Raimundo Lulio / Francisco Ferrari Billoch / Temas españoles 90 (original) (raw)

Francisco Ferrari Billoch

Temas españoles, nº nº 90
Publicaciones españolas
Madrid 1954 · 29 + IV páginas

Una figura portentosa · La patria de Ramón Lull · Ambiente cultural · Infancia de Ramón Lull · Ramón Lull, cortesano · Su conversión · La leyenda de Ramón Lull · Sus primeros libros · Randa · Colegio de Miramar · Visitas a Roma · Explica de filosofía en la Universidad de París · Desconsuelo · Nuevo atentado contra su vida · En Berbería: cárcel y naufragio · Maestro universal · Testamento · El martirio · Lulismo · Detractores de Ramón Lull · Apologistas · Sistema luliano · Su teoría de las mareas · El sepulcro de Ramón Lull

Una figura portentosa

Ramón Lull nació, que no Raimundo Lulio, según es más comúnmente conocido, al ser latinizado con mucha posterioridad el insonoro monosílabo Lull. Pero es aquel «caballero andante del pensamiento», en feliz expresión de Menéndez y Pelayo, que no se daba punto de reposo ni daba paz a sus pies, «y cuyo inmenso corazón era alado, con las alas acérrimas e incansables de un serafín», según cantó Lorenzo Riber.

Asomarse a la portentosa mentalidad de Ramón Lull es sentir la sensación del vértigo. Una sensación subyugante y misteriosa, de noche profunda y de clara luz sideral. El Doctor Iluminado, que en el siglo XIII abre la serie de nuestros grandes místicos es, dentro de la órbita viva y gigantesca de Santo Tomás de Aquino, con San Alberto el Magno, Escoto y Bacon, uno de esos focos deslumbrantes que en plena turbulencia medieval hacen florecer el primer Renacimiento. No es del caso entrar ahora en la frondosa discusión de si la Edad Media debe o no ser considerada como una etapa intermedia y sombría entre las dos grandes culturas: la grecorromana y la moderna, ya que en ese intermedio, noche de mil años, aparecieron y culminaron los colosos del pensamiento cristiano. Digamos que surge el mundano senescal de la corte de Jaime II de Mallorca en esa fabulosa edad de los caballeros errantes y de los trovadores, de los navegantes y de los predicadores, y llevado de aquel gran aliento suyo misionero –después de la conversión–, su inquietud de ave migratoria le hará emprender altos vuelos para llevar al ánimo de reyes y pontífices, doctos y herejes, la inspirada concepción de su Ars Magna, compendio del milagroso florecer de la doctrina luliana, tan llena de luz y de espíritu.

La compleja personalidad de Ramón Lull, fabulosamente movida y dramática, ha tenido siempre un maravilloso poder de fascinación sobre los espíritus que con él han cruzado la mirada al través de la Historia, en sus múltiples manifestaciones: filosófica y científica, literaria y artística, pedagógica y didáctica, religiosa y hagiográfica, en sus dos facetas de ascetismo y apostolado. El mismo P. Efrén Longpré, hombre frío y analítico, como buen metodologista que es, se muestra arrebatado de entusiasmo meridional al decir que «la personalidad religiosa y científica de Ramón Lull recuerda, en noble medida a los dos grandes conquistadores espirituales de la Iglesia: San Pablo, frente al mundo grecorromano, y San Francisco Javier, a las puertas de China», y añade que la poesía religiosa y la metafísica contemplativa del Beato Ramón disputan la palma al propio San Buenaventura, príncipe de ellas; que el libro de Sancta María no es indigno de San Bernardo, y que la magna enciclopedia ascética del libro de Contemplació en Déu, [4] es uno de los tres o cuatro monumentos de la literatura católica del siglo XIII. Por su parte, nuestro gran Menéndez y Pelayo le proclama «maestro universal de todas artes y ciencias», «uno de los grandes filósofos que honran a la humanidad», cuya vida «queda más poética que la de otro filósofo alguno», y que entre nuestros grandes místicos «sólo cede la palma a dos o tres de los mayores del siglo XIV, y si bien le aventajan en la cincelada forma artística, flor y fruto del Renacimiento, no, en cambio, en la originalidad ni en el brillo de las concepciones, ni siquiera en la encendida y arrebatadora tempestad de los afectos».

La patria de Ramón Lull

Ramón Lull (fragmento de un retablo, obra del pintor mallorquín Pedro Barceló)Ramón Lull nació en la ciutat de Mallorca entre 1232 y 1235, y murió trágicamente, se cree que en 1316. Larga vida, por tanto. Una vida que se desenvuelve entre los siglos XIII y XIV, en los años precisos que señalan el tránsito de la vida guerrera a la vida cortesana, de las costumbres bélicas a las costumbres caballerescas, de la vida temerosa y agitada de la contienda por la libertad del terruño y de la sangre, a los anhelos de grandeza y de glorias nacionales. Para la patria de Ramón Lull –entonces el reino de Mallorca–, y para toda Europa, fue aquella una época juvenil, osada, pletórica de vitalidad y de nobles ambiciones. Ramón Lull sintió el influjo de todas aquellas circunstancias que caracterizan al siglo, del que es su más conspicuo representante.

¿Cómo era el reino de Mallorca, cuál su ambiente, situación e importancia, en vida de Ramón Lull? En 1229, Jaime I el Conquistador incorpora el reino a sus Estados, por gloriosa victoria de las armas. Así dejará de ser la Mallorca sarracena, fecundo criadero de pavorosos piratas mediterráneos y quedará transformado en refugio y amparo de los navegantes y del comercio de la cristiandad. En realidad, fue reconquista. Antes, en los albores de la XII centuria, había sido conquistada Mallorca por los catalanes, conjuntamente con los pisanos. El pueblo catalán, con esta gesta, se lanzó, con ímpetu juvenil, a una proeza ultramarina, que había de ser como su bautismo marítimo, al ver que se le abrían las amplias perspectivas del mar, de donde le llegaría tanta grandeza. Los argonautas del conde Ramón Berenguer se aventuraron a la primera conquista de Mallorca, que por causas múltiples, que no es del caso enumerar, quedóse estéril y sin fruto. De todas maneras, si la toma de Mallorca no pudo consolidarse, esta primera gesta, mitad cruzada mitad argonáutica, promovió la futura potencia marítima de Cataluña, que se impuso en el Mediterráneo. La proeza que no pudo hacer permanente el conde de Barcelona, Ramón Berenguer, estaba reservada al rey Jaime I, que un siglo más tarde embarcó para allá con la flor de su caballería, y en tres meses solos dio término a la feliz epopeya. La reconquista de Mallorca fue el punto de partida del luminoso camino que siguió Cataluña hacia Oriente. No olvidemos que si Pedro III alcanza un gran poderío, los hechos gloriosos de su reinado, sus conquistas, los éxitos de su política imperialista, se debieron, en gran parte, a sus naves, a la buena organización de su marina, al temple de sus hombres de mar y a la pericia de sus jefes. «Cataluña –dice J. de Salas– podrá ya competir en la mano de obra con algunas de las florecientes Repúblicas de Italia; y si el número de galeras, su magnitud y finura de las formas eran superadas por las de Venecia y Génova, con las de estas Repúblicas sostenían su honroso paralelo en la solidez y ligereza de movimientos, y a una y otra iba aventajando en el régimen de su marina y en la formación de sus armas.» Porque entonces una ballesta catalana no tenía rival; el temple de las flechas conocían lo mejor que nadie viroteros catalanes, y un escudo, un capacete o una coraza fabricados en Barcelona no desmerecían de las mejores armaduras milanesas más que en el primor del cincel. [5]

Faltaban, empero, algunos años para que el mundo proclamase la marina catalanoaragonesa digna rival de aquellas Repúblicas. Las fastuosas armadas de Venecia y las pujantes flotas de Génova habían paseado sus quillas por todo el Mediterráneo; sus cascos, henchidos con las riquezas de Oriente, proclamaban en todos los países de Europa la civilización y la preponderancia marítima. El ruido de sus batallas había resonado por largo tiempo en las costas de Turquía y de Grecia; reflejábase aún en aquellos mares el esplendor de sus armas, y por el ámbito del mundo conocido se esparcía sin cesar el eco de sus victorias.

La marina catalanoaragonesa, émula de aquéllas, se desarrollará y logrará pujanza asombrosa merced al régimen y a los vastos recursos del reino. Y aquel almirante de Pedro el Grande de Aragón, el legendario Roger de Lauria, podrá decir, altivo, a los emisarios del rey de Francia:

—... y aún pienso y digo más: que ni galera ni otra suerte de bajel será osado de andar por el mar sin guiaje del Rey de Aragón; pero no ya galera ni leño, sino que creo que pez alguno osará asomar su lomo por encima del mar si no ostenta un escudo o señal del Rey de Aragón encima de su cola.

Así dijo. Mallorca está incorporada a ese florecimiento de la Confederación catalanoaragonesa. A cada llamamiento de los monarcas de Aragón aporta sus naves, como los demás arzobispados, universidades y municipios del Reino. La marina de la Confederación –es catalana, valenciana y mallorquina–, acaba por imponer el imperialismo de la Corona de Aragón, pues es la primera del Mediterráneo y superior en la calidad de las naves y de las tripulaciones a todas las de su tiempo, así como eran superiores sus jefes, catalanomallorquines. Barcelona es centro de mercaderías para Occidente y los reinos de la Península. Goza de mucha prosperidad y su comercio ha logrado gran pujanza. Es cuando aquella escuela mallorquina de navegantes y cartógrafos adquiría el esplendor que ya señalé en el número 48 del folleto Baleares, de esta misma colección de temas españoles. La posesión insular de Mallorca y su situación estratégica en las relaciones del mundo civilizado –«la parte más civilizada del mundo civilizado», dirá Gonzalo de Raparaz–, con el puerto natural y excelente de la bahía de Palma, con un mar centro del comercio y del tráfico, habían de hacer de los mallorquines un pueblo esencialmente marítimo. De aquí que su mejor expresión la hallemos en aquel núcleo de cosmógrafos y cartógrafos palmesanos, la más genuina gloria de la ciencia náutica catalana medieval, y complemento de esa misma gran expansión dicha, lograda al amparo de las naves de la Corona de Aragón al surcar victoriosas las aguas azules del Mediterráneo.

Recordemos, por último, que mientras aquellos legendarios almogávares extendían sus prodigiosas conquistas por el Asia Menor y sentaban sus reales en los ducados de Atenas y Neopatria, los grandes reyes que fueron Jaime el Conquistador, Pedro III, el Grande, Pedro IV, el Ceremonioso, Alfonso V, el Magnánimo, que abrió el camino a sus sucesores los reyes de España y preparó en Italia las gloriosas empresas de los siglos XVI y su política imperial, daban a nuestra historia toda –porque España es una–; daban a nuestra nacionalidad, gloria imperecedera

Ambiente cultural

La vida de Ramón Lull transcurre, pues, en pleno siglo de oro de la grandeza catalana. La gran ilusión de Jaime el Conquistador era la de hacer de Mallorca un reino modelo, en el que pudieran mirarse las demás constituciones europeas. Estando en la isla, ya «toda ella poblada de catalanes», anota el cronista, por la Carta-puebla de 1230, esbozó las reglas generales del nuevo Estado; el cual, con el tiempo, irá definiendo su propia personalidad entre las naciones históricas. [6] De conformidad con el carácter y la situación de los pobladores, una serie de liberalidades forman un cuerpo de legislación que define elocuentemente el espíritu fino y comprensivo del Rey. En la vida jurídica ordena que sean guardados como norma supletoria los Usatges i les Ordinacions de Catalunya. El Veguer era el jurado administrador de justicia. Las Cortes moderaban el poder real y componíanse de delegados de todos los Estamentos. Pocos años después, en 1273, ya aparece la primera compilación de las franquicias mallorquinas. Esta constitución jurídica de Mallorca es mucho más amplia, más liberal, más humana y equitativa que la famosa Carta Real inglesa. Eran innumerables las familias nobles establecidas en Mallorca, aun en las más lejanas villas de la ciudad, donde constituyeron un gobierno patriarcal; se reedificaron las destruidas durante la conquista y se fundaron otras nuevas. Así, pues, durante la niñez de Ramón Lull, el reino de Mallorca, en plena y ardorosa vitalidad, organizaba su legislación, creaba su marina, iniciaba su industria y aun establecía relaciones mercantiles con los reinos islamitas del norte de Africa. Esa marina, pujante, de continuo aumentada, comenzó a llevar los productos mallorquines a lejanas riberas, pronosticando la gloria futura cuando bajo el pabellón nacional cruzarían sus navíos por todos los mares conocidos. «El Reino de Mallorca alcanzó pronto una riqueza agrícola y una prosperidad comercial imponderables», dice el historiador Ballesteros.

