Pedro Laín Entralgo, Misión cultural del Nacionalsindicalismo. Dimensión de actualidad, 1937 (original) (raw)


Pedro Laín Entralgo

III

Dimensión de actualidad

Para que la cultura sea íntegramente humana, ha de llevar dentro de sí la ley del tiempo, por lo mismo que el hombre se halla inexorablemente sujeto a ella. Luego veremos cómo esa humana integridad exige también la dimensión de lo eterno. Hoy, sin embargo, quiero ocuparme solamente de cómo el Nacionalsindicalismo puede resolver en su cultura la dramática sujeción a la ley temporal. Porque nosotros, los nacionalsindicalistas, afirmamos el tiempo: creemos en un orden nuevo y en un caduco y superado mundo antiguo. Creemos en el tiempo, precisamente porque afirmamos con energía nuestra creencia en la vida. Nos encontramos, en este sentido, bien lejos de aquellas formas culturales que Spengler atribuye a la antigüedad, según las cuales no existía para el hombre otra cosa que el presente: no era posible la historia, pero tampoco –y éste es el complemento cristiano– era posible la esperanza. Creemos en el tiempo, y por eso concedemos a nuestra cultura un poco de tradición quintaesenciada y una poderosa dimensión de actualidad. Admitiendo, como luego haré, una raíz de eternidad a nuestra cultura (en lo cual no hacemos otra cosa los nacionalsindicalistas que seguir la mejor enseñanza de José Antonio, el hombre, portador de valores eternos, decía él), queda aquella bien resguardada de fluir en una pura mudanza. Afirmando, por otra parte, ésta dimensión de actualidad de que ahora hablo, nuestra cultura nacionalsindicalista posee junto a su necesario fondo de eternidad su también necesaria, en cuanto somos hombres de carne y hueso, ágil y caliente superficie de juventud. Lo eterno nos vendrá dado por nuestra fijeza a la católica ley del Espíritu; lo joven, por el estilo directo, ardiente y combativo con que nuestro «modo de ser» nos lleva desde ese Espíritu a la mudable Naturaleza.

Dos modos inmediatos y parciales hay en ese empeño de sujetar la humana cultura a la ley del tiempo. Dentro de nuestra España, estos dos modos a que me refiero, han recibido nombres especiales, que despistan un poco respecto a su esencia. Uno de los modos de estar sujeto culturalmente al tiempo, consiste en mantener los ojos fijos en el pasado, como si el fluir del tiempo, no hiciese sino corromper una realidad anterior perfecta: reaccionarismo es el nombre que los españoles hemos dado, un poco dentro de la vida chabacana político parlamentaria, a tal vinculación de la cultura en el tiempo. El otro modo consiste en conceder solamente valor a lo nuevo, como si lo nuevo lo fuese siempre de modo absoluto y virginal, como si bajo el Sol todo fuese nuevo y sin raíces pretéritas. En España, bajo la influencia de renovación que impusieron, negando nuestra Historia, los hombres del 98 y los que han seguido su camino, hemos llamado a este afán unilateral por lo nuevo, europeísmo. Para los primeros, tras de leer a Suárez, Bañez y el Brocense, ya no había nada que hacer, y aunque esta expresión parezca voluntariamente exagerada para conseguir un efecto periodístico, puedo asegurar que en algún periódico he leído recientemente afirmaciones muy parecidas. Para los segundos, con estar uno suscrito a las revistas científicas de actualidad, estaba ya terminada toda misión cultural.

Los nacionalsindicalistas, en cultura como en cualquier otra manifestación de la vida humana, comprendemos de un modo más entero –de un modo totalitario, que esta es la palabra– la sujeción del hombre y de la cultura a la ley del tiempo. Admitimos lo nuevo y creemos en ello, hasta el extremo de hacer una revolución en busca de formas nuevas, pero colocando dentro de lo nuevo la almendra de lo eterno y dentro de la revolución esa pura y exacta tradición que José Antonio llamaba metafísica de España. Tanto es así, que solo nosotros podemos volvernos hacia nuestros clásicos con ese afán de adivinación y no de mero plagio que nos es preceptivo. De ellos tomamos las notas radicales de la cultura española: su carácter católico, universo, definidor de la hermandad humana, sus actitudes radicales frente a la vida y a la muerte; la gravedad de su estilo. Pero todo lo demás es viva y tensamente joven, tanto, que pretendemos dar al mundo la palabra definitiva que sea la clave del tiempo nuevo. Por lo demás, en esto sólo hacemos una imitación de nuestros más grandes clásicos. Pienso ahora en Saavedra Fajardo, en Quevedo, en Jáuregui, en cualquiera de los humanistas que crearon nuestra cultura imperial. Asombra, desde luego, el modo seguro y completo con que manejan los textos sagrados y todos los clásicos de la antigüedad grecolatina; pero no menos –obedientes al imperativo de la actualidad, ese que obliga a encontrar la palabra clave del tiempo en que uno vive– cómo les eran familiares las obras recién salidas de las prensas italianas, francesas y alemanas. Recuerdo ahora la suficiencia y la gracia con que Quevedo, en su prólogo a Epicteto, comenta los recién aparecidos «Essais» de Montaigne –del Señor de Montaña, como él dice con imperial castellanizante arrogancia. Y así los demás.

Ahí está nuestro ejemplo. Ningún nacionalsindicalista lo será culturalmente, si no da a su cultura, sobre el necesario núcleo de eternidad, un fuerte y caliente color de actualidad. El «estar al día» lo mismo que es un deber en el orden de la política, es una exigencia vital en el orden de la cultura. Vivimos del recuerdo y de la esperanza, podría decirse con frase de un hondo poeta, pero plasmados ambos en una eficaz actualidad, en un presente rico y joven. Quien se sienta con fuerzas para infundir el espíritu de nuestros clásicos en la letra de ahora, con todas las consecuencias de entrañamiento en nuestro ser y de duro y diario aprendizaje que ello supone, ese será –culturalmente– un buen nacionalsindicalista: ese se halla con méritos para pertenecer a una generación que aspira, simplemente, a ser clásica para las que luego vengan.

Pedro Laín Entralgo
Colaborador nacional