José Ignacio Gracia Noriega, Los asturianos pintados por sí mismos (original) (raw)

Gracia Noriega, Libros

cubierta del libro

Los asturianos pintados por sí mismos

Presentación: Emilio Alarcos

Epílogo: Juan Velarde

Grupo Editorial Asturiano, Oviedo 1993, 631 páginas

Los asturianos pintados por sí mismos, libro amenísimo escrito por J. Ignacio Gracia Noriega, trasciende de otros publicados en los últimos años evocando desde distintos prismas, el ya centenario Los españoles pintados por sí mismos, que vio la luz el pasado siglo, respondiendo a una moda europea que intentaba explicar las idiosincracias regionales/nacionales.

Recordando dicha obra que conoció en su tiempo cierta resonancia y parafraseando su título con Los asturianos pintados por sí mismos, Gracia Noriega, intenta dar respuesta en la última década del siglo XX, a los interrogantes de lo que es Asturias y quienes son los asturianos. apoyándose en diversos textos tanto de autores asturianos como foráneos v manteniendo pretéritas inquietudes de nuestros compatriotas cuando en el pasado siglo se preguntaron con insistencia y a veces con dramatismo. qué son y quiénes son, sin que las contestaciones fueran satisfactorias para todos.

Ahora en Los asturianos pintados por sí mismos, Gracia Noriega interroga a la Asturias moderna. en la que tan viva estuvo la huella del pasado hasta la época más reciente, y en trance de desaparecer. Algunos asturianos, como Jovellanos. procuraron dejar respuesta en su obra a todas las preguntas; otros testimonios son más modestos, pero se puede constatar que. salvo contadísimas excepciones, no ha habido escritor asturiano que no se ocupara de Asturias en algún momento.

Los asturianos pintados por sí mismos indaga en la vida espiritual y en las actitudes que se tienen por asturianas, en el aspecto material y en las relaciones con otras tierras, en la universalidad y en localismo, sin olvidar los "aires folclóricos" que tanto han contribuido a la fijación de tópicos que, la mayor parte de las veces, resultan más perjudiciales que beneficiosos. A la Asturias de tambor, sidra y gaita, bereber y dinamitera, se puede oponer otra Asturias más profunda, europeista y tradicional, cuyas raíces tal vez se encuentren en Covadonga, gesta, historia, leyenda, tradición y templo.

El libro lleva un Prólogo de Emilio Alarcos Llorach en el que se dice:

«El editor me ha pedido un prólogo a la obra Los Asturianos pintados por sí mismos de José Ignacio Gracia Noriega, porque, al parecer, el autor no osaba distraerme de mis aburrimientos científicos habituales. No sé si será cierto o mero subterfugio de Gómez Tabanera, amigo y además eficaz organizador. Pero de todos modos, aprecio en lo que vale la discreción y prudencia anteponiéndose a la ley de la amistad, que a veces es agresiva y tiende al abuso de confianza. No es este, pues, el caso; porque, a mayor abundamiento, concurren ahora los deberes de la amistad con la satisfacción del propio gusto.
José Ignacio Gracia Noriega es nombre bien conocido. Ha publicado libros, ha ganado premios literarios, ha pronunciado conferencias. Todos los días su firma campea en las hojas de los periódicos, bien como autor de artículos, crónicas, reseñas, comentarios, bien incluso como lector que, en legítima defensa, devuelve, ojo por ojo y diente por diente, en las cartas al director, los improperios de los enemigos malos que a todos nos combaten y persiguen. ¿Cuántos folios o cuartillas entinta sin cansancio al cabo del año? Incalculable respuesta. El ritmo eneasilábico de su nombre y apellidos invita a recibirlo con pareados modernistas de ocasión:»

José Ignacio Gracia Noriega
hoy a comer de Llanes llega.
Lo deja venir Covadonga,
pues vita brevis, mensa longa.
La Cofradía se reúne y brinda
con Murúa o Cune.
Bebe, come y ríe jovial
este Nacho subsistencial.
No se desprende del sombrero
hasta que despliegan el mero...

