Zeferino González / Historia de la Filosofía / 40. La escuela eleática (original) (raw)
§ 40
La escuela eleática
Xenófanes, contemporáneo de Pitágoras, y natural de Colofón, se estableció por los años de 536 en Velia o Elea, ciudad de Italia, y de aquí la denominación de escuela eleática con que es conocida y fundada por el mismo, y que fue continuada y desarrollada por Parménides y Zenón de Elea, que florecieron 460 años antes de Jesucristo, y después por Meliso de Samos (445), que son los principales discípulos de Xenófanes y los más notables representantes de esta escuela.
Los filósofos de la escuela jónica se propusieron investigar y resolver el cómo de la existencia de las cosas; los eleáticos trataron de investigar y resolver el por qué de esa existencia. Los primeros, dando por supuesta la multiplicidad de los seres y la realidad de los fenómenos, investigaban la razón suficiente de aquella [147] multiplicidad y trataba de explicar su generación y transformaciones: los segundos se proponían investigar la existencia misma de la multiplicidad real de los seres, y la razón suficiente del hacerse (fieri) de las cosas, dado caso que exista.
La solución dada por la escuela eleática al problema filosófico planteado de esta suerte, es una solución esencialmente panteísta e idealista, si nos atenemos sobre todo a la doctrina de Parménides, que es sin disputa el representante más genuino, más lógico y más completo de la escuela eleática, como escuela metafísica.
El ser, si existe, decía Parménides, es necesariamente uno, eterno, absolutamente inmutable, y en el concepto de tal excluye y niega la posibilidad de toda generación, de toda producción nueva de otro ser o substancia, de toda pluralidad real {38}. La razón es porque este ser, que se supone comenzó a existir, o procede del ser o del no ser: en el primer caso, el ser se engendraría a sí mismo, el ser saldría de sí mismo, lo que es imposible. En el segundo caso, el ser saldría del no ser, lo cual es igualmente absurdo. Si el ser se cambia o transforma en ser, equivale a decir que en realidad no cambia, sino que permanece siendo ser. [148] Así, pues, no puede haber más que un Ser eterno y absolutamente inmutable, y los cambios, transformaciones y multiplicación de los seres, son meras apariencias a las cuales no responde realidad alguna. Nada puede comenzar de nuevo, ni perecer. El ser (el universo-mundo) es un todo continuo, eterno, indivisible e incapaz de moverse en todo o en parte; porque repugna el vacío, sin el cual no es posible el movimiento.
Este Ser único (el universo, el cosmos), así como es eterno y único, es también absoluto, sin que tenga nada que desear ni recibir fuera de sí. Toda vez que es imposible la existencia de dos seres realmente distintos, síguese de aquí que el pensamiento y la realidad son una misma cosa, que pensar y ser son idénticos (Fichte), y que la razón o el pensamiento es la medida, o, mejor dicho, la esencia de las cosas.
«El pensamiento y el objeto del pensamiento, escribe Parménides en su famoso poema, son una misma cosa... Son, por lo tanto, palabras vacías de sentido las que emplea la preocupación humana, cuando habla de nacimiento y de fin, de cambio de lugar, de transformación. La forma del Todo es perfecta: se asemeja a la esfera en la cual el centro se halla distante igualmente {39} de todos los puntos de la circunferencia. No existe la nada que pueda interrumpir la continuidad de lo real: no existe vacío alguno: no es posible quitar al Todo parte alguna, porque por todas partes es semejante a sí mismo y siempre el Todo».
La teoría del conocimiento de la escuela eleática, [149] y particularmente la de Parménides, se halla en perfecto acuerdo con su teoría metafísica. La razón sola es la que conoce la verdad y la realidad: los sentidos nos suministran una representación falsa y aparente de las cosas. La ciencia representa el conocimiento de la primera o sea el pensamiento verdadero y real de las cosas: la opinión representa el conocimiento aparente de los sentidos, y comunica a las percepciones de éstos cierta unidad y enlace. Para los sentidos, el Universo consta de dos elementos contrarios representados por la luz y las tinieblas, el calor y el frío; pero para la razón ese mismo Universo es un ser único, una unidad indivisible.
Para los sentidos hay producciones, transformaciones y generaciones de cosas por medio de la combinación de los dos elementos dichos, a causa de la victoria sucesiva de la luz sobre las tinieblas: para la razón, y en realidad de verdad, estas transformaciones son meras apariencias e ilusiones, pues el Universo, que es el ser único, no tiene principio ni fin.
