Zeferino González, La escuela filosófico-política en España (original) (raw)
Nuestra España contó también con ilustres representantes de esta escuela filosófico-política. Sin contar a Victoria y Domingo Soto, de los cuales hablaremos después con alguna detención, basta recordar los nombres y escritos de Molina, Mariana y Osorio, para convencerse de la importancia que los españoles de aquel siglo concedieron a los estudios filosófico-políticos. En el tratado De justitia et jure del primero se plantean y discuten varios problemas ético-políticos y sociales, como se discuten y resuelven también en el tratado De rege et regis institutione, de Mariana, el cual escribió también un tratado propiamente filosófico titulado De morte et immortalitate.
El portugués Jerónimo Osorio es también digno representante de la escuela filosófico-política del siglo XVI. En sus ocho libros De regis institutione et disciplina, el sabio Obispo de los Algarbes{1} expone y defiende la teoría político-cristiana en elegante estilo, con lucidez notable y con cierta originalidad, pues se trata aquí de un escritor que, no solamente discute los problemas políticos y sociales en boga a la sazón, sino que plantea algunos que sólo lo fueron en los siglos siguientes. [96]
Como origen principal de la sociedad política y de la potestad real, señala la necesidad de evitar las violencias por un lado, y por otro la voluntad de los asociados, que eligieron a alguno capaz de evitar los atropellos, de mantener la justicia y el orden entre los asociados,{2} y de poner coto a los abusos de la fuerza.
El libro de Osorio se recomienda además y se distingue por la pureza y elegancia de su estilo, comparables con las que resplandecen en los escritos de Vives y Melchor Cano.
Mariana, Palacios Rubio y algunos otros que durante el siglo XVI cultivaron los estudios filosófico-políticos, hallaron dignos sucesores e imitadores en algunos de sus compatriotas, que durante el siglo siguiente se constituyeron en representantes de la escuela filosófico-política del Renacimiento, pero purificándola o rechazando de su seno las ideas tiránicas e irreligiosas de Maquiavelo y las teorías utópicas y socialistas de Moro y Bodin. Descúbrese en esta escuela española filosófico-política, de un lado, la tendencia independiente y restauradora de la antigüedad, propia del Renacimiento, y de otro lado la idea escolástico-cristiana que le sirve de base y de norma en sus indagaciones. [97]
El popular Quevedo (1580-1645) es uno de los principales representantes de esta escuela. Notables son, y a veces profundos y verdaderamente filosóficos, los conceptos que apunta o desenvuelve en su Historia de Marco Bruto, en su Rómulo, y sobre todo en su Política de Dios y gobierno de Cristo, obra que contiene acertadas máximas político-morales,{3} muy en armonía con la Filosofía cristiana, y aun, si se quiere, con las ideas de Santo Tomás,{4} al cual cita y sigue con frecuencia.
Aparte de sus ideas filosófico-políticas, Quevedo se distingue por la pureza y elevación de sus máximas morales. En sus tratados La cuna y la sepultura, Doctrina para morir, Virtud militante, y algunos otros, el poeta español, a pesar de las apariencias en contra de algunos de sus escritos, y a pesar de algunos rasgos de su vida, no sólo profesa los principios de una moral cristiana y hasta relativamente ascética, sino que descubre tendencias y predilección marcada por las máximas del estoicismo. [98]
Pocos años después de la muerte de Quevedo escribía y publicaba Saavedra Fajardo (D. Diego) sus Empresas políticas o idea de un príncipe político cristiano, libro que, como pocos, responde perfectamente a su título, siendo, como es, un completo tratado filosófico de política cristiana, que fuera de desear anduviera en manos de nuestros gobernantes y hombres de Estado.
