Karl Jaspers, José Ferrater Mora, Revista Cubana de Filosofía 1951 (original) (raw)

Bibliocrítica

Der Philosophische Glaube, por Karl Jaspers (R. Piper & Co. Verlag, München).

El último correo de Alemania nos trae a la mesa de trabajo, entre otras obras que iremos comentando sucesivamente, esta de Karl Jaspers, editada con el título Der Philosophische Glaube («La fe filosófica»), y que reúne el contenido de seis disertaciones en la Facultad de Historia y Filosofía de la Universidad de Basilea, en julio de 1947.

El autor comienza planteando una cuestión de tantos alcances como El concepto de fe filosófica. ¿A dónde dirigir nuestra vida? Y, ¿cuál debe ser en definitiva el contenido de ésta? Jaspers hace estas preguntas para responder casi de inmediato que ni la fe por la revelación, ni tampoco la ciencia, pueden ser eficaces respuestas a tales preguntas, pues ambas prescinden de la filosofía. Entre la fe y el saber hay la diferencia, dice Jaspers, que se da respectivamente entre lo que sí padece al ser refutado y lo que no padece al serlo. De este modo, Giordano Bruno va a la hoguera por mantener su fe, mientras que Galileo retrocede en su afirmación de que la tierra se mueve. Y es que se trata de dos tipos de verdad, conforme a las cuales actuaron los dos grandes hombres: la fe de Bruno es la que se pone en una verdad vital, incondicionada aunque no universal; mientras que la fe de Galileo es fe en la verdad ahistórica, intemporal, incondicionada, pues está fundada en supuestos que refieren a lo finito, por lo que no corresponde morir por su defensa.

Por otra parte, Jaspers entiende que constituye un error la asignación de la fe al reino de lo irracional, pues –dice- todo acto de fe implica aquello en que se cree y el creer mismo; aspectos de un mismo todo, que resultan completamente inseparables; de manera que es imprescindible la conjunción sujeto-objeto en el acto de fe, o sea el que cree y aquello en que se cree. Finalmente, en su primera conferencia, Jaspers insiste en que el ser del hombre no se agota al tratarlo como objeto de las diversas ciencias, pues tenemos conciencia de vivir desde un origen que nos viene dado por la trascendencia, por lo que el hombre se empeña en ir siempre más allá de donde le ha situado, en un momento dado, la propia vida.

La segunda conferencia se titula El contenido de la fe filosófica. Ante todo, Jaspers plantea la cuestión de lo que él denomina El ámbito del contenido, y que incluye cuatro preguntas, a saber: 1º Was weiss ich? (¿Qué es lo que sé?), y se responde: «_Alles, was ich weiss, steht in Subjekt-Objekt Spaltung_» (Todo lo que sé está en la escisión sujeto-objeto). 2º Was ist eigenlitch? (¿Qué es propiamente?). Para Jaspers no hay respuesta satisfactoria, venga del ser como objeto, o venga del ser constituido por el producto del yo, pues el ser propiamente (eigentliche Sein), no es objeto ni sujeto, pues aunque aparece en la escisión sujeto-objeto, está fundado en el Uno (Umgreifend), que lo engloba todo. 3º Was ist Warheit? (¿Qué es la Verdad?). Responde Jaspers: «_In jeder Weise des Umgreifenden, das wir sind, wurzelt ein eigentümlicher Sinn von Wahrsein_» (En cada saber lo de lo Uno, estamos enraizados con un peculiar significado del ser de la verdad). O sea que cada región del saber implica un determinado criterio, que Jaspers anota del modo siguiente: pragmático para la existencia humana (Dasein), de no-contradicción para la conciencia en general (Bewusstsein überhaupt), como evidencia para el espíritu (Geist) y de creencia para la existencia (Existenz). 4º Wie weiss ich? (¿Cómo sé?). Para Jaspers, filosofar es el pensar trascendente, que por esto mismo se diferencia del pensar científico, [53] que está dirigido al conocimiento de objetos. En la filosofía, por el contrario, la elucidación elimina el objeto que la causa.

