Acoso al Congreso (original) (raw)

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Ignacio Gracia Noriega

Una de las características más acusadas de esta época descabellada es la perversión del lenguaje, que tanto preocupa a mi buena amiga Inés Illán, sobre todo por parte de los políticos profesionales. La perversión del lenguaje consiste en no llamar las cosas por su nombre y decir, en algunos casos, todo lo contrario de lo que las cosas significan: porque «solidaridad» no es «caridad a la manera laica», ni la democracia es invento de Felipe González, y resulta imperdonable decir una palabra tan fea como «prorrateo» cuando se puede decir «repartición», a no ser que se pretenda estar familiarizado con el dialecto bancario, o tan espantosa como «obsoleto» en el sentido de «anticuado». Nada digamos de préstamos de otras lenguas o de neologismos absurdos.

Cuando una señorita muy sensual se pone a anunciar una colonia en una lengua incomprensible pero pronunciada de manera muy «quedona» procede no volver a comprar esa colonia, porque es conveniente defender la lengua propia y, de la misma manera que en los contratos se debe de leer la letra pequeña porque si no pasa lo que pasa, no se deben comprar productos que no se sabe qué son sí el comprador ha de guiarse por la publicidad televisiva. Las más de las veces las novedades son pedantería pura, como decir «tsunami» cuando nuestra lengua posee la palabra «maremoto», y fueron navegantes españoles los primeros europeos que advirtieron esa alteración del océano Pacífico.

Nada digamos de «escrache», ahora tan de moda. Supongo que se trata de una manera de disimular la importancia de ciertas manifestaciones políticas callejeras que si no fueran dirigidas contra un Gobierno que no es de izquierdas del todo no serían consideradas como «políticamente conectas»: pero como van contra el PP a tales acciones políticas no se las llama por su nombre propio, que no es otro que «acoso», sino «escrache», que me dicen que es un argentinismo. En Cuba y México se dice «escrachar», del inglés «to scratch», en el sentido de retirar un caballo de una carrera y, por extensión, tachar nombres de una lista de candidatos. En Argentina, «escrachan, significa «estropear», «ensuciar» (tal vez por cruce del italiano «schiacciare»).

No sé si el acoso al Congreso de los Diputados de anteayer será también «escrache»: «seralo muy guapamente», como diría Pepe Avello. Yo no digo que sus señorías no merezcan ser recriminados: pero si se van a montar todos los días algaradas delante del Congreso, esto dejará de ser un régimen parlamentario para ser un régimen asambleario como la Libia de Gadafi, que aquel ampuloso cínico conocido por el Viejo Profesor comparaba con la Atenas de Pendes.

En cualquier caso, el acoso al Congreso no es ninguna novedad, y de ser «escrache», su inventor no es ningún argentino, sino Trevín Lombán, quien en 1992, en plena batalla del plan especial de Llanes, tomó el Parlamento asturiano al frente de sus huestes para hacer presión en beneficio de la especulación inmobiliaria más descarada del urbanismo español. Anoto esto para que conste un asturiano como el innovador de la práctica parlamentaria.

La Nueva España · 27 abril 2013