«Por desdicha, he olvidado el resto de tan sublime semblanza.
El caso es que conocí a Gracia Noriega va ya para treinta años, cuando comenzaron a agitarse las apacibles aguas estudiantiles. Era alumno inquieto, de libro en ristre, de palabra fácil, de dicción jocunda y alma independiente. Como ahora. ¿Palabra fácil he dicho? Sí, pero con soluciones de continuidad: la palabra fluye y fluye, y de repente se para el curso del razonar y solo se oye pasar el agua fónica del último sonido de la última palabra que se prolonga monocorde hasta que emerge de nuevo de la corriente undosa la palabra clara. Andaba, digo, por la Facultad, sonriente siempre y asombrado de verdad de que en los estudios de Letras hubiese asignaturas de tan poco fuste artístico y literario como la gramática histórica o la filología románica. Las tenía atragantadas, y con toda justicia lo suspendían (reconozco que yo también). Reincidía, no obstante, en presentarse impertérrito a los exámenes de semejantes y duras disciplinas, esperando acaso que un día o una tarde lo iluminase misteriosamente el Paráclito filológico. ¿Qué necesidad había de aprenderse los avatares del influjo del sustrato en la formación de la lengua española, si, sin saberlo, se podía manejar la pluma y la palabra con precisión y hasta galanura? Me sorprendió, pues, una vez que lo vi escribir folios y folios en el examen, sin levantar cabeza. El milagro se ha hecho, pensé; pero desconfiando de lo sobrenatural en estas lides, atribuí el fenómeno a que Gracia se habría dignado a embotellarse la materia y así escribía ex abundantia cordis. Cándida conjetura: entregado el papel (o la resma), vi que no contestaba a ninguno de los temas propuestos, sino que discurría libremente en un ensayo de varia lección y amena lectura. ¿Era tomadura de pelo? Los profesores solemos ser mal pensados acerca de las actitudes del alumno. Mientras no demuestran lo contrario, desconfiamos y los creemos unos frescos. A veces, también, aunque creemos que lo demuestran, resulta que somos embaucados y, en efecto, son unos frescos como pensábamos al principio. No fue este el caso de Gracia. Aunque casi todos opinábamos que era un tanto caradura, el tiempo fue a su favor, y, sin buscarlo él de industria, demostró que era persona de calidad y mérito.
El paso de los años hizo sutilmente que nos hiciésemos amigos, con amistad desprovista de intereses, aunque apoyada en aficiones comunes: los libros, la independencia y cierta anarquía para nadar por la vida, la buena mesa (yo en dosis escasas y en abanico reducido). Los libros, claro, sobre todo. Pero hay libros que leo yo que Gracia no leerá nunca, ni falta que le hacen. Y al contrario. Pero libros son libros como fútbol es fútbol (que decía un acreditado, y por tanto discutido, preparador del balompié). Y sobre un libro de Gracia Noriega, este que está aquí, Los asturianos pintados por sí mismos, voy a divagar a pluma un rato para no aburrir demasiado al lector.
Me he leído atentamente (y muy deprisa, porque su prosa imprime siempre un ritmo de trote ligero) los seis centenares de páginas de este libro, gracias a un apartamiento fortuito de las actividades normales. Me parece, de entrada, muy bueno, muy sugestivo y (si se me permite plagiar parcialmente el título de un famoso manual de castigos y documentos para la adolescencia) también terapéutico-moral. La última y enganchada calificación se debe a que la pluma de Gracia Noriega administra, con su crítica jovial y a veces partisana, muchos correctivos para los defectos en que pueden ir a dar por exceso las reconocidas virtudes de los asturianos. Ya se sabe que toda censura, incluso untada en vaselina benévola, es aceptada a regañadientes por el destinatario (el censurario a lo mejor diría un narratólogo). También es de sobra conocida la habilidad juglaresca de nuestro autor en dispensar con primor sus picotazos críticos en las zonas más sensibles del tejido social. En este libro, el que leyere tendrá no pocas ocasiones de solazarse o de encabritarse (según su carácter o según el espesor de su dermis) con la pintura dirigida y comentada que el autor despliega a través del testimonio de otros asturianos relevantes y de foráneos de esta piel de toro o de ultrapuertos. Aconsejo calma al lector: que no desbarre ni se acelere el irritable, ni recurra al socorrido expediente de condenar al autor por el pecado de antiasturianismo, como si alguien pudiera ostentar la capacidad infalible y exclusiva de decretar la ortodoxia de lo asturiano. Porque si alguien puede ser tildado de asturiano hasta los huesos y hasta los redaños impalpables del ánima, ese es Gracia Noriega. Es un espécimen extremo de asturianía total y cabal. Siendo como es -y con él todos los orientales- en realidad cántabro, ha sabido y querido penetrarse no solo en el cogollo central de lo asturiano, el de los luggones prerromanos (y sus herederos transformados: los carbayones aburguesados y los playos progresistas), sino también en la densa profundidad del occidente pésico.
Gracia Noriega abarca todo, admira todo, se sulfura por todo lo que no va como debiera ir en Asturias. En compensación, o lo quieren, o lo odian. Es el cara y cruz de cuantos se dedican a decir verdades que a otros no se lo parecen tanto. Prepárese, pues, el lector al regocijo y a la resignación, si es de natural pacífico, o a la furia o la exasperación, si es belicoso de natura. Pero hay siempre amor por Asturias en estas páginas. Y es este amor el que justifica las imtemperancias que despiertan en la prosa del autor ciertos sucesos, ciertas situaciones, ciertos personajes. No toda la crítica, ni todos los elogios, provienen de este. En gran parte derivan de lo escrito por otros que trataron previamente de las mismas cuestiones. Pero, como apunta el autor, la selección de los materiales comentados ha sido dirigida por la adecuación al propio punto de vista. Con ello, la aparente dispersión que ofrecería una mera antología de opiniones ajenas se trueca en una visión de conjunto muy coherente.
Por otra parte, no se ha pretendido en el libro esbozar una «teoría de Asturias», lo que evidentemente es tarea imposible, porque, prime-ro, habría que determinar qué es y qué no es Asturias en relación con las demás unidades o comunidades más o menos diversas de España; y en segundo lugar, si por azar se consiguiese su delimitación, nunca se puede apurar hasta el hondón del fondo en esos entes deletéreos que constituyen las sociedades humanas. (Y si digo deletéreos es en su sentido etimológico de relación con destrucción o mortandad, pues las sociedades humanas vertidas hacia sí mismas, mirándose el ombligo, terminan por segregar venenos mortales contra los próximos ajenos; pero también deletéreo podría aplicarse en el sentido figurado y popular que ha adquirido por contagio de su aparente aféresis etéreo, es decir, vago).
A pesar de lo cual, este friso detallado y minucioso (ya Gracia explica que no es un mural, de brocha gorda y demagógica, como suelen ser los murales), este friso, digo, de escenas, seres, situaciones de Asturias y los asturianos nos ofrece, entre triglifo y triglifo, una visión viva, rica y variada de cómo son las cosas y los entes de esta tierra ahora y en el pasado. El cómodo índice permitirá al lector encontrar en las páginas del texto aquellas cuestiones que más le preocupen o le interesen. Se advierte que abarca todos los apartados que ofrecería un tratado de antropología cultural o de etnología o de etnografía (o como llamen hoy sus cultivadores al estudio de las sociedades humanas con sus costumbres, manías, creencias, actividades, cultivos, etc. etc.) sin olvidar, naturalmente, el soporte duro de todo eso creado o estropeado por el hombre, es decir, la tierra (con sus complementos el mar y el aire). En el desfile temático asturiano no podían faltar dos capítulos obligatorios: el de la irremediable capital, Oviedo, y el de la Asturias trasatlántica, tanto la ya asentada definitivamente allá, como la de vuelta otra vez acá con gloria o con pena. No deja de tener su miga que el apartado dedicado a Oviedo se complemente con tres apéndices particulares sobre aspectos sintomáticos: la Universidad, la Catedral, el carlismo. ¿Significa esto la huella de la visión vetustense decimonónica? ¿O es reflejo de realidades persistentes?
No voy a comentarlo ni a apostillar ninguna de las cosas que se afirman o se niegan en las páginas del libro, pues la labor del prologuista se ciñe al deber de animar la lectura, pero no a descubrir el meollo de lo que se dice en el texto. Me abstengo de repetir con peores palabras y en comprimido lo que explaya el libro. Me limito a subrayar su mérito y sus virtudes narrativas y de interpretación. Aquí está el libro, y lo que debe hacer el lector es pasar inmediatamente a orearse en sus páginas abandonando este vestíbulo lóbrego y protocolario del prólogo.»