Esta grandeza isleña corría a la par de la grandeza de Cataluña y Aragón, como hemos visto. Una pléyade de trovadores, de cronistas y de juristas sobresalieron durante aquel siglo de oro catalán. Recordemos los nombres de Vidal de Canyelles y de San Ramón de Penyafort, los cuales, con Jaime I, cronista fidelísimo, trovador y jurista excepcional, y luego Jaime II de Mallorca, el buen rey de las leyes patriarcales, y Pedro IV, realizaron una portentosa obra jurídica asentada en el derecho romano y conciliar, modelo de amplitud y tolerancia. Con la introducción de las relaciones entre las naciones, principalmente mercantiles, nacieron los primeros códigos internacionales que registra Europa, en forma de tratados y reglas de comercio, y más tarde, por natural desenvolvimiento, la discretísima legislación de los Consulados de Mar, organizaciones imponderables a las cuales tanto debe el progreso y la pacífica convivencia internacional. El hecho histórico de que la legislación catalana se impusiera desde el Báltico hasta las riberas de Constantinopla, certifica el prestigio y el poderío de los Estados catalanes del siglo XIII. Fue aquella una plétora de juventud nacional, que hizo posible el auge siempre creciente de las viejas industrias y la creación de otras nuevas, el insospechado florecimiento de las manufacturas, el tráfico mundial y el intercambio intelectual de las tres culturas predominantes: la cristiana, la musulmana y la hebrea, tan distintas y aun contradictorias. Y con todo ello la explosión ubérrima de todas las artes y de todas las ciencias, cuya sistematización genial y cuya democratización, bajo una mirada de águila audaz que abarcaría todo el universo de los seres y de las cosas, debía realizar muy pronto el maestro Ramón Lull.

Este poderío de todo orden resume las circunstancias históricas que deberían influir en la formación personal y filosófica de Ramón Lull. Y sobre todo, sirvieron para moldear su carácter las manifestaciones culturales y el intercambio intelectual.

Infancia de Ramón Lull

Entre los caballeros que participaron en la conquista de Mallorca iba un prócer de la noble familia catalana de los Amat, llamado Ramón. En el libro del repartimiento de la isla recién incorporada al mundo cristiano, el caballero Ramón Lull aparece con una participación que da bien a entender que el esfuerzo que aportó en la heroica empresa, si no [7] fue de los más señalados, tampoco mereció olvido. Le tocó un rahal, no lejos de la ciudad de Mallorca, Aliebeti, en nombre arábico, actualmente desaparecido de la toponomástica isleña, y una alquería conocida por Beniatron, que todavía subsiste en la parte montañosa que va de Campanet a Pollensa. Afincado en las tierras nuevas el prócer catalán, se estableció definitivamente en Mallorca con su esposa Isabel de Erill.

Fruto de este matrimonio fue nuestro admirado Ramón, fruto tardío y, al parecer, único. Su formación primaria no difirió mucho de la que recibían los niños de su condición social en la primera mitad del siglo XIII. Hasta los ocho años dejaron sus padres que creciera abandonado «al curso de la naturaleza», confesará él mismo. Es de creer que Ramón estudió lo que entonces se llamaba gramática, o sea lengua latina, que no debió de profundizar mucho cuando tan pronto se le olvidó, conforme él mismo deplora en el prólogo de «Los Cien Nombres de Cristo». Hecho muy importante y oscuro en la vida de un filósofo como Ramón Lull. Porque, sin saber latín, ¿cómo pudo acumular en sus libros el saber de aquel tiempo? No olvidemos que sentó cátedra, además, en la Universidad de París; tampoco que hizo traducir al latín alguno de sus libros. Largamente discuten este punto sus biógrafos, y de ello se aprovecharán sus detractores, que fueron muchos, tenaces y enconados. Negarán originalidad a las doctrinas lulianas, y aun las tildarán de heréticas, basados en que las fuentes del saber de Ramón Lull son árabes, ya que en árabe escribió libros.

Las otras disciplinas que estudiaría el niño Ramón serían las llamadas Lógica, Retórica y Filosofía natural, que hoy llamamos Higiene, y que es denominada Medicina. La Teología que conoció no pasaría de ser la Doctrina Cristiana, y mientras estudiaba estas disciplinas, su padre criábale en amor y temor, porque «con estas virtudes es menester que sean educados los niños a fin de que, cuando lleguen a mayores, sean agradables a Dios y a los hombres». Años más tarde, en la crisis de su conversión, se acusará humildemente de no haber prestado a esta pedagogía discreta y paternal la docilidad que requería para que fuese moldeado su corazón convenientemente. Su indómita niñez no acababa de avenirse ni a los halagos ni a los castigos. Fue poco aficionado a los estudios, aunque se sintió sugestionado por las lides trovadorescas, y amó y cultivó el arte de trovar desde su adolescencia, y, sobre todo, durante su esperanzada juventud.

Cuando llegó a los trece años, Jaime I el Conquistador le tomó como paje de su servicio y persona. A la medida del gran rey creció el futuro gran apóstol. El joven Ramón le siguió, para decirlo con palabras lulianas, por llanos y montañas, por desiertos y por poblados, por aguas dulces y por aguas saladas. Con sus gráciles piernas de adolescente, midió ya entonces una buena parte del ancho mundo y tomó el gusto de todas las cosas vivas y humanas, hasta saber de amores y de pasiones.

Con la adolescencia de Ramón Lull coincidió la adolescencia de la lengua catalana, que años más tarde él había de perfeccionar. Desde el siglo IX se nos ofrecen ya ejemplares literarios en catalán, aún en formación, cierto, pero también es cierto que hasta el siglo XIII no tuvo el romance castellano verdadera literatura: hasta el poema histórico del Cid. La lengua de Alfonso el Sabio era aún gracioso balbuceo de la verdadera y rica prosa española. En Cataluña Jaime el Conquistador marca el apogeo del género histórico en la literatura catalana, que llega a insospechado esplendor en días de Pedro III el Grande. El primer poeta y el primer genio que logra la performación del idioma catalán científico es Ramón Lull, que con su Llibre de Contemplació –de 1272, cuando el Dante Alighieri publica su Divina Comedia en 1292– abre la serie de nuestros grandes místicos; libro, apresúrome a decir, con el doctor Sureda Blanes, que constituye una enorme enciclopedia ascética, la cual, por su lenguaje y por su asunto, [8] su carácter sintético y popular, y su rica nomenclatura –que él mismo crea, ofreciendo las primicias del lenguaje filosófico y científicos entre los romances–, le convierte en un verdadero Corpus.

Ramón Lull, cortesano

Hijo único y, por tanto, heredero del patrimonio familiar y de las glorias de su estirpe, creció en medio de la opulencia de Mallorca y en medio de la ciudad que resurgía ubérrima y fecunda en todas las manifestaciones vitales. La vida de la corte le saturó de ambiciones y gallardías. Fue un caballero gentil, amado de los reyes, trovador bienquisto de las damas y uno de los hombres en quien más confió el glorioso monarca. Cuando éste llegó a poner casa a su hijo, el futuro Jaime II de Mallorca, le nombró senescal y ayo del joven príncipe. Ramón Lull tenía veinticuatro años. Este nombramiento de confianza, y político al mismo tiempo, le puso en ocasión de intervenir más o menos en la gobernación del nuevo reino de Mallorca, su patria nativa.

Compañero y amigo de infantes, cortesano enamoradizo, despreocupado y pasional, trovador afortunado, fue, pues, en su juventud Ramón Lull, prototipo del gentil caballero del siglo XIII, con todas sus virtudes y sus vicios. Dotado de un singular ingenio y de una cierta cultura –lo revelan las aficiones literarias desarrolladas en su adolescencia–, representa también Ramón Lull la cultura mundana del siglo entre las clases más elevadas.

Muy joven casó con doña Blanca Picany, noble dama, de la que tuvo dos hijos: Domingo, continuador de su estirpe, a quien dejó varios libros, y Magdalena, que casó en su día con el noble Pedro de Sentmenat. Pero aun de casado., siguió siendo el hombre abierto a todas las pasiones mundanas, envanecido de su posición y de sus riquezas.

Su conversión

Hay una leyenda por la que el cortesano Lull, un Don Juan empedernido, asediaba a una dama. Cierta mañana la siguió a caballo hasta el atrio de la iglesia de San Francisco, donde hoy reposan sus cenizas en sepulcro alabastrino. La dama, para librarse de una vez de tanta porfía, se descubrió un pecho y lo mostró roído por un cáncer. Fue tal la impresión que recibió el enamoradizo caballero, tal el choque que en su alma produjo la miseria humana que, al meditar sobre ello, su corazón fue tocado por la conversión. Sin embargo, tal pretendida tradición carece de consistencia histórica. En cambio, él mismo confiesa que tuvo cinco visiones del Crucificado, que se le apareció señalado con rojas vestiduras, inclinó su cabeza para que pudiera darle un beso y también se «le mostró alto, en la cruz, para que sus ojos derramados y altivos le pudieran encontrar». Fue, entonces, un don Juan arrepentido.

A la quinta. visión, la contumacia mundana de Ramón Lull fue vencida, y la gracia cosechó en él un triunfo magnífico y total. Tenía entonces treinta años. En su corazón, renovado por la gracia, germinaron y crecieron entonces tres deseos: deseo de martirio, deseo de apostolado entre los infieles y deseo de llevar la luz a las mentes entenebrecidas por el error, mediante la fuerza de su libro incontrastable. En adelante subordinó toda su actuación a este triple deseo, que se le ahincó en el alma atormentada por divinas impaciencias.

Después de tres meses de ascetismo más o menos constante, un día escuchó el panegírico de San Francisco, que en la iglesia de Menores Franciscanos pronunciaba el obispo de Mallorca. Exaltaba el prelado el rasgo de la vida del dulce Estigmatizado: cuando abandonó en manos de su padre las ropas que cubrían su desnudez juvenil, para seguir desnudo a Jesucristo, desnudo en la cruz, ejemplo magnánimo que indujo a Ramón Lull a pedir –y lo obtuvo– el hábito de penitencia. [9] Entonces dispuso de sus bienes y comenzó una larga peregrinación: visitó Rocamador, Montserrat, Compostela y los Santos Lugares. Disciplinado su cuerpo, pudo su alma emprender largo vuelo envuelta en su ascetismo fecundo, agitada por aquel espíritu místico que más tarde habían de florecer tan donosamente en el incomparable Libre d'Amic e Amat. De vuelta de su peregrinaje acudió, en Barcelona, al gran consejero San Ramón de Peñafort, a quien manifestó sus más fervientes deseos de estudiar en París con el fin de hacer fecundo su apostolado; pero San Ramón de Peñafort le aconsejó que regresara a Mallorca para dedicarse allí a la contemplación y al estudio.

De nuevo Ramón Lull en la ciudad de Mallorca –acaso alcanzara ya los treinta y tres años– su presencia fue acogida con burlas por los que antes fueran sus compañeros de disipación. Sufrió el escarnio con humildad el antes altanero senescal. Supo resistir la terrible prueba y se dedicó austeramente a la piedad y al estudio. Y como en sus planes estaba el «escribir libros, los unos buenos y otros mejores», contra los errores y en defensa de la Fe, compró un esclavo árabe para que le enseñara el idioma morisco, arma primera de su apostolado. El esclavo trató de asesinarle en 1271, hiriéndole en el vientre, bien que no de gravedad. Después de este suceso se retiró Ramón Lull tres días en la Abadía de Santa María de la Real, cercana a Palma, para meditar lo que debía hacerse con aquel esclavo, al que quería librar de la muerte por deberle el aprendizaje del árabe. Al tercer día lo quiso visitar en la cárcel y se halló con que se había ahorcado.