La segunda disertación incluye algunas consideraciones sobre el contenido de fe. A este respecto, dice Jaspers: «_Man kann philosophische Glaubensgehalte aussprechen in Sätzen wie: Gott ist. Es gibt die unbedingte Forderung. Die Welt hat ein verschwinendes Dasein zwischen Gott und Existenz_» (Se puede expresar el contenido de la fe filosófica en sentencias como: Dios es. Se da como la exigencia incondicionada. El mundo tiene un modo de ser evanescente entre Dios y la existencia). Y tras un sutil análisis de estas cuestiones, arriba Jaspers a la conclusión de que no hay prueba de la existencia de Dios que no sea caducible, pues la demostración de Dios nos deja sin Dios. Hay que partir de Dios si se quiere encontrarle, de modo que la certeza de su existencia es condición y jamás consecuencia del filosofar. Lo incondicionado se da como el contenido de la fe y nunca como resultado de un proceso de conocimiento, y si la filosofía occidental es una simbiosis de fe y saber, ello se debe a su origen helénico-bíblico («_Die philosophischen Gehalte des abendländischen Philosophieren haben ihre geschichtliche Quelle nicht nur im griechischen, sondern auch im biblischen Denken_»).

La tercera disertación se titula El hombre y está destinada principalmente a poner de relieve que, lejos de ser el hombre lo más acabadamente conocido, es aquello de que menos se sabe. Pero este conocimiento es decisivo para el propio ser humano, pues «El conocimiento del hombre es para nosotros, en cuanto seres humanos, de una importancia a todas luces impar» (Vom Menseben zu wissen, ist für uns, die wir Menschen sind, gewiss ungemein wichtig). Ahora bien, el hombre es inderivable, o sea que, en lugar de ser producto de una evolución, es fundamento de todo lo demás en el mundo. El hombre halla en sí algo que el mundo no puede ofrecerle, y esto es lo que ninguna ciencia puede hacer objeto de su investigación. Toda experiencia de este algo, lejos de ser un saber de algo, es el producto de un actuar que conduce a la trascendencia. Finalmente, Jaspers alude a la libertad que es para él fuente de la esencia del hombre.

La cuarta disertación está consagrada al problema de Filosofía y Religión. Para Jaspers hay un indudable e inevitable antagonismo entre ambas, pues en tanto que la religión es un rito con formas externas, que se manifiesta en una comunidad; la filosofa es la vivencia de un individuo, que, como miembro de una comunidad, se siente como parte de un conjunto universal. Pero, añade Jaspers, la filosofía cristiana tiene una irrecusable procedencia bíblica, de modo que aun cuando la combate jamás podrá negarla.

La quinta conferencia se refiere a la lucha entre Filosofía y Antifilosofía. Mientras la filosofía se abre a toda forma de vida, tratando de comprenderla y aquilatar su sentido, la antifilosofía, envuelta en el ropaje de la filosofía, es el pensamiento que actúa contra aquélla. Jaspers presenta como casos patentes de antifilosofía la demonología (pp. 92-100), que subdivide el cosmos en varios poderes y no admite que se le conciba como expresión de la divinidad. También la idolatría de los hombres (pp. 100-103) constituye una antifilosofía, porque, en el sentir de Jaspers, puesto que todo hombre es finito no puede ser motivo de adoración.

La sexta y última conferencia, titulada La filosofía en el futuro, está enderezada, sobre todo, a exponer las ideas del autor acerca de la tarea, esencia y valor de la vida. Sin embargo, hay algo así como un señalamiento de lo que debe ser frente a lo que es, cuando Jaspers afirma que la esencia del hombre es ese poder formularse él mismo interrogaciones, pues la vida humana sin atracción alguna a la filosofía, es una vida trunca, incompleta; sin lugar a dudas, no es real vida. Y esto es lo que hace tan decisiva a la filosofía –permitir que el hombre sea hombre. Cosa que se logra, en la filosofía, por la comunicación, como ansiosamente aparece en seres de la calidad de Nietzsche y Kierkegaard.

H. P. Ll.

Diccionario de Filosofía, por José Ferrater Mora (Editorial Sudamericana, B. A., 1951.)

El acontecimiento editorial de las prensas filosóficas hispanoamericanas en 1951, conjuntamente con la presentación en español de Sein und Zeit, lo constituye la tercera edición del Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, tan considerablemente ampliado y reelaborado, que se puede decir que constituye un trabajo casi completamente original. Pues el autor ha llevado a cabo esta vez en su obra fundamental el género de modificaciones que rebasan los límites de lo que puede ser designado justamente como ampliación. Basta, para convencerse, establecer la debida comparación entre la anterior edición y esta de ahora: de inmediato salta la diferencia no sólo en cuanto a la cantidad, sino también a la calidad. Y por cierto que es esta última la responsable directa de la primera, pues todo lo que en contenido y en extensión ha ganado el Diccionario de Filosofía al aparecer por tercera vez, es consecuencia inevitable de la reelaboración de los temas que ha llevado a cabo el autor.

