Julián Sanz del Río, Generación de los sistemas filosóficos en el espíritu humano: su clasificación (original) (raw)

Julián Sanz del Río

Los sistemas filosóficos son en el hombre productos de la razón, expresión de los estados sucesivos de su educación en el conocimiento de las cosas y de nosotros mismos, según principios y leyes necesarias, hasta un principio absoluto. Guarda, pues, la variedad y sucesión de los sistemas filosóficos tal correspondencia con los estados y grados biológicos de la razón, que sin perjuicio de la libertad del espíritu en la indagación racional de principios y leyes, concierten aquellos en sus edades y períodos históricos con el estado de la razón en aquel periodo, expresándolo fielmente, como los hechos del hombre expresan en cada edad de su vida el carácter común de aquella edad.

Síguese de aquí, que es posible ordenar y enlazar con tal ley de generación la variedad de los sistemas filosóficos, que el nacimiento, progreso y decadencia de estos en la historia de la Filosofía sea en general, deducida del concepto de la [11] razón, y esté indicada en algún modo por las leyes de su movimiento intelectual. Este estudio, atentamente hecho y seguido, nos pone en el camino de las causas e íntimas leyes de la historia de la razón, y nos permite además penetrar en el sentido y valor permanente de los sistemas sobre las apreciaciones limitadas, preocupadas a veces, de sus autores o de los contemporáneos.

La razón, hemos dicho, debe conocer la realidad: esto es, el mundo objetivo, y a sí misma en su propio carácter, y en sus recíprocas relaciones con el mundo, todo según causas y leyes, hasta un principio y leyes necesarias. Este conocimiento, bajo esta forma de indagación es la ley de su actividad conforme a su naturaleza y para el cumplimiento de su destino; hacia este fin se mueve el espíritu filosófico en toda su vida, con tal grado y progreso, que en general los siguientes sistemas suponen los antecedentes y se enlazan con ellos, como los crecimientos sucesivos en la naturaleza, en la planta, o en el hombre. Estudiar esta gradación, caminando con la cosa misma, de un estado intelectual al siguiente, y notando atentamente la razón histórica que los enlaza, es estudiar la Historia de la Filosofía.

Se mueve el Espíritu en esta su obra, impelido por una cierta necesidad interior, y de concierto con las relaciones exteriores de la vida y los sentimientos por ellas despertados, que todos lo estimulan y aguijan a su trabajo, y le ofrecen preparados los materiales para ello. Es este un movimiento creciente desde un estado imperfecto a otro más perfecto desde el embrión al organismo, desde la razón simple, instintiva, espontánea, a la razón refleja, circunspecta y a la razón conscia, comprensiva; desde conocer las relaciones inmediatas de causalidad, a conocer las relaciones mediatas, las totales [12] y necesarias. Por otra parte, y de concierto con esta relación del conocimiento al mundo objetivo, la razón como ser y objeto real también, crece en su propia vida, intimándose consigo cada vez más y con mayor claridad, ganando en fuerza de concepción, en extensión de idea, en circunspección de indagación, en carácter orgánico: cualidades que trascienden todas, por el concierto universal de las cosas, al conocimiento objetivo. Y, estas cualidades de fuerza y universalidad de concepción, de medida y circunspección en la indagación, de sistematización del conocimiento, que señalan el progreso interior de la razón misma, se reúnen en una sola, a saber: la razón vive, haciéndose cada vez más conscia de sí, de su virtualidad intelectual, de su innata idealidad, entrando cada vez más en las ideas fundamentales que constituyen su ser, guardando más fielmente la ley de estas ideas; y por esto mismo, capacitándose cada vez más para indagar y conocer la realidad que está construida, aunque de otro modo, según las mismas ideas y leyes racionales. Por manera que, cuanto más entra el espíritu en su intimidad intelectual, tanto más y con mayor verdad puede conocer el organismo real del mundo, aplicándose a ello. Y, pues, este crecimiento descrito de la vida de la razón le es tan natural, y en general tan necesario como lo son las leyes de toda vida y ser, aun las naturales, estamos con esto seguros de que la razón en general y en su obra propia, la filosofía, a pesar de irregularidades y torcimientos parciales en pueblos, en sistemas, en individuos, camina progresivamente al cumplimiento de su fin: al conocimiento de la realidad, mediante el propio conocimiento y en armonía con este bajo un principio absoluto.