Para seguir en adelante a este varón de deseos, como otro Daniel, a través de la ardiente y agitada vida que emprende, nos valdremos de las magníficas lecciones con que el doctor Sureda Blanes, sacerdote y hombre de gran erudición, hace casi veinte años ilustró a un docto auditorio en el Primer Curso de Lulismo organizado por Acción Católica de España en la Universidad de Verano de Santander, y en el análisis de las clases criteriológicas del pensamiento luliano que explicó en ese gran Centro de cultura que es la Sociedad Arqueológica Luliana, en Palma de Mallorca.

El doctor Sureda Blanes ha estudiado con entrañable amor la ingente figura de Ramón Lull y analizó con grave y aguda penetración de gran metodologista la original concepción científica del gran filósofo mallorquín. Paladín del renacimiento de los estudios lulianos, el doctor Sureda Blanes ha planteado ante los centros de cultura de Europa la restauración filosófica del lulismo y su incorporación al gran mundo intelectual moderno, al genuino pensamiento europeo, a nuestra cultura y a nuestra historia europeas, como uno de los colosos del pensamiento cristiano medieval que es Ramón Lull con su frondosa producción científica y literaria, que tanto hoy nos asombra.

La leyenda de Ramón Lull

Pero antes, dado el carácter divulgador de estos temas españoles, conviene deshacer vulgares conceptos sobre la auténtica personalidad del Doctor Iluminado, tan discutida, con detractores apasionados y apologistas ardientes. Desde luego, la recia personalidad de Ramón Lull ha sido mal interpretada, y peor enjuiciada su portentosa labor, por cierto tipo de biógrafos: los de mirada poco profunda, mal documentados y aun con escaso espíritu crítico. Figura legendaria, perdida en la frondosa erudición de una filosofía medieval, inasequible para la mirada frívola de los indoctos o los despreocupados, quisieron ver éstos, o sólo acertaron a ver, en Ramón Lull a un tipo novelesco, entre loco y alquimista, de una compleja psiquis de trabajosa penetración. Así ofrecieron una figura vulgar y pintoresca al amparo de la ignorancia popular, pues las obras de Ramón Lull no sólo son ajenas al vulgo sino poco conocidas por los estudiosos, los que [10] se han especializado en esta clase de estudios eruditos.

Para unos fue un Don Juan medieval –el Ramón Lull cortesano y trovador–, con una conversión aparatosa y de curiosidad mundana, al entrar a caballo en la iglesia tras de Ambrosia de Castelló, la hermosa dama de la leyenda que, para librarse de su perseguidor amoroso, le descubrió el pecho carcomido por una llaga cancerosa. Tuvo fortuna el poema de Núñez de Arce, y de él esta leyenda es la que más mella hace en los espíritus ligeros. ¿Pero no advertimos con qué estrecha mirada nos lo ofrece el propio Eduardo Ovejero, en el prólogo al libro luliano Blanquerna, edición 1929, de la Biblioteca de Filósofos Españoles?

Entre los muchos aspectos de un falso lulismo que deforman lamentablemente su prodigiosa personalidad, está el que nos lo representa como un alquimista medieval, leyenda que se forja en el siglo XV, sin duda alguna con el fin de acogerse al prestigio del maestro los alquimistas del Renacimiento. En 1514, Venecia inicia la serie de impresiones de obras de alquimia pseudoluliana con la edición del Liber de secretis naturae seu de Quinta essentia. Sin embargo, nunca fue Ramón Lull alquimista. Es más, la condena. Existen catálogos contemporáneos y casi contemporáneos de las obras del gran filósofo mallorquín y en ninguna de ellas figura obra alguna de alquimia, lo que no impide que posteriormente le atribuyeran textos de este género.

Achaque propio del falso lulismo es atribuir a Ramón Lull obras que no escribió jamás. O interpretarlo parcialmente, como el erudito Langlois, que deforma la personalidad del maestro para hacer resaltar en él un racionalismo heterodoxo, que no existió en el abundoso acervo de las producciones lulianas. Pero como acerca de todo esto hay tanto que decir, en el momento oportuno volveremos sobre ello más prolijamente. Veamos ahora su vida y su obra.

Sus primeros libros

Diez años después de su conversión, cerca ya de los cuarenta de su vida, adiestrado en el saber, con profundo conocimiento de los filósofos antiguos y de los padres de la Iglesia, escribió sus primeras obras: el Libre del Gentil e dells tres Sabis; el inmenso panorama del magno Llibre de Contemplació, y Ars Magna.

Dado que el apostolado de Ramón Lull tenía una proyección de universalidad, de catolicidad, en el más extenso e intenso sentido de la palabra, desde el primer momento rechazó el latín para usar de las grandes lenguas del siglo XIII: el árabe, que era la lengua intelectual, y el catalán, la lengua comercial y diplomática, hablada o conocida de todos los pueblos mediterráneos. Para ello tuvo Ramón Lull que performar literariamente la lengua de su tierra, haciéndolo, como he anotado ya, con unos años de anticipación al Dante, que con su Divina Comedia performó el toscano, cuando la heroica lengua de Castilla comenzaba a fluir de la pluma de Alfonso el Sabio.

El Ars Magna, o Ars Major, o simplemente Ars, así llamado también, tronco corpulento del que son ramas frondosas los demás libros lulianos. En él toma base su vasto y profundo sistema filosófico y está íntimamente ligado con un hecho extraordinario la iluminación del monte Randa, en cuyas alturas solitarias se aislara como para prepararse, sin saberlo, para el gran fenómeno intelectual de la intuición inesperada. Dedicado allí a la oración, a la meditación y a la penitencia, intuyó inesperadamente el vasto sistema planetario de su pensamiento filosófico. Por aquella maravillosa intuición, que Ramón Lull atribuyó siempre a Dios, subió en vuelo audaz hasta las más serenas regiones de la ciencia, colocándose en la categoría de primer sabio y maestro altísimo sin haber sido nunca escolar. [11]

Randa

El monte de Randa se yergue sobre la frondosa llanura de Mallorca, hacia el Sur y como mirando a Africa, frente al islote de Cabrera. El nombre de Randa es leve catalinización del nombre primitivo de Arrenda, voz arábiga que vale tanto como decir caña de áloe. Este monte es redondo y resquebrajado, y la ausencia de vegetación le hace aparecer calvo y desnudo. Diríase que su enjuta austeridad se ha comunicado a la obra luliana escrita en la sagrada cumbre; y que la inmensa perspectiva que abarca fue la que trazó los límites del inmenso apostolado de Ramón Lull. El Ars Magna con sus aristas geométricas y con sus esquemas abruptos, es el fruto árido de este monte randino, que florece de cardos espinosos y que está poblado de bandadas de jilgueros.

Sería por alguno de los pedregosos senderos de esta montaña por donde al vagar Ramón Lull, absorbido por la vorágine de su gran vida interior y por el ímpetu raudo de sus ígneos pensamientos, le acaecieron aquel tropiezo y aquella caída que dieron motivo a aquel breve idilio en prosa, consignado en su libro Del Amigo y del Amado.

«Pensativo andaba el Amigo por las sendas de su Amado; y tropezó y cayóse entre espinas. Y estas espinas pareciéronle que eran rosas y flores; y que el espinoso lecho fuese lecho de amores.» Desde aquella altura, la grande y pétrea cordillera del norte de la isla de Mallorca semeja leve e ingrávida como una nube. A guisa de una monstruosa nao, la isla de Cabrera parece que se dirige hacia las costas africanas. Pequeñita y trémula cual una gota de rocío, toda la isla muéstrase redondeada y penetra y cabe dentro de la maravillosa pupila del espectador. Y delante de aquella visión indeleble, y envuelto en la inmensa y suave bondad difusa de la tierra verde, del cielo clemente y del pálido mar, involuntariamente uno cae de hinojos y de su boca sale aquella exclamación que salía de la boca de Ramón Lull, tal como la representan las viejas xilografías: «¡Oh bondad!»

Cuenta una antigua y veneranda tradición que una vez, cuando aquí moraba el fervoroso penitente, asceta de la ciencia y del amor de Dios, en una cueva angosta y resquebrajada que muéstrase aún a la devoción de los visitantes, recién sistematizada su Ars Magna, y mientras su pulso desbocado escribía libro tras libro, recibió una visita misteriosa. La visita de un joven pastor que él desconocía, «fresco y gentil cual una idea nueva», como cantó un gran poeta. Llegóse hasta la cueva, refugio del apóstol iluminado, y trabó afablemente conversación con él.

Ramón habló de las bondades de Dios con aquel fervor de entrañas y con aquel ardor de convencimiento propio de los recién conversos. Pero, en el diálogo sabroso, más altas cosas de Dios y del cielo sabíale decir aquel pastor ignoto, que tan a deshora lo visitaba. Bien pronto Ramón advirtió que la sabiduría que fluía de los labios del tierno pastor no había sido aprendida en ninguna de las famosas Universidades de su tiempo, ni bebida en ninguna de las doctas aulas teológicas ni en ninguno de los sabios libros especulativos que son, aun hoy día, gloria, luz y prez de la Edad Media. Hubiérase dicho que era un ángel de los que están ante el acatamiento de Dios, que hubiera bajado a la tierra, con cayado pastoril, desconocido debajo de su zamarra. El extraño visitante hubo de reparar en el gran montón de libros febrilmente escritos por la mano ardiente del solitario iluminado. Acercóse a ellos y en ellos imprimió sus labios frescos, cual un sello y una ratificación. Luego rociólos con el tierno aljófar de sus lágrimas; y alzando la callosa mano bendijo a Ramón Lull, con una suprema bendición, y profetizóle, a la vez, que su doble apostolado, el del misterio de su voz y el del ministerio de su pluma, haría gran bien al mundo. Y desapareció.

Aún hoy día, próximo a la cueva en donde habitara el antiguo senescal de los [12] Reyes de Mallorca, vegeta un extraño lentisco, que en la lengua del país llámase la «Mata escrita de Randa». De ella decían los antiguos lulistas_: Dumus scriptus prodigiosus viret_: es por un prodigio que todavía verdea el arbusto escrito. Cuando las luchas filosóficas en torno de Ramón Lull suscitáronse y estaban en su más recio hervor, y en más densa polvareda, parece que una mano osada, movida por odios doctrinarios, intentó desarraigar el singular arbusto, creyendo con ello, sin duda, extirpar la memoria de Ramón Lull, tan vivaz en el monte de Randa. La osadía resultó estéril y el lentisco rebrotó. La singularidad de este vegetal consiste en que en sus hojas perennes aparecen unos signos minúsculos, en los cuales alguien ha creído ver escrito el Santo Nombre de Dios, en pequeñísimas y enigmáticas letras de algún idioma oriental. Para el buen mallorquín, esta mata prodigiosa, cuidada ahora por manos piadosas, es un recuerdo de la breve estancia de Ramón Lull en esta cumbre de Randa, en donde, según expresión de un biógrafo luliano, «Las piedras enseñan virtud y mueven a devoción las malezas».

Colegio de Miramar

Con aquellos sus primeros libros cundió la fama de Ramón, llegando hasta la corte de Jaime II de Mallorca, a la sazón en sus posesiones de Montpellier. Llamado por su antiguo señor, acudió y fueron examinados estos libros y aprobados. Estando en Montpellier (1274-1275), escribió_: Lectura del Art General y el Art Demostrativa._ Su obra poligráfica comienza en estos tiempos a manifestarse exuberante y magnífica, iniciándose con cuatro tratados introductorios al estudio de la teología, filosofía, derecho y medicina, y los siguientes libros: De Spiritu Sancto, D'oracions e contemplacions, De Angelis, De Chaos, De definitionibus, Dels XIV Articles de la Fe, Doctrina pueril, libro enciclopédico y moralizador dedicado con efusión a su. hijo Domingo; el sugestivo tratado Libre de Cavallería, Lógica en ritms, y probablemente en Miramar, el Libro del Amigo y del Amado, que luego incluye en el Blanquerna. Todos estos libros, entre 1275 y 1276.