Ferrater Mora ha conseguido con su extraordinario trabajo en el Diccionario de Filosofía justificar plenamente la razón de ser de un libro de este género. Porque es cosa que debe ser dicha con toda franqueza, digamos que tanto los Diccionarios como las Introducciones han resultado hasta ahora, no importa el autor, la época o el lugar de origen, más perniciosos que satisfactorios respecto del fin propuesto. En el caso de los Diccionarios de Filosofía ha sucedido por lo general una de estas dos cosas: o se trata de obras en sumo grado esquemáticas (tal es el caso del Vocabulario Filosófico de Goblot), o como ocurre con el Worterbuch der philosophischen Begriff de Rudolph Eisler, si bien agota todas las interpretaciones dadas en los conceptos filosóficos, mantiene aquéllas en un aislamiento que reduce la obra a una mera clasificación terminológico-conceptual. Mientras que Ferrater ha aprovechado la experiencia derivable de ambos modos de concebir lo que debe ser un Diccionario de Filosofía, dándonos en el suyo una especie de síntesis de las diferentes interpretaciones de cada concepto, fundada en la historia de lo que pudiera llamarse la «peripecia» del concepto a través de la propia filosofía desde sus más remotos orígenes. Y esto, sin embargo, hecho desde la «circunstancia» del presente, es decir, sin olvidar que la filosofía adquiere su verdadero sentido cuando es vista desde la época que nos ha tocado vivir. Así vemos cómo, por ejemplo, el análisis interpretativo de conceptos como el «ser», la «existencia», la «filosofía», etc., arranca de la circunstancia presente y por tanto es llevado a cabo mediante métodos como los propios de la fenomenología, la hermenéutica histórica, el raciovitalismo orteguiano y otros. Lo cual hace, además, al Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, un libro de información y de orientación para proseguir en las investigaciones contemporáneas. No es, pues, ni principalmente, un mero depósito arqueológico de los conceptos inherentes al filosofar, sino, muy por el contrario, se muestra como un aspecto más del proceso vivo y fluyente en que consiste la filosofía contemporánea, estremecida por urgidoras y persistentes interrogaciones que, en el orden general de su problemática, oscilan entre el más crudo de los pesimismos y la más descarnada de las constataciones.

Para nosotros los cubanos el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora tiene siempre una especial significación. Es una obra que pudo haber sido editada por primera vez en Cuba, pero que debido a causas insuperables de orden económico tuvo que buscar mejor ambiente. Ferrater Mora, tras su exilio de España a consecuencia de la guerra civil de 1935-39, se vio obligado, como ocurrió con tantos pensadores españoles eminentes, a buscar refugio en América. Su primer contacto con nuestro continente se realizó precisamente en Cuba y aquí supo de las desdichas y las amarguras del hombre pleno de talento y horro de bolsa, que se ve lanzado como un derelicto contra una playa totalmente desconocida. Tras casi un año de duro y estéril bregar se vio obligado a buscar otro sitio donde las dificultades materiales no fueran tan atormentadoras, y marchó a Chile, para de allí, [55] al cabo de un regular número de años, dirigirse a los Estados Unidos, donde se encuentra profesando filosofía desde 1948. En Cuba, como decíamos, buscó infructuosamente un editor comprensivo (especie desconocida en nuestro medio), sin conseguirlo, ni siquiera a base de aceptar todas las imposiciones derivables de su busca. Por esta razón no pudo editarse inicialmente en Cuba la obra que es ahora una de las manifestaciones más serias y acabadas del pensamiento filosófico español e hispanoamericano (pues Ferrater es, por lo menos a medias, uno de los de acá). En el conjunto de sus otras obras (Variaciones sobre el espíritu, El sentido de la muerte, cuatro visiones de la historia universal, etc., además de sus espléndidas traducciones, ensayos y artículos), la tercera edición del Diccionario de Filosofía es el punto de máxima ascensión alcanzado por una de las mentes más lúcidas del pensamiento español en la hora presente.

H. P. Ll.