En las Empresas de Saavedra se descubre fácilmente al escritor y al político que había adquirido gran conocimiento del mundo y de los hombres, con ocasión de las embajadas y comisiones diplomáticas que había desempeñado en diferentes cortes y naciones. El pensamiento político de Tácito, realzado y perfeccionado con máximas cristianas, constituye el fondo y como la trama general de la Idea de un príncipe político cristiano,{5} todo ello aquilatado por observaciones atinadas y oportunas. La erudición histórica, la seguridad de juicio y la elevación de ideas, campean en las Empresas políticas y avaloran su contenido.
Fernando Pizarro y Juan Solorzano pertenecen también a la misma escuela. El primero en sus Varones ilustres del Nuevo Mundo, y el segundo en sus Emblemata centum, trataron y desenvolvieron [99] diferentes cuestiones morales en sus relaciones con la política, y principalmente con la educación y poder de los reyes.
Aparte de su contenido doctrinal, una y otra obra se distinguen por la profusión y variedad de citas, las cuales, si por un lado descubren la erudición vasta y generalmente escogida de los autores, parecen preludiar y presentir la erudición indigesta y extravagante que en libros y en censuras de los mismos apareció y comenzó a dominar en la segunda mitad de aquel siglo.
A esta escuela filosófico-política pertenecen igualmente, sin contar otros tratados, los Emblemas morales de Sebastián Covarrubias y los discursos morales y políticos de Sousa.
Nada hemos dicho aquí del famoso Alfonso de Madrigal, o sea el Tostado, porque las cuestiones de derecho por él tratadas, más bien que al natural y político, se refieren al canónico o eclesiástico. Por cierto que en esta materia se tropieza en sus obras con ideas y afirmaciones que están más en armonía con las enseñanzas de la iglesia galicana que con las constantes tradiciones de la Iglesia española, según apuntamos al hablar del Abulense como filósofo.
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{1} Además de la obra citada en el texto, Osorio publicó otras varias, entre las cuales es digna de atención la que lleva por título De vera sapientia, y otra intitulada De justitia coelesti.
{2} «Hominem igitur delegere, qui obviam iret sceleri, iniquitatem resecaret, jus et aequum unicuique tribueret.
»Hoc igitur fuit a principio regnorum omium fundamentum; illi namque quos tunc homines propter aequitatis opinionem deligebant, qui finem tantis malis imponerent, reges no minabantur, et haec fuit prima omium legitima potestas in terris.... Homines qui erant in agris dispersi, regum auctoritate et consilio, unum in locum compulsi sunt, ut facilius opem a regibus contra injuriam flagitarent.» De regis institut. et discipl., lib. VII.
{3} «El poder soberano, escribe Quevedo, es dar las honras y las mercedes y las rentas: si las dan sin otra causa a quien ellos quieren, no es poder, sino no poder más consigo: si las dan a los que las quieren, no es poder suyo, sino de los que se las arrebatan. Sólo, Señor, se puede lo licito, que lo demás no es ser poderoso, sino desapoderado.» Polít. de Dios y Gob. de Cristo, cap. XIV.
{4} El siguiente pasaje acerca de las relaciones entre el entendimiento y la voluntad, parece tomado del Doctor Angélico: «El entendimiento bien informado guía a la voluntad, si le sigue. La voluntad ciega e imperiosa arrastra al entendimiento, cuando sin razón le precede. Es la razón (manda la razón, es razonable), que el entendimiento sea la vista de la voluntad, y si no preceden sus ajustados decretos en toda obra, a tiento y a obscuras caminan las potencias del alma.» Ibid., cap. I.
{5} Así lo reconoce su mismo autor en el prólogo, cuando escribe: «Si bien con particular estudio y desvelo he procurado tejer esta tela con los estambres políticos de Cornelio Tácito, por ser gran maestro de príncipes, y quien con más buen juicio penetra sus naturales y descubre las costumbres de los palacios y cortes, y los errores o aciertos de los gobiernos.... Pero las máximas principales de Estado confirmo en esta segunda impresión con testimonio de las sagradas letras, porque la política que ha pasado por su crisol es plata siete veces purgada y refinada al fuego de la verdad.»