Es, pues, fundado decir, que hay variedad y sucesión de [13] sistemas filosóficos, porque y según que hay variedad y sucesión de estados en el movimiento de la razón hacia su fin; que el hecho de un sistema guarda correspondencia con el estado contemporáneo de la razón y la vida total humana; y que la relación sucesiva de aquellos concierta con la relación análoga, y en algún modo necesaria, de los grados históricos de la educación general. Y guardando en general este movimiento y grados en la educación cierta ley que es fácil sobremirar a lo menos, recojamos en este trabajo algunas indicaciones anticipadas, para orientarnos acerca de la variedad y relación histórica de los sistemas filosóficos.

El espíritu, por una parte, debe educarse a sí mismo, levantándose sobre sus propios estados menos perfectos, una vez conocidos, a estados más perfectos, cuya idea lleva en sí propio, pero que realiza sucesivamente con conciencia y libertad. Y esta ley de su educación debe cumplirla el espíritu como inteligencia, como sentimiento, como voluntad, en todo su ser. Por otra parte, solicitado poderosa y continuamente por el mundo exterior, con el cual vive en relación indisoluble, y por el íntimo impulso a la actividad, se mueve el espíritu en un primer momento de su vida y bajo la idea de causalidad (esto es, como razón), positivamente, hacia el objeto con movimiento directo progresivo; afirmando, concluyendo en cada caso con espontaneidad instintiva, una relación dada de causalidad, sobre uno o más objetos a su alcance. Pero conoce entonces la razón de causalidad en su esfera más limitada y concreta, la más inmediata con los objetos que le rodean y le instan al conocimiento; o si acaso se levanta como por inspiración a más altas razones y principios, los concibe imperfectamente y como de perfil, afectados de limitación y negación, puesto que no conoce aún [14] todas las relaciones intermedias de causalidad. Tal es el primer movimiento directo, y en algún modo instintivo, de la razón filosófica.

De este primer estado no se levanta el espíritu a otro superior sino advertido por la propia experiencia intelectual, reconociendo el lado negativo, incompleto de su primer procedimiento y la imperfección del producto. Debe, pues, seguir en la vida de la razón filosófica un momento y período regresivo, reflexivo sobre el primero, y en el cual el espíritu critica, contradice, niega sus concepciones anteriores, está descontento de ellas; llegando a veces a desconfiar enteramente de sí, y hasta a entregarse a un criterio extraño, otras bastándole criticar y corregir parte de la obra anterior. Tal es el segundo momento general en la vida de la razón.

Durante este trabajo de reflexión latente, en el cual a la vez entra más en sí y se sabe de sí el espíritu, se le anuncian principios e ideas superiores a las primeras inmediatas, reglas de proceder y métodos más circunspectos, relaciones más verdaderas entre los principios y los hechos; a todo lo cual ayudando el progreso de la vida, se levanta la razón con paso más seguro y medido a una concepción superior que abraza la anterior, y que se sujeta a su vez a semejante prueba reflexiva y a quedar subordinada a un nuevo ulterior grado de la inteligencia.

Así pues, encontramos en la vida del espíritu un movimiento espontáneo directo, positivo pero simple; un movimiento reflejo, regresivo, negativo, simple asimismo; un movimiento compuesto, armónico; con tendencia dogmática el primero, escéptica el segundo, racional el tercero, y así gradualmente, y con semejante alternativa, por toda la historia de la filosofía. De la realidad de estos momentos y de [15] su relación histórica nos convence el hecho general de la vida humana, donde se repiten con ley análoga momentos y periodos semejantes.

Según estos momentos se caracteriza la totalidad de un sistema o doctrina, cualquiera que sea su contenido o su verdad, lo cual ahora no consideramos. Además, estos momentos no se realizan en particular con la distinción y clara relación que concebimos ahora en idea y en totalidad, sino que se juntan y aún confunden, en individuos, pueblos o sistemas, libremente y según influencias externas; y aun ninguno de ellos suele en su tiempo reinar absolutamente, aunque sea el predominante. Pero, en las relaciones generales de tiempos a tiempos se observa bien la progresión del movimiento espontáneo al reflexivo, y al compuesto según la ley antedicha.

En el pormenor de estos estados históricos de la razón y sus productos o sistemas, hemos de observar que: el primer estado se caracteriza por la concepción de un principio no hallado según método racional, y en la clara conciencia propia, o no concebido en su pureza y universalidad, o no determinado en todas sus relaciones; afectado por tanto de negación y de error bajo alguno de estos respectos. El segundo se caracteriza por una duda y negación parcial de sistemas anteriores (crítico), o por una duda y negación total (escéptico), o por una duda y negación radical del poder de la razón, en cuyo caso, y pues no nos es dable ni hacedero vivir en la negación absoluta, suele confiarse el espíritu a un criterio extraño, el sentimiento, o la autoridad, o aún el sentido; toca entonces el espíritu en los límites extremos de la vida racional y aun se sale de ellos, razonando, aunque negativamente, su exageración misma (misticismo). Sobre el tercero observamos que el espíritu, aspirando a más alta y segura [16] verdad que la alcanzada hasta allí, o combina simplemente doctrinas anteriores (sincretismo), o las distingue para ello bajo algún cualquier criterio (eclectismo), o las rehace y subordina metódicamente a un principio superior (armonismo).