Durante la visita a Jaime II, y gracias a la grata acogida por parte del buen rey, pudo Ramón poner los fundamentos de la «Congregación de Propagandi Fide» con la fundación del Colegio orientalista y misional de Miramar, con tres siglos de antelación a la constitución canónica de aquella Congregación en Roma.

Era allá por 1276 cuando llegó el antiguo senescal y trovador a las soledades de Miramar, en la vertiente norte de la sierra de Mallorca. La majestad de la bravía pendiente hacia el mar, poblada de susurros de espesas frondas y de pájaros cantores, y del inmenso y profundo murmullo del mar, que en las peñas quiebra su trueno dulce y el himno de sus muchas aguas, debiéronle impresionar con aquella impresión indeleble que lleva siempre en el alma quien la ha sentido siquiera una sola vez. Y díjose a sí mismo aquellas palabras del Salmista: «Este es mi descanso para los siglos de los siglos. Habitaré aquí en donde he elegido mi morada.» Aquí Ramón Lull, con muchos siglos de antelación a cualquier otro intento de apostolado universal, plantó su seminario de misioneros y fundó su colegio, en donde se enseñarán las lenguas de los infieles, no ciertamente por ningún afán filológico, sino como arma eficaz de predicación y vehículo de la gracia de Dios.

En memoria, sin duda, de los apóstoles que Jesús congregó en torno de la mesa del Cenáculo, quiso Ramón Lull que fuesen trece sus discípulos. Esta nueva comunidad fue aprobada solemnemente por el Papa Juan XXII en Bula enderezada al Rey Don Jaime de Aragón, y por este magnífico monarca fue dotada con quinientos florines de oro anuales para su sostenimiento. Esta fundación, promesa y núcleo de otras fundaciones posteriores que han tenido [13] ciertamente más duradera y vasta eficacia, en aquellos tiempos férreos representaba una estupenda novedad. En una época en que sólo se pensaba en levantar grandes ejércitos para recobrar los Santos Lugares y en que todo se fiaba a la espada, Ramón Lull introduce una nueva táctica, o mejor dicho, renueva la vieja táctica con que Jesucristo y los apóstoles poseyeron la tierra con la invencible mansedumbre, con el don generoso de la vida, con la eficacia de la oración y de las lágrimas y con la difusión del Evangelio, suave como un crisma derramado. Esto representaba la fundación del monasterio del Colegio de Lenguas de Miramar y el aprendizaje de los trece frailes menores, cuyos nombres olvidó la historia ingrata.

Esta fundación del Colegio de Miramar no tuvo ni la eficiencia ni el alcance ni la diuturnidad que le asignaban la intención de Ramón Lull, la bendición del Sumo Pontífice y la dotación del Rey Don Jaime II. Por causas que han permanecido en la oscuridad o en el misterio, sobrevinieron muy pronto la dilapidación y la ruina del monasterio, tan entrañablemente amado por Ramón Lull. Con la ausencia de Ramón, con la dispersión de los frailes menores, aquel nido de tanto amor y de esperanzas quedóse frío y yerto. Los reyes de Mallorca hicieron su halconar de caza de aquel edificio que en la mente de sus fundadores debía ser palomar de mártires o nido de águilas apostólicas. Con un siglo de posteridad, el monasterio luliano albergó a una comunidad de frailes jerónimos, que al menos santificó aquella soledad y no desdoraron ni afrentaron, al ser religiosos, el recuerdo de la comunidad primitiva. Y cuando, en las postrimerías del siglo XV, entró en Mallorca el invento de Gutenberg, apóstol de los siglos nuevos, en Miramar se implantó una de los primeros alardes tipográficos de España y el primero de la isla. De esta manera, Miramar ejerció una cierta irradiación del apostolado que Ramón Lull meditara.

Visitas a Roma

En 1277 procursó personalmente, en Roma, la fundación de colegios semejantes y esta aspiración siguió en él constante durante toda su vida. Dos años antes (1275), totalmente dedicado a la vida contemplativa, al estudio y a la organización de sus vastos proyectos, la autoridad designó, a instancias de Blanca, esposa de Ramón Lull, un curador de sus bienes patrimoniales, por «haberse vuelto tan contemplativo que los tiene abandonados», quedando reducido de esta suerte a la condición de muerto civilmente para adquirir plena ciudadanía espiritual. Su estancia en Miramar (entre la vinya i el fonollar) fue de calma espiritual propicia a los grandes vuelos de la mística, brotando de su alma enamorada los incomparables versículos del Libro del Amigo y del Amado, vela de armas del doncel que se prepara para ser armado caballero y entrar en combate a la mañana siguiente. Efectivamente desde allí, en 1278, emprende Ramón, con temple de águila, el vuelo definitivo, desde los roquizares de Mallorca, estremecido por eternas inquietudes, «para procurar la gloria de su Amado y evitar sus deshonores. Por espacio de veintidós años, con superabundante fervor de enamorado consciente, nuestro venerable maestro anduvo por el mundo en apostólico nomadismo. En 1277 parte para Roma con el fin de conseguir la fundación de Colegios misionales como el de Miramar; y esta procuración en la corte de «Su Apostólica Señoría», inicia la odisea que le ha de llevar por casi todos los países de Europa, Oriente y Africa.

En 1282 visita a Jaime II, que a la sazón residía con su corte en Perpiñán, escribiendo en esta ciudad, muy probablemente, el libro Lo pecat d'Adam. Desde 1283 a 1285 reside en Montpellier, iniciando su apostolado universitario. En esta ciudad mallorquina, es decir, integrante del reino de Mallorca, escribe: D'entenció, el hermosísimo Blanquerna, [14] De figura elementari, Ars Iuris y otras.

En 1285 logra entusiasmar al Papa Honorio IV, quien realizó algunas tentativas en el sentido que pedía aquel «extraño Peregrino de Amor»; y, al parecer, le envió a París, recomendándolo al canciller de su Universidad, con objeto de que en ella pudiese explicar su Arte.

Están fechadas en Roma las siguientes obras Los Cent Noms deu, de franco sabor orientalista y escrita en verso, y el Liber super Psalmum Quicumque.

Explica de filosofía en la Universidad de París

El mismo año asistió en Bolonia a un capítulo de dominicos, religiosos con los cuales ya se había relacionado de antiguo, y poco antes estuvo en el capítulo habido en Montpellier en 1283. En 1286 explicó públicamente su filosofía en la Universidad de París y en la cátedra Brithauld, de Saint Denis, futuro Canciller. Desde entonces se llama a sí mismo, y es comúnmente llamado, Maestro Ramón. Los estudiantes parisienses comenzaron a designarle también Maestro Ramón Baterfleurie. Estando en París explicó sus proyectos a Felipe el Hermoso, hijo de la infanta Isabel de Mallorca, encontrando acogida afectuosa más para su persona que para sus proyectos. Escribió en París: Disputatio fidelis et infidelis, y las dos considerables enciclopedias denominadas Le placent visió, hoy perdida, pero cuyo contenido se conoce por el mismo Ramón Lull; y el Felix de les Maravelles del Mon. Estos libros fueron escritos entre 1286 y 1289. En 1286 asiste a un capítulo de dominicos en París, y en 1287 a otro de frailes Menores en Montpellier. Después, el General de Menores concede Cartas comendaticias a favor de su persona y doctrinas. Al año siguiente procura la evangelización de los infieles ante el Papa Nicolás IV, insistiendo en la fundación de Colegios misionales y en la unificación de las Órdenes Militares con vistas a la ocupación de Tierra Santa.

De Roma pasa a Génova, con el fin de transfretar a Berbería, para predicar a los moros. En Génova fue recibido triunfalmente; el pueblo esperaba que hiciera milagros, tan extendida se hallaba la fama de su santidad y, sobre todo, de su ciencia, que se tenía como recibida de Dios por el santo Varón. Estando en Génova sufrió penosa enfermedad y una gravísima crisis moral, de que curó saltando osadamente a la nave que se hacía a la mar y emprendiendo el viaje aún enfermo.

Desde 1289 a 1292 hallámosle, infatigable como siempre, escribiendo libros y más libros en las posadas, en los caminos y en medio del mar durante su navegación. Pertenecen a la época indicada los libros siguientes: Ars inventiva veritatis, Questiones super artem demostrativam seu inventivam solubiles, Font Paradissi Originalis, Ars amativa boni; el hermosísimo libro De Santa María, el Arbre de Filosofia desitjada; el libro Contra l'Antichrist, y las Questiones quas quaesivit quidam frater minor.

En 1292 llega a Túnez, comenzando seguidamente la obra misional, que se malogra cuando comenzaba a dar sus frutos, siendo encarcelado y después expulsado. Es embarcado en un navío que parte para Nápoles.

Estando en alta mar comienza a escribir la Taula General, que termina en la Ciudad Partenopea, en la octava de Epifanía de 1294.

Permanece en Nápoles y otras partes de Italia central, desde 1292 hasta 1295, predicando, enseñando su ciencia y escribiendo a petición de los médicos el interesante libro De leugenia e ponderositat dels elements. Escribió asimismo los siguientes libros: Lectura Compendiosa, Art de fer e soldre questions; Liber Alfatus, interesantísimo y sumamente original, donde expone su teoría sobre el sexto sentido humano; Flors d'amor e intelligencia; Petitio Raimundi pro infidilium conversione, dedicado y ofrecido al Papa Celestino V, en quien tantas [15] esperanzas había puesto nuestro bienaventurado Maestro, y la delicada Disputatio V Sapientum.

Camino de Roma le sorprende la abdicación del Papa Celestino V y la elección y acelerada coronación de Bonifacio VIII, al cual sigue de ciudad en ciudad, sin lograr poderle hablar personalmente.

Durante este tiempo –1295-1296–, escribe la ingente enciclopedia Arbre de Ciencia, donde se condensa todo el saber de su tiempo; el Desconort, canto del alma dolorida, ungido de tristeza suavísima ante el poco fruto que de sus trabajos conseguía; Liber de Anima rationali y Proverbis de Ramón. En Anagni termina –1296– el Libre De Articles.

Desconsuelo

Pasa luego de Génova a Montpellier, donde se entrevista con el rey Jaime II de Mallorca, saliendo luego para París, en cuya Universidad explicó desde 1297 hasta 1299. La asidua asistencia a la cátedra alternó con la asidua escritura de nuevas obras. Estas fueron: X maneres de contemplar a Deu, Liber de Astronomía, Arbre de Filosofía d'Amor, Liber de Cuadratura et triangulatura circuli, Brevis práctica Tabulae Generalis, Quaestiones atrebatenses y De nova Geometría.

Toda la literatura de esta época está ungida de pesimismo a causa de los desengaños sufridos; en el Apostrophe ruega con la mayor humildad a la Santa Sede que atienda a las necesidades de la época, especialmente a la reforma de costumbres y misiones. En el fragantísimo Cant de Ramón, al recordar, con rápida visión, su vida y hechos, rompe en llanto doloroso por el poco fruto conseguido después de recorrer todo el mundo y de acudir tantas veces a Papas y a Reyes sin encontrar nunca verdadera ayuda para la «gran tarea» que se había impuesto.

De paso en Barcelona, a instancias del rey de Aragón y de su esposa doña Blanca, escribió un hermoso Libre d'oracions. Jaime II de Aragón, el día 30 de octubre de 1299, le otorga privilegio perpetuo para que pueda predicar en todas las mezquitas y sinagogas de sus dominios.

Abatido por la tristeza, recógese en la paz familiar de su querida Mallorca, hacia el 1300, después de veintidós largos años de ausencia, de angustia y desconsuelo, que iban consumiendo su alma en un martirio lento, doloroso, inacabable. Tenía a la sazón sesenta y siete años. Pero no por eso en Mallorca decrece su prodigiosa actividad, pues predica, enseña y escribe sin descanso. Entre 1300 y 1303 deben colocarse las siguientes obras: Començaments de Filosofía, Medicina de Pecat, Libre del Es de Deu, Libre de Deu e Jesucrist, Libre del Home y Aplicació del Art General.