Zenón, amigo, discípulo y compatriota de Parménides, se encargó de consolidar y desenvolver el carácter idealista del panteísmo eleático, trabajo que desempeñó a maravilla, gracias a las armas que le suministró su sutil cuanto temida dialéctica. Empleando unas veces el diálogo, otras la forma silogística, y con más frecuencia la reducción ad absurdum, tomó a su cargo la tarea de afirmar y defender la doctrina de la unidad absoluta del ser contra toda clase de objeciones y de enemigos. Pasando en seguida a la defensa al ataque, complacíase en reducir al silencio a sus adversarios por medio de procedimientos dialécticos, que no [150] por ser sofísticos en parte, dejaban de poner en grave aprieto a los partidarios de la multiplicidad de los seres. Apoyándose en la hipótesis de que la línea y el espacio se componen de puntos, negaba la existencia o realidad del último, toda vez que debería ser a la vez infinitamente grande e infinitamente pequeño; sería infinitamente grande, porque se compone de partes infinitas, puesto que es divisible in infinitum; sería también infinitamente pequeño, porque se supone compuesto de puntos, los cuales, siendo indivisibles, no pueden formar extensión alguna.
Esta misma divisibilidad infinita del espacio le servía también de punto de partida para negar la existencia y hasta la posibilidad del movimiento, echando mano, entre otros, del argumento Aquiles {40}. No hay para qué añadir que el terrible polemista atacó con igual energía la realidad objetiva de los fenómenos sensibles, lo mismo que la autoridad y valor de los sentidos en orden al conocimiento.
Parménides es el representante más genuino y completo de la escuela eleática, según hemos dicho arriba, porque desenvolvió y sistematizó su doctrina, [151] comunicándole al propio tiempo la forma metafísico-panteísta que constituye el rasgo característico y el fondo esencial de aquella escuela. Pero no por eso debe echarse en olvido que al fundador de ésta, Xenófanes, corresponde de justicia el mérito de haber hecho serios esfuerzos para depurar la idea de Dios. Cierto es que semejantes esfuerzos resultaron relativamente estériles, a causa del principio panteísta que informaba el pensamiento de Xenófanes; pero no es menos cierto que el filósofo de Colofón descargó rudos y acertados golpes contra el politeísmo y el antropomorfismo que le rodeaban.
Verdad es, en efecto, que Xenófanes parece haber confundido la divinidad con el cielo (ad totum coelum respiciens ipsum unum ait esse Deum), si hemos de atenernos al testimonio de Aristóteles; verdad es que enseñaba también que Dios no está ni en movimiento ni en reposo, y que no es ni infinito ni finito; pero cualquiera que sea el sentido de estas afirmaciones, que parecen obedecer a las exigencias del principio panteísta, es indudable que el fundador de la escuela eleática enseñaba explícitamente que Dios no es ni puede ser más que uno, entre otras razones, porque Dios es perfectísimo y el mejor entre todos los posibles, y si hubiera muchos, ya no sería perfectísimo; que Dios es eterno e inmutable, incapaz de principio y de fin; que Dios es por su misma esencia razón y conocimiento, y también omnipotente; y, finalmente, no sólo rechazaba, sino que se burlaba, ya de los que admitían muchos dioses, ya de los que les atribuían forma o figura humana, y, sobre todo, las pasiones y vicios de los hombres. De aquí sus burlas y sarcasmos [152] contra los poetas y los no poetas que deshonraban a los dioses, atribuyéndoles robos, traiciones y adulterios.
{38} A esta teoría de Parménides y de su escuela alude probablemente Aristóteles en el siguiente pasaje: «Quarentes enim philosophi primi veritatem et naturam entium... dicuntque neque fieri eorum quae sunt, ullum, neque corrumpi, propterea quod necessarium est fieri quod fit, aut ex eo quod est, aut ex eo quod non est: his autem utrisque impossibile esse; neque enim quod est fieri (est possibile), st enim jam; et ex eo quod non est, nihil utique fieri, subjici enim quidpiam oportet. Et sic, neque esse multa dicunt, sed tantum ipsum quod est». Physic., lib. I, cap. X.
{39} Tal vez por esta comparación, dice Aristóteles, hablando de los eleáticos, que atribuían a Dios figura esférica.
{40} Consistía este argumento en afirmar que, a pesar de toda su ligereza de pies y la velocidad de su carrera, el héroe de la Ilíada, no podía dar alcance a una tortuga colocada a corta distancia y que comenzara a moverse al mismo tiempo. Sean dos varas la distancia que separa a Aquiles de la tortuga: el primero no puede dar alcance a la segunda, sin que recorra antes la primera vara; no puede recorrer ésta, sin haber recorrido antes la mitad de la misma, ni esta última sin haber recorrido la mitad de esta última mitad. Luego toda vez que la línea que representa la distancia supuesta entre Aquiles y la tortuga consta de partes infinitas, puesto que es divisible por mitades in infinitum, resulta que, a pesar de toda su velocidad, Aquiles no podría nunca dar alcance a la tortuga.