La República de 1931 y sus gobernantes / Historia del Partido Comunista de España (original) (raw)

Historia del Partido Comunista de España1960


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Capítulo segundo ☭ La República

La forma relativamente fácil en que se produjo el paso de la Monarquía a la República sorprendió a casi todos los políticos españoles, incapaces de pulsar el estado de ánimo de las masas y de valorar la madurez revolucionaria de la situación.

Los propios partidos republicanos y el socialista no habían mostrado gran confianza en el resultado de las elecciones. Y los dirigentes de esos partidos, que de la noche a la mañana se encontraron con el Poder en las manos, luego atribuyeron al sufragio ciudadano las propiedades de un talismán mágico, capaz de provocar automáticamente el desplome de un régimen secular.

Al emitir tales juicios, estos dirigentes olvidaban la lucha del pueblo. La Monarquía no se había derrumbado al simple influjo del sufragio. La piqueta demoledora fue la acción huelguística de los obreros y de los campesinos, las revueltas estudiantiles, la protesta de los intelectuales, la insubordinación de los militares demócratas, la oposición de la burguesía de las ciudades y, en no poca medida, la crisis general del capitalismo que repercutía de nuevo en España. [64]

Las propias elecciones del 12 de abril fueron una forma concreta de esa lucha revolucionaria de las masas. Las elecciones no fueron una consulta electoral de tipo corriente: el pueblo las aprovechó para expresar su aversión a la Monarquía no sólo en las urnas, sino en la calle, donde proclamó espontáneamente la República sin esperar las decisiones de las alturas.

Al desarrollo incruento de la revolución del 14 de abril de 1931 contribuyó la actitud adoptada por algunos representantes de las clases conservadoras, quienes aconsejaron al rey abandonar el país. Cierto que en aquella situación ésta era, prácticamente, la única alternativa: el recurso a la fuerza armada, en el que confiaban el rey y alguno de sus ministros, tropezó con la resistencia pasiva del Ejército y de la Guardia Civil. Estas fuerzas retiraron su apoyo a la Corona ante el espectáculo de un pueblo dispuesto a imponer su libertad. Era tal la exaltación popular y tal el grado de descomposición del Estado monárquico, que no había otra salida para las clases conservadoras que aceptar el cambio institucional, en evitación de un estallido revolucionario que hubiera dado en tierra no sólo con la Corona, sino con sus propios privilegios de clase.

La experiencia del 14 de abril de 1931 tiene un valor permanente para la burguesía y para las masas populares de España. Si las clases dirigentes no provocan la violencia, el pueblo prefiere el camino pacífico para resolver los problemas que el desarrollo social plantea. Y, a su vez, esa vía pacífica, sin violencias destructoras y sin guerra civil, es posible sólo cuando se logra realizar la unidad del pueblo, cuando a través de una lucha diaria y constante van debilitándose y desarticulándose los instrumentos coercitivos de las clases dominantes. Los milagros no existen ni en la vida ni en la Historia.

La proclamación de la República fue un acto progresivo que abría la posibilidad de destruir los obstáculos que entorpecían el avance social y político y retrasaban el florecer económico de España. Pero bien pronto se dejaron sentir las consecuencias del oportunismo del Partido Socialista; de la colaboración con la dictadura de Primo de Rivera pasó a [65] desempeñar en los gobiernos republicanos el papel de auxiliar de los partidos burgueses dejando la dirección del Estado en manos de la burguesía, de una burguesía que demostró en seguida su falta de voluntad para llevar a cabo las transformaciones democráticas que el pueblo exigía y España precisaba.

Con la proclamación de la República, el bloque de la aristocracia latifundista y de la alta burguesía, que bajo la hegemonía política de la primera había gobernado el país desde la restauración monárquica de 1874, fue desplazado del Poder y sustituido por un bloque de fuerzas que representaba al conjunto de la burguesía, a excepción de algunos sectores del capital monopolista.

Para la burguesía, la participación del Partido Socialista en el Gobierno provisional, constituido el 14 de abril, no tenia otro objeto que asegurarse un apoyo social de masas.

