Zeferino González, Crítica (original) (raw)

Si a lo que se acaba de indicar acerca de la teoría cosmológico-física de Descartes, se añade que rechazaba la investigación de las causas finales, se verá que su teoría cosmológico-física tiene más de un punto de contacto con la doctrina y pretensiones del empirismo materialista contemporáneo.

Después de lo dicho arriba acerca de la base y caracteres generales de la Filosofía de Descartes, y después de las observaciones hechas al exponer y resumir su doctrina, creo innecesario detenerme en hacer su crítica; porque ésta queda hecha de antemano, y basta resumirla en los siguientes términos:

a) La Filosofía de Descartes, sin ser una Filosofía esencialmente panteísta, ni escéptica, ni sensualista, ni positivista, contiene el germen, premisas lógicas y direcciones marcadas de todos estos errores.

b) La importancia exagerada y exclusiva que concede al pensamiento como fenómeno subjetivo, y en general a los hechos de conciencia, colocan a la Filosofía cartesiana en la pendiente del idealismo escéptico y subjetivo, que Kant y Fichte se encargaron de ensanchar, desenvolver y afirmar.

c) Todas estas tendencias y afinidades, peligrosas [232] y funestas de suyo, lo son mucho más a causa del virus racionalista, del cual son derivaciones espontáneas, y que constituye en realidad el fondo substancial, la nota característica de la Filosofía cartesiana. Así, y solamente así, se explica y comprende ese concierto de alabanzas de que ha sido objeto por parte de todos los representantes del racionalismo, siquiera no pudieran menos de conocer que el mérito de Descartes como filósofo, y abstracción hecha del principio racionalista, es por demás escaso, sobre todo bajo el punto de vista de la originalidad, puesto que de otros autores y de la antigüedad, como dice Leibnitz, «sacó una buena parte de sus mejores pensamientos».

d) La incoherencia en las teorías, y la contradicción en las ideas y afirmaciones, preséntanse también con frecuencia en la doctrina de Descartes, según se ha visto; y esto puede considerarse como uno de los caracteres de su Filosofía que no habla mucho en su favor.

e) En antropología, Descartes resucita el dualismo psicológico absoluto de Platón, enfrente del dualismo psicológico relativo y sintético de la Filosofía escolástica. La separación absoluta entre el alma y el cuerpo, y la concentración o reducción consiguiente del yo y de la persona humana al alma sola, con exclusión de cuerpo, como elemento esencial del hombre, representa el espiritualismo dualista de la Filosofía platónica, enfrente del espiritualismo concreto de Aristóteles y de los escolásticos.

Análoga exageración existe en su teoría cosmológica. El monismo panteísta dice: «El mundo, no sólo depende de Dios por parte de su existencia y esencia, sino que se identifica substancial y realmente con [233] Dios». El teísmo cristiano dice: «El mundo depende de la libre voluntad de Dios en cuanto a su existencia, pero no en cuanto a sus esencias reguladas por las ideas divinas, eternas e inmutables, como son eternas e inmutables también las verdades metafísicas que tienen su fundamento en las ideas divinas». Descartes dice: «El mundo depende de la voluntad de Dios, no sólo en cuanto a la existencia, sino también en cuanto a la esencia y en cuanto a las verdades metafísicas relacionadas con ésta».

En vista de todo lo dicho, no son de extrañar las reservas que Leibnitz, Bossuet, Pascal, Huet y el mismo Bayle, con otros varios, hicieron con respecto al valor de la Filosofía de Descartes. Ni han faltado racionalistas sensatos e independientes que no han podido menos de reconocer que el mérito de la Filosofía de Descartes, como Filosofía, no responde en manera alguna a la fama y ruido que ha metido. Ritter, entre otros, lo reconoce así, ya pesar del sentido racionalista que domina en su Historia de la Filosofía moderna, se expresa en los siguientes términos, al juzgar la Filosofía cartesiana:

«Si pasamos revista a las diferentes partes de la Filosofía de Descartes, pocas cosas nuevas encontramos en ella. Compónese en su mayor parte de ideas que en su época no podían pasar por nuevas. Las pruebas de la existencia de Dios son propiedad antigua de la escuela teológica, y Descartes ni siquiera les comunicó nueva luz... Su principio Cogito, ergo sum, jamás había caído en olvido desde que San Agustín lo colocó a la entrada de la ciencia. Campanella lo había aplicado con igual vigor, y hasta los mismos escépticos [234] franceses habían sentado el conocimiento de nosotros mismos como el principio de todos nuestros conocimientos. No hay fundamento para sostener que la doctrina de Descartes, a causa de su encadenamiento sistemático, sacó de este principio más que lo que habían sacado otras doctrinas que le habían empleado. Tampoco hay nada nuevo en los razonamientos por medio de los cuales pasa de la limitación de nuestro pensamiento y de la veracidad de Dios a la existencia real del mundo externo y corporal... La manera con que se explicó sobre el problema de la unión entre el alma y el cuerpo, no hizo más que renovar la idea, emitida ya frecuentemente, de los espíritus animales como medios de unión entre los dos seres, y, aunque sin intención, prestó con esto un apoyo al materialismo.

»No es posible sostener que su doctrina, a pesar de la fuerza con que establece las ideas innatas, haya trabado una línea de demarcación exacta entre ellas y los resultados de nuestra experiencia. Al contrario...: al referir a la imaginación los conocimientos matemáticos, quitaba a sus pruebas la mayor parte de su fuerza científica. Después de todo, debe decirse que las indagaciones filosóficas de Descartes quedaron sin nuevos resultados, y que ni siquiera mantuvieron con firmeza las antiguas distinciones. Cosa es esta que se reconoce claramente, cuando se le ve considerar la sensación y las operaciones de la imaginación, unas veces como modos del pensamiento, y otras veces como fenómenos puramente corporales...

»La verdad es que, si se considera lo que hay de incoherente en las diversas partes de su sistema, y cuan pocas ideas nuevas ha enseñado que se puedan [235] sostener, se siente uno embarazado para explicar de dónde ha venido el suceso o renombre de su doctrina.»

No pondremos término a esta crítica de la Filosofía de Descartes sin llamar la atención otra vez más sobre lo que ya dejamos insinuado, a saber: que su teoría sobre la omnipotencia y la libertad en Dios con respecto a la contingencia de las relaciones esenciales de las cosas y de las verdades metafísicas o eternas, no solamente abre la puerta al escepticismo en el orden científico, sino que lleva consigo la negación del orden moral, siendo, como es, evidente que semejante teoría es incompatible con la necesidad e inmutabilidad de la ley moral. Un paso más, y la moral cartesiana se convierte en la moral del materialismo, en la moral de convención y de origen humano, bien así como su idealismo parcial y subjetivo, sólo necesita un paso más para transformarse y convertirse en el idealismo universal y escéptico de Kant, según advierte con razón Kuno Fischer.

A causa del fermento racionalista que palpita en su seno, la Filosofía cartesiana puede considerarse como la mayor de ese silogismo inmenso que representa el proceso general de la Filosofía anticristiana y negativa de los tres últimos siglos. Nada se debe admitir como verdadero, dijo Descartes, sino lo que lleva el sello de la evidencia, y el siglo XVII no hizo más que comentar, desenvolver y aplicar esta tesis cartesiana. Vino después el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia, y estableció la menor del gigantesco silogismo, diciendo: es así que nada de lo que hasta entonces había enseñado la Teología y la Filosofía acerca de la religión, de la moral cristiana, de la vida y muerte eterna, etc., [236] llevaba el sello de la evidencia. De donde infiere hoy nuestro siglo, combinando las dos premisas anteriores, que nada debe admitirse como cierto y verdadero, sino lo que nos dicen los sentidos y lo que se refiere a la materia. Tal es la última y legítima consecuencia de la premisa racionalista sentada por Descartes,{1} comentada por su escuela en el siglo XVII, y aplicada o concretada por la Filosofía del siglo siguiente, que representa ciertamente la menor que corresponde a esa premisa.

Por lo demás, Descartes ni siquiera tiene el mérito de la originalidad real y efectiva en esta materia, por más que su nombre haya servido de bandera visible a la Filosofía racionalista en sus diferentes manifestaciones. Porque la verdad es que Descartes fue aquí eco, y eco relativamente inconsciente, de las ideas y tendencias racionalistas y anticatólicas que flotaban entonces en la atmósfera europea, gracias al choque producido en los pueblos y en los espíritus por el libre examen del protestantismo, que se había infiltrado a la callada por todas partes y en todos los órdenes de ideas.

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{1} Los escritores todos que penetran en el fondo de la doctrina cartesiana, han descubierto en ésta, a través de su espiritualismo superficial y descosido, intimas y estrechas relaciones con el materialismo. «Si hablando en general, escribe Lange, el materialismo arranca de Bacón, en cambio Descartes imprimió finalmente a esta concepción de las cosas el carácter de una explicación puramente mecánica, la cual se revela sobre todo en el Hombre-máquina de La Mettrie.» Sabido es que Voltaire dejó escrito que había conocido a varias personas a quienes el cartesianismo había llevado a la negación de Dios; cosa en verdad muy natural, dada la estrecha relación entre el materialismo y el ateísmo.