El socialismo en España (II) (original) (raw)
Carlos de Zayas
Informe especial
Felipe González Márquez Nicolás Redondo Enrique Múgica Herzog Gregorio Peces Barba
“El tiernismo”
A finales de los años sesenta, la voz que llegaba del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) exiliado, era cada vez menos audible en el interior de la Península. Sólo en Asturias y en el País Vasco, el socialismo histórico había sido capaz de regenerarse recogiendo nuevas generaciones de militantes y por ello siguió presente en los movimientos reivindicativos obreros de masa que tuvieron por escenario estas zonas de viejo arraigo industrial.
Como una iniciativa eminentemente intelectual, desprovista de programa preciso y carente de estructura orgánica, un grupo de intelectuales, discípulos del profesor Enrique Tierno Galván, nació a principios de 1968.
Se trataba en cierta medida de recoger la tradición socialista en un momento en que el PSOE, por la senilidad y apatía de gran parte de sus afiliados en el interior, carecía de atractivo para las nuevas generaciones.
Al “tiernismo” cupo con bastante fortuna, inspirando informes diplomáticos y crónicas periodísticas rebatir la tesis tan cara a los teóricos del Opus Dei de la despolitización de los españoles, y a la par servir de centro intelectual, intentando una difícil síntesis entre positivismo lógico y marxismo que atrajo a bastantes universitarios, faltos de guía, inmersos en una cultura oficial todavía dominada por los últimos coletazos de la filosofía escolástica tradicional.
Renovación
Mientras tanto, el PSOE había llegado a tal grado de postración bajo la inamovible dirección exiliada de su secretario general, Rodolfo Llopis, que incluso un sector de antiguos líderes, capitaneados por Arsenio Gimeno, Parera y algunos más, unidos con significados militantes del interior decidieron tras cuidadosa preparación convocar en agosto de 1972 en Toulouse, sede del partido entonces, un congreso en el que la mayoría de los delegados procedentes, tanto del interior como de la emigración política y económica estuviera decidida a interiorizar la dirección del partido y a adaptar la táctica política a la nueva realidad sociológica del país. Se suprimieron los puestos de presidente y secretario general y se nombró una Comisión Ejecutiva de catorce miembros.
Pero Rodolfo Llopis, octogenario, identificando su mando personal con la conservación de la identidad histórica del partido, no aceptó las conclusiones del que se llamaría “Congreso de Agosto” al que se negó a asistir, y solicitó de la Internacional Socialista que lo considerara faccioso y no representativo de la voluntad del PSOE.
Ante esta situación, la Segunda Internacional se mostró indecisa y procedió a obrar cautamente retirando su reconocimiento a todas las organizaciones socialistas españolas que buscaban su aval y su apoyo político. Tiernistas y llopistas esbozaron entonces una fugaz alianza que debiera haber desembocado en una fusión. Diversos personajes exiliados en Sudamérica se trasladaron a Europa. Pero la Internacional ya no envió ningún representante al minicongreso que organizara Llopis en diciembre del mismo año 1972 y al que asistieron los “tiernistas” como observadores cualificados.
Tras sopesar cuidadosamente los datos e informes enviados por los diversos partidos socialistas europeos que disponían de expertos en cuestiones españolas, el más conocido de los cuales es Hans Matthöfer, actual ministro de Investigación de la Alemania Federal, y sobre todo los resultados de las misiones que despacharon especialmente al interior de España el Partido Laborista Británico y el Partido Socialista Italiano para comprobar el estado de espíritu y la posición de los militantes de base, la Internacional Socialista decidió reconocer en la reunión de enero de 1974 como único partido socialista español afiliado, al PSOE renovado.
Y muy recientemente en su reunión de Londres a fines del pasado marzo, el Buró de la Internacional reiteró su exclusivo reconocimiento al PSOE rejuvenecido, rechazando la apelación de Rodolfo Llopis contra su anterior decisión, así como una petición de los “tiernistas” que pretendían una vez más el estatuto de observadores.
Los socialistas españoles integrados en el PSOE –que como es sabido, es ilegal y clandestino– parecen empeñados en un serio esfuerzo de renovación ideológica y de reestructuración orgánica. En cuanto a la primera han aparecido las naturales tensiones entre la tendencia reformista más moderada y los “jóvenes turcos” que han entrado en tromba dentro del partido y se muestran partidarios de posiciones más radicalmente izquierdistas al insistir en que la socialización de los medios de producción se extiendan a amplios sectores económicos.
El principal problema planteado al socialismo español es, sin embargo, de orden organizativo. Sus nuevos dirigentes a los que se encuentran muy próximos intelectualmente Pablo Castellano y Gregorio Peces Barba, en Madrid; Nicolás Redondo, en Bilbao; Enrique Múgica, en San Sebastián, y Felipe González, en Sevilla, tendrán que demostrar gran capacidad e imaginación si quieren hacer operante una organización que pretende proyectar sus principios democráticos a toda su estructura interna, pero que se ve obligada sin embargo a actuar fuera de la legalidad.
También será labor difícil integrar dentro de los mismos a venerables militantes junto a jóvenes impetuosos, a cristianos con libre pensadores, a exiliados de toda la vida con hombres crecidos en tiempos del llamado milagro económico, por no hablar de la necesidad de buscar un común denominador y coordinar a los diversos grupos socialistas surgidos espontáneamente en las diversas regiones de nuestra geografía.
A nivel táctico parece que se han impuesto quienes propugnan un reforzamiento organizativo antes de entrar en alianzas formales con otras corrientes democráticas, aunque insistiendo en la necesidad de unidad de acción en la base en todo momento.
Todo ello constituye una tarea de evidente interés y que es posible tenga consecuencias profundas para el futuro inmediato de nuestro país, sobre todo si llega a producirse la proclamada apertura política.
Carlos de Zayas