Habiendo cundido la nueva de que el Gran Kan de la Tartaria había logrado apoderarse de Siria, y recordando el Maestro de barba florida lo propicios que eran los tártaros a recibir la Fe, a pesar de ser ya septuagenario, embarca en Mallorca en una nave que zarpaba para Chipre, con el fin de pasar desde allí a tierras de infieles. Llegado a la isla de Chipre sufre un nuevo desencanto al percatarse que las noticias recibidas en Mallorca y esparcidas por toda la Cristiandad, habían sido extremadamente exageradas.

No se desanimó en Chipre, sino que ocupó el tiempo predicando y convirtiendo a herejes y cismáticos; llegóse al rey para proponerle sus planes de conquista espiritual del mundo; mas el rey, aun acogiéndole respetuosamente, no puso gran cuidado en las recomendaciones del Maestro Ramón.

Nuevo atentado contra su vida

Estando en la misma isla de Chipre cayó gravemente enfermo, y durante esta enfermedad fue envenenado por un clérigo y un esclavo que le servían. [16] Pudo librarse angustiosamente de la muerte, contentándose con dejar a sus servidores, sin denunciar el caso ni causarles mal alguno. Convaleciente aún, se refugió en Famagosta, donde fue acogido reverentemente por el maestre de los Caballeros Templarios, con cuyos cuidados logró recobrar la perdida salud. Repuesto ya, viaja incansablemente por Armenia, volviendo luego a Chipre, Rodas y Malta, llegando a Mallorca, su patria, de nuevo, en 1302.

Durante este tiempo no dejó en paz a su pluma infatigable, escribiendo: En Chipre, la Rethórica nova; en Famagosta, el Liber de Natura; en Armenia, De çó que hom deu creure de Deu, y en Alleas, el Libre dels M. Proverbis.

Durante los dos años siguientes le hallamos residiendo en Montpellier, enseñando y escribiendo. Datados en esta fecha son los libros que siguen: Diputatio fidei et intellectus, Liber de Lumine, Libre de regions de sanitat e malaltia, Art de Dret natural; tres interesantes folletos titulados : De enteniment, De Memoria y De voluntat.

En 1303 publica en la ciudad de Génova_: Lógica nova,_ termina la Brevis practica Tabulae generalis, Liber ad probandum aliquos articulos fidei per sillogisticas rationes.

Desde marzo de 1305, hallándose en Montpellier, escribe: Libro del Ascenso y Descenso del Entendimiento, interesantísimo; Ars magna praedicationis, la Demostratio por aequiparantia y el sugestivo librito De Fine, dirigido al Papa y a los príncipes cristianos, con miras prácticas a la concordia, donde expone su vasto pensamiento político con una intuición genial y maravillosa, de que forma parte una expansión europeocristiana, en nombre de su Patria, extendida por el Norte de Africa. Esta expansión se conseguiría mediante la fundación de colegios misionales en ciertos puntos estratégicos, desde Andalucía hasta el Bósforo, en todas las avanzadas cristianas, como base de operaciones para la penetración pacífica.

Escribió, además, el Liber de praedestinatione et Libero arbitrio, el Ars generalis ad omnes scientias y tres opúsculos filosóficos.

En esta época de su estancia en la ciudad de Montpellier, coincide Ramón Lull con la conferencia que hubieron en esta ciudad el Papa Clemente V, recién elegido (1305), y Jaime II de Mallorca. Creyendo el Maestro hallar bien dispuesto a Clemente V a favor de sus proyectos, después de una corta estancia en Barcelona, donde escribió el Liber de erroribus iudaeorum, siguió a la corte pontificia hasta Lyón; mas viendo que ni el Papa ni los cardenales tomaban muy a pecho la cosa, después de haber comenzado la escritura del Ars generalis et ultima, en que condensa su Arte y Ciencia General, fuése a París para reanudar seguidamente la enseñanza, hasta que, atraído por un deseo ferviente de transfretar a Berbería, marchó a la ciudad de Pisa, con el fin de buscar navío que lo transportase; pero no le halló, por lo cual resolvió el retorno a Mallorca, efectuándolo seguidamente (año de 1307). Tendría a la sazón unos setenta y cuatro años.

En Berbería: cárcel y naufragio

Pasó, por fin, a Berbería, reanudando fecundamente el apostolado y multiplicando al mismo tiempo sus libros. El cadí y los ulemas, aun contradiciendo su doctrina, quedaron admirados de su ciencia; y gracias al primero, que deseaba oírle, fue cierto día librado del furor de la plebe, que se había apoderado de su persona; pero logró que se le recluyera en la cárcel, no sin que antes hubiese sufrido las iras del populacho. En la cárcel fue tentado de diversas maneras, con el fin de hacerle pasar a la fe de Mahoma; mas él se mantuvo firme en la fe cristiana. Los ulemas concurrían asiduamente a la prisión para escucharle y discutir con él, y hasta uno de ellos, llamado Hamar, aceptó escribir un libro exponiendo las doctrinas del profeta del [17] verde albornoz, mientras Ramón Lull componía otro exponiendo las bases de la doctrina cristiana, a fin de que después un tribunal de doctos independientes se pronunciase, de parte de quién de los dos estaba la razón. De esta suerte escribió el Maestro Ramón, en árabe, la hermosa apología Disputatio Raimundi cum Hamar sarraceno, que no pudo terminar en Berbería, porque a los seis meses de prisión fue desterrado por el Sultán –entonces residente en Constantina–, bajo pena de muerte si volvía; seguidamente fue embarcado en una nave de genoveses, con la consigna de que no se dejaría descargar al navío cristiano que volviese a traer al ardido Maestro. El navío naufragó en medio de los horrores de una tempestad, salvándose él con varios marineros a la vista de las costas genovesas, cogidos de unos maderos. Pero perdió todos sus libros en el naufragio.

Desde Génova, donde fue acogido reverentemente, pasó a la República de Pisa, donde volvió a escribir de memoria la Disputatio cum Hamiar sarraceno, vertiéndola al vulgar; terminó el Ars generalis et ultima, y escribió el Ars brevis –libro de texto durante muchos años en todas las escuelas lulianas–, Liber ad memoriam confirmandam y Liber clericorum.

La estancia del Maestro en Génova y Pisa (1307-1308) fue de gran consolación para su alma, por haber hallado eco en aquellas florecientes municipalidades, que tomaron acuerdos para la futura cruzada, recibiendo grandes subsidios, de parte de las damas de ambas repúblicas, a tal fin.

Al año siguiente pasa a Montpellier, donde escribe –causa vértigo, ya lo dije, asomarse a su inmensa producción literaria– hasta quince tratados filosóficos diversos y de índole social; entre los cuales figura el llamado Liber de acquisitione Terrae Sanctae, donde expone todo un plan técnico y estratégico de conquista, que él mismo presentó personalmente al Papa Clemente V, entonces con su corte en Aviñón.

Maestro universal

Desde 1309 a 1311 la actividad del Maestro de barba florida es asombrosa. Residiendo en París, el rey de Francia le otorga letras comendaticias para toda la Cristiandad. En 1311 la Universidad, donde enseñaba de nuevo, examina sus libros, aprobándolos y declarando que les anima «un celo ferviente y una rectitud de intención para promover la fe cristiana». Aprobada su doctrina por cuarenta profesores, éstos pasaron a comunicarle la buena nueva a la casita que habitaba el Maestro en el típico barrio de la Bouchérie, cuando las campanas alegraban las fiestas de Navidad. Esta declaración consagró a Ramón Barbefleurie como Maestro universal, según en adelante se le designó.

En este mismo tiempo es Ramón Lull el apóstol imperturbable de la cruzada contra el averroísmo racionalista. En menos de dos años escribió hasta veinticuatro opúsculos y libros diversos de refutación de todo el sistema de Averroes, algunos de ellos notabilísimos por todos conceptos, exponiendo su pensamiento filosófico y tratando de doctrina trinitaria.

Libros de esta fecha son: Ars mixtiva theologiae et philosophiae, Nova Metaphysica, Liber Novus Physicorum, De praedestinatione et praescientiae, De efficienti et effectus, De naturali modo intelligendi, De venatione medii inter praedicatum et subjectum, Liber reprobationis aliquorum errorum Averrois, De possibile et impossibile, De fallaciis quas nom credunt facere aliqui filosophantes, Disputatio Raimundi et Averroistae, De correlativis innatis, Lamentatio Philosophiae, De Deo ignoto et de mundo ignoto, De quaestione valde alta et profunda, &c.

Durante las fiestas de Navidad de 1311 compuso el fragante Liber de Natali. En este mismo tiempo, con el consentimiento del prodigioso Maestro, su discípulo predilecto, Tomás Le Miésier, canónigo de Arrás, compiló sus doctrinas [18] en tres volúmenes (Breviculum promissum, Electorium medium y Primum Electorium), ofreciéndolos a la reina de Francia.

En 1311 sale para la Viena francesa, con el fin de tomar parte en el Concilio General. Durante el camino escribe el delicioso librito Phantasticus, y en Viena, De Concilio y Petitio Raimundi in Concilio Generali. Los padres conciliares aceptaron algunos de los capítulos propuestos por el Maestro Ramón y legislaron providencias de conformidad con sus vehementes deseos. Con respecto al averroísmo, cuya obra nefasta denunciaba el Maestro, nada fue determinado en concreto. No obstante, el Papa (véanse las Clementinas) legisló mucho, coincidiendo con las propuestas de Ramón Lull. Mas hubieron de pasar hasta doscientos años (hasta 1512) para que se tuviese buena cuenta de lo pedido por Ramón: en el Concilio de Letrán se hizo justicia a la evidencia del Maestro, cuando el racionalismo renacentista invadía la Cristiandad. En el Concilio de Trento fueron aprobados sus libros por una Comisión nombrada al efecto. Terminado el Concilio, pasó a Montpellier y de Montpellier a Mallorca, donde se fundó la segunda escuela luliana.

Durante su breve estancia en Montpellier, y a pesar de que estuvo enfermo, escribió el deseado libro De locatione angelorum, en que se debatía una tesis puesta a la sazón en boga en las escuelas, y el Ars Magna praedicationis. Y ya en Mallorca, el Ars brevis praedicationis.

Testamento

Cumplidos los ochenta años, redacta el Maestro su testamento, preocupándose mucho de la suerte de sus libros. Dejó legados de los mismos y sus escasos bienes –aparte del patrimonio familiar de sus hijos– para que se hiciesen copias de sus escritos y fuesen colocadas con cadena en ciertas iglesias, para uso de cuantos quisieren leerlos.

Este hecho del testamento señala que Ramón Lull ha entendido que ya puede dar por cumplida su misión en el mundo, y que ya no le queda por hacer sino derramar su sangre en confirmación de la verdad y de su fe.

Por esto se despide para siempre de Mallorca, no pensando volver a su querida patria. Embarca en una galera que partía para Mesina, donde pensaba encontrar navío para transfretar a Berbería. Hizo este viaje en mayo de 1313. En alta mar, comienza a escribir el Liber compendiosae contemplationis.

Llega a Mesina, y esperando la buena oportunidad de alguna nave que hiciese el viaje al Africa, escribe su último libro, personalista, llamado Consolació d'Ermitá, y termina el comenzado Liber compendiosae contemplationis. Como si esto fuese poco, compone, aceleradamente, hasta veinticuatro opúsculos diversos en solo diez meses (hasta agosto de 1314), en Mesina y Mallorca.

Ningún navío se apresta a partir, y por esto retorna a Mallorca, pensando que desde allí le va a ser posible lograr sus deseos. De nuevo en sus lares en abril de 1314. Halla, por fin, una nave que parte para Berbería. Ramón no deja perder esta ocasión. Le despiden desde la ribera con lágrimas en los ojos, después de haberse hecho lo posible, por parte de sus deudos, amigos y autoridades, para que desistiese de su partida. Tenía a la sazón ochenta y dos años.

El martirio

Xilografía del martirio de Ramón Lull en BugíaLlega a la ciudad de Bugia y desde allí pasa a Túnez, comenzando seguidamente sus sabias controversias con los ulemas de la medarsa y otros doctos, y vierte al árabe varias de las obras que había escrito en vulgar, para ayudarse en su apostolado.