Con tal ley se relacionan estos movimientos de la razón filosófica y sus productos, que los sistemas críticos o escépticos no aparecen antes sino después de los sistemas dogmáticos, ni los eclécticos antes, sino después de unos y otros; y asimismo en partes de sistemas o doctrinas particulares precede siempre la espontánea concepción y expresión del pensamiento a la reflexión y crítica sobre él, y a la indagación racional metódica, bajo principio cierto, de la verdad enunciada.

La división proyectada hasta aquí deriva naturalmente de las leyes de la vida racional, y se ajusta además al hecho de la sucesión observada entre los sistemas filosóficos. Pero, esta división mira, como antes llevamos apuntado, no al contenido de la doctrina, sino al camino por donde llegamos a ella: no al fondo, sino a la forma y carácter total de un sistema, aunque ciertamente este camino y forma afecta de lo íntimo al contenido, y decide, a su modo, de la verdad misma objetiva, que no se deja buscar y encontrar por cualquier método y camino sino sólo por el derecho; cuanto más que en la filosofía, mejor qua en otra ciencia, es solidario el método con la doctrina, la forma con el fondo. Por esto hemos tomado de la forma la primera base de clasificación de los sistemas filosóficos.

Vengamos al contenido o a la doctrina misma encerrada en un sistema. El fin obligado del espíritu filosófico es referir la realidad a sus principios y relaciones permanentes, [17] universales, necesarias, hasta reconocer un principio absoluto. En esta aspiración puede el espíritu alcanzar varios grados, todos concebibles y aún realizados en la historia. Porque, levantándose a la indagación de la causalidad y relaciones a priori de la realidad, puede bien hallar, que la realidad se explica por principios antagónicos e irreductibles uno en otro, aunque todo lo demás sea reductible y pueda explicarse por uno u otro de aquellos principios. Pero la unidad suprema de un principio sobre toda dualidad puede bien escaparse al espíritu filosófico en un tiempo dado, aunque esta unidad (a sabiendas o no) sea la íntima aspiración de la razón y la condición del pensamiento mismo. Habrá, pues, en tales sistemas filosofía hasta una cierta altura y principio; lo cual además se concibe en la gradación con que camina esta, como todas las ciencias, y el espíritu y todo lo finito en su vida. –Puede, en segundo lugar, levantarse la indagación hasta un principio absoluto sobre toda dualidad, y de tal modo, que, siendo la idea de unidad instintiva e innata a la razón, se anuncie este principio espontáneamente y como por inspiración, antes de ser racionalmente indagado y conocido. Pero, entonces, la unidad del principio puede ser concebida abstractamente, exclusiva y negativamente, negando la dualidad y negando asimismo la sustancialidad y subsistencia de todo ser y vida finita, ante el principio absoluto; imperfecciones estas de concepto que afectan por lo común a un método anticrítico e irracional. O puede, por último, concebir el espíritu la unidad del principio como positiva, afirmativa, fundadora y engendradora de la dualidad misma y de la infinita orgánica variedad de los seres; positiva y afirmativa por tanto del ser y subsistencia de las cosas, mostrando su presencia en ellas bajo la forma de idea y ley directora, [18] regularizadora, armonizadora del antagonismo de las cosas inferiores.

En todos los sistemas filosóficos debemos hallar y hallamos uno de estos tres modos de concepción, ya estén sólo indicados, ya formulados expresamente, como no puede menos lo uno o lo otro, porque todos tocan a la cuestión capital de la filosofía. Al primero pertenecen los sistemas dualistas, al segundo los sistemas unitarios panteístas, al tercero los sistemas unitarios armónicos; sin contar que en muchos sistemas podemos encontrar mezclados unos principios con otros, o sólo predominante alguno de ellos, todo según la inteligencia del autor. Y, en cuanto a la sucesión relativa de estos sistemas, se concibe fácilmente, que los sistemas dualistas, o aun los panteístas, precedan a los unitarios armónicos, porque los primeros suelen ser productos de la razón espontánea, en la primera edad, y estos de la razón reflexiva en las ulteriores y más maduras edades.