En los primeros gobiernos republicanos, quienes desempeñaban un papel determinante eran los representantes de la alta burguesía: Alcalá Zamora, Presidente del Consejo; Miguel Maura, ministro de la Gobernación, y el aventurero político Alejandro Lerroux, ministro de Estado. Dichos gobiernos, burlando la voluntad y las aspiraciones de las masas, realizaron una política de tolerancia para con las castas a las que el pueblo había desplazado del Poder. Su resistencia a poner fin rápidamente a la herencia de injusticias y privilegios legada por la Monarquía, facilitó el reagrupamiento de la contrarrevolución e hizo inevitable la agudización de las contradicciones de clase.

La presión de las masas se reflejó en la eliminación consecutiva de las dos fracciones políticas más derechistas: la conservadora de Miguel Maura y Alcalá Zamora y la radical de Lerroux.

A partir de diciembre de 1931, y con la salida del Partido Radical, la dirección del Gobierno pasó a manos de la pequeña burguesía, que haría su ensayo de Poder asistida también por el Partido Socialista.

No era la primera vez que la pequeña burguesía gobernaba el país. El precedente estaba en la República del 73. Y tanto la Primera como la Segunda República confirmaron la [66] incapacidad de la pequeña burguesía para llevar la revolución democrática hasta el fin.

Intercalada social y políticamente entre un proletariado y unas masas de campesinos pobres fuertemente radicalizados, de un lado, y una aristocracia y una burguesía contrarrevolucionarias, de otro, la pequeña burguesía realizaría forzosamente una política contradictoria y vacilante. Y lo que es más grave, dentro de ese curso oscilatorio prevalecería en la obra de los gobiernos Azaña la inclinación claudicante a granjearse la benevolencia de los de arriba y a reprimir, en cambio, brutalmente los impulsos de justicia social de los de abajo, olvidando que eran los obreros y campesinos, las masas trabajadoras en general, quienes constituían el primer sostén de una auténtica democracia republicana, frente a las fuerzas tradicionales de la reacción española.

Con semejante conducta su fracaso político era inevitable; pues en España, y en aquella situación histórica concreta, se trataba de efectuar y dirigir transformaciones democráticas de hondo contenido social, cuya realización no era posible sin arremeter con denuedo contra los privilegios de las clases superiores y singularmente contra los de la nobleza absentista. Mas, por desdicha, cuando en el país subía la marejada popular en demanda de urgentes reformas, en las Cortes Constituyentes la nave republicana encallaba en el escollo religioso, dejando pendientes los problemas fundamentales de la revolución democrática: Problema agrario, estatutos autonómicos, legislación obrera, democratización del aparato del Estado…

Al Partido Socialista le incumbió una gran responsabilidad en la trayectoria antipopular de los gobiernos pequeñoburgueses. Sus líderes explicaban entonces desde las columnas de «El Socialista» en qué consistía la esencia y la médula de su colaboración gubernamental, de la forma siguiente:

«La colaboración leal de nuestros ministros en el gobierno republicano burgués, implica un sacrificio de todas las horas de cada uno de nuestros principios y de muchas de las conveniencias de los proletarios. Los ministros socialistas ponen su inteligencia y su actividad en estos momentos al servicio de la causa burguesa…» («El Socialista», 27-3-1932). [67]

La postura adoptada por el PSOE no era hija de un error táctico, sino resultado de una trayectoria en el curso de la cual los líderes socialistas, si bien acertaron a conservar una masa fundamentalmente obrera y sinceramente revolucionaria, habían pasado cada vez más abiertamente a una política de colaboración de clases.

La contradicción interna entre esas masas obreras revolucionarias y aquellos líderes oportunistas explica muchos episodios de la historia del Partido Socialista Obrero Español. Pues si en los partidos socialdemócratas de los países capitalistas desarrollados del Occidente europeo, el oportunismo encontraba una base social en la aristocracia obrera, en España se daban rasgos diferentes. El atraso industrial de España y la falta de colonias altamente rentables impedían a la burguesía española comprar y corromper a una capa del proletariado y convertirla, en la misma proporción que en esos países, en la llamada aristocracia obrera.

De ahí la resistencia que el oportunismo ha encontrado en la base del PSOE. Sin embargo, también en España la burguesía aplicaba el método de comprar y corromper a una parte de los funcionarios obreros mediante cargos oficiales retribuidos en Ayuntamientos, Comités Paritarios, Jurados Mixtos y Ministerios.

La política de los partidos republicanos pequeño-burgueses y del Partido Socialista Obrero Español no sirvió para consolidar la República, sino para defraudar las esperanzas de las masas y dar a la reacción la posibilidad de rehacer sus posiciones.

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Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 63-67.