado y despreciado como inútil para las ciencias no más que por haberlo querido así los hombres y no por otra razón. Ellas y los sencillos ignorantes podrán contentarse con tener alma en el cuerpo, dotada de las mismas potencias, quizá mejores que las de aquellos estudiantes graduados, a quienes tanto respetan por la reputación en que se tienen; y sepan de paso, por lo que puede importar para excusar motivos de envidia, que el latín sólo es necesario para entender libros latinos, pero no para pensar bien, ni para alcanzar las ciencias, las cuales son tratables en todo idioma. Ni tienen tampoco que aturdirse, ni sonrojarse, de no haber estudiado filosofía, sabiéndose con certeza que la común de las aulas no da mucho de sí para hacer a un hombre filósofo: y que viven poco desengañados, los que en graduándose de bachilleres en artes creen haber acabado sus estudios menores y que pueden atreverse a filosofar al lado de Platón o Aristóteles.

2. Real y verdaderamente los jóvenes más aventajados en la filosofía corriente no pasan de saber reducir, con ingeniosidad y buen artificio, ciertas materias, disputadas por costumbre de tiempo inmemorial, a la forma silogística, todo esto en latín, gritando voz en cuello; porque esa destemplanza hace no sé qué parte del mérito en la disputa escolar. Doy también que responda con expedición un buen estudiante a cualquier argumento propuesto en aquella misma solfa de las aulas (lo cual yo no repruebo en manera alguna); mas no quisiera que estuviese tan pronto a disputar de todo lo criado, hasta no dejar nada cierto en este mundo. Porque yo pregunto ¿es esto, lo que ha de habilitar algún día para ser buen ciudadano, buen padre de familia, buen ministro, buen labrador, buen negociante, o para los demás oficios en que consiste la vida civil, o algún vínculo de la humana sociedad? Oh señor, dicen, que eso se aprenderá después y no es del día; sepa por ahora sus súmulas y lógica; su física y su metafísica. Está bien; mas yo sé que los filósofos eran otros hombres, sin dejar de ser de carne y huesos como nosotros; ellos estaban con su filosofía en estado de no sentir las manos atadas para unos negocios casi de puro mecanismo, como gobernar su casa o llevar bien la oficina de un artesano, creyendo tener luces superiores para todo. Hablo de los filósofos de chapas y sesos en el casco; despreciando, como es justo, a otros mentecatos de famoso nombre, como un Heráclito, un Diógenes, un Demócrito y semejantes, que dieron en mil sutilezas y extravagancias. Digo de verdad que cuando veo algunos iliteratos entrar en cuentas consigo, inquirir, tantear, averiguar, tomar diferentes medidas ajustadas a su negocio, discurriendo de un modo precisamente natural y razonable: no puedo menos que tenerles por mejores filósofos que yo era el día de mi grado de bachiller, en que hice mi tal cual ruido y llevé aplausos.

3. No se castigue esta ingenua confesión, ni Dios lo permita, suponiendo con malignidad que yo me burlo del método común con que se enseña en las escuelas, ni que tengo por absolutamente inútil el trabajo y perdido el tiempo de los primeros estudios de la juventud; sobre que han declamado con una suma libertad algunos autores metodistas, demasiado severos en su crítica, alegando razones que sólo prueban el que se podía estudiar algo mejor de lo que se estudia; pero no que se deje de sacar a lo menos el fruto de haber ejercitado bastante el ingenio y despejado las potencias, quitando a los padres la pesadumbre de no saber qué hacer con sus niños en casa, después que aprendieron a leer y escribir. Cansada parecerá esta digresión en que comencé a entrar, casi sin pensar en ello. Que se me dispense, por hacerme favor.