Determinemos más el fin y contenido de la filosofía. Indaga esta, como hemos visto, la relación de causalidad hasta una causa primera y una causa absoluta. Mas, como esta relación no es puramente externa, sino que penetra en el ser íntimo de las cosas y es solidaria con ellas, es aneja a la cuestión de causalidad esta otra: qué son las cosas, qué es el principio de la realidad; y bajo este sentido es la cuestión total de la filosofía: conocer la realidad pura de las cosas sobre la fenomenalidad varia y mudable, o mejor: conocer la realidad de esta misma fenomenalidad, puesto que fuera vano e irracional buscar la realidad sin o fuera de la fenomenalidad; bien que el filósofo mira más hacia aquella en la razón, y sólo en ella descansa como en el suelo firme sobre la arena movediza de los fenómenos. Lo que no cae en el mudar, ni [19] en el espacio, ni en el movimiento incesante de la vida, o mejor, lo positivo, idéntico, fijo en medio del mudar y el movimiento, esto debe ser la causa y el principio. Mas, como bajo la separación antedicha de ambos términos, suele buscar el filósofo el conocimiento del uno, abstracción hecha del otro, mientras él mismo vive y conoce en el tiempo y en el movimiento histórico bajo concreta individualidad, es de aquí inacabable y renace siempre su esfuerzo y lucha para separar el un término, lo esencial permanente e idéntico, del otro término, lo fenomenal y mudable, para concebir con toda pureza el uno sin el otro, aunque este esfuerzo no es del todo baldío, y además es natural a la inteligencia y bienhechor para la vida.

En el espíritu humano, como inteligencia existen, y coinciden estos dos términos u órganos de la realidad, la razón y el sentido, no como meramente agregados y anejos uno a otro, sino como íntimos y consolidados en la unidad del yo, y constitutivos de nuestro ser, en el cual la realidad se levanta, digamos así, a la reflexión de sí misma, y se duplica consigo bajo su indivisa unidad. No es, pues, extraño que mientras no entra el espíritu en su íntima unidad sobre esta su interior dualidad, y mientras separa y opone absolutamente el un elemento al otro de su ser, busque en toda la realidad semejante separación. Ni es extraño, que siguiendo la voz de la unidad, que habla secretamente en nosotros y nos insta a concebir en unidad toda variedad en el mundo, precipite este procedimiento resolviendo lo esencial y permanente que la razón piensa y conoce, en lo fenomenal y mudable que el sentido percibe y se asimila. Que concluya pues (separando primero absolutamente ambos términos, y anulando luego falsamente el uno ante el otro): que lo esencial y permanente [20] y el principio de la variedad, es lo que el sentido ve y toca, lo material. O, que concluya del lado opuesto, y bajo igual errada abstracción y supresión: que lo esencial y permanente, y el principio de la variedad de las cosas es puro pensamiento y concepto, pura idea, y lo fenomenal sensible sólo es apariencia o ilusión, o modo transitorio y accidental, o evolución pasajera y soluble de la idea, desde ser idea general a ser idea concreta: así como para el sensualista y materialista, la idea y concepción del espíritu son puras operaciones segundas intermedias en las trasformaciones de la materia, o a manera de una destilación y evaporación etérea de esta misma materia, que es según él piensa lo fijo y constante.

Tal es, en la Historia, la generación del idealismo y del materialismo, que encontramos en los sistemas filosóficos a veces puros y exclusivos, a veces predominantes uno u otro, y aun tal vez mezclados de varios modos en un mismo sistema y construcción. Ambos extremos en tal aislamiento y oposición se engendran de una abstracción falsa y de una concepción precipitada de la unidad.

