Manuel de la Revilla, La Filosofía española, 15 agosto 1876 (original) (raw)

Manuel de la Revilla

Contestación a un artículo del señor Menéndez y Pelayo

Con motivo de haber afirmado en una de nuestras Revistas críticas que la historia científica y filosófica de nuestra patria carece de verdadera importancia y que la filosofía española es un mito, se ha publicado en la Revista Europea un artículo en que su autor, D. Marcelino Menéndez y Pelayo, se revuelve airado contra nosotros, tratándonos con tono destemplado y furibundo y dando a su trabajo un carácter personalísimo que no se explica ni disculpa, pues ni son nuestras afirmaciones tan graves y ofensivas que lo merezcan, ni recordamos haber inferido agravio alguno al Sr. Menéndez, de cuya persona sólo incidentalmente y sin faltarle lo más mínimo, nos hemos ocupado. La furia del Sr. Menéndez únicamente puede explicarse, teniendo en cuenta sus opiniones neo-católicas, y, siquiera por esto, no hemos de darle el gusto de contestar uno por uno a sus destemplados ataques.

Pasamos, pues, por alto los palmetazos de dómine que nos aplica y las lindezas y galanterías con que se digna agasajarnos, y nos limitaremos a rectificar algunas graves e inexactas acusaciones que dirige a este periódico y a nuestra humilde persona, y a tratar la cuestión a que se refiere principalmente su artículo, dejando el resto de él al juicio de las personas serias e imparciales.

Ante todo, debemos protestar contra la injusta acusación que el Sr. Menéndez lanza contra la Revista Contemporánea (dando con ello una insigne muestra de ligereza, impropia de quien tanto se precia de maduro y reflexivo) al decir que nuestro periódico profesa odio mortal a todo lo que tenga sabor de españolismo y que en él es extranjero todo, sin que haya artículo ni párrafo que sean castellanos por el pensamiento o por la frase. Si antes de hablar se tomara el Sr. Menéndez el trabajo de pensar lo que dice, no aventuraría tales especies; bastárale leer los índices de nuestra Revista, y vería cómo en ella los trabajos de escritores españoles aventajan en número a los extranjeros, con lo cual se excusara de decir chistes de mal gusto y lanzar acusaciones sin pruebas. Por lo demás, el Sr. Menéndez debiera saber que nuestra Revista (a semejanza de la Revue Britannique, la Germanique, la Europea, en que ha publicado su artículo, y tantas otras) tiene por principal objeto dar a conocer en España los mejores trabajos de las Revistas extranjeras, lo cual es tan patriótico, cuando menos, como cantar grandezas pasadas, por cuanto contribuye a difundir entre nosotros el espíritu científico, que no puede [112] alimentarse únicamente de rebuscos arqueológicos, como los que tanto complacen al Sr. Menéndez.

Por lo que a nuestra persona toca, no incurre en menos graves errores el Sr. Menéndez. Jamás hemos pertenecido a la escuela hegeliana, ni nadie lo ha pensado así; y nunca hemos hablado con desdén del catolicismo y de los católicos, ni los hemos tratado como a parias o ilotas. Pudo excusarse el señor Menéndez el párrafo entre bravucón y sentimental en que tales cosas dice, pues lejos de ser exactas, es cosa sabida que acostumbramos hablar con respeto de las creencias religiosas, y mucho más de las que profesan nuestros compatriotas y profesaron nuestros padres. Lo que sucede es que el Sr. Menéndez confunde a los católicos con los neos, con los que consideran cursi y doceañista atacar la intolerancia y la Inquisición, como si fuera de muy buen tono defender instituciones bárbaras; a esos, con efecto, los tratamos siempre según se merecen; no como parias e ilotas, sino como enemigos implacables de la civilización y de la patria. Pero nos libramos muy bien de confundir a tales gentes con los católicos sinceros y de identificar la religión con los que abusan de ella y la convierten en instrumento del despotismo.

