Contra la Dictadura primorriverista / Historia del Partido Comunista de España (original) (raw)

Historia del Partido Comunista de España1960


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Capítulo primero ☭ El nacimiento del Partido Comunista y su lucha contra la Monarquía

A mediados de 1923 el peligro de una dictadura militar ya había adquirido en España contornos amenazadores.

En Italia y Bulgaria se habían instaurado regímenes fascistas; en Hungría, Polonia y otros Estados entronizábanse dictaduras reaccionarias. En casi todos los países capitalistas de Europa el movimiento obrero se replegaba, extinguiéndose la potente ola revolucionaria que sucedió a la guerra imperialista y a la Revolución Socialista de 1917.

En su IV Congreso, la Internacional Comunista analizó estos cambios operados en la situación internacional, llamando a los trabajadores de todos los países a unirse.

Nuestro Partido, reunido en su Segundo Congreso, en Madrid, el 8 de julio de 1923, advirtió a los trabajadores españoles del peligro reaccionario, reiterando sus apelaciones a la unidad. El Congreso denunció la táctica del terror individual, que nada tiene que ver con la lucha revolucionaria. Exhortó a los comunistas a defender firmemente la unidad en los sindicatos.

En el Congreso se subrayó que el Frente Unico del proletariado era una necesidad imperiosa del momento; una clase obrera dividida no podría conjurar la amenaza fascista que se cernía sobre España. Estas fueron las ideas que presidieron las deliberaciones del Segundo Congreso. La lucha por la creación del Frente Unico fue la tarea central que se planteó ante todo el Partido.

Pero, una vez más, los llamamientos del Partido en pro del Frente Unico chocaron con la resistencia de los dirigentes socialistas. [39]

El 13 de septiembre de 1923, el general Primo de Rivera dio en Barcelona un golpe de Estado, exponente del fracaso de la Monarquía para gobernar el país según las normas constitucionales que ella misma se diera en 1876.

Desde el punto de vista de su naturaleza de clase, el Directorio Militar. representaba la dictadura de la aristocracia terrateniente y de la oligarquía financiera, las fuerzas más violentamente contrarrevolucionarias de la sociedad española, que intentaban detener el desarrollo democrático de nuestro país recurriendo a métodos y formas inspiradas en el fascismo italiano.

El bloque terrateniente burgués, apoyándose en la podrida Monarquía que garantizaba su dominación, pretendía salvar su situación mediante un Poder dictatorial, conjugando el mantenimiento de la gran propiedad terrateniente, de origen feudal, con las exigencias del desarrollo capitalista. La dictadura prolongaba artificialmente el predominio político de la aristocracia terrateniente, lo que explica la agudización violenta de las contradicciones dentro del régimen primorriverista, contradicciones que, al fin y a la postre, llevaron al derrumbamiento no sólo de la dictadura, sino de la Monarquía misma.

La oligarquía financiera, sirviéndose de Primo de Rivera, aceleró la concentración de la industria y la creación de monopolios, recurriendo al capitalismo monopolista de Estado; estimuló igualmente la penetración del capital extranjero.

Económicamente, las consecuencias de la dictadura fueron el empobrecimiento de las masas trabajadoras y el enriquecimiento de los grandes terratenientes, de la gran industria y de la Banca.

Desde el primer momento, el Partido Comunista tuvo una visión certera y una actitud clara ante la instauración de la dictadura primorriverista.

El día 13 de septiembre, al conocerse el golpe de Estado, el Partido reiteró sus llamamientos a formar el Frente Unico para la lucha contra la dictadura militar. Aquella misma tarde se reunían en Madrid delegados del Partido Comunista con representantes de la Federación Madrileña de la CNT y de [40] los grupos anarquistas, quedando constituido un Comité de Acción contra la Guerra y la Dictadura, que dio a la publicidad el siguiente manifiesto:

«Los representantes de la Federación Madrileña de los Sindicatos Unicos, de la Federación de grupos anarquistas y del Partido Comunista de España, se han reunido ayer tarde para examinar los últimos acontecimientos políticos y la situación que han creado a la clase obrera. Todos están de acuerdo para declarar que la instauración de la dictadura militar prepara el reforzamiento de la campaña de Marruecos y constituye una terrible amenaza para la vanguardia del proletariado español y para la vida misma de los sindicatos obreros. La reacción se prepara a perseguir a todas las organizaciones del movimiento proletario.
Estas deben prepararse a defender su existencia. Con este fin, los representantes de dichas organizaciones se constituyen en un «comité de acción contra la guerra y la dictadura». Este comité se plantea como tarea emprender los trabajos indispensables para la realización de la unidad en la acción que incumbe a la clase obrera emprender urgentemente.
Los representantes de las organizaciones obreras arriba mencionadas, consideran que la necesidad de la defensa obliga a los obreros a olvidar temporalmente las diferencias ideológicas o tácticas que les separan. Por consiguiente, van a dirigirse a los Comités Nacionales de la UGT y del PSOE, llamándoles a organizar en común la lucha por la defensa de los derechos respetados inclusive en los períodos de más brutal represión.
En esta hora, cuando se afirma la cobardía general, y cuando el poder civil abandona sin lucha su puesto al poder militar, la clase obrera debe hacer sentir su presencia y no dejarse pisotear por hombres que quieren transgredir todas las formas del derecho actual, de los privilegios adquiridos en el curso de largas y encarnizadas luchas.» [41]

Las direcciones del PSOE y de la UGT, no sólo respondieron a este llamamiento con una negativa rotunda a la unidad de acción de la clase obrera, sino que se lanzaron por la vía de la colaboración con la dictadura.

