Zeferino González, El cristianismo y la filosofía pagana (original) (raw)

Mientras que la Filosofía pagana, trabajada por el escepticismo académico y de la escuela empírica, abatida y deshonrada por el empirismo greco-romano, y desacreditada por su impotencia y contradicciones, se ocupaba con ardor en fundir y amalgamar la multitud de elementos filosóficos, científicos, tradicionales, simbólicos y religiosos del Oriente y del Occidente, resonó repentinamente en sus oídos la voz de ciertos hombres obscuros, que, sin títulos ni conocimientos académicos, enseñaban verdades nuevas, extrañas y hasta completamente desconocidas en las diferentes escuelas filosóficas que hasta entonces habían aparecido. El origen del mal y la rehabilitación del hombre explicados por la caída original y por la encarnación del Verbo de Dios; la comunidad de origen y de destino final por parte del género humano; la consiguiente igualdad y fraternidad entre todos los hombres sin [6] distinción de razas, condiciones y estados; el principio de la humildad, de la mortificación y de la caridad cristianas; la triple personalidad de Dios, sin perjuicio ni menoscabo de su unidad de esencia y substancia, y sobre todo la grande idea de la creación ex nihilo, fundando la distinción real y substancial entre el mundo y Dios, entre lo finito y lo infinito, sin perjuicio de la causalidad de éste y de la dependencia de aquél, y sin necesidad de acudir a panteísmos y dualismos absurdos; he aquí afirmaciones que no podían menos de solicitar la atención de los espíritus elevados, por más que fueran anunciadas por hombres rudos e ignorantes de las ciencias humanas. Precisamente esta circunstancia debía servir, y sirvió, en efecto, de argumento poderoso en favor de la divinidad del Cristianismo, para los hombres de talento reflexivo y de buena voluntad, los cuales viéronse precisados a reconocer que hombres rudos, ignorantes y sin cultura no podían ser los autores o descubridores de verdades tan nuevas, tan sublimes y tan científicas, que derramaban vivísima luz sobre la ciencia y la vida en todas sus manifestaciones, y resolvían de una sola plumada, por decirlo así, y en sentido tan satisfactorio y tan profundamente científico, los problemas más trascendentales y difíciles de la Filosofía, de la religión, de la moral y de la sociedad; problemas ante los cuales habían sucumbido los más grandes genios de la Filosofía.

Teniendo en cuenta lo que acabamos de indicar, se explica y comprende el doble y encontrado movimiento que se manifestó en el campo de la Filosofía en los primeros siglos del Cristianismo. Porque es de [7] notar y saber que, mientras que algunos filósofos y hombres de letras, como San Dionisio Areopagita, Arístides, Atenágoras, Taciano, San Justino, San Ireneo, Panteno, Clemente de Alejandría, Orígenes y otros, sin menospreciar ni abandonar la Filosofía griega, adoptaban las ideas y soluciones cristianas que transformaban y completaban las de aquélla; otros, por el contrario, arrastrados por el orgullo, y acaso más todavía por las pasiones, y llevados de un amor exagerado de independencia, mostráronse refractarios a las ideas y soluciones cristianas, y, lejos de adoptarlas, reunieron y concentraron sus esfuerzos para hacerlas desaparecer, ya desfigurándolas y adulterando o anulando su sentido real, como hicieron los gnósticos, ya combatiéndolas a todo trance y con toda clase de armas, como hicieron los neoplatónicos, enemigos encarnizados del Cristianismo. Así es que al lado del movimiento neoplatónico, movimiento separatista y de hostilidad respecto del Cristianismo, y al lado del movimiento corruptor y extravagante del gnosticismo, que entrañaba la destrucción de la idea católica, y cuyo triunfo hubiera sido la muerte de la religión fundada por el Verbo de Dios, apareció el movimiento filosófico-cristiano, movimiento de armonía y de alianza entre la Filosofía y el Cristianismo.