Mas, cuando consideramos que la pregunta capital: qué son las cosas, absoluta y universalmente comprensiva como es, no puede ser hecha, ni contestada bajo, ni desde fuera de la realidad, desde otro término (el cual siendo real la contestación fuera nula; no siéndolo, la contestación iría contra el supuesto): que por tanto, la pregunta qué son las cosas, qué es el principio de la realidad, pide, si algo pide, una determinación de la realidad misma, esto es, tal o cual cualidad real que por lo mismo no es tal o cual otra cualidad de la realidad, y por tanto dice menos de lo que se pregunta, o contesta con algo que es en parte negativo de realidad: que ni con nuestro concepto mismo podemos salirnos de o [21] sobreponernos a lo real para definirlo, porque entonces quedaríamos nosotros o nuestro pensamiento fuera de la realidad definida, contra el supuesto de la pregunta: que, por lo tanto, toda definición o concepto de la realidad queda siempre inferior a lo preguntado y es en parte insuficiente; que, por último, suponer o afirmar que la realidad es idea pura, sin determinación concreta, sensible, temporal de la idea, o al contrario, es contradecir el supuesto de la pregunta o dejar algo real fuera de la definición..., reconocemos entonces que la pregunta: qué es lo real, qué es el principio de la realidad, significa: qué determinaciones fundamentales se dan en este principio (pues la realidad misma queda siempre sobre toda definición); se piden, pues, los primeros conceptos esenciales o categorías de lo real, del ser de las cosas. Entonces, y en la primera parte de la Metafísica, que es la que debe contestar a tal pregunta, hallamos varias determinaciones entre las que, y en su lugar debido, se deducen principios sintéticos superiores al Idealismo abstracto y al Materialismo abstracto también (aunque tal no quiera llamarse). Así, hallamos por ejemplo que la realidad es una y en sí misma continua; que dentro y bajo esto es varia e interiormente opuesta; que bajo y mediante la unidad, es la unión de su misma interior oposición, y así sistemáticamente por todo el organismo de la realidad bajo la misma ley y relación: que en su unidad y bajo ella se determina la realidad con carácter de propia (como fundamento del espíritu), y con carácter de toda (como fundamento de la naturaleza). Que, asimismo, la realidad es a la vez infinitamente comprensiva e infinitamente determinada, y única cada vez. En suma, reconocido en la realidad el principio de determinación y el de la oposición y relación de espíritu y naturaleza, llega esta doctrina a deducir los [22] términos opuestos que corresponden a los históricos de idealismo y materialismo, aunque aclarados, purificados y rectamente ordenados, llegando a concebir que lo real, concreto, sensiblemente determinado que afecta al sentido, es íntimo con la idea o concepto de que es expresión temporal, y que toda idea es un principio y supuesto permanente de todas las determinaciones en que se individualiza y sensibiliza; que hay por tanto solidaridad continua de ambos términos, a la vez que oposición de uno a otro, debiendo pues estudiarlos en ambos aspectos, bajo la idea de la unidad que es principio, no abstracto de la variedad, sino solidario y uno con ella, puesto que nada hay en el efecto que no esté en el principio, aunque de otro modo (subordinadamente), y que no sea en la unidad fundamental inmediato y continuo con el principio, y al contrario.

Bajo esta concepción de la realidad y del principio real, las concepciones anteriores parcialmente abstractas y en lo tanto falsas de idealismo y materialismo y sus análogas, que han pretendido durante tiempo, cada una a su vez, explicar las leyes del mundo, son resueltas en un concepto y relación superior, son estimadas en su justo valor y medida, y aún se ayudan y armonizan una con otra en provecho de la ciencia.

Esta tendencia más fundamental y elevada de la filosofía, aunque presentida en épocas anteriores, no se ha ensayado sistemáticamente hasta en los tiempos modernos, y esto no sin aberraciones numerosas. La tendencia de este género se puede llamar: Realismo, Absolutismo, aunque con más propiedad lo primero; y con mayor determinación. Racionalismo armónico.

Tal nos parece ser la clasificación de los sistemas filosóficos según su generación natural en el espíritu. [23]

Concluyendo, pues: de parte del sujeto pueden ser estos sistemas o dogmáticos, o reflexivos, o racionales. La segunda clase admite que la reflexión sea crítica, escéptica, y esta última puede llegar al extremo de renegar de la razón y confiarse a criterio extraño; por ejemplo, en el misticismo. La tercera clase tiene también sus grados de: simple combinación de varias verdades en diferentes sistemas (sincretismo), de combinación bajo cierto criterio nacido del estudio histórico de los sistemas mismos (eclectismo), o de combinación bajo un principio superior de verdad y según las relaciones internas lógicas (racionalismo armónico).

De parte de la forma de la filosofía, los sistemas pueden ser construidos bajo varios principios: comúnmente dos (dualismo), o bajo un principio, pero exclusivo y negativo de variedad interior (panteísmo), o bajo un principio absoluto en sí y supremo sobre su interior variedad (unitarismo armónico).

De parte del contenido de la filosofía los sistemas se clasifican en idealistas, materialistas y realistas.

Esta clasificación, según la generación del pensamiento, es comprensiva, puesto que procede con tal medida que bajo cada capítulo siguen a los términos posibles extremos los términos terceros medios que abrazan en sí los anteriores. Y es además de tal manera histórica, que indica en su enunciación el progreso de los sistemas en el tiempo, y aun la correspondencia entre los sistemas semejantes bajo cada capítulo de clasificación. Radica, por último, esta clasificación en las leyes y tendencias naturales del movimiento del espíritu hacia su fin: el conocimiento de las cosas según una razón y principio real.

Julián Sanz del Río