4. Por buena física entenderemos una ciencia que nos da conocimientos de los cuerpos, bastante para explicar la naturaleza de ellos, sus propiedades y los efectos sensibles que resultan de la combinación de unos con otros y para venir en el de sus causas inmediatas. Cuerpo es todo lo que hay en el mundo criado, asentado que el creador, los ángeles y nuestras almas son espíritus: todo lo que vemos, lo que palpamos, lo que percibimos por alguno de nuestros sentidos materiales y externos, todo es cuerpo o afección suya, que está en él. Vastísima ciencia por cierto debe ser aquella, que trata de tantos y tan diferentes objetos, cuantos encierra la naturaleza. Efectivamente sería infinita, si considerase a cada uno en particular; pero se va (digámoslo así) por el atajo, averiguando primero aquellos atributos generales, que convienen a todo cuerpo, y después pasa a examinar los propios de cada especie, al menos de las que de suyo excitan la curiosidad del físico, para procurarse un particular conocimiento. Así los cuerpos celestes, esparcidos por esos espacios inmensos, el que menos que es nuestra luna, a una enorme distancia de la tierra, nos arrebatan a su contemplación y a inquirir las leyes de sus admirables movimientos, su estupenda magnitud, su número, &c. Asimismo entre los meteoros o apariciones sublimes de entre el cielo y la tierra, el rayo y el arco iris; en lo terrestre superficial ciertos vegetales y producciones raras; en lo subterráneo el imán, y otros minerales: parecen haber sido criados expresamente para empeñar la industria y la sagacidad del filósofo.

5. La base y fundamento de la buena física es la historia natural, esto es, las exactas y bien aventuradas noticias de la existencia de los cuerpos que componen mundo: se entiende en particular de los que comprende nuestro globo o están cerca de él en la atmósfera que le hace ambiente; aunque yo no haría reparo en admitir como pertenecientes al asunto de dicha historia las de los cometas y estrellas aparecidas en otro tiempo; y aún el célebre monsieur Buffon comienza su bella obra de Historia Natural, explicando a lo filósofo la formación del universo, en suposición de la más gallarda e ingeniosa hipótesis que pudo imaginar el hombre.

6. Cómodamente se divide el tratado de la historia propia para la física, en tres partes que llaman reinos, no sé por qué alusión. Llaman, pues, reino vegetable a todo lo que produce la tierra en su haz o superficie, con las condiciones de cierta organización, aumento sucesivo y otras circunstancias que caracterizan la verdadera vegetación de un cuerpo. Reino animal es el que comprende los cuerpos más exquisitamente organizados, propagados por generación y dotados de movimiento suyo propio. Por último el reino mineral incluye todo lo subterráneo notable. En dos palabras, puede decirse que la física es celeste y terrestre: en la primera parte entra la astronomía empírica historial, y en la segunda lo que modernamente se llama historia del globo, y será la más perfecta geografía.

7. El gran instrumento de la física es la química, ciencia también de una vasta extensión, cultivada en este siglo, y en parte del anterior, por muchos hombres sabios, que nos revelaron los misterios de los supersticiosos alquimistas y la han puesto en estado de contarse hoy entre las más útiles. Trátase en ella de descomponer o analizar los cuerpos naturales, de hacer varias combinaciones con sus resultas o productos, componiendo otras sustancias mixtas, verdaderas producciones del arte, por medio de instrumentos que ofrece la misma naturaleza como fuego, aire, agua, &c., y otros artificiales, como vasos, hornos, &c. Baste esta idea para que hagan juicio de su importancia y utilidad los que no tienen instrucción en estas materias; que los que la tuvieren, no necesitan que se les diga nada. En efecto, cuanta perfección les haya traído a la vidriaría, a la tintorería, a la docimástica o arte de ensayar metales, a la metalurgia y casi todas las demás constará leyendo libros que trataban de ellas doscientos años ha. Y por lo que toca a la medicina, ciencia justamente estimada de los mortales con preferencia a todo el resto de las humanas, ¡cuántos inventos se deben a la buena química sabiamente aplicada por algunos pocos médicos muy versados en el análisis! Tanto me ocurría decir sobre este punto que no era obra de un pliego. Quien meditare un poco, quedará convencido de la infinita utilidad de la buena física, aun sólo por esta parte. Yo diré en conclusión, que si a ella y a su hija primogénita la medicinales faltase el servicio de la química, aquella perdería uno de sus ojos y la otra su brazo derecho.