El rey de Aragón, Jaime II, le recomienda al trajimán y al raja tunecino; pero es tanto el trabajo que pesa sobre el bienaventurado Maestro Ramón, que [19] se ve precisado a escribir de nuevo al rey de Aragón pidiendo que, como auxiliares, le fuesen enviados algunos de los frailes menores, discípulos suyos predilectos, para que viertan sus obras y le ayuden a escribir otras nuevas. Y, en efecto, pasan algunos a ayudarle.

La actividad del Beato Ramón no decrece, pues van fechadas en Túnez, además del libro titulado Ars Consilii, unos treinta opúsculos de controversia, escritos o transcritos en árabe, uno de ellos dedicado con palabras efusivas al Mufti de la ciudad.

Se ha dicho que murió en este año de 1315, pero, precisamente por sus obras, pruébase que no fue así y que aún vivió hasta principios del siguiente año, 1316. En efecto, las últimas obras llevan la fecha de 1315, mes de diciembre.

La última obra escrita por el maestro Ramón lleva por cierto un título muy decidor_: Liber de maiore fine intellectus, amoris et honoris;_ con esta obra sella, con oro purísimo, todo su largo apostolado científico y misional, que fue todo él, como hemos visto, aunque someramente, un apostolado de la razón, del amor a Dios y del honor que le es debido a la Suma Verdad y Sumo Bien.

El año 1316 amanece trágico para el anciano maestro. Un día –no se sabe qué día, ni es preciso saberlo– el populacho se levanta contra él agitado por todas las furias, y, guiado por fanáticos, le persigue, se apodera de él y le apedrea.

La tardía presentación de las autoridades, deseosas del buen ánimo del poderoso rey de Aragón –con quien convenía tener buenas relaciones al sultanado berberisco–, permitió arrebatar el cuerpo ensangrentado del bienaventurado maestro de las iras populares de aquella población fanática. Pero no pudieron evitar que resultase ya herido de muerte. Las autoridades, temerosas sin duda, recogen cuidadosamente el cuerpo maltrecho del Beato Ramón y, entre la vida y la muerte, es llevado a una nave de genoveses próxima a partir para tierras de cristianos. Se izan las velas y parte el navío, y allá, en medio del mar, a la vista de su Mallorca, muere Ramón Lull como había querido, cubierto de púrpura, de sangre, en un piélago de amor. Lega su alma a Dios, su cuerpo a la Patria y su ciencia y el ejemplo de su vida a la Humanidad.

Lulismo

Tal fue la existencia de esta ingente figura, pero aun con reconocer que Ramón Lull resume y condensa en su vida extraordinaria el carácter de su época y de su Patria, fueron muchos los detractores de su doctrina. Por de pronto no acertaron a penetrar la psicología del maestro, intensamente cristiana, ni comprender su gigantesco esfuerzo como «héroe de la cruzada antiaverroísta», título que le da el propio Renan, historiador de esa epidemia herética que invadió Europa.

En efecto: «Ramón Lull fue –dice el doctor Sureda Blanes– el defensor estrenuo del pensamiento cristiano, es decir, europeo, contra un pensamiento filosófico extraño; el sostenedor indomable de la verdadera cultura filosófica europea contra las irrupciones del filosofismo exótico; el vindicador de la ortodoxia frente a la heterodoxia más o menos velada. Fue aquella una lucha terrible en defensa de la personalidad filosófica de la joven Europa. Ramón Lull, con su apostolado científico, puso de manifiesto a la faz de la Historia el sentido vital de aquellos pueblos jóvenes que sentían ansiosamente la urgencia del propio crecimiento intelectual y del afianzamiento de su personalidad en el tiempo y el espacio. Después de la muerte del Maestro comprendióse que su ciencia había echado raíces profundas dondequiera se habían recibido sus enseñanzas, que fue en todos los grandes centros intelectuales. Y en toda Europa perduró su recuerdo, forjándose nueva vida y consistencia sus hazañas heroicas. Sus discípulos le amaron [20] intensamente y le vindicaron con energía a través de las centurias.»

No obstante, en realidad no existe ninguna de aquellas famosas escuelas lulísticas que tan brillante representación tuvieron en Mallorca, Barcelona, Valencia, París, Génova, Roma, Nápoles, Sevilla, Tarazona, Alcalá de Henares, Maguncia, Salamanca..., tan valientes y denonadas durante y después del Renacimiento, y hasta entrado el siglo XIX. En cambio, y por suerte, tenemos ya a nuestro alcance la cantera del genuino pensamiento luliano porque sabemos ya cuáles son las obras auténticas del Maestro, obras que se van editando con toda fidelidad en su lengua originaria.

Después de las antiguas ediciones lulianas, iniciadas en Venecia en 1480 –y abundosas en los siglos siguientes–, en el XIX aparecen las ediciones críticas, previo estudio y cotejo concienzudo de los códices cuatrocentistas, entre los cuales no faltan los coetáneos del Maestro, por labor de Jerónimo Rosselló. Han seguido las impresiones en Mallorca de las obras lulianas por tan eruditos en la materia como Mateo Obrador, Miguel Ferrá y mosén Salvador Galmés. Queda todavía por hacer bastante labor, bien que es inmensa la efectuada. Muchas de esas obras eran casi desconocidas años atrás y en gran parte, cuantitativamente, duermen en el fondo de venerables códices diseminados en las principales bibliotecas de Europa, especialmente en las nacionales de Madrid, París, Londres y Munich; en la Ambrosiana de Milán, en la Vaticana y en la de San Isidoro de Roma, sin contar la biblioteca provincial y la del Colegio de la Sapiencia, de Palma de Mallorca.

«Pesa sobre España la deuda y la responsabilidad de no haber hecho aún una colección de las obras de Ramón Lull», decía Menéndez y Pelayo en 1884. Entonces no existía más que la edición alemana de Maguncia, con 48 obras vertidas al latín, en ocho volúmenes. Fue empezada en 1721 e interrumpida definitivamente en 1742.

La gran empresa de editar las obras completas de Ramón Lull se inició en Mallorca, por aquellos eruditos varones citados. Hay publicadas más de 40 obras en texto original, como deseaba el polígrafo montañés, y distribuidas en veinte y pico de volúmenes. El propósito se orientó al logro de la edición completa del opus luliano. Se luchó principalmente con dificultades de tipo económico. Lo de siempre en esta clase de nobles y espirituales empresas. Sin embargo, si en el terreno cultural y patriótico era una ingratitud no tener hecha la edición completa de las obras lulianas, después de siete siglos, en el religioso resulta incomprensible, y más siendo condición precisa para introducir la causa de canonización del bienaventurado Beato. Desde los tiempos de Felipe II, muy interesado en ello, la reclaman desde Roma, y muy intensamente en estos últimos años. Tuvo Lull como supremo afán glorificar a Dios, y su vida fue la de un «utopista generoso y bueno –y transcribo palabras de Menéndez y Pelayo–, que no soñó Icarias ni ciudades del Sol, pero que se empeñó en convertir el mundo en un paraíso cristiano. Si no fuera uno de los grandes filósofos que honran a la Humanidad, siempre sería uno de los mayores bienhechores de ella y uno de los varones más justos y perfectos que han aparecido sobre la tierra para honrar la carne que vestimos».

Detractores de Ramón Lull

La recia personalidad de Ramón Lull se pone bien de manifiesto tanto por la furia con que le combaten sus detractores como, naturalmente, por sus ardientes apologistas. Citaré algunos casos históricos como ejemplos bien significativos.

Pasado ya más de medio siglo de la muerte del Doctor Iluminado, el inquisidor Nicolás de Eymerich lanzó sobre él la inculpación póstuma de herejía. Pues bien, al poco tiempo, o sea a principios del siglo XV, el cardenal alemán Nicolás de Cusa, sin prejuicios de escuela, sin miras polémicas, sin otros afanes que los [21] del espíritu, se dedica tenazmente al estudio del opus luliano, asimila su doctrina, la comenta o la extracta, y no considera indigna de su investidura cardenalicia la simple labor de copista. Y es de notar que el cardenal no estudiaba solamente la citada Ars o filosofía de Lull, sino principalmente su mística, sacada del libro de Contemplació en Deu, según indica él mismo en dos lugares distintos de sus extractos.

En aquellos lejanos siglos era tremenda la pasión de escuela. En sus prejuicios llegan, los partidarios de determinada tendencia, a hechos tan reprobables como el del apasionado Eymerich, que hubo de ser expulsado de la Corona de Aragón (1393) como «escandaloso y funesto». Eymerich creyó ver numerosos errores en las obras de Ramón Lull, especialmente en el libro Filosofía d'amor. Consiguió que Gregorio XI abriese una información por Breve de 1372. Sin embargo, el resultado no fue el que esperaba el violento inquisidor. Por otro Breve de 1374 se ordenó remitir el citado libro para su examen; pero los catalanes, heridos en su amor propio, contestaron que un libro catalán, en Cataluña debía ser juzgado. En su pasión, Eymerich violentó de tal modo las cosas, que llegó a fingir una Bula del propio Gregorio XI que condenaba a Ramón Lull. Acabó aquél por ir a acogerse a la Corte de Clemente VII, a la sazón en Aviñón. Pero desde allí siguió molestando a los lulistas. Estos deputaron entonces a Antonio Riera, maestro de la Escuela Lulista de Valencia, cuyo primer hecho fue registrar los archivos pontificios de Aviñón con objeto de ver la pretendida Bula condenatoria del Papa. No apareció ésta, naturalmente. Es más, ni siquiera halló referencias, y de todo ello se levantó acta en 10 de julio de 1395. En 24 de marzo de 1419 se sentenció definitivamente y se anuló la pretendida Bula antilulista como «falsa u obtenida subrepticiamente». Pero Eymerich, al morir, dejó en su Directorium Inquisitorum el texto de la falsa Bula, junto a los más despectivos juicios contra Ramón Lull.

El arbozispo de Tarragona y delegado pontificio, Juan Clascar, fue quien realizó la información canónica según lo ordenado por el Breve de Gregorio XI. Es la primera apología del Maestro Ramón Lull y modelo de claridad y de seriedad histórica. Lleva la fecha de 15 de septiembre de 1373, y su información de carácter oficial – crítica difícil de destruir– disuelve los malévolos argumentos del detractor, cuya falsedad queda bien de manifiesto.

¿Pero no fue el propio obispo de Mallorca, Díaz de Guerra, quien persiguió el culto tradicional que se daba al Beato Ramón? Entre otros hechos se cuenta el destierro del eximio maestro lulista franciscano, padre Fornés; mandó interrumpir la impresión de un libro titulado Epítome de la fama y virtud del Beato Ramón; exhortó a la monja dominica, de santa memoria, sor Ana María del Santísimo Sacramento, después Venerable, por su lulismo, y, especialmente, por haber compuesto un comentario delicioso sobre el Libro d'Amic e Amat.

Pero aún más sorprendente es que el mismo P. Feijoo resultara un detractor del Beato. El célebre benedictino, que tantas polémicas levantó durante su vida, no sólo se limita, muy atinadamente, en su Discurso sobre la Piedra Filosofal, a poner en duda que Ramón Lull poseyera el secreto de la transmutación de los metales, sino que contra él se expresa en su Sobre el arte de Raimundo Lulio y Sobre Raimundo Lulio, de las Cartas eruditas. Impugnaron gallardamente a Feijoo el maestro de la Escuela Luliana de Salamanca, padre Fornés; el padre Pascual; fray Francisco Soto, en sus Reflexiones crítico-apologéticas, &c.

La labor negativa, de constantes arremetidas apasionadas contra la obra ingente de Ramón Lull, la inició el citado Eymerich en el mismo siglo XIV, años después de la muerte heroica del Maestro Lull. Siguió a través de los siglos siguientes, con intervalos de tregua, y se reprodujo, de nuevo violenta, en el siglo XVIII. Pero frente a cada uno de los enemigos del venerable Maestro levantáronse, [22] infatigables, sus seguidores. De esta suerte, en el mismo siglo XIV se intensificó el amor al Maestro de barba florida y a la campaña enconada de Eymerich siguió la adversión general. Pero bien claro está que ante los continuos embates contra el Maestro, los seguidores de éste tuvieron qué estar siempre a la defensiva, siempre alerta.