Mucho podríamos decir sobre esto y sobre otros pormenores harto impertinentes del artículo del Sr. Menéndez; pero como dejamos dicho, estamos resueltos a no hacer caso de cierto género de ataques y a no descender a cierto género de defensas que no necesitamos. Baste con lo dicho, y entremos en la única cuestión seria que trata el Sr. Menéndez.

Trátase de saber si nuestra historia científica y filosófica alcanza gran importancia en el mundo culto, y si entre nosotros ha habido una verdadera filosofía española. Ambas cosas hemos negado terminantemente, y esta negativa es la que ha sacado de sus casillas al Sr. Menéndez y le ha obligado a revolverse airado contra nosotros, dedicándonos nada menos que un artículo engalanado con el pintoresco epígrafe de Mr. Masson redivivo.

Lo curioso del caso es que el Sr. Menéndez no niega por completo nuestro aserto; antes confiesa que no contamos con ningún científico de primer orden, y que únicamente se nos deben dos descubrimientos (aparte de los marítimos), a saber: las cartas esféricas o reducidas y el nonius o vernier. No es mucho por cierto.

El Sr. Menéndez hace con tal motivo un merecido elogio de los ingenios de segundo orden y de los indudables servicios que prestan a las ciencias. No lo negamos; pero ¿basta esto para dar verdadera importancia científica a un país? ¿Basta una serie de modestos expositores o indagadores que nada fundamental enseñan ni descubren para que el país que los posea pueda gloriarse de tener una verdadera e importante historia científica? Si no tuviéramos a Lope y Calderón, Cervantes y Quevedo, Herrera y Garcilaso, &c., &c., ¿podríamos gloriarnos de nuestra historia literaria? ¿Supondríamos mucho bajo este aspecto si nuestros dramáticos se redujeran a ingenios de la talla de Belmonte Bermúdez, Bancés Candamo o Gerónimo de Cáncer, si todos nuestros líricos fueran como Salazar y Torres y Trillo y Figueroa, y nuestros novelistas como D.ª María de Zayas o D. Gonzalo de Céspedes y Meneses? La abundancia de nuestros poetas épicos ¿impide que toda nuestra obra épica de la [113] edad moderna pueda darse por un poema bueno? Pues otro tanto puede decirse de la ciencia. Contamos en ella con muchos Balbuenas, Montalvanes y Salazares; pero no con un Cervantes ni con un Calderón, y como no se nos debe ningún gran descubrimiento, ninguna hipótesis fundamental, ninguna obra de esas que hacen época, todo el cúmulo de nombres propios que pueda citar el Sr. Menéndez no basta a desmentir nuestra afirmación de que en la historia científica del mundo no suponemos nada. ¿Quiere una prueba de ello el Sr. Menéndez? Pues vea el lugar que nuestros científicos ocupan en los libros que de historia de la ciencia tratan y verá que al paso que no se concibe una historia de la literatura en que no se hable de Cervantes o una historia de la pintura en que no se mencione a Murillo, no sólo se concibe, sino que no peca de incompleta una historia de las ciencias positivas en que o no se mencionen, o de hacerlo sea en lugar secundario, a los científicos españoles. Con respecto a los autores que han escrito de medicina, sabemos, sin necesidad de que nos lo diga el Sr. Menéndez, que a ellos no es aplicable lo dicho, y por eso los hemos designado nominatim, como el mismo señor indica.

En la defensa de la filosofía española no está mucho más afortunado el señor Menéndez. Entretiénese en zaherirnos y darnos lecciones verdaderamente pueriles, como la de decirnos que Morcillo y Pereira se llamaban Foxo Morcillo y Gómez Pereira, dando a entender donosamente que hemos citado sus nombres en la primera forma por ignorancia y exponiéndonos a confundir a Gómez Pereira con el portugués Pereira (lo cual pudiera decir también el señor Menéndez de todos los que digan a secas Cervantes o Calderón, pues así podrían confundirse el primero con Cervantes de Salazar y el segundo con el marqués de Siete Iglesias o con el picador Calderón); después nos increpa porque hemos colocado en la misma línea (de imprenta, pues de categorías nada dijimos) a Vives, Suárez, Foxo Morcillo, Huarte y Oliva Sabuco; y por último, se ocupa en rebajar el mérito de los dos últimos, poniéndolos muy por debajo de los primeros, cosa muy discutible, al menos por lo que a Huarte respecta.