8. Pero aún falta algo que añadir a los requisitos para una buena física, esto es, para una física importante, sólida y fructuosa. La añadidura no es mía, ni debe parecer nueva a nadie: cien autores lo han predicado antes de ahora. Conviene a saber, que se necesita como previo estudio el de las matemáticas jefes, aritmética y geometría, sin las cuales no podrá estudiarse aprovechadamente la física. ¿Y por qué? Porque en ellas se trata, y se trata con la luz y norte de la rigurosa demostración, todo lo que mejor sabemos acerca de los cuerpos. A mi me parece perentoria esta razón; cada uno piense a su modo.

9. Y para prevenir la objeción que puede hacerme alguno con el mote de este pliego, en que se dice que basta poco al físico, &c., asiento lo primero que no es posible a la humana comprehensión, o por mejor decirlo, a la humana limitación alcanzar toda la física, ponga los medios y la diligencia que se quisiere. Lo segundo que si se sentasen unos pocos principios firmes, claros y suficientes (porque es menester partir de este punto) para discurrir sobre ellos, y sobre repetidas experiencias: cada uno se hallaría en estado de avanzar más o menos en la física, según el ingenio y aplicación que tuviese. ¿Pero cuáles serán aquellos principios? En eso puntualmente está el hito del negocio: iremos por partes.

10. Aristóteles, filósofo muy celebrado, y muy digno de serlo, con tal que no se regule su mérito por sus ocho libros de la Physica auscultatione, que dejó escritos de propósito para que nadie los entendiese; según le interpreta su escuela, enseñó que los principios de los cuerpos naturales son materia y forma. Con este aserto y las definiciones que se dan de estos dos términos, nos quedamos, por lo menos, en la misma confusión en que estábamos. Sin embargo, no se piense que la física aristotélica peca de falsa; sino antes por el contrario de muy verdadera (según ha notado un buen autor) ni más ni menos que ciertas frioleras, que en nuestro español se llaman perogrulladas: y de esta hilaza se ha puesto toda la urdidura y trama de la física, que comúnmente nos enseña.

11. Renato Descartes, autor del siglo XVII, más perseguido que estudiado de sus impugnadores peripatéticos, hombre de vasto ingenio, buen geómetra y con cuantas disposiciones había menester para salir un gran físico; cayó sin embargo en la flaqueza de formarse muy de propósito y a su fantasía un sistema cabal de física, suponiendo lo que le ocurrió verosímil a la primera vista, y conforme a unas cuantas leyes de naturaleza, disimulando o no advirtiendo por entonces lo que pecaba contra otras muy notorias y fundamentales. No obstante se le escapó en alguna parte de sus escritos el ponderar expresamente la arduidad de componer un curso de física, que fuese obra de un particular, imposibilitado de hacer por sí mismo la necesaria multitud de experimentos, trabajo de siglos enteros, costoso y sólo verificable entre compañías de literatos que mantengan sus correspondencias. Esta consideración, digna de su gran juicio y la ingenua confesión que estampó al fin de sus principios merecen que se le trate con alguna equidad y no como a un iluso: pues consta que sentía sus remordimientos y no era él muy expuesto a pecados de crasa ignorancia.

12. En fin, la gloria de filosofar con solidez y conocer con solidez la misma naturaleza que Dios crió, sin atenerse a sistemas imaginarios, demostrar con evidencia la conexión de los efectos más admirables con sus respectivas causas, hacerse dueño del mundo físico, poner en admiración a todas las gentes y dar celos a las naciones más ilustradas, que creyeron tener a fines del siglo próximo en los inventos del caballero Isaac Newton repetidas pruebas de lo sumo a que puede aspirar el ingenio humano: todo esto estaba reservado a aquel celebérrimo filósofo matemático inglés, en cuyo elogio nada me ocurre que no parezca muy inferior a la idea de sus raros talentos. Diré solamente, que su física es ya por consentimiento universal lo que hay que saber de bueno, la más bien fundada, la sola útil de un modo efectivo u la sola que no ha desmentido la razón, ni la naturaleza, ni alguna experiencia. Son pocos y sencillos sus principios, el método rigurosamente geométrico y las consecuencias interesantes a las ciencias y artes; cualquiera de estas cosas que faltase, se echaría de menos; y ya no puede pedirse más.