Víctor de la Concha, todoterreno / 30 enero 2012 (original) (raw)
Ignacio Gracia Noriega
El nuevo presidente del Instituto Cervantes
Víctor de la Concha es el intelectual más activo y eficaz de la segunda Restauración borbónica. No es «hombre de acción», porque hombres de acción dejó de haberlos en España hace setenta años, sino un burócrata muy brillante, capaz de moverse en el sentido que sea necesario, aunque a veces parezca contradictorio, y un intelectual que sabe qué está haciendo en todo momento, con una ambición muy controlada dentro de unos límites muy bien definidos que él mismo se ha impuesto: resultado de una formación estricta, que no se adquiere en las universidades, sino en lugares más rígidos y especializados, como el Seminario o el Ejército, donde se moldea al individuo y se talla su carácter. Cuando Víctor de la Concha pasó por la Universidad de Oviedo (entonces coincidí con él), en la que fue discípulo de Emilio Alarcos, José M.ª Martínez Cachero y Gustavo Bueno, ya lo sabía todo, o incluso tenía trazadas sus metas y límites: pues como todo ambicioso que no es insensato, sabía que toda ambición debe tener su límite, su «hasta aquí», sólo le faltaba adquirir y refinar algunas técnicas. Más tarde, durante un verano, asistí con asombro a la manera rigurosa e implacable con que trabajó su edición de «El Cristo de Velázquez», de Unamuno; en el ejemplar que me regaló puso la siguiente dedicatoria: «Para Nacho Gracia Noriega, que vio las primicias de este trabajo». No se separaba de su texto ni para ir a comer o a cenar, siempre lo llevaba con él, en una cartera bajo el brazo. Y el trabajo avanzaba día a día, con la precisión de un relojero que puliera amorosamente una pieza preciosa.
Cuando le hicieron académico de la lengua, estaba claro que no tardaría en presidir la Academia, y cuando la presidió, que crearía una Academia nueva a fuerza de voluntad y trabajo. Como trabajador es infatigable, porque el trabajo organizativo y de promoción no le impidió seguir publicando y proyectando estudios e investigaciones propias, e incluso cuidaba que el centenario Francisco Ayala comiera según su dieta. La Academia de sus ilustres predecesores, la de don Ramón Menéndez Pidal, la de Dámaso Alonso, era del siglo XIX. Víctor de la Concha puso los cimientos y edificó la academia del siglo XXI y de todo el enorme ámbito de la lengua española.
Ahora preside el Instituto Cervantes: institución más geográfica que académica. No será un presidente para figurar y presidir actos mundanos, aunque esto no le disgustase, sino efectivo y eficaz, y sin duda lo cambiará, como cambió la Academia. A la lengua española le está sucediendo algo extraordinariamente absurdo, grotesco. Es la lengua más extendida de Europa, la lengua materna de muchos más hablantes que el inglés, y la única lengua de nación civilizada que en el país donde ha nacido es torpedeada por resentimientos políticos que esgrimen contra ella desde hablas locales de extensión birriosa hasta el presunto cosmopolitismo anglosajonizante. En el aspecto técnico, De la Concha conoce mejor que nadie el inmenso poderío y pujanza de la lengua que ahora le toca continuar extendiendo. En ese aspecto no hay problema: el Instituto está en manos inmejorables. El único inconveniente que yo le encuentro a De la Concha es su excesiva, ostentosa «corrección política». Los «correctos» de derecha siempre ceden ante la izquierda, que supone que el español lo inventó Franco, desde las glosas emilianenses a los artículos de don José M.ª Pemán. De la Concha sabe que eso no es verdad: esperemos que se lo explique a los cerriles.
La Nueva España · 30 enero 2012