Los dirigentes reformistas de la UGT colaboraron en la persecución de los sindicatos revolucionarios dirigidos por comunistas, y en más de una ocasión, como en el caso del Sindicato de Mineros de Vizcaya, recibieron de manos de la policía las llaves de los locales de estos sindicatos clausurados. Los dirigentes socialistas ayudaron a la dictadura a crear los Comités Paritarios, que implicaban la aplicación del arbitraje obligatorio en los conflictos obreros y la ilegalidad de las huelgas. Dirigentes socialistas ocuparon puestos en el Consejo de Estado, Consejo de Trabajo, Consejo Interventor de Cuentas del Estado, Comisión Interina de Corporaciones, Consejo Técnico de la Industria Hullera, Tribunal de Cuentas y otros organismos.

Los dirigentes reformistas se negaron sistemáticamente a participar en ninguna de las frecuentes acciones iniciadas por grupos de la oposición contra la dictadura. Y no movieron un dedo para derribarla, ni salieron de su obediente pasividad hasta el momento en que ya no era posible permanecer sordos a las demandas de las fuerzas dispuestas a derribar la Monarquía. Primo de Rivera gustaba de elogiar «la lealtad» de los dirigentes socialistas y la premiaba con ventajosos enchufes y sinecuras.

Que la colaboración de los dirigentes reformistas con la dictadura no respondía a la voluntad de los obreros socialistas y ni aun siquiera a la de dirigentes muy destacados, lo demuestra la actitud hostil de Prieto y otros, y el hecho de que en algunos lugares, como Pontevedra, los socialistas crearon con los comunistas un Comité de Acción contra la Guerra y la Dictadura. En Vizcaya, por iniciativa de los comunistas, se realizó una huelga general de protesta de 24 horas contra el golpe militar, en la que participaron los obreros socialistas.

Entre tanto, la violencia represiva del Directorio contra los trabajadores revolucionarios se acentuaba día a día, sobre todo a partir de octubre de 1923. Los líderes anarquistas no [42] resistieron la presión y, bajo su influjo, la CNT suspendió su actividad, clausuró sus locales y suprimió su prensa. Este acto de «autodisolución» constituyó una deserción ante el enemigo, pues privaba a los trabajadores confederales de sus organizaciones de defensa cuando mayor era su menester.

Tres de los sindicatos cenetistas más importantes de Barcelona –metalúrgico, transporte y textil– protestaron contra esta decisión de renunciar a la lucha, que dejaba las manos libres al dictador. En Sevilla, importantes sindicatos de la CNT se negaron a disolverse; continuaron luchando de una forma autónoma. Sus principales dirigentes –entre ellos José Díaz–, ardientes defensores de la Revolución Socialista Rusa, se fueron acercando cada vez más al Partido Comunista, en cuyas filas ingresaron años más tarde.

En noviembre de 1923 fueron detenidos varios camaradas del Comité Central del Partido y de las Juventudes Comunistas. En diciembre, Primo de Rivera montó una provocación policíaca de grandes vuelos contra el Partido. Un comunicado de la Dirección General de Seguridad decía que había sido descubierto un complot que debía estallar el día 28 de aquel mes en España y Portugal simultáneamente. Con tan falaz pretexto, se practicaron detenciones en masa de comunistas en Madrid, Sevilla, Palma de Mallorca, San Sebastián, Bilbao y Asturias. La policía asaltó los locales del Partido, que fueron saqueados y clausurados.

En 1924, se recrudeció la represión; se juzgaba a los militantes del Partido en consejo de guerra; especialmente en Bilbao y Asturias, la represión era brutal.

Afirmaba por un lado la reacción, coreada por los reformistas, que el Partido Comunista era un grupo insignificante sin influencia en el país. Pero su obsesión por la actividad de nuestro Partido era tal que el dictador declaraba en 1923: «Yo vengo a luchar contra el comunismo.» Y en 1925, Primo de Rivera y Alfonso XIII decían jactanciosamente a la prensa francesa: «El comunismo es un peligro que el Directorio ha sabido conjurar deteniendo a los principales militantes revolucionarios». Lo de las detenciones de comunistas era rigurosamente cierto y se llevaba a cabo con tal saña que en un breve espacio de tiempo, nuestro Partido viose obligado a [43] renovar cinco veces el Comité Central por ser detenidos sus componentes. Pero el Partido tenía reservas inagotables en la clase obrera. Nuevos grupos de luchadores surgían ininterrumpidamente para ocupar el puesto de los que caían en prisión. Con el apoyo y la adhesión abnegada de los mejores hijos de la clase obrera y de las masas laboriosas, el Partido pudo hacer frente al terror y a las persecuciones, a pesar de su juventud y de su escasa experiencia. Si de verdad hubiera sido, como afirmaban la reacción y los dirigentes reformistas, «un cuerpo extraño en la sociedad española», es evidente que no hubiera resistido la prueba, y que habría desaparecido de la escena política sin dejar rastro. Pero el Partido Comunista de España no pudo ser destruido ni entonces ni después, porque para ello hubiera sido preciso destruir a la clase obrera.

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Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 38-43.