Apologistas

Porque si tuvo detractores, muchos más fueron los apologistas, y en la defensa del Doctor Iluminado no se mostraron menos ardidos y rotundos. A algunos he citado en el transcurso de lo que aparece en las páginas anteriores, pero juzgo oportuno completar los nombres de los que constituyen la fecunda pléyade de batalladores de la causa luliana, meritísimos por el fervor que pusieron en la defensa de Ramón Lull y la ortodoxia de su sistema filosófico.

Si al iniciarse el Renacimiento recrudeció de nuevo la lucha contra el Maestro, también se reanudó, como siempre, la gran tarea vindicatoria, reanimándose las escuelas lulianas, aumentó la solemnidad del culto al Maestro en las iglesias y a sus venerables reliquias y defendióse su santidad.

Entre los grandes lulistas está el maestro Pedro Degui. Aunque murió en Sevilla, donde inició un centro editorial luliano –era Degui capellán de los Reyes Católicos–, nació en Montblanch y perteneció a la Escuela Luliana de Barcelona. En 1473 escribió, en la Ciudad Condal, el libro titulado Lanua Artis Magistri Ramón Lull, editado muchas veces, así como otras varias obras. Fundada en Mallorca una cátedra luliana por Inés de Quint, fue llamado el maestro Degui para regentarla; los antilulistas le acusaron después de haber sustentado doctrinas heréticas, y con el fin de defenderse personalmente marchó a Roma, logrando (bajo el Pontificado de Sixto IV) una honrosa aprobación por parte de los censores nombrados por el Papa. Después de la muerte de Sixto IV rebrotó la acusación, volviendo a Roma, donde fue ratificada la aprobación. El maestro Degui fue uno de los más conspicuos representantes del lulismo acérrimo como defensor del Beato Ramón.

Nicolás de Pax fue llamado por el cardenal Cisneros para que organizara la Escuela Luliana en la Universidad de Alcalá de Henares, a raíz de la fundación de ésta. Prestó Nicolás de Pax su colaboración a Proaza, ilustre lulista de la Escuela Luliana de Valencia. Mantuvo correspondencia con San Francisco de Borja, logrando la fundación del colegio de jesuitas en Mallorca, y es sabido que desde entonces fueron muchos los jesuitas que defendieron a Ramón Lull: desde Costurer hasta San Belarmino y Du Sollier. Escribió sobre Lull unos comentarios y varias poesías. Inició el Centro Editorial Luliano de Alcalá de Henares, con una introducción dialéctica a la lógica luliana, dedicada a los escolares complutenses (Alcalá 1518), y una fervorosa biografía del Doctor Iluminado (Alcalá 1519), por indicación del Cardenal Cisneros. Tuvo también correspondencia con el lulista francés Du Bouvelles. Vertió al castellano el Desconort.

Pero el esfuerzo de la Escuela Lulista por la reivindicación de la ortodoxia luliana culmina en 1700 con la publicación de la obra del jesuita padre Jaime Costurer, titulada Disertaciones del culto inmemorial del Beato Ramón Lull, obra documentadísima (Mallorca 1700), alentada por una crítica severa y eficaz sobre hechos y documentos. Está avalada por muchísima documentación y las múltiples citas bibliográficas son de enorme valor. Estas Disertaciones fueron escritas por encargo de la Universidad Luliana de Mallorca, a la que pertenecía el padre Costurer.

El padre Fornés, de la Escuela Lulista de Salamanca, nació en 1691, y después de recibir el hábito franciscano fuese a la Escuela Luliana de Maguncia, donde fue discípulo de Salzinger. Publicó en 1740 unos Diálogos sobre la doctrina [23] luliana, y en 1742, a iniciativa suya, se imprimió en Salamanca la versión castellana del libro Doctrina Pueril. En 1746 publicó el padre Fornés la más importante de sus obras, una apología del Ars Magna, el feliz logro de Ramón Lull en sus meditaciones de Randa. Con dicha apología impugna los desplantes del padre Feijoo.

Por su parte, el ilustre bolandista padre Du Sollier publicó una vindicación documentadísima de Ramón Lull y sus doctrinas. Está iluminada con espléndidos grabados y lleva un sustancioso prólogo (Amberes 1708).

Pero uno de los más grandes defensores de Ramón Lull es, sin duda alguna, el padre Ramón Pascual, abad que fue de Santa María la Real, de Mallorca, el monasterio cercano a Palma donde se retiró Ramón Lull después de ser herido por el esclavo que le enseñaba el árabe. Recientemente, en enero de 1952, restaurado el monasterio de La Real –hoy a cargo de los Padres de los Sagrados Corazones–, se celebró un solemne acto organizado por la Schola Llulística Maioricensis con motivo de la inauguración de un monumento a Ramón Lull y el descubrimiento de una lápida dedicada al padre Pascual como ferviente lulista, costeados, monumento y lápida, por la Schola, no sólo para perpetuar en piedra duradera la admiración por el Doctor Iluminado, sino como expresión de la intensa labor de tipo cultural que lleva a. cabo y que ha concitado numerosas aportaciones de estudiosos de diversas naciones.

Obra meritísima del padre Pascual son las Vindiciae Lullianae (cuatro tomos, Aviñón 1778), modelo de crítica serena, imparcial y documentada. Escribió buen número de trabajos lulianos, cuya mayoría permanecen inéditos. En 1789 se publicó en Madrid su obra Descubrimiento de la aguja náutica, de la situación de América, del arte de navegar y de un nuevo método para el adelantamiento de las artes y ciencias. Disertación en que se manifiesta que el primer autor de lo expuesto es el Beato Ramón Lull, Mártir y Doctor Iluminado. Se ha impreso también del padre Pascual una oración titulada El milagro de la sabiduría del Beato Ramón Lull (Mallorca 1744); Examen de la crisis del padre don Benito Jerónimo Feijoo sobre el arte luliano (primer tomo, Madrid 1749; volumen segundo, Madrid 1750), a la que contestó el padre Feijoo con una Carta erudita, publicada en Madrid en 1751; una Vida del Beato Ramón Lull (publicada en Mallorca en 1890-1891) por la «Societat Arqueológica Luliana», &c.

El trabajo de Helferich sobre Ramón Lull (Berlín 1858) inicia con base científica y moderna la crítica de Ramón Lull y de los primeros tiempos de la literatura catalana.

Modernamente, y después de los trabajos, harto conocidos, de Menéndez y Pelayo, cabe recordar también a Rubio y Lluch, Ramón Lull, sumari d'unes llissons en els Estudis Universitaris Catalans (Barcelona 1911); Borrás, Sistema científico luliano (Palma 1914) y Lulismo (Sóller 1918); Avinyó, Breu exposició del sistema cientific lul-liá (Barcelona, Criterion, 1926, págs. 169 y 184), Moderna visió del Lul'lisme segons la ideología dels neolul'listes hodierns (Barcelona 1929), en que expone el sistema de Bové (autor de muchos trabajos lulianos, entre otros El sistema científico Luliano); los estudios de Cassadesús, P. Andreu de Palma, fray José Pou, Rubio y Balaguer, y, muy principalmente, Carreras y Artau, con su estudio Revisión filosófica y espíritu del lulismo, y con su Historia del Pensament Filosofic a Catalunya (Barcelona 1931), &c. &c.

Los estudios de los extranjeros Bernhardt, Dalton Desdevises du Dezert, Dusan, Gottron, Guibert, Haebler, Kumm, Longo, Newmann, Peers, Probst, Reichmann, Speer, Streit, Waite, Weitbrecht, Wohlhaupter, Wulf, &c., &c., son abundantísimos en estos últimos años. Enfocan desde todos los puntos de vista la figura insigne y el pensamiento de nuestro Maestro.

Pero bastaría indicar, como elocuente [24] testimonio de la gloria que Ramón Lull implica para nuestra Patria, que Francia ha querido «hacerse con él», valga el popular dicho en gracia a su expresividad.

Los autores de la Historia Literaria de Francia, de espíritu volteriano y enciclopedista, como obra de fines del siglo pasado –diametralmente opuesto, huelga decirlo, al de nuestro bienaventurado Maestro– se creyeron en el caso de incluirle en su Historia, a pesar de no ser francés ni haber escrito nada en francés, sólo por el mero hecho de haber residido largas temporadas en su territorio, escrito obras en catalán en Montpellier y París y dar prestigio a la Sorbona al explicar en ella su filosofía. El exagerado exclusivismo nacional de aquellos autores les llevó a incorporarlo a la literatura francesa. Dedicaron a Ramón Lull y su obra un volumen entero, el XXIX de su Historia. Ahora bien, igualmente es cierto que estudian al varón de barba florida con interés y simpatía, por no decir con amor, y su crítica es respetuosa y justa en cuanto podía esperarse de su criterio: como si se sintieran orgullosos de que Francia participase en algo de la grandeza de nuestro Ramón Lull. ¡De tal manera los había fascinado!

Por su parte, el ilustre padre Longpre, en su trabajo sobre Ramón Lull (París 1926), sienta las bases para una recta interpretación del pensamiento luliano, recordando especialmente las fuentes patrísticas del venerable Maestro.

Indicaré, por último, que uno de sus mejores biógrafos, el fervoroso lulista doctor Sureda Blanes, posee en su archivo más de cincuenta estudios críticos lulianos impresos y publicados modernamente.

Sistema luliano

Los datos históricos aducidos ponen bien de manifiesto la interesante psicología de esta ingente figura medieval. Tarea fuera de mi posibilidad sería ahora caer en una crítica severa sobre los escritores que han tratado de malparar la venerable persona y las obras del gran polígrafo mallorquín. Porque a pesar de esa labor de zapa, incansable a través de muchos siglos, diré, con el doctor Sureda Blanes, que durante las siete centurias transcurridas, se ofrece el lulismo con una insistencia harto significativa y, en buena filosofía de la historia, lleno de sentido trascendental, como el Platonismo, el Aristotelismo, el Neoplatonismo, el Tomismo, el Cartesianismo, el Hegelianismo, el Kantismo..., que otra cosa no significan en la Historia de la Filosofía: rutas más o menos acertadas, abiertas por el genio humano en su afán de sabiduría, es decir, de exploración de la Verdad y de aspiración a poseerla. De aquí el desarrollo insospechado de la intelectualidad europea, en la que tanto influyó nuestro venerado Maestro, siendo el primero que democratizó la enseñanza, usando del lenguaje vulgar y creando el primer idioma sabio de Europa.

Esa exploración de la Verdad es ardua, es difícil, y por ende reservada a las grandes mentalidades. La incesante posesión de verdades por la Humanidad nunca es bastante para llenar, ni siquiera para aquietar, la noble ambición de la humana inteligencia. De aquí también el desarrollo más o menos fecundo de las intuiciones geniales de los Maestros, que engendran, a través de los tiempos, el Sentido de Escuela.

Maestro Ramón fue uno de esos grandes exploradores de la Verdad. La historia nos lo recuerda tan fielmente, que quizá sea difícil hallar otro ilustre pensador del medievo cuya biografía pueda rehacerse tan minuciosamente como la biografía del Maestro Ramón Barbaflorida.

En tanto grado es conspicua su figura de gran pensador, que para hallar otra semejante de intuición tan vasta, tan honda y totalitaria, precisaría adelantarnos hasta Hegel o retroceder hasta Platón, las dos mentalidades autodidactas que por diversa manera alcanzaron la intuición de sistemas planetarios discutibles [25] del pensamiento humano, estimulados por el anhelo de llegar a la unificación científica de los humanos conocimientos. No en vano ha evocado el Papa Pío XI (en su Encíclica De rerum orientalium) al célebre Ramón Lull, «Varón de extraordinaria piedad y erudición».