Pero, y de la cuestión que se trata, ¿qué dice el Sr. Menéndez? Pues primeramente cita a todos los que se han Ocupado de la filosofía española, para probarnos que existe esta filosofía y probarnos de paso que pertenece a esa generación futura que se ha de formar en las bibliotecas con estudios sólidos y macizos (como si dijéramos, de cal y canto) generación que será muy divertida, a juzgar por la muestra.

Después de este desahogo de bibliófilo, nos dice que nos contradecimos, porque de un lado llamamos mito a la filosofía española y de otro reconocemos el mérito de nuestros escolásticos y místicos; añade luego que nuestros filósofos formaron escuela, y en apoyo de ello cita otra tanda de nombres propios, y afirma, por último, que ejercieron influencia, pues el vivismo es el precedente del baconismo y del cartesianismo y los libros de Vives y Foxo Morcillo son inmejorables. Y hasta aquí toda la argumentación del Sr. Menéndez, exornada con todo género de amenidades contra nuestra persona y terminada con una sinfonía inquisitorial sobre motivos liberales, que no hay más que pedir. [114]

Vamos por partes. Cuando hemos dicho que la filosofía española es un mito, no hemos querido decir que no hay filósofos españoles, sino que no existe una creación filosófica española que haya formado una verdadera escuela original, de influencia en el pensamiento europeo, comparable con las producidas en otros países. Repetimos aquí nuestro anterior argumento: una cosa es que haya filósofos y otra que haya filosofía, como una cosa es que haya pintores o músicos y otra que haya pintura o música, en el sentido de filosofía, pintura y música que constituyan escuela y tradición en un determinado país. ¿Ha oído hablar alguna vez el Sr. Menéndez de la filosofía polaca, de la música danesa o de la pintura rusa, como oirá hablar de filosofía alemana, música italiana y pintura española? Ciertamente que no. ¿Y quiere esto decir, ni puede creerlo el Sr. Menéndez, que no haya habido polacos que filosofen, daneses que toquen y canten y compongan piezas de música y rusos que pinten? Luego no hasta que haya filósofos, músicos o pintores en un país para que pueda decirse que hay en él una filosofía, una música y una pintura nacionales.

Y es que, mal que pese al entusiasmo patriótico del Sr. Menéndez, para que haya esas cosas en una nación, es menester que haya en ella ingenios de primer orden que cultiven esas artes o ciencias, y que estos ingenios produzcan una creación original y característica y formen escuela y tradición, y lleven su influencia más allá de los límites estrechos de su patria. Cuando esto no sucede, podrá haber filósofos o pintores, pero no habrá pintura ni filosofía.

Ahora bien; ¿cree el Sr. Menéndez que los nombres de Vives, Foxo Morcillo, Suárez, &c., pueden colocarse al lado de los de Descartes, Kant o Hegel? Podrán ser Vives y Gómez Pereira precursores de Bacon y Descartes, enhorabuena; también lo fue San Juan Bautista de Jesucristo, y sin embargo, existe un cristianismo, que es la religión más perfecta que han conocido los siglos y una de las más renombradas y extendidas; pero, ¿y el juanismo, dónde está? ¿Pues qué le parecería al Sr. Menéndez del que intentara propagar y defender el juanismo? ¿No habrá derecho para decirle que eso era un mito, y que San Juan, por más que fuese precursor de Cristo, significaba muy poco al lado del fundador de la religión cristiana? Pues otro tanto puede decirse de ese vivismo y de esos precursores de Bacon y Descartes, colaboradores del gran movimiento anti-escolástico que en el renacimiento representan otros muchos filósofos franceses e italianos, no menos oscurecidos que los españoles por el movimiento que arranca de Bacon y Descartes. ¿Dónde están los grandes principios, la renovación fundamental traída a la ciencia por esos pensadores? ¿Dónde su escuela y dónde su influencia? ¿Conoce el Sr. Menéndez vivistas o pereiristas fuera de España, como conoce hegelianos y kantianos en todos los países cultos? ¿Parte de alguno de esos escritores un movimiento como el que parte de Descartes? Pues si nada de eso sucede, si esa decantada filosofía española se reduce a unos cuantos colaboradores del movimiento anti-escolástico y a un aventajado discípulo del escolasticismo, como Suárez, ¿puede decirse que hay una verdadera filosofía española, ni siquiera que hay un filósofo español que pueda colocarse a la altura de los grandes filósofos que hacen época en la historia, o habrá que reconocer que, en filosofía como en ciencias, sólo tenemos [115] algunos estimables ingenios de segundo orden, muy dignos de consideración y respeto, pero que no nos autorizan a hablar pomposamente de ciencia española o de filosofía española?

En cuanto a que hayamos incurrido en contradicción al negar la existencia de la filosofía española y al encomiar, por otra parte, los méritos de nuestros escolásticos y místicos, es muy fácil la contestación. Poseer buenos expositores de una filosofía extraña, no hasta para que haya una filosofía nacional. Por eso el insigne nombre de Suárez no contradice nuestro aserto. En cuanto al misticismo, no es posible identificarlo con la filosofía. Sin duda que puede haber una filosofía mística, pero lo que propiamente se llama misticismo, es cosa muy distinta de la ciencia, y por ende, de la filosofía. Nadie ha sostenido nunca que Santa Teresa sea una filósofa, como lo era Hipatia, ni que lo sean Fray Luis de León o San Juan de la Cruz. Luego no hay contradicción en decir que no hay filosofía en España y encomiar el misticismo, que para el señor Menéndez es más que la filosofía, con lo cual él propio declara que no es filosofía.

Respecto a que juzgamos por el éxito al negar el carácter de filosofía nacional a la que no funda escuela ni ejerce influencia, diremos al Sr. Menéndez que a los escritores no se les juzga por el éxito; pero cuando se trata de instituciones o creaciones sociales, sí se juzga. Si Platón (como supone el Sr. Menéndez) hubiera sido desconocido hasta ahora y de repente apareciesen sus obras, nadie negaría el genio de Platón; pero como no habría existido una filosofía platónica, Platón no supondría nada en la historia de la filosofía, la cual no es un conjunto de biografías ilustres, sino el desarrollo gradual y sistemático del pensamiento humano, en el cual no influyen ni poco ni mucho los genios, por grandes que sean, si no logran darse a conocer e imponer su propio pensamiento.

Creemos haber contestado la parte seria del artículo, del Sr. Menéndez y haber probado: primero, que el Sr. Menéndez no ha dado ninguna razón sólida ni maciza en apoyo de su tesis, y segundo, que la filosofía española, en el sentido de escuela nacional que haya ejercido verdadera influencia en el pensamiento humano, no existe ni ha existido nunca; como tampoco hemos tenido una historia científica de verdadera importancia. No negamos que esto sea doloroso para nuestro orgullo nacional; pero, aparte de que semejante falta está ampliamente compensada por nuestra gloriosa historia literaria y artística, el verdadero patriotismo no consiste en adular a la patria, sino en decirle verdades provechosas, por amargas que sean, y la ciencia seria, la ciencia sólida y maciza, está obligada a decir toda la verdad y no a halagar el orgullo nacional. Es cuanto tenemos que contestar al artículo del Sr. Menéndez, con el cual no pensamos discutir mientras no emplee en sus polémicas más comedidas formas, y no se abstenga de cierto género de ligeras e infundadas acusaciones.

M. de la Revilla