Índice

Prólogo (Emilio Alarcos Llorach), 7
Palabras previas, 13

I. Del carácter asturiano, 19
El carácter asturiano, 19
Covadonga, 30
Regionalismo, 44
Religiosidad, 57
La Inquisición, 69
Violencia, 84
Pleitos, 97
La poesía, 103
Sensibilidad hacia los animales, 106
Los diminutivos, 124
Guerras coloniales, 131

II. Asturias física, 147
Meteorología, 147
El mar, 160
Al faro, 172
Los montes, 179

III. La casa, 187
La quintana, 196
El hórreo, 200
Los molinos, 211

IV. Alimentación, 219
El cerdo, 233
La fabada, 237
La sidra, 246
El salmón, 257
Las patatas, 263
Posadas y hospedajes, 272

V. Folklore, 285
La danza prima, 285
La fiesta de San Juan, 298
La Navidad, 311
El aguinaldo, 321
El Carnaval, 332
Bodas y entierro, 345
Las madreñas, 355
La gaita, 361
Breve nota sobre el folklore, 371
La canción, 371
El himno, 382

VI. Oviedo, 389
La Universidad, 406
La Catedral, 415
El carlismo, 428

VII. Emigración a las Américas, 441
Ida y vuelta del indiano, 441
La escuela, 460
Las palmeras, 476
Críticas a la emigración, 481

VIII. Otras gentes, otros pueblos, 493
Inglaterra, 493
León, 503
Galicia, 522
Andalucía, 537
Los franceses, 548
La Montaña santanderina, 556

IX. Profesiones y modos de ser, 567
El «babayu», 567
El político, 569
Aguadores y otros oficios y emigraciones, 579
Toros y toreros, 588

Apéndice I: Cervantes y Asturias, 601

Apéndice II: Asturias pintada por Severo Ochoa, 607

Epílogo del autor, 611

Palabras finales (Juan Velarde Fuertes), 615