Felizmente hoy existe ya al alcance de los estudiosos la cantera del genuino pensamiento luliano con la edición de las obras auténticas del Maestro, obras editadas con toda fidelidad en su lengua originaria, como queda ya dicho. Tampoco al presente urgen aquellos afanes de vindicación de su ortodoxia, ni siquiera de su santidad, como antaño urgían. De ésta nadie duda. Las mismas tendencias más o menos racionalistas, ungidas por el momento histórico en que vivió Ramón Lull, compaginanse –claramente lo expresa el doctor Sureda Blanes– a la luz de una crítica severa e imparcial, con la doctrina ortodoxa de la Iglesia; no siendo otra cosa que manifestaciones necesarias de un vehemente impulso de llevar a la inteligencia de los infieles y descreídos la fuerza vital y humanísima del rationabile obsequium paulino, en días de grande escepticismo, entre las clases estudiosas; de aquí que su racionalismo sea pulcramente ortodoxo. Por lo demás, ya nada pesa, venturosamente, aquella mala fe de antaño entre bandos escolares antagónicos, de cuyas luchas acerbas fue nuestro bienaventurado Maestro la primera víctima; hoy ya nadie le tilda de heterodoxo, después de la aprobación del culto que se le tributa y del rezo litúrgico; ni siquiera de alquimista. Porque hoy se investiga el pensamiento luliano en el mismo abundoso acervo de las producciones auténticas. La fecundidad de esta profunda investigación resalta e imprime carácter al actual renacimiento de los estudios lulianos.

La concepción de su Ars Magna, de su Arte y Ciencia general como método de hallar y exponer verdad, expresión fecunda de un intento de unificación del saber, atrajo a Ramón Barbefleuri la glorificación en la Universidad de París, en los precisos días en que se plasmaba el genuino pensamiento europeo, cuando se desarrollaba el gran drama intelectual producido por el choque violento de la tradición de que Europa era poseedora con el racionalismo averroísta inoculado subrepticiamente por los comentarios y doctrinarismos árabes y hebreos españoles, del acervo filosófico griego, estableciendo el divorcio y aun la contrariedad entre la verdad filosófica y la verdad teológica, entre la fe y la razón. Entonces fue Ramón Lull, al decir de Langlois: Le plus bizarre météore que ait décrit sa courbe e l'horizon littéraire de la France a la fin du XIII siècle. Por esto Renan, historiador del averroísmo, no titubeó en llamar al Maestro Héroe de la cruzada antiaverroísta.

La lógica de Ramón Lull es una lógica eminentemente formal, si bien no manifiesta un carácter propedéutico y directivo de los humanos conocimientos, porque se trata, en la filosofía luliana, de una ciencia racional que causa y engendra sabiduría. Y por esto mismo diríamos que es mejor una lógica sintética.

Para Ramón Lull «lo ideal –demostrado– es real», en cuanto que para el Maestro los conceptos no son independientes del ser de las cosas, los cuales corresponden, o, mejor, son correspondientes a las objetividades de las cosas... Quinientos años después de Ramón Lull, aquella frase ha sido el eje del sistema hegeliano. De aquí que la lógica de Ramón Lull es a la vez metafísica, pero fundamentada en la lección dogmática de la Fe.

Todo el sistema luliano se apoya en la argumentación necesaria de la existencia de Dios y en la verdad de los Santos Evangelios, especialmente del Evangelio de San Juan. Su apologética deduce las verdades o, cuando menos, las explica sobre esta base. Su sistema metódico no es otra cosa que un arte de facilitar la rebusca de la verdad, haciéndola fructuosa y fecunda. Solamente así pudo considerar el bienaventurado Maestro las razones eternas, emperatrices divinas, atributos de la Divinidad, como fuentes abundosas e inagotables de toda [26] realidad y, por ende de todo conocimiento y sabiduría verdadera, con fundamento metafísico y dogmático.

Intuyendo en la soledad del monte de Randa la idea de la realidad de las participaciones creadas de la Suma Perfección –que es cuanto es fuera de Dios– dio, con el Arte y Ciencia General, un sistema filosófico capaz de resolver pronta y estéticamente los problemas más arduos de la ciencia humana. Tal es el verdadero origen del Art d'atrobar veritat o Ars Magna, concepción verdaderamente genial que únicamente a los que ni la estudiaron o no la conocieron bien pudo parecer, como al P. Feijoo, embrollada y fantástica.

Su teoría de las mareas

Sólo a título de curiosidad, y como expresión del ingenio fértil del gran polígrafo mallorquín, vamos a ver otro aspecto de su obra ingente: su teoría de las mareas.

De acuerdo con antiguos filósofos, Ramón Lull proclama la esfericidad de la tierra y llega a demostrar la existencia de los antípodas. Su enorme curiosidad, el afán de buscar puntos de apoyo para sus razonamientos, le llevaron a bucear en todas las ramas de las ciencias naturales conocidas entonces, y así no excluyó de sus tratados de ciencias aquellas relaciones con la navegación. Cierto que en este aspecto, como en otras tesis científicas de Ramón Lull, no hallamos el portento que implica su obra mística, teológica y filosófica. Pero en su Artem Navegandi revela tales conocimientos, que bien puede considerársele por lo menos iniciador de muchos adelantos posteriores a su época, desde la aguja náutica y su aplicación a la navegación, a su ingeniosa explicación de las mareas. Y he aquí una realidad de interés excepcional: al explicar la razón del flujo y reflujo de las aguas marinas, el Doctor Iluminado se adelantaba por manera portentosa a fijar ya la existencia de otro continente no descubierto todavía.

Desde las alturas de Randa, con sus dilatados horizontes, o en la mística añoranza de Miramar –ocasos de un sol que se hunde en el misterio de los mares–, Ramón Lull sentiría la inquietud de las inmensidades azules con sus fenómenos, sus incógnitas... Luego, desde el puente de los bajeles, en sus viajes por las costas africanas y europeas, observaría con toda claridad, aquel varón de barba florida, la sucesión de las mareas, y no dejaría de excitar la curiosidad de su carácter, profundamente observador, el movimiento periódico y alternativo de ascensos y descensos de las aguas del mar. Y debió de darse cuenta cómo el flujo y reflujo se repetía cada doce horas, y que el desnivel tenía una mayor amplitud en los plenilunios. Cierto que ya se había tratado de explicar este fenómeno en la antigüedad con peregrinas teorías. Y si Pytheas de Marsella, cuatro siglos antes de Jesucristo, por primera vez relaciona estos movimientos con la posición de la luna, y San Alberto el Magno y otros autores también los explican mediante causas lunares, es Ramón Lull quien, en una visión personal, por primera vez hace intervenir la acción del sol y sienta, con gran clarividencia, que la configuración local de la costa puede modificar el sorprendente fenómeno.

En 1287 Ramón Lull se formulaba esta interrogante: ¿Por qué la mar de Inglaterra fluye y refluye? Si sus teorías para la explicación del fenómeno difieren hoy del concepto actual de la ciencia, también es cierto que tenían que apoyarse en los conocimientos de aquella época. Parte, desde luego, del punto de partida de la esfericidad de la tierra y señala la cohesión de los cuerpos. También establece una relación estrecha entre el sol, la luna y la tierra; explica las manchas de la luna, negras y pálidas, como reflejos del mar y de los continentes. Por esta razón la luna atrae las reverberaciones del agua y la acción del sol desde la tierra repercute a la luna, y la tierra y el agua son objeto de aquella influencia.

Después de setecientos años, aún en estos aspectos secundarios de la obra ingente [27] del Doctor Iluminado, vemos el fruto de su imaginación y su ingenio. Si en el transcurso del tiempo esa obra fue furiosamente discutida, como irradiación de una compleja personalidad movida y dramática hasta el asombro, la fascinación que el Beato Ramón ejerce sobre los espíritus es la luz de uno de los más grandes filósofos que ha tenido la Humanidad.

El sepulcro de Ramón Lull

Muchos son los lugares en Mallorca que nos recuerdan a Ramón Lull. En fervoroso peregrinaje podríamos hoy seguir las huellas lulianas. Quedan monumentos de aquella época. Lugares que nos hablan de su infancia, de sus atormentados días de crisis espiritual que precedieron a la luz de su conversión.

Las frondas de Bellver, los vergeles de Benistró y de Tell nos podrán evocar la niñez revoltosa y aun indómita, del «hereu» del noble Lull y de Elisabet d'Erill. El patio del palacio de la Almudaina nos sugiere al altivo senescal de Jaime II; el Monasterio de la Real, cercano a Palma, sus horas de conversión y de pesadumbre por la suerte que pudiera correr el esclavo árabe que intentó asesinarle y al que había que castigar con la pena de muerte. Al suicidarse el moro, colgándose en la mazmorra que servíale de cárcel, libró a Ramón Lull de aquella preocupación, ya que quería librarle de la muerte.

Y luego, el Puig de Randa, la Tebaida luliana, donde recibió la iluminación celestial y sintió el designio de dedicar su vida a la conversión del mundo áspero y hostil de los infieles. Ramón desciende sabio y maestro de su Sinaí. Por iluminación ha escrito el Ars Magna, que suma y sistematiza todas las razones necesarias para convencer a los incrédulos. Se conserva el santuario, al cuidado de los Religiosos Terciarios Franciscanos, y es lugar de peregrinación de los isleños. En él se venera Nuestra Señora de Cura, imagen expresiva de una fe ancestral. El santuario, con su aula de Gramática, es centro de estudios lulianos; ha vuelto a ser, con la restauración, lo que fue para el Beato Ramón Lull y para sus admiradores: lugar de aislamiento, de soledad y de oración, de estudios; para sus seguidores, centro de piedad y de estudio del pensamiento luliano.

Y está Miramar, en los riscos de la vertiente norte de la cordillera, donde fundara su colegio de Lenguas Orientales. Miramar, con su maravilloso paisaje y su ruta turística, lugar donde la Naturaleza isleña se ofrenda al visitante en una belleza sin par.

Pero quedan, sobre todo, la iglesia de San Francisco y el convento del mismo nombre, donde reposan las cenizas del mártir de Bugía. Aquí el peregrino ilusionado encontrará la última huella de Ramón Lull. El templo fue erigido en el siglo XII, y la primera piedra la puso, por sí mismo, el Rey Jaime II el 31 de enero de 1281. Sin embargo, su rica portada es del siglo XVII, en la cual graciosamente se hermanan la ornamentación barroca y la plateresca. Construyóse en sustitución de la primitiva, que fue destruída por un rayo en el siglo XVI. En esta iglesia oyó Ramón Lull el panegírico del prelado de Mallorca, por el que exaltaba el rasgo de la vida de San Francisco, al abandonar sus ropas en manos de su padre, para seguir en la pobreza a Cristo. Palabras iluminadas que decidieron al entonces vacilante Ramón Lull a seguir una existencia heroica y de bienaventurado, de gran apóstol de la Cristiandad. En el atrio de esta iglesia la leyenda atribuye su conversión, por aquella dama de pecho ulcerado.

En esta iglesia, en la capilla de la Puritat de la Santísima Virgen, situada tras el altar mayor y en el lado izquierdo de la nave, está el sepulcro del Mártir de Jesucristo. El monumento funerario es una verdadera joya del arte gótico florido mallorquín. Lo erigió a sus expensas, lo propio que la capilla, y trazó e ideó «el diseño», según frase de un contemporáneo, el maestro Juan Llobet, fundador de la Enseñanza luliana. [28] Constituye la base del sepulcro una línea de animales fantásticos, y sobre ella ábrense siete hornacinas con airosos pilares intermedios. El remate de cada hornacina está formado por dos ángeles que sostienen una corona. En los arcos respectivos se leen los siguientes nombres: Astrología, Geometría, Música, Aritmética, Retórica, Lógica, Gramática; pero carecen las hornacinas de las figuras representativas de tales ciencias y tales artes, lo que nos priva conocer, y ello sería muy interesante, la expresión tangible que les dieran los inspirados artistas que labraron el sepulcro.

En el centro del mismo se abre un gran nicho, y en él, y sobre una urna de alabastro que encierra las reliquias del mártir y del sabio, destaca su figura yacente, vistiendo el humilde hábito de San Francisco.

Tal es, en síntesis, la gran figura del medievo. Ramón Lull es el adelantado, el gran apóstol, místico excelso y polígrafo asombroso; es –repitámoslo– aquel caballero andante del pensamiento, patriarca de la literatura catalana, al que debe esta lengua el haber sido «la primera de entre todas las lenguas vulgares que sirvió para la especulación filosófica». [29]

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