Hay que poner freno a la represión franquista (original) (raw)

En el número anterior hemos denunciado la monstruosidad cometida por el Tribunal de la calle del Reloj al condenar a 20 años y un día a Antonio Rosell y a penas de ocho y seis años a sus compañeros de proceso.

Pocos días después, ese mismo Tribunal ha sentenciado a 20 años de presidio a Leoncio Peña y a 12 a José María Laso; a los otros procesados les han impuesto penas inferiores. La acusación estaba montada con invenciones calumniosas fabricadas por la policía. La clase obrera, los intelectuales antifranquistas y el pueblo vasco, que en tan alta estima tenía a estos hombres, han debido sentir verdadera indignación al conocer esas condenas.

¿Quiénes son estos comunistas, inicuamente condenados? Un largo historial de lucha jalona su vida, y una conducta irreprochable les ha hecho acreedores al cariño de cuantos les han conocido.

Leoncio Peña es un conocido luchador obrero, combatiente infatigable que goza de gran simpatía entre los trabajadores y los intelectuales antifranquistas que con él se relacionaban. Por su dedicación a la causa de la democracia, por su modestia y sencillez, por su actividad constante en defensa de los intereses y reivindicaciones de los trabajadores, se había destacado como un dirigente de los trabajadores vascos. Ha sido en Vizcaya un esforzado paladín de la reconciliación nacional de los españoles, la que valientemente defendió ante el Tribunal que lo condenó. Fue condecorado en el Ejército norteamericano, en cuyas filas combatió durante la segunda guerra mundial contra los fascistas japoneses.

José María Laso, muy relacionado en los medios antifranquistas vascos entre los cuales disfruta de mucha estima, lograda por su labor política y cultural y su conducta moral. Su magnífico ejemplo, al comportarse con energía y firmeza frente a las torturas que le aplicaban los verdugos de la Brigada Político-social de Madrid, ha sido muy comentado entre los trabajadores e intelectuales vascos. El camarada Laso, con la integridad y la hombría que le caracteriza, se convirtió en acusador implacable de los torturadores de la Brigada Político-Social.

Lo mismo que hizo con Antonio Rosell y sus compañeros de Zaragoza, el siniestro Coronel Eimar, ordeñó el traslado a Madrid de los doce de Vizcaya, para que fueran juzgados por el Tribunal fascista de la Calle del Reloj. Con alevosía, los alejó del pueblo vasco, para privarles así del calor de sus familiares y de la solidaridad que hacia ellos venían mostrando los obreros de las grandes fábricas, intelectuales, burgueses, católicos y otros antifranquistas.

A los veinte años casi del fin de la guerra, siguen funcionando tribunales fascistas como ese de la calle del Reloj. Ese Tribunal, es un instrumento terrorista que Franco utiliza para mantener y atizar el clima de guerra civil.

Con gran cinismo, Franco ha hecho coincidir esas bárbaras condenas con el decreto concediendo un indulto por la designación del nuevo Papa. Indulto mezquino, al que no se atreven a incensar ni los amanuenses del régimen, tan condicionado y recortado es. No cabe duda que su aplicación no surtirá efecto en la situación de la casi totalidad de los presos políticos.

Después de estas condenas, continúa en pie el peligro de que Higinio Canga y los otros presos de Asturias corran la misma suerte. Y sobre Miguel Núñez y los 18 de Barcelona se cierne una grave amenaza, pues si bien el Coronel Eimar se ha desasistido, la causa ha pasado a depender de la IV Región militar.

Franco golpea con toda crueldad a los comunistas. Pero no se detiene ahí, encarcela a socialistas, liberales, católicos, monárquicos antifranquistas, como ha hecho recientemente.

Franco trata de intimidar a las fuerzas de oposición, intenta frenar la acción de los trabajadores por aumentos de salarios y sueldos. Ante la creciente hostilidad que siente por todos lados arrecia con medidas terroristas represivas.

En estas circunstancias, esas medidas no son un signo de fuerza ni de estabilidad del régimen. Reflejan más bien el aislamiento en que se encuentra la dictadura, sostenida principalmente por el apoyo del imperialismo norteamericano; son pruebas evidentes de su debilidad ya que sólo puede mantenerse apelando a la represión, aplicando leyes de guerra.

El pueblo viene expresando de muchas formas que está harto de que a sus anhelos de libertad, de que a los trabajadores que piden justificadísimamente aumento de salarios y sueldos, se les responda con monstruosas condenas y las cárceles. Por eso crece la indignación en todo hombre de sentimientos humanos, en todos los españoles que consideran necesario terminar con las secuelas de la guerra civil. Indignación que puede transformarse en acción para exigir la revisión de los procesos de Antonio Rosell, de Leoncio Peña y sus compañeros; para salvar a Higinio Canga y los presos de Asturias, a Miguel Núñez y los presos de Barcelona, de ser condenados a penas muy severas; para denunciar el tribunal fascista de la calle del Reloj, reclamando la disolución de éste y otros tribunales especiales, y apoyando las gestiones iniciadas por abogados de Madrid y Barcelona, pedir que los tribunales militares cesen de juzgar a ciudadanos por delitos que, cuando más, son de la competencia de la jurisdicción ordinaria.

En todo el país se puede levantar un clamor poderoso para conseguir el cese de las medidas terroristas represivas de la dictadura. No hay más que recordar lo amplia que ha sido la solidaridad hacia los presos de Vizcaya, Barcelona, Zaragoza, Asturias y Madrid, en la que han participado muchos miles de obreros, de intelectuales, de burgueses y otros antifranquistas, para darse una idea de las posibilidades que existen de llevar a cabo esta gran movilización por la libertad de los presos, contra las condenas bárbaras que impone el Tribunal de la calle del Reloj, para conseguir la amnistía total.

Este clamor de protesta será más amplio y conseguirá resultados más eficaces, si las fuerzas de oposición logran entenderse y desarrollar la acción en común. En esta labor, profundamente humana, existen coincidencias con socialistas, cenetistas, republicanos, liberales, monárquicos antifranquistas, que deben permitir bien sea marchar unidos o concertados en la lucha contra la represión.

Nada hay que lógicamente pueda presentarse como obstáculo para impedir que comunistas y socialistas lleguemos a un acuerdo y a actuar conjuntamente en la defensa de los presos políticos de ambos partidos y de otras fuerzas de oposición. Sí hay un interés superior que nos une, que nos lleva a coincidir en la acción, el de conseguir la libertad de nuestros presos y de todos los presos políticos.

Para lograr esta libertad y poner freno a la represión franquista, debemos mover hasta las piedras. Y la movilización tendrá mayor peso e importancia si, basados en deseos y afanes que nos son comunes, sabemos poner ahora, en primer piano, el alcanzar este objetivo y nos unimos, y concertamos la acción en todo el país.

Esta acción puede desarrollarse en fábricas, talleres, Universidades, barriadas, recogiendo firmas; nombrando comisiones para llevar las peticiones a las autoridades.

Se acercan las fiestas de Navidad. Tradicionalmente, en esos días, el pueblo hace llegar a los presos pruebas emotivas de su solidaridad. Este año, ante las Navidades próximas, ¿qué mejor regalo ofrecerles que esta acción unida para conseguir estos objetivos que hemos señalados y que afectan tan íntimamente a la suerte y la libertad de los presos políticos?

A las fuerzas democráticas internacionales debemos pedir su ayuda solidaria para que hagan llegar al gobierno de Franco su reprobación por las condenas impuestas a Rosell, Leoncio Peña y sus compañeros, pidiendo la revisión de estos procesos y la libertad de los recientemente detenidos.