Zeferino González, Los filósofos árabes y la Filosofía escolástica (original) (raw)

Por estas indicaciones y por lo dicho en los párrafos anteriores, no es difícil echar de ver que se ha exagerado mucho la influencia de los árabes en la Filosofía escolástica. El Oriente y la España fueron el doble teatro del movimiento filosófico entre los árabes. Para comprender que la influencia del primero debió ser nula o muy escasa, basta recordar que cuando la Europa cristiana se puso en comunicación permanente con las regiones orientales por medio de las Cruzadas, la Filosofía arábigo-oriental había perdido toda su importancia bajo los rudos golpes de Al-Ghazí¢li, sin acertar a levantarse de su postración. Esto sin contar que los Cruzados no necesitaban, en todo caso, de los árabes para conocer la doctrina de Aristóteles, única cosa que podrían enseñarles aquellos, toda vez que para esto les bastaba y sobraba la comunicación con los griegos de Constantinopla y los cristianos del Asia, la Siria y la Palestina, con los cuales estuvieron en más continuo contacto y tenían más afinidad en creencias, costumbres y literatura que con los musulmanes. [473]

Esta última observación prueba igualmente que la influencia de la Filosofía arábigo-española en la escolástica, no fue ni pudo ser tanta como pretenden sus panegiristas. La primera sólo pudo influir directamente en la segunda, o suministrando a ésta el conocimiento de los escritos de Aristóteles y de sus comentadores antiguos, o introduciendo en ella su pensamiento, o, mejor dicho, sus opiniones especiales. Bajo el primer punto de vista, ya queda indicado y hasta probado históricamente que la Filosofía escolástica para nada necesitó de la Filosofía árabe, bastándole al efecto, por una parte, los trabajos de Boecio, Casiodoro y Erigena, anteriores e independientes de los árabes, y, por otro lado, la comunicación con los cristianos de la Grecia y del Oriente, por medio de las Cruzadas y de los misioneros, pero principalmente, y con anterioridad a las Cruzadas, por medio de las legaciones de Roma a Constantinopla y de Constantinopla a Roma, por medio de los Concilios y por medio, en fin, de toda clase de comunicaciones eclesiásticas entre la Iglesia latina y la griega.

Bajo el segundo punto de vista, la Filosofía escolástica, lejos de apropiarse ni asimilarse el pensamiento filosófico-arábigo, procuró más bien rechazarlo y combatirlo constantemente; porque la verdad es que entre las opiniones y teorías que pueden apellidarse especiales a la Filosofía de los árabes, las más importantes son la negación de la Providencia divina respecto de las cosas singulares, la afirmación de la eternidad de la materia y del mundo, la negación o dudas sobre la inmortalidad del alma humana, y la teoría averroística sobre la unidad o unicidad de la [474] inteligencia humana, teoría que entraña igualmente la negación de la vida futura; y sabido es por demás que todas estas opiniones fueron rechazadas y combatidas constantemente por toda la Filosofía escolástica, y que si alguna de ellas encontró eco en la Europa cristiana, no fue ciertamente a la sombra de la Filosofía escolástica, sino a la sombra del Renacimiento y en fuerza de sus tendencias e ideas contrarias a las de la primera.

Creemos, por lo tanto, que debe rechazarse, si no como absolutamente falso, al menos como muy exagerado e inexacto, lo que se ha dicho por muchos historiadores y críticos acerca de la influencia preponderante de los filósofos y escritores árabes en el origen, desarrollo y caracteres de la Filosofía escolástica.

El movimiento filosófico de los árabes influyó algo, y solamente algo, no en el origen y constitución esencial de la Filosofía escolástica, sino en su marcha y desenvolvimiento; porque siempre que un movimiento intelectual está en contacto con otro, resulta influencia y refluencia recíproca entre los dos en mayor o menor escala. La coexistencia y contacto de dos pensamientos filosóficos, siquiera sean independientes, distintos y hasta relativamente antitéticos, producen naturalmente un cambio recíproco de ideas más o menos sensible, y determinan a la vez cierto progreso y desenvolvimiento en los mismos en fuerza del choque mutuo de las ideas, tendencias y direcciones encontradas que abrigan en su seno. En este sentido, y desde este punto de vista indirecto, bien puede afirmarse que la Filosofía, los escritos y las especulaciones de los árabes influyeron más o menos en el movimiento, y sobre todo en ciertas discusiones de la Filosofía [475] escolástica. A no haber existido, por ejemplo, la teoría de Averroes sobre la unidad del entendimiento humano, es muy probable, por no decir cierto, que ni Alberto Magno hubiera escrito su Libellus contra eos qui dicunt quod post separationem, ex omnibus animabus non remanet nisi intellectus unus et anima una, ni Santo Tomás habría escrito su opúsculo De unitate intellectus contra averroistas. En cambio, es bastante probable, o digamos mejor cierto, que ni el primero necesitó de Averroes para escribir su excelente tratado De processu universitatis a causa prima, y que el segundo, con Averroes y sin Averroes, con Avicena y sin Avicena, junto con todos los filósofos árabes, hubiera escrito su inimitable Summa theologiae.

Otra cosa sería si los filo-árabes y los entusiastas partidarios o defensores de la influencia de la cultura arábigo-musulmana en la cultura intelectual de la Europa cristiana, circunscribieran sus afirmaciones al terreno especial de las ciencias naturales. Porque, efectivamente, en este orden de ideas, en cuanto a la cultura representada por las ciencias físicas, exactas y naturales, es muy cierto que los árabes ejercieron influencia decisiva en su cultivo y progreso. Su actividad innata, estimulada por la diversidad y novedad de objetos que se presentaron a sus ojos en regiones y climas muy diferentes, puesta en contacto con los hombres y las ideas que representaban esta clase de conocimientos en las escuelas de Alejandría y sus derivaciones, favorecida y vivamente excitada por sus correrías y conquistas en el Egipto, la Siria, la Persia, la India, el ífrica, la España, conservó, desenvolvió e hizo avanzar casi todas las ciencias físicas, naturales y exactas, y con [476] especialidad las que tienen relación más inmediata y directa con la medicina. La historia del movimiento intelectual de la humanidad demuestra, a no dudarlo, que los árabes cultivaron con aprovechamiento e hicieron adelantar a la geografía, la astronomía, la aritmética con las demás ciencias matemáticas. Pero lo que constituye el mérito principal y como el carácter propio de su cultura, considerada como uno de los elementos notables del movimiento general de la humanidad, es el cultivo de la medicina y de las ciencias relacionadas con la misma. Algunas de éstas puede decirse que les deben hasta su origen, como acontece con la farmacia química, de la cual las escuelas griegas apenas tuvieron una vaga noción, y que la Europa cristiana recibió de los médicos árabes, echando profundas raíces en la escuela de Salerno. La zoología, la materia médica, pero sobre todo la química general –aunque desfigurada y confundida frecuentemente con la alquimia– y la botánica, son ciencias que también deben mucho a los árabes, que las cultivaron con ardor y perseverancia.

Justo será advertir, sin embargo, que, aun en este terreno especial, los árabes fueron deudores a los cristianos de su cultura intelectual, y principalmente a la escuela de medicina que los nestorianos habían fundado en Edesa, y que era ya muy celebrada en tiempo de Mahoma. El mismo Humboldt, que se muestra sobrado complaciente con los árabes, reconoce que «en esta escuela, que parece haber servido de modelo a las de los benedictinos del Monte Casino y de Salerno, fue donde tuvo principio el estudio científico de las substancias medicinales sacadas de los reinos